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 1 
No vayas al Leteo ni exprimas el morado 
acónito buscando su vino embriagador; 
no dejes que tu pálida frente sea besada 
por la noche, violácea uva de Proserpina. 
No hagas tu rosario con los frutos del tejo 
ni dejes que polilla o escarabajo sean 
tu alma plañidera, ni que el búho nocturno 
contemple los misterios de tu honda tristeza. 
Pues la sombra a la sombra regresa, somnolienta, 
y ahoga la vigilia angustiosa del espíritu. 
2 
Pero cuando el acceso de atroz melancolía 
se cierna repentino, cual nube desde el cielo 
que cuida de las flores combadas por el sol 
y que la verde colina desdibuja en su lluvia, 
enjuga tu tristeza en una rosa temprana 
o en el salino arco iris de la ola marina 
o en la hermosura esférica de las peonías; 
o, si tu amada expresa el motivo de su enfado, 
toma firme su mano, deja que en tanto truene 
y contempla, constante, sus ojos sin igual. 
3 
Con la Belleza habita, Belleza que es mortal. 
También con la alegría, cuya mano en sus labios 
siempre esboza un adiós; y con el placer doliente 
que en tanto la abeja liba se torna veneno. 
Pues en el mismo templo del Placer, con su velo 
tiene su soberano numen Melancolía, 
aunque lo pueda ver sólo aquel cuya ansiosa 
boca muerde la uva fatal de la alegría. 
Esa alma probará su tristísimo poder 
y entre sus neblinosos trofeos será expuesta. 
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