La vieja Meg era gitana y vivía en el monte: era el brezo rojizo su lecho y al aire libre tuvo su morada. Negras moras de zarza por manzanas tenía, por grosellas, simiente de retama; su vino era el rocío de blancas zarzarrosas, tumbas del camposanto eran sus libros.
Las ásperas quebradas por hermanas tenía y por hermanos los alerces: y sólo en compañía de su familia vasta, vivió cómo le plugo. Pasó sin desayuno más de alguna mañana y sin almuerzo más de un mediodía, y en vez de cenar, fijamente contemplaba la luna.
Mas todas las mañanas, con tierna madreselva sus guirnaldas tejía, y cada noche, el tejo de la hondonada oscura, cantando, entrelazaba. y con sus dedos viejos y morenos tejía esteras de junco, que daba a los labriegos al pasar por el monte.
Fué Meg bizarra como la reina Margarita, y como de amazona era su talla: llevó por capa el trozo de alguna manta roja, tocóse con un mísero sombrero. Que a sus huesos de vieja conceda Dios descanso, pues murió ya hace tiempo.
|