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No sé por qué he vivido tanto tiempo…

[Poema - Texto completo.]

Claudio Rodríguez

No sé por qué he vivido tanto tiempo.
No me voy como huido
porque ahora estoy junto a los de mi mesa.
Es el agua, es el agua, la energía
y la velocidad del cierzo oscuro
con un latido amanecido en lumbre,
y la erosión, la sedimentación,
el limo ocre con arcilla fina
mientras llega la noche y su color,
en la medida luminosa, rápido
entra en el suelo,
en horizontes de la roca madre
y se hace casi azul,
verde claro y caliente
como de valle en música.
Es la disolución, la oxidación,
el milagro olvidado
cuando un copo de nieve quemó un cáliz
y la pobreza de la hoja nocturna,
y los cimientos y los manantiales,
la corrosión en plena
adivinación
y la aniquilación en plena creación,
entre delirio y ciencia.
El campo llano, con vertiente suave,
valiente en viñas…
Cómo el sol entra en la uva
y se estremece, se hace luz en ella,
y se maduran y se desamparan,
se dan belleza y se abren
a su muerte futura…
¡Si está claro
antes de amanecer!
El esqueleto entre la cal y el sílice
y la ceniza de la cobardía,
la servidumbre de la carne en voz,
en el ala,
del hueso que está a punto de ser flauta,
y el cerebro de ser panal o mimbre
junto a los violines del gusano,
la melodía en flor de la carcoma,
el pétalo roído y cristalino,
el diente de oro en el osario vivo,
y las olas y el viento
con el incienso de la marejada
y la salinidad de alta marea,
la liturgia abisal del cuerpo en la hora
de la supremacía de un destello,
de una bóveda en llama sin espacio
con la putrefacción que es amor puro,
donde la muerte ya no tiene nombre…
Es el último aire. ¡Ovarios lúcidos!
¿Y se oye al ruiseñor?
¿Dónde la cepa nueva,
dónde el fermento trémulo
de la meditación,
lejos del pensamiento en vano, de la vida
que nunca hay que esperar
sino estar en sazón
de recibir, de hijos
a hijos, en la aurora
del polen?



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