Haz que algo nos ocurra. Mira cómo hacia la vida temblamos. Y queremos alzarnos como un resplandor y una canción.
Querías ser como las otras, que en el frescor se visten, tímidas; tu alma quería que sus cantos cansados de muchacha, en seda florecieran hasta las lindes de la vida. Pero en lo hondo de lo enfermo tuyo, una fuerza osó echar pámpanos: brillaron soles, y se hundieron semillas, y lo volviste como el vino.
Y ahora estás tú, dulce y saciada como tarde, en nosotras todas; y sentimos cómo caemos y nos dejas sin brillo a todas…
Mira, son tan estrechos nuestros días, y temeroso el cuarto. de la noche; todas deseamos desmañadas, la rosa roja.
Debes sernos suave, María, florecemos desde la sangre, tú sola puedes sabe cómo el anhelo hace tanto daño;
tú misma has percibido este dolor de doncella en el alma; tiene un tacto como de nieve navideña pero está ardiendo…
De tantas cosas, nos quedó el sentido: precisamente de lo suave y tierno hemos sacado un poco de saber; como de un secreto jardín, como de un almohadón de seda, que se nos ha metido bajo el sueño, o de algo, que nos quiere con ternura desconcertante…
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