Ni una sola vez doblegué la frente,
en ningún trance me amparó la huida,
y me batí caballerosamente
con todos los dolores de la vida.
Con mi bandera en lo alto de mi lanza,
decidido y tenaz, como un templario,
llegué a la cumbre azul de la esperanza
¡y me encontré en la muerte solitario!
Miré hacia atrás: busqué a los compañeros,
que a mi vanguardia colocó el destino,
¡y eran mis adversario, los primeros
ocultos en la sombras del camino!
Miré hacia abajo: ¡en la hondonada oscura
se agitaba el espíritu perverso,
y un vaho de pasión y de locura
parecía inundar al Universo!
La muerte se acercó… ¡sobre mi lanza
vi su insignia flotar, como un sudario!
Llamé con hondo grito a la Esperanza….
¡y me encontré en la cumbre solitario!
Miré al cenit: la cúspide gloriosa
se abrió a la blanca eternidad del día…
¡y una cruz gigantesca y luminosa,
con los brazos abiertos, descendía!
Postrado, ante los cielos redentores,
recé, lloré sobre mis propias huellas:
¡mi llanto en tierra producía flores
y mi corazón en el espacio estrellas!
Bajó del cielo la divina lumbre,
como una antorcha fulguró mi lanza,
la Fe radiante se posó en la cumbre…
¡y apareció en la cumbre la Esperanza!
¡Tú, dulce esposa, el bien y la inocencia!
¡tú, que infundes al paladín herido
la luz de Dios, la paz de la conciencia
y el sacramento maternal del nido!
La Esperanza eres tú, que has evocado
un alma nueva en mi organismo inerte…
¡el triunfo de la fe sobre el pecado!
¡el triunfo del amor sobre la muerte!
Pomarrosas, 1904
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