Ninguna obra maestra de la desolación
como esa noche suya en un cuarto de hotel
en la isla del Tigre
releyendo las líneas de un poema
grabado en su memoria:
«Una hebra de seda me envolvía…,
Y solté el cabo y se me fue la vida».
Eso había soñado alguna vez
y al despertar vio sombras presurosas,
sibilinos augures
huyendo hacia otro mundo
en el amanecer.
«Soñé la muerte», dijo, pero ahora
uno de esos augures
no era sombra en la sombra,
y se quedó a su lado,
y usted se fue con él.