Del árbol del día y de la noche fruto de amargo zumo
en ti se desprende el mundo de música extasiado,
y en tu adulto reposo plenos de ti los bosques viven en penumbra,
¡oh, silencio, hálito de místicos jardines que Dios Vigila en el tiempo!
Torres contemplas de dolientes bronces en tu sufrir de eternas catedrales,
y los aires guías por comarcas y montañas en olvido,
tañendo las arpas múltiples que los ámbitos elevan
para los crucificados y de espíritu sangrante, exhaustos sobre las rocas,
de frentes delirantes, coronados de flores y de espinas, en busca del rocío.
Hacia mí vienes, yo el pastor de los valles, aldeano de tristeza vespertina,
como brisa de fuentes o de árboles distantes dormidos en luz de milagro.
Perdido me has dejado como un santo en viejos encinares
y de mi corazón has hecho un rumor de follaje
Por ti pertenezco a las aguas frescas que buscan los animales,
a la voz de la aldea perdida en una lejanía vaga de campanas,
a la golondrina volando hacia la memoria de los niños.
¿Quién da esplendor a la tristeza del día en la soledad?
¿Quién desvanece el llanto de las madres insomnes hacia los altares?
En tu honda presencia la muerte acaricia las almas y mueve los ramajes,
Dios vigilante sueña su arcoiris de estrellas,
y todos nos rendimos absortos en tu cósmico misterio.
1939
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