¡Qué ardor hierve en mis venas! ¡Qué embriaguez! ¡Qué delicia! ¡Y en qué fragante aroma se inunda el alma mía!
Éste es de Amor un templo: doquier torno la vista mil gratas muestras hallo del numen que lo habita.
Aquí el luciente espejo y el tocador, do unidas con el placer las Gracias se esmeran en servirla,
y do esmaltada de oro la porcelana rica del lujo preparados perfumes mil le brinda,
coronando su adorno dos fieles tortolitas, que entreabiertos los picos se besan y acarician.
Allí plumas y flores, el prendido y la cinta que del cabello y frente vistosa en torno gira,
y el velo que los rayos con que sus ojos brillan, doblándoles la gracia, emboza y debilita.
Del cuello allí las perlas, y allá el corsé se mira y en él de su albo seno la huella peregrina.
¡Besadla, amantes labios…! ¡besadla…! Mas tendida la gasa que lo cubre mis ojos allí fija.
¡Oh, gasa…! ¡qué de veces…! El piano…Ven, querida, ven, llega, corre, vuela, y mi impaciencia alivia.
¡Oh! ¡cuánto en la tardanza padezco! ¡Cuál palpita mi seno! ¡En qué zozobras mi espíritu vacila!
En todo, en todo te halla mi ardor… Tu voz divina oigo feliz… Mi boca tu suave aliento aspira;
y el aura que te halaga con ala fugitiva, de tus encantos llena, me abraza y regocija.
Mas… ¿si serán sus pasos…? Sí, sí; la melodía ya de su labio oyendo, todo mi ser se agita.
Sigue en tus cantos, sigue; vuelve a sonar de Armida los amenazantes gritos, las mágicas caricias.
Trine armonioso el piano; y a mi rogar benigna, cual ella por su amante, tú así por mí delira.
Clama, amenaza, gime; y en quiebros y ansias rica, haz que ardan nuestros pechos en sus pasiones mismas,
que tú cual ella anheles ciega de amor y de ira y yo rendido y dócil tu altiva planta siga.
Y tú sostenme, ¡oh Venus! sostenme, que la vida entre éxtasis tan gratos débil sin ti peligra.
|