Era el lúgubre osario… en orden, mudos… quédome absorto al remirar la fila de cráneos polvorosos y desnudos;
y atónito, nublada la pupila en la visión, soñé los tiempos idos… y fue el pasado en su mudez tranquila.
Los que tanto se odiaron, ora unidos, rozándose, mezclaban los despojos de duros huesos en la lid partidos,
y acostados en cruz ante mis ojos, en posición de beatitud serena dormían dulcemente sus enojos:
vi en sueltos eslabones la cadena de omóplatos en tanto el mundo ignora ¡qué fardo les impuso la condena!
Y aquellos miembros ágiles de otrora, manos y pies de gracia floreciente, muestran su lasitud separadora…
Fatigados mortales, vanamente a lo largo tendidos en la fosa, ni allí gozáis de la quietud clemente
¿Quién ama la ruina pavorosa ya así desnuda en la inquietud del día y urna otro tiempo de beldad dichosa?
Esa yerta escritura me decía a mí el devoto, lo que extraña gente signos sagrados no leía.
Súbito en medio del montón yacente, descubro al fin la fúlgida cabeza sin par, helada, enmohecida, ausente,
y siento reanimarse mi tristeza con secreto calor, y dese abismo un raudal con vívida presteza,
Lléname de hondo encanto el cataclismo al ver en esa huella soberana divina concepción de hondo mutismo…
Y va mi mente hacia la mar lejana, que hace y destruye formas en su seno aún más perfectas que la forma humana.
Vaso de enigmas, otro tiempo lleno de oráculos, mi mano desfallece: no puedo alzarte en ademán sereno.
¡La podre lavaré que te ensombrece, tesoro sin igual, y en aire puro ya libre sol donde el pensar florece!
No logra el hombre en su sondar oscuro captar el todo que la vida escancia si Dios-natura cede a su conjuro
y le dice por qué de la sustancia deja exhalar su espíritu que crea, y cómo permanece en la sustancia su dinamismo genitor: ¡la idea!
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