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No es la gloria del vate ni el guerrero…

[Poema - Texto completo.]

Joaquina García Balmaseda

La sexta: Redimir al cautivo.
Obras de Misericordia.

No es la gloria del vate ni el guerrero,
No es el valer del poderoso y fuerte
Lo que hoy despierta el ánimo altanero
Y la lira a pulsar logra que acierte.

Sentimiento más dulce, voz más santa
Impregnada de unción y de ternura,
Llega a decirme con misterio: «¡Canta,
Canta la Caridad, de Dios hechura!»

Caridad! Flor que naces entre abrojos
Y escondida el perfume al cielo elevas,
Llanto por riego pides a los ojos
Que en beneficios a los pobres llevas.

Lozana te crió mi suelo hermoso,
Do el corazón al sacrificio atento
Raya hasta el heroísmo en generoso,
Despierta a todo noble sentimiento.

Vuelve los ojos a la edad pasada
Y de mi patria a la brillante historia;
Verás en cada página grabada
Una acción de piedad, otra de gloria.

Si es mi España la España de Pavía,
La que hundió del Alarbe la arrogancia,
La que en Bailén en más cercano día
Venció al coloso y humilló a la Francia;

Si es la que con esfuerzo sin segundo
A Colón distinguió entre los humanos,
Y le dijo: «¡Descubre un nuevo mundo!
Trae a mi Religión nuevos hermanos!»

También es ésta la nación gloriosa
Que acorrió al desvalido con sus leyes,
Y muestra dando de humildad piadosa,
Quiso llamar Católicos sus Reyes;

Y colocó a sus hijos en el pecho
La santa cruz que hermanos los aclama,
Y con tan noble enseña, su derecho
A sostener volaron y su fama.

Y cuenta damas de tan gran valía,
Que, prontas siempre a todo noble empeño,
Aún dicen a la ardiente fantasía:
«¡No hay, con hijas así, pueblo pequeño!»

Si buscamos aquí la mujer fuerte,
Berenguela, Isabel, doña María,
Con los cien hechos que su historia vierte
En gloria envuelven a la patria mía.

Patente ejemplo de humildad cristiana
Muestra Casilda en su ferviente celo:
Su ofrenda se tornó rosas de grana,
Mientras su caridad la eleva al cielo!

Antorcha de la fe Santa Teresa,
Las oraciones del cristiano goza;
Si en mártires Sagunto hizo gran presa,
Heroínas nos presta Zaragoza.

Oh! Nación donde tal valor alcance
De la mujer la noble ejecutoria,
Empresa a que ella con ardor se lance,
Emblema lleva ya de la victoria.

Una noble, cual no lo fue ninguna
Que con el nombre de mujer se hermana,
Hoy la llama; si no contesta alguna,
Ésa no es española, ni es cristiana.

En las madres no más los ojos fijos,
Espere libre ser quien gime esclavo…
Ellas, que libres quieren a sus hijos,
Vencer sabrán la esclavitud al cabo!

Madre, si dentro tu hogar,
Templo de castos amores,
Donde hizo el Señor brotar
De tu cariño las llores
Que el otoño no ha de ajar;

Donde reside el esposo
Que libremente elegiste,
Porque ventura y reposo,
Bien y mal, con amoroso
Corazón con él partiste;

Bajo el techo do aún respira
Tu madre y respeto alcanza,
Y cuando el alma suspira,
Tierno hijo a ti se abalanza
Y en sus labios tu ¡ay! espira;

Si ante esa flor celestial
Que es de tu hogar alegría,
Y en su bondad paternal
Dios para consuelo envía
Al desdichado mortal,

Te acuerdas de los que, fijos
Del tormento en las cadenas,
Sufren dolores prolijos,
Y hasta les roban los hijos
Que son sangre de sus venas;

Con cuánto afán, madre amante,
Palpitante de emoción,
Besarás al tierno infante!
Cómo, aún viéndole delante,
Temblará tu corazón!

Oh! ¡qué no alcance en su edad
De inocencia y de tersura,
Que guarda la humanidad
Bajo su apariencia pura
Manchas de tal fealdad;

Que con el látigo armada
A sus hermanos ofende,
Y de sí propia olvidada,
Al hijo en los brazos vende
De su madre desdichada!

Ay! ¡si cual madre piadosa
Al dejar tu hijo en el lecho,
Haces sus labios de rosa
Que devuelvan a tu pecho
Con voz tierna y candorosa

La oración que eleva el alma
Hasta la celeste altura,
Haciendo dormir en calma
Al que en su conciencia pura
Busca de su bien la palma;

No le digas, madre, no,
Que aquella oración cristiana
Que su labio pronunció
Y con su razón temprana
Su alma hasta el cielo elevó,

Se ofrece al Dios de bondad
Que, antorcha de eterna luz,
Fuente de clara verdad,
Redimió a la humanidad
Enclavado en una cruz!

Que es fácil que de aquel labio
Que el candor tan sólo mueve,
Y eco del tuyo ser debe,
Suba hasta Dios un agravio
Si a preguntarte se atreve:

«Y dime: ¿no redimió
A esos hombres cual nosotros,
Que esclavos papá llamó?
¿Dijo Jesús que a ésos no
Al redimir a los otros?»

¡Oh, madre, madre cristiana!
¿Qué responder tu razón
A esa pregunta profana
Que de pedazos emana
De tu propio corazón?

Busca al menos el consuelo
De poderle responder
A ese ángel que habita el suelo,
Que a todos con su poder
Hermanos nos hizo el cielo;

Que sólo la humana grey,
Por su osadía impulsada,
Holló la divina ley,
Y por su orgullo arrastrada
Hizo al esclavo y al rey,

Y si puedes añadir
Que tú, aunque débil mujer,
Por libre al esclavo ver
Y al cautivo redimir
Quieres tu óbolo ofrecer;

Ante ese niño a quien guías,
Y ante el Dios a quien adoras,
Comprarás las alegrías
Que embellecerán tus días,
Santificarán tus horas:

¡Que es el bien ante los dos
Germen de fortuna cierta!
¡De la caridad en pos,
Ángeles abren la puerta
Que nos conduce hasta Dios!

¡Oh! sí, toca a este siglo, toca a España
Borrar tan fea mancha de su nombre;
No conserva ¡oh rubor! nación extraña
La inicua ley de esclavitud del hombre.

Atentas sólo al nacional decoro,
Delitos del error todas suspenden;
Y en más teniendo la razón que el oro,
Al hombre ni le compran ni le venden.

¡Y España, la que supo poderosa
Lograr, cual nunca de su honor avara,
En este siglo tanta acción gloriosa,
Tal borrón ella sola conservara!

¡No, jamás! Es hidalga y es clemente;
Justicia, rectitud y amor proclama,
Y dará protección al inocente
Aumentando los timbres de su fama.

Ella sabe tender su noble mano
Al que afligido su piedad implora,
Y socorriendo al débil y al anciano,
Dar madre al niño que a la suya llora;

Y levantar con entusiasta anhelo
Monumentos de ciencias y de gloria,
Que, descorriendo a su grandeza el velo,
Hacen al par eterna su memoria.

Sí, que los años pasan, las edades
Se borran y los siglos se suceden;
Mas los hechos que ensalzan las ciudades
Los años pasan y borrar no pueden.

Por eso este período de su gloria
Pasará a las edades venideras:
Ella supo trazar su propia historia
En páginas brillantes, duraderas.

Dicen unas en piedra: Arquitectura;
Otras en bronce dicen: A la ciencia;
Otras en ríos de oro: Agricultura;
Otras con santo amor: Beneficencia.

Ésta sólo, legítima victoria
Ante los buenos y ante Dios alcanza:
La ciencia y el valer nos da la gloria!
La caridad al cielo el alma lanza!

Nunca mayor la concibió el anhelo
Que al hombre dar la libertad hermosa;
Hecho noble que honor dará a este suelo
Y el contento a toda alma generosa.

Que salvar tristes víctimas sin cuento
Es honra y prez del corazón cristiano,
Del corazón, que a su doctrina atento,
Al hombre llama prójimo y hermano.

La mujer, ese ser dulce y piadoso
Que con llanto consuela, sufre y reza,
Y cuyo eco sentido y cariñoso
Vencer logra del hombre la entereza,

Llore y suplique porque santa aurora
Luzca de libertad para el esclavo…
Qué no consigue la mujer que llora!
Qué no alcanzan sus súplicas al cabo!

Legítima y cumplida recompensa
En sí hallará de acción tan generosa,
Y le darán felicidad intensa
La gratitud del hijo y de la esposa.

Y un más allá que excede a todo anhelo
Le espera en mundo de eternal ventura:
A los buenos su bien los guarda el cielo!
La piedad nos conduce hasta el altura!

Que quiso Dios el alma pecadora
Guiar hasta su trono soberano,
Y escribió, como enseña protectora
Sobre la senda, CARIDAD, su mano!



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