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Napoleón

[Poema - Texto completo.]

Sofía Casanova

I

Llegaba vencedor pero enojado
de España por la terca rebeldía
Somosierra a su espalda se veía
y ante él Madrid, en pleno sol, dorado.

Su anteojo militar quedó enfocado
sobre Madrid. Miró, se sonreía
y un lejano rodar de artillería
sonaba como un trueno prolongado.

Le rodeaban aquellos oficiales
que su capricho hiciera mariscales.
El sol iluminaba el campamento.

Montó premioso en su corcel de guerra
y un «hurra» largo resonó en la Sierra
cárdena en el azul del firmamento.

II

Frío el mirar, la voluntad ardiente
bebía el aire en ráfagas de gloria,
que volvía radiante a su memoria
fundida con el sol de occidente.

Cual si tuviera al enemigo enfrente
raudo lanzose en pos de la victoria
que marcando otra época en la historia
rendiría a sus pies el continente.

El tricornio en la testa parecía
un ave negra, que a clavar venía
su garra del caudillo en las entrañas.

Y el gris capote en la veloz carrera
semejaba un pedazo de bandera
perdido en las ibéricas montañas.

III

Y dicen, que la noche era venida
cuando el César insomne en su cuidado
quiso ver el Alcázar enclavado
en la corte tomada y no vencida.

-Vivís mejor que yo. -No es esto vida-
repuso el rey José. -No soy soldado.
A vuestro honor el trono he confiado
de España, que deseo sometida.

Y el palacio real, que a los Borbones
viera huir al tronar de los cañones,
del rey intruso escucha las querellas.

Pálido Napoleón no le escuchaba
mirando el horizonte, que negreaba
bajo la eternidad de las estrellas.

IV

Y Napoleón de cara a la llanura
marcha de prisa, taciturno el ceño,
en dominar España está su empeño.
Y arde España en guerrillas y conjuras.

-País de quijotescas aventuras
te rendirás y yo seré tu dueño.
Y a Rusia ahora a realizar el sueño
de conquistas asiáticas futuras.

Arde el polvo, es acecho cada rama,
es cada piedra de la hoguera llama
que invade pueblos, mar y tierra.

El César adelanta sin cuidado
y el genio de Castilla va a su lado
por arma el bravo grito: «¡Guerra, guerra!»

V

Del bien y el mal él conoció la ciencia,
que cultivó sagaz, frío, consciente
y fue en la lucha alguna vez clemente,
sin que su alma sintiera la clemencia.

Su gloria ennoblecía su presencia.
Y los tronos caídos por sus manos
triunfante se los daba a los hermanos,
olvidada en la gloria la conciencia.

Codició más que amó. De Josefina
amó el rango, el amor, la gracia femenina
y a la princesa la compró su espada.

No emperador, vencido lo prefiero,
y sus años de mártir prisionero
dan a su muerte excelsitud sagrada.



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