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 «¡Allá!» se dijo, y extendiendo al aire 
Las gigantescas plumas, 
Con la mirada fija en los fulgores 
Que a través de las brumas 
Conducen en su vuelo a los cóndores, 
Subió asentando la atrevida garra 
Sobre la cumbre inmensa, 
Donde el mundo genésico concluye 
Y se levanta el mundo del que piensa; 
Sobre la blanca cima de esa roca 
Cuyas piedras de mármol y granito 
Se alzan, entre lo azul de lo infinito, 
De pedestal sublime al que las toca; 
Allí donde se encienden los tabores 
Con su grandiosa y santa refulgencia 
Al resonar del cántico que entona 
Con un grito de alarma la conciencia. 
* 
Subió, llegó, y al extender los ojos 
Sobre la turba de hombres 
Que germinaba de sus pies debajo, 
Anhelando mirar lo que es un pueblo 
Que marcha por la senda del trabajo, 
En vez de la ilusión de su utopía, 
Halló un pueblo de libres 
Envuelto del incienso entre el aroma 
Y enlazando a su cuello esa cadena 
Cuyo eslabón primero empieza en Roma; 
Halló la libertad aprisionada 
Entre los negros muros del convento, 
Y un más allá  de luto y de tinieblas 
Marcando el hasta aquí  del pensamiento; 
Al Dios-dulzura convertido en otro 
De sangre y venganza, 
Al Dios creador entrando en la pelea 
Con el rojo puñal de la matanza; 
Y gozando al murmullo de los salmos 
Y gozando al gemir de la agonía, 
Al Dios que sólo quiere en sus altares 
Los himnos del amor y la poesía. 
* 
Y «¡No!» dijo él, ardiendo 
En esa inspiración sencilla y santa 
Que hizo del vagabundo de Judea 
El muerto más sublime de los muertos 
En el martirologio de la idea; 
«Ya es tiempo de volver a su santuario 
El dulce amor de la familia humana, 
Sustituir el hogar al relicario, 
Sustituir la violeta al incensario, 
Y el trino del turpial a la campaña; 
Ya es tiempo de rasgar el negro abismo 
Que oculta la verdad a la existencia, 
Y cambiar por el Dios del fanatismo 
El Dios de la razón y la conciencia». 
Dijo, y abandonando las remotas 
Cumbres de la esperanza y de la vida, 
Bajó á la tierra entre las dulces notas 
De esa cantiga tierna y bendecida 
Cuya primera vibración se escucha 
Brotando de las arpas del delirio, 
Y la última en la lucha 
Con el ¡ay! estentóreo del martirio. 
* 
Bajó, y apóstol de la buena nueva, 
De la luz y el derecho, 
Su palabra de paz sonó en los aires 
Anunciando al Mesías 
Que el porvenir en su ilusión espera, 
Y de quien son augustas profecías 
Las protestas del mártir en la hoguera. 
Bajó, y envuelto entre el vapor espeso 
De los blancos perfumes conventuales 
El pueblo suyo, por el monje opreso. 
Escuchó la palabra de progreso 
Salida de sus labios inmortales; 
Y al buscar al apóstol atrevido 
Donde su airado grito resonara, 
Oyó el nombre de Dios… luego un gemido, 
El incienso quedó desvanecido… 
Y allí estaba el cadáver junto al ara. 
* 
La lucha fue un instante… 
Un instante no más, y aquel vidente, 
Misionero de luz entre los ciegos, 
Se hundió en la sombra y ocultó la frente. 
* 
Fue el cóndor que se lanza de las nubes 
Sobre el tigre feroz que le arrebata 
Los polluelos hermosos de su cría, 
Y que baja, se mece, 
Lucha, se aparta, vuelve, le provoca, 
Y en el punto de herirle se estremece 
Cayendo a agonizar sobre una roca. 
* 
Murió… Su apostolado 
Hizo temblar en su poder al fraile, 
Y el fraile en nombre de ese dios maldito 
Que vive entre la noche y lo encubierto, 
Armó su mano entre la niebla impía, 
Y después, al nacer del otro día, 
Halló el mundo… un patíbulo y un muerto. 
* 
Ese muerto allí está… dentro el sepulcro 
Cavado para ahogar en su silencio 
La gigante protesta de sus labios… 
Esqueleto sublime y majestuoso, 
Más grande y elocuente en el reposo 
De su lecho eternal y soberano, 
Que en medio de la grita atronadora 
Que alzara en su redor el Vaticano. 
Allí está… en ese túmulo sombrío 
Regado con el llanto de los libres… 
Santa reliquia que la edad presente 
Guarda de su cariño 
En el inmenso y dulce relicario, 
Como un recuerdo de tristeza y gloria, 
Que evoca del pasado en la memoria 
Su camino de sangre y su calvario. 
Allí está… murmurando una esperanza 
De miel y libertad para el futuro 
Precursor auroral de esa lumbrera 
Tanto soñada y esperada tanto, 
Y a cuya luz en hoy vienen tus hijos 
A arrullar tu dormir con sus canciones, 
A gemir en tu polvo, y a decirte 
Sus nobles y sentidas bendiciones. 
* 
¡Mártir, descansa ya de la tarea, 
Y duérmete en el lecho de perfumes 
Con que la gratitud cubre tu foso… 
Duérmete ya… mientras la fe y el templo 
Cuyo poder al cabo se derrumba, 
Vienen a despertarte, en su caída, 
De tu sueño inmortal bajo la tumba. 
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