Miro fotografías de hace años
que se alargan un siglo en la memoria,
pues estamos
en el invierno del 81:
grupos amigos, rostros que sonríen
al vacío y la nada de su encuadre,
imperceptiblemente y lentamente
se animan, se deslizan
por una puerta que es todo el espacio
en busca de otras voces no olvidadas
o de lugares pródigos
donde instalar ahora el escenario
para este desencuentro
que ya no tendrá fin.