Me enviáis, gran señora,
vuestra radiante enseña,
trece rígidas franjas,
cuarenta y siete estrellas.
Me decís noblemente
que por mía la tonga:
Señora, perdonadme,
la mía es más pequeña…
*
Os vi la última noche,
al terminar la fiesta,
erguida en el vestíbulo,
como una estatua griega.
Surgía vuestro cuello
sobre una primavera
y entre las flores vivas
había algunas muertas…
Dos rosas, una blanca,
otra encendida, puestas
en cruz, entre las ondas
de vuestro seno, abiertas.
Llevabais en los ojos
una alta luz sidérea.
Llevabais en el pecho
la insignia de mi tierra.
Dijisteis a mi paso:
«adiós, señor Poeta…»
Y os hice una profunda
sagrada reverencia…
*
¡Y os adoré en los ojos
el fulgor de mi estrella
y en el seno las rosas
de mi única bandera!
Cantos de rebeldía, 1916
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