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Notas sobre José Lezama Lima


Pedro Lastra

Este cuestionario me fue enviado por un periódico santiaguino con motivo de cumplirse el centenario del nacimiento de José Lezama Lima el año 2010.

No guardo registro del diario de donde vino ese mensaje y tampoco del nombre de quien formulaba las tres preguntas que respondí, porque me parece que había una o dos más. Lo que sí recuerdo bien es que de mis notas solo aparecieron cuatro o cinco líneas entre las de varios escritores entrevistados.

Me apresuro a reconocer que mis respuestas debieron parecer excesivas para el propósito periodístico de informar sobre ese significativo aniversario. En efecto lo son, y su lugar no era, por cierto, una página de diario, sino las de una revista literaria.

Conservé entre mis papeles las tres preguntas que consideré más interesantes y motivadoras. Son las que ahora me dispongo a publicar porque resumen convicciones personales expuestas a menudo ante estudiantes y compañeros de oficio, que no siempre las han compartido.

—¿Qué imágenes tiene Ud. de José Lezama Lima?

—Para mí, Lezama Lima es un bosque en el que uno se interna a riesgo de perderse o de salir convertido en un iluminado. Admito que yo me perdí en ese bosque, pero del cual regresé con la buena impresión de algunos claros alcanzados por una luz estimulante. Esto quiere decir que con Lezama Lima me encuentro a medio camino entre el extravío y las vislumbres parciales. Pero tanto para fervorosos como para extraviados se trata de un escritor que no nos deja indiferentes.

—Ud. participó en la edición chilena de La expresión americana, acaso la única edición nacional del poeta. ¿Qué recuerdos tiene de esa labor desempeñada en la Editorial Universitaria en los años 69 y 70? ¿Cómo surge la inquietud por tener ese libro en Chile?

—En efecto, en la Editorial Universitaria publicamos La expresión americana a comienzos de 1969. Yo dirigía allí la Colección “Letras de América” desde 1967, y el libro de Lezama Lima fue el número 15 de la Colección.

Aunque ese libro se había publicado en Cuba en 1957, era escasamente conocido en Chile, y a mí me había interesado mucho, especialmente por el ensayo “La curiosidad barroca”: un texto de gran poder de incitación, que no he dejado de frecuentar. Puedo decirle que ese libro es el que más aprecio de Lezama Lima.

Tengo los mejores recuerdos de mi labor en la Editorial Universitaria: esos años (de 1967 a 1973) fueron extraordinariamente estimulantes para mí, en el más pleno sentido intelectual y creativo. Alcanzamos a publicar 53 libros en “Letras de América”, aparte de los que se editaban en otras colecciones de la serie Cormorán. Sin duda Eduardo Castro, con quien trabajé tan de cerca, ha de recordar esos años con parecido fervor. No fue el único libro de Lezama publicado en Chile. Editorial Orbe publicó Tratados en La Habana, y creo que algún otro volumen de ensayos.

—¿Llegaron a conocerse con José Lezama Lima? Por lo menos se escribieron, ¿no? ¿Cómo recuerda al ser humano tras Paradiso?

—Nos conocimos en enero de 1966 en La Habana. Yo estuve allí como jurado del concurso de Casa de las Américas, y José Lezama Lima estaba siempre presente en las actividades que se realizaban casi a diario en ese lugar. Ese mismo mes, por invitación de algunos amigos de la Universidad, di una charla sobre poesía chilena actual (desde Nicanor Parra y Gonzalo Rojas a Enrique Lihn y Jorge Teillier), y para mi sorpresa y nerviosismo, al llegar encontré a Lezama Lima instalado en la primera fila de aquella sala. Al saludarlo le dije que nada nuevo iba a escuchar de mí, y me contestó que uno siempre aprendía de los demás. Recuerdo con gratitud ese momento, que él supo tratar con tanta gentileza. Al final de mi intervención hizo preguntas e insinuó relaciones muy pertinentes. Pocos días después me llevó al hotel un ejemplar de Dador, un libro de poesía que había publicado en 1960. Tuvimos varias otras oportunidades de diálogo.

Resumo ahora una opinión (o impresión) personal, desde luego porque no las hay de otra clase: no soy lector demasiado entusiasta de la obra de Lezama Lima. Su poesía —con excepción de Fragmentos a su imán— nunca me ha atraído ni poco ni mucho. Lo he leído con interés y con el mejor ánimo de que me pasara algo importante con lo suyo. Por las razones mencionadas al comienzo, diría que me hubiera gustado que me gustara; pero qué le vamos a hacer: me parece que no soy el lector adecuado para poemas que —también con excepciones— encuentro a menudo desmadejados y abundantes en gratuidades, como estas que leo en el poema titulado “El retrato ovalado” de Aventuras sigilosas (pág. 111 de su Poesía completa, La Habana, 1970), y que anoto sin comentarios:

La vaca se hace más egipcia al comerse su placenta, es delicioso escarbar en un plato sucio,
y se le entregan los retratos como la pianola en el naufragio.

Y más adelante:

Los atrevimientos formales son la alfombra de cera en una plancha roja que recibe
a la gota de agua como si fuese una gota de gallo raspada
por un espadón de piedra frotada. El principio formal babea.
El principio formal
¿tiene entrañas y escudo?
Su esencia es un embudo;
su forma, el calcañar.

Ya dentro, su saludo
escuece el hálito vital.
Cangrejo linajudo
le saca la raya al mar.

Etc. etc.…

O estos versos encontrados sin buscarlos en otro lugar:

Tus ojos están parados en dos pies
como los estirados caballos
y tu manera de dividir
las palabras como las migajas
que conservan la sustancia
después que la casa se la llevó el humo…

Cuando intentó el soneto, casi siempre se le perdía el ritmo de los endecasílabos. Pero su imaginación poderosa y su audacia expresiva tienen que contar mucho para sus lectores más fieles. Lo mismo digo de sus ensayos; La expresión americana es relectura para mí; otros ensayos no. Aportar las pruebas para justificar esa distancia llevaría mucho tiempo —que nada me anima a dedicar a eso—, pero creo que las hay.

Una de las realizaciones de Lezama Lima que admiro sin reservas son las revistas que creó y dirigió: en Orígenes, como en Espuela de Plata, hizo lo que muy pocos, antes ni después, en Hispanoamérica han logrado hacer: rigor, selección, amplitud literarias, son palabras que apenas le hacen justicia a esas tareas.

No releo hace tiempo las novelas, sin sentirme culpable por eso. Hablamos de un escritor que importa y no siempre un escritor que importa concita el fervor de todos.

FIN


Revista Mapocho, N° 79.
Primer semestre de 2016
Chile


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