Ustedes, hermanos míos,
pobres hombres, cercanos o alejados;
ustedes, que a la luz de las farolas
sueñan con un consuelo para sus penas;
ustedes, silentes, que unen las manos,
orando, renunciando, sufriendo
en las pálidas noches estrelladas;
ustedes, que padecen o permanecen despiertos,
navegantes sin astros ni ventura,
rebaño errante sin cobijo,
extraños y, sin embargo, mis hermanos,
¡devuélvanme el saludo que les ofrezco!