Casa digital del escritor Luis López Nieves


Recibe gratis un cuento clásico semanal por correo electrónico

Otello

[Teatro - Texto completo.]

William Shakespeare

DRAMATIS PERSONAE

 

OTELO, el moro [general al servicio de Venecia]

BRABANCIO, padre de Desdémona [senador de Venecia]

CASIO, honrado teniente [de Otelo]

YAGO, un malvado [alférez de Otelo]

RODRIGO, un caballero engañado

El DUX de Venecia

SENADORES [de Venecia]

MONTANO, gobernador de Chipre

CABALLEROS de Chipre

LUDOVICO noble veneciano [pariente de Brabanciol

GRACIANO noble veneciano [hermano de Brabancio]

MARINEROS

El GRACIOSO [criado de Otelo]

DESDÉMONA, esposa de Otelo [e hija de Brabitncio]

EMILIA, esposa de Yago

BIANCA, cortesana [amante de Casio]

[Mensajeros, guardias, heraldo, caballeros, músicos y acompañamiento]


LA TRAGEDIA DE OTELO,

EL MORO DE VENECIA

 

I.i Entran RODRIGO y YAGO.

 

RODRIGO

¡Calla, no sigas! Me disgusta muchísimo

que tú, Yago, que manejas mi bolsa

como si fuera tuya, no me lo hayas dicho.

YAGO

Voto a Dios, ¡si no me escuchas!

Aborréceme si yo he soñado

nada semejante.

RODRIGO

Me decías que le odiabas.

YAGO

Despréciame si es falso. Tres magnates

de Venecia se descubren ante él

y le piden que me nombre su teniente;

y te juro que menos no merezco,

que yo sé lo que valgo. Mas él, enamorado

de su propia majestad y de su verbo,

los evade con rodeos ampulosos

hinchados de términos marciales

y acaba denegándoles la súplica.

Les dice: «Ya he nombrado a mi oficial».

¿Y quién es el elegido?

Pardiez, todo un matemático

un tal Miguel Casio, un florentino

(casi condenado a mujercita),

que jamás puso una escuadra sobre el campo

ni sabe disponer un batallón

mejor que una hilandera … si no es con teoría

libresca, de la cual también saben hablar

los cónsules togados. Mera plática sin práctica

es toda su milicia. Mas le ha dado el puesto,

y a mí, a quien ha visto dar pruebas en Rodas,

en Chipre y en tierras cristianas y paganas,

me deja a la sombra y a la zaga

del debe y el haber. Y este sacacuentas

es, en buena hora, su teniente, y yo,

vaya por Dios, el alférez de Su Morería

RODRIGO

¡El colmo! Yo antes sería su verdugo.

YAGO

Pues ya lo ves. Son los gajes del soldado:

los ascensos se rigen por el libro y el afecto,

no según antigüedad, por la cual el segundo

siempre sucede al primero. Conque juzga

si tengo algún motivo para estar

a bien con el moro.

RODRIGO

Yo no le serviría.

YAGO

Pierde cuidado.

Le sirvo para servirme de él.

Ni todos podemos ser amos, ni a todos

los amos podemos fielmente servir.

Ahí tienes al criado humilde y reverente,

prendado de su propio servilismo,

que, como el burro de la casa, sólo vive

para el pienso; y de viejo, lo licencian.

¡Que lo cuelguen por honrado! Otros,

revestidos de aparente sumisión,

por dentro sólo cuidan de sí mismos

y, dando muestras de servicio a sus señores,

medran a su costa; hecha su jugada,

se sirven a sí mismos. En éstos sí que hay alma

y yo me cuento entre ellos.

Pues, tan verdad como que tú eres Rodrigo,

si yo fuera el moro, no habría ningún Yago.

Sirviéndole a él, me sirvo a mí mismo.

Dios sabe que no actúo por afecto ni obediencia

sino que aparento por mi propio interés.

Pues el día en que mis actos manifiesten

la índole y verdad de mi ánimo

en exterior correspondencia, ya verás

qué pronto llevo el corazón en la mano

para que piquen los bobos. Yo no soy el que soy

RODRIGO

Si todo le sale bien,

¡vaya suerte la del Morros!

YAGO

Llama al padre. Al moro

despiértalo, acósalo, envenena

su placer, denúncialo en las calles,

ponlo a mal con los parientes de ella,

y, si vive en un mundo delicioso,

inféstalo de moscas; si grande es su dicha,

inventa ocasiones de amargársela

y dejarla deslucida.

RODRIGO

Aquí vive el padre. Voy a dar voces.

YAGO

Tú grita en un tono de miedo y horror,

como cuando, en el descuido de la noche,

estalla un incendio en ciudad populosa.

RODRIGO

¡Eh, Brabancio! ¡Signor Brabancio, eh!

YAGO

¡Despertad! ¡Eh, Brabancio! ¡Ladrones, ladrones!

¡Cuidad de vuestra casa, vuestra hija

y vuestras bolsas! ¡Ladrones, ladrones!

 

BRABANCIO [se asoma] a una ventana

 

 

BRABANCIO

¿A qué se deben esos gritos de espanto?

¿Qué os trae aquí?

RODRIGO

Señor, ¿vuestra familia está en casa?

YAGO

¿Y las puertas bien cerradas?

BRABANCIO

¿Por qué lo preguntáis?

YAGO

¡Demonios, señor, que os roban! ¡Vamos, vestíos!

¡El corazón se os ha roto, se os ha partido el almal

Ahora, ahora, ahora mismo un viejo carnero negro

está montando a vuestra blanca ovejita.

¡Arriba! Despertad con las campanas

a los que duermen y roncan, si no queréis

que el diablo os haga abuelo. ¡Vamos, arriba!

BRABANCIO

¡Cómo! ¿Habéis perdido el juicio?

RODRIGO

Honorable señor, ¿me conocéis por la voz?

BRABANCIO

No. ¿Quién sois?

RODRIGO

Me llamo Rodrigo.

BRABANCIO

¡Mal hallado seas! Te he prohibido

que rondes mi casa; te he dicho

con toda claridad que para ti no es mi hija,

y ahora, frenético, lleno de comida

y bebidas embriagantes, vienes

de malévolo alboroto turbando mi reposo.

RODRIGO

Pero, señor…

BRABANCIO

No te quepa duda

de que mi ánimo y mi puesto tienen fuerza

para hacerte pagar esto.

RODRIGO

Calmaos, señor.

BRABANCIO

¿Qué me cuentas de robos? Estamos en Venecia;

yo no vivo en el campo.

RODRIGO

Muy respetable Brabancio, acudo a vos

con lealtad y buena fe.

YAGO

¡Voto al cielo! Sois de los que no sirven a Dios

porque lo manda el diablo. Venimos a ayudaros y

nos tratáis como salvajes. ¿Queréis que a vuestra

hija la cubra un caballo bereber y vuestros nietos os

relinchen? ¿Queréis tener jacos y rocines en lugar

de allegados y parientes?

BRABANCIO

¿Y quién eres tú, desvergonzado?

YAGO

Uno que viene a deciros que vuestra hija y el moro

están jugando a la bestia de dos espaldas.

BRABANCIO

¡Miserable!

YAGO

Y vos,senador.

BRABANCIO

Rodrigo, de esto me responderás.

RODRIGO

Y de cualquier cosa, señor. Mas atendedme

si por vuestro deseo y sabia decisión,

como en parte lo parece, vuestra bella hija,

a esta hora soñolienta de la noche,

no es llevada, sin otra custodia

que la de un gondolero de alquiler,

a los brazos groseros de un moro sensual…

Si todo esto lo sabéis y autorizáis,

llamadnos con razón atrevidos e insolentes.

Si no, faltáis a las buenas costumbres

con vuestra injusta condena. No penséis

que, adverso a las normas de cortesanía,

he venido a burlarme de Vuestra Excelencia

Lo repito: vuestra hija, si no le disteis

permiso, se rebela contra vos entregando

belleza, obediencia, razón y ventura

a un extranjero errátil y sin patria.

Comprobadlo vos mismo:

si está en su aposento o en la casa,

caiga sobre mí toda la justicia

por haberos engañado.

BRABANCIO

¡Encended lucesl ¡Traedme una vela!

¡Despertad a toda mi gente!

He soñado una desgracia como ésta

y me angustia pensar que es real.

¡Luces! ¡Luces!

YAGO

Adiós, te dejo. En mi puesto

no es prudente ni oportuno ser llamado

a declarar contra el moro y, si me quedo,

habré de hacerlo. Sé que el Estado,

aunque por esto le lea la cartilla,

no puede despedirle: le han confiado

con muy clara razón la guerra de Chipre,

que ya es inminente, pues, si quieren salvarse,

de su calibre no tienen a nadie

capaz de llevarla. Por todo lo cual,

aunque le odio como a las penas del infierno,

las necesidades del momento me obligan

a mostrar la enseña y bandera del afecto,

que no es sino apariencia. Si quieres encontrarle,

lleva la cuadrilla al Sagitario,

que allí estaré con él. Adiós.

 

 

Sale.

 

 

Entran BRABANCIO y criados con antorchas.

 

 

BRABANCIO

La desgracia era cierta. No está,

y el resto de mi vida miserable

será una amargura. -Dime, Rodrigo,

¿dónde la has visto? -¡Ah, desdichada!-

¿Dices que con el moro? -¡Ser padre para esto!-

¿Cómo sabes que era ella? -¡Quién lo iba a pensar!-

¿Qué te dijo? -¡Más luces! ¡Despertad a toda

mi familia! -¿Y crees que se han casado?

RODRIGO

Yo creo que sí.

BRABANCIO

¡Santo Dios! ¿Cómo salió? ¡Ah, sangre traidora!

Padres, desde ahora no os fiéis del corazón

de vuestras hijas por meras apariencias.

¿No hay encantamientos que puedan corromper

a muchachas inocentes? Rodrigo,

¿tú has leído algo de esto?

RODRIGO

Sí, señor, lo he leído.

BRABANCIO

¡Despertad a mi hermano! -¡Ojalá fuera tuya!-

Unos por un lado, otros por otro. -¿Sabes

dónde podemos capturarla con el moro?

RODRIGO

A él creo que puedo hallarle, si os hacéis

con una buena escolta y me seguís.

BRABANCIO

Pues abre la marcha. Llamaré en todas las casas;

me darán ayuda en muchas. -¡Armas!

¡Y traed a la guardia nocturna!-

Vamos, buen Rodrigo; serás recompensado.

 

 

Salen.

 

 

I.ii Entran OTELO, YAGO y criados con antorchas.

 

 

YAGO

Aunque he matado hombres en la guerra,

por principio de conciencia no puedo matar

con premeditación. Hay momentos

en que me estorban los escrúpulos. No sé

cuántas veces me han venido ganas

de hincárselo aquí, bajo el costillar.

OTELO

Más vale que no.

YAGO

Sí, pero él parloteaba y decía

palabras tan groseras e insultantes

contra vos que mi propia caridad

apenas me servía para sufrirlo.

Mas decidme, señor, ¿estáis ya casado?

Tened por cierto que el senador

es muy estimado, y la fuerza de su voto

puede doblar a la del Dux. Si no os descasa,

os impondrá cortapisas y castigos

con todo el campo libre que la ley

pueda dejar a un hombre de su mando.

OTELO

Que haga lo imposible.

Mis servicios a la Serenísima

acallarán sus protestas. Se ignora

(y pienso proclamarlo cuando sepa

que la jactancia es virtud)

que soy de regia cuna y que mis méritos

están a la par de la espléndida fortuna

que he alcanzado. Te aseguro, Yago,

que, si yo no quisiera a la noble Desdémona,

no expondría mi libre y exenta condición

a reclusiones ni límites por todos

los tesoros de la mar. ¿Qué luces son ésas?

YAGO

Es el padre con sus hombres.

Más vale que entréis.

OTELO

No. Que me encuentren. Mis prendas,

mi rango y la paz de mi conciencia

darán fe de mi persona. ¿Son ellos?

YAGO

Por Jano, creo que no.

 

 

Entran CASIO y guardias con antorchas.

 

 

OTELO

¡Servidores del Dux y mi teniente!

La noche os sea propicia, amigos.

¿Alguna novedad?

CASIO

El Dux os saluda, general,

y requiere vuestra pronta presencia;

inmediata si es posible.

OTELO

¿Conocéis el motivo?

CASIO

Parece ser que noticias de Chipre.

Algo apremiante: esta noche las galeras

enviaron a doce mensajeros, uno tras otro,

todos muy seguidos, y los cónsules

ya están levantados y reunidos con el Dux.

Os han convocado urgentemente.

Al no haberos hallado en vuestra casa,

el Senado envió en vuestra busca

a tres cuadrillas.

OTELO

Mejor si me habéis hallado vos.

He de hablar con alguien en la casa

e iré con vos sin más demora.

 

 

[Sale.]

 

 

CASIO

Alférez, ¿qué hace él aquí?

YAGO

Es que tomó al abordaje una nave de tierra;

si la presa es legal, ¡menuda fortuna!

CASIO

No entiendo.

YAGO

Se ha casado.

CASIO

¿Con quién?

 

 

[Entra OTELO.]

 

 

YAGO

Pues con… -¿Vamos, general?

OTELO

Vamos.

CASIO

Aquí viene otro grupo en vuestra busca.

 

 

Entran BRABANCIO, RODRIGO y guardias con antorchas y armas.

 

 

YAGO

Es Brabancio. En guardia, general,

que viene con malas intenciones.

OTELO

¡Alto!

RODRIGO

Señor, es el moro.

BRABANCIO

¡Ladrón! ¡Abajo con él!

YAGO

¿Tú, Rodrigo? Vamos, aquí me tienes.

OTELO

Envainad las espadas brillantes, que el rocío

va a oxidarlas. -Señor, dominaréis mucho más

con la edad que con las armas.

 

 

BRABANCIO

Infame ladrón, ¿dónde tienes a mi hija?

Estabas condenado y tenías que embrujarla.

Lo someto al dictamen de los cuerdos:

si no la encadena la magia, no se entiende

que muchacha tan dulce, gentil y dichosa,

tan adversa al matrimonio que rehusó

a nuestros favoritos más ricos y galanos,

se exponga a la pública irrisión, abandonando

su tutela para caer en el pecho tiznado

de un ser como tú que asusta y repugna.

Que el mundo me juzgue si no es manifiesto

que lanzaste contra ella tus viles hechizos,

corrompiendo su tierna juventud

con pócimas y filtros que embotan los sentidos.

Haré que lo examinen: se puede probar,

es verosímil. Así que te detengo

por ser un corruptor, un oficiante

de artes clandestinas y proscritas.

¡Prendedle! Si se resiste,

reducidle por la fuerza.

OTELO

¡Quietos todos, los de mi bando y los demás!

Si mi papel me exigiese pelear,

no habría necesitado apuntador.

¿Dónde queréis que responda a vuestros cargos?

BRABANCIO

En la cárcel, hasta que seas llamado

cuando lo disponga la ley y la justicia.

OTELO

Y, si obedezco, ¿cómo voy

a complacer al Dux, que me ha hecho

llamar por medio de estos mensajeros

para un asunto perentorio del Estado?

GUARDIA

Es cierto, Excelencia. El Dux

convocó al consejo, y me consta

que os mandó llamar.

BRABANCIO

¡Cómo! ¿Que convocó al consejo?

¿A estas horas de la noche? -Llevadle allá.

Mi asunto no es vano. El Dux mismo

y cualquiera de los otros senadores

sentirán este ultraje como suyo.

Si actos semejantes tienen paso franco,

pronto mandarán los infieles y esclavos.

 

 

Salen.

 

 

I.iii El Dux y los SENADORES sentados alrededor de

una mesa; antorchas y guardias.

 

 

DUX

Las noticias no concuerdan

y no podemos darles crédito.

 

 

SENADOR 1.0

Son contradictorias.

Mi carta dice ciento siete galeras.

DUX

La mía, ciento cuarenta.

SENADOR 2.0

Y la mía, doscientas. Sin embargo,

aunque no haya coincidencia de número

(pues en casos de cálculo suele haber

diferencias), todas ellas hablan

de una escuadra turca con rumbo a Chipre.

DUX

Sí, bien mirado es muy posible.

Las diferencias no me tranquilizan

y lo esencial me parece preocupante.

MARINERO [desde dentro]

¡Eh-eh! ¡Eh-eh! ¡Eh-eh!

 

 

Entra.

 

 

GUARDIA

Mensajero procedente de las naves.

DUX

¿Hay noticias?

MARINERO

La escuadra turca se dirige a Rodas.

Tal es el mensaje que me dio para el Senado

el signor Angelo.

DUX

¿Qué opináis de este cambio?

SENADOR 1.0

No es posible; carece de sentido.

Es un señuelo para burlar ruestra atención.

Consideremos la importancia de Chipre

para el turco y entendamos que le importa

más que Rodas, pues el turco

puede conquistarla en fácil combate:

ni está en condiciones de luchar,

ni tiene las defensas que protegen

a Rodas. Reparando en todo esto

no vayamos a pensar que el turco

sea tan torpe que aplace hasta el final

lo que desea al principio, abandonando

una conquista realizable y ventajosa

por el riesgo de un ataque sin provecho.

DUX

No, seguro que a Rodas no van.

GUARDIA

Aquí hay más noticias.

 

 

Entra un MENSAJERO.

 

 

MENSAJERO

Ilustres y honorables señores,

la escuadra turca que navegaba hacia Rodas

se ha unido a otra escuadra.

SENADOR 1.0

Me lo temía. ¿Cuántas naves hay?

MENSAJERO

Unas treinta, pero ahora han invertido

el rumbo, y abiertamente se dirigen

hacia Chipre. El signor Montano,

vuestro fiel y valiente servidor,

os comunica solícitamente la noticia

y os ruega que le deis crédito.

DUX

A Chipre, no hay duda.

¿Está en la ciudad Marcos Luccicos?

SENADOR 1.0

Está en Florencia.

DUX

Escribidle de mi parte, y que venga

a toda prisa.

SENADOR 1.0

Aquí vienen Brabancio y el valiente moro.

 

 

Entran BRABANCIO, OTELO, CASIO, YAGO, RODRIGO y guardias.

 

 

DUX

Valiente Otelo, debéis disponeros de inmediato

a luchar contra nuestro enemigo el otomano.

[A BRABANCIO] No os había visto. Bienvenido, señor.

Echaba de menos vuestro consejo y apoyo.

BRABANCIO

Y yo el vuestro. Alteza, perdonadme:

no me he levantado por mi cargo

ni por ninguna ocupación, y no es el bien común

lo que me inquieta, pues mi dolor personal

es tan desbordante y tan violento

que absorbe y devora otros pesares

y, sin embargo, sigue igual.

DUX

Pues, ¿qué ocurre?

BRABANCIO

¡Mi hija! ¡Ay, mi hija!

SENADORES

¿Ha muerto?

BRABANCIO

Para mí, sí.

La han seducido, raptado y corrompido

con hechizos y pócimas de charlatán,

pues sin brujería la naturaleza,

que no es torpe, ciega, ni insensata,

no podría torcerse de modo tan absurdo.

DUX

Quienquiera que por medios tan infames

haya hecho que se pierda vuestra hija

y que vos la hayáis perdido, será reo

de la pena más grave que vos mismo

leáis en el libro inexorable de la ley,

aunque fuera hijo mío el acusado.

BRABANCIO

Con humildad os lo agradezco.

Éste es el culpable, este moro, a quien

al parecer, habéis hecho venir expresamente

por asuntos de Estado.

TODOS [Los SENADORES]

Es muy lamentable.

Dux [a OTELO]

Y, por vuestra parte, ¿qué decís a esto?

BRABANCIO

Nada que pueda desmentirlo.

OTELO

Muy graves, poderosas y honorables Señorías,

mis nobles y estimados superiores:

es verdad que me he llevado a la hija

de este anciano, y verdad que ya es mi esposa.

Tal es la envergadura de mi ofensa;

más no alcanza. Soy tosco de palabra

y no me adorna la elocuencia de la paz,

pues, desde mi vigor de siete años

hasta hace nueve lunas, estos brazos

prestaron sus mayores servicios en campaña,

y lo poco que sé del ancho mundo

concierne a gestas de armas y combates;

así que mal podría engalanar mi causa

si yo la defendiese. Mas, con vuestra venia,

referiré, llanamente y sin ornato,

la historia de mi amor: con qué pócimas,

hechizos, encantamientos o magia poderosa

(pues de tales acciones se me acusa)

a su hija he conquistado.

BRABANCIO

Una muchacha comedida, de espíritu

tan plácido y sereno que sus propios

impulsos la turbaban, ¿cómo puede

negar naturaleza, edad, cuna, honra, todo,

y enamorarse de un semblante que temía?

Sólo un juicio enfermo e imperfecto

admitiría que semejante imperfección

obrara así contra las leyes naturales;

luego hay que buscar la causa del error

en las artes del diablo. Por tanto, afirmo

una vez más que él ha actuado sobre ella

con brebajes que excitan el deseo

o filtros embrujados a propósito.

DUX

Afirmar nada demuestra, si no aportáis

pruebas más sólidas y claras

que los débiles indicios y ropajes

de las simples apariencias.

SENADOR 1.0

Hablad, Otelo. ¿Habéis subyugado

y corrompido el sentimiento de su hija

con astucia o por la fuerza? ¿O han sido

los ruegos y palabras gentiles,

de corazón a corazón?

OTELO

Os lo suplico, que vaya alguno al Sagitario

a recoger a la dama, y que ella hable de mí

ante su padre. Si me acusara en su relato,

privadme de cargo y confianza,

y sentenciad mi propia vida.

DUX

Traed a Desdémona.

OTELO

Alférez, guíalos. Tú conoces el lugar.

 

 

Salen [YAGO y] dos o tres.

 

 

Mientras tanto, con la misma verdad

con que al cielo confieso mis pecados,

expondré a vuestros graves oídos la manera

como alcancé el amor de esta bella dama

y ella el mío.

DUX

Contadla, Otelo.

OTELO

Su padre me quería, y me invitaba,

curioso por saber la historia de mi vida

año por año; las batallas, asedios

y accidentes que he pasado. Yo se la conté,

desde mi infancia hasta el momento

en que quiso conocerla. Le hablé

de grandes infortunios, de lances

peligrosos en mares y en campaña;

de cómo en la brecha amenazante

logré salvarme de milagro; de cómo

me apresó el orgulloso enemigo

y me vendió como esclavo; de mi rescate

y el curso de mi vida de viajero:

entonces pude hablarle de anchas grutas

y áridos desiertos, riscos, peñas y montañas

cuyas cimas tocan cielo; de los caníbales

que se comen entre sí, los antropófagos,

y seres con la cara por debajo de los hombros

Desdémona ponía toda su atención,

pero la reclamaban los quehaceres

de la casa; ella los cumplía presurosa

y, con ávidos oídos, volvía

para sorber mis palabras. Yo lo advertí,

busqué ocasión propicia y hallé el modo

de sacarle un ruego muy sentido:

que yo le refiriese por extenso

mi vida azarosa, que no había podido

oír entera y de continuo. Accedí,

y a veces le arranqué más de una lágrima

hablándole de alguna desventura

que sufrió mi juventud. Contada ya la historia,

me pagó con un mundo de suspiros:

juró que era admirable y portentosa,

y que era muy conmovedora; que ojalá

no la hubiera oído, mas que ojalá

Dios la hubiera hecho un hombre como yo.

Me dio las gracias y me dijo que si algún

amigo mío la quería, le enseñase

a contar mi historia, que con eso podía

enamorarla. A esta sugerencia respondí

que, si ella me quería por mis peligros,

yo a ella la quería por su lástima.

Esta ha sido mi sola brujeria.

Aquí llega la dama; que ella lo atestigüe.

 

 

Entran DESDÉMONA, YAGO y acompañamiento.

 

 

DUX

Esa historia también conquistaría

a mi hija. -Buen Brabancio,

tomad el lado bueno de lo malo.

Más vale tener las armas rotas

que las manos vacías.

BRABANCIO

Escuchadla, os lo suplico. Si confiesa

que ella también le cortejó,

caiga sobre mí la maldición por acusar

a este hombre. -Ven, gentil dama.

¿A quién de esta noble asamblea

debes mayor obediencia?

DESDÉMONA

Noble padre, mi obediencia se halla dividida.

A vos debo mi vida y mi crianza,

y vida y crianza me han enseñado

a respetaros. Sois señor de la obediencia

que os debía como hija. Mas aquí está mi esposo,

y afirmo que debo a Otelo mi señor

el mismo acatamiento que mi madre

os tributó al preferiros a su padre.

BRABANCIO

¡Queda con Dios! He terminado. -Y ahora,

con la venia, a los asuntos de Estado:

mejor adoptar hijos que engendrarlos.-

Ven aquí, moro: de todo corazón

te doy lo que, si no tuvieras ya,

de todo corazón te negaría.

En cuanto a ti, mi alma, me alegra

no tener más hijos, pues tu fuga

me enseñaría a ser tirano y sujetarlos

con cadenas. -He dicho, señor.

DUX

Dejad que hable por vos y emita un juicio

que, cual peldaño, permita a estos amantes

ascender en vuestra estima:

No habiendo remedio, las penas acaban

al vernos ya libres de todas las ansias.

Llorar la desdicha que no tiene cura

agrava sin falta la mala fortuna.

Si quiso el destino que algo perdieses,

quedar resignado el golpe devuelve.

Si al robo sonríes, robas al ladrón:

te robas si lloras un vano dolor.

BRABANCIO

Dejad que los turcos sin Chipre nos dejen:

mientras sonriamos, ya nada se pierde.

Acoge ese juicio quien sólo se lleva

el grato consejo que se le dispensa;

mas lleva ese juicio y también el dolor

quien ha de añadirle la resignación.

Pues estas sentencias, al ser tantas veces

dulces como amargas, son ambivalentes.

Sólo son palabras, y nunca se oyó

que por el oído sane el corazón.

Os lo ruego, tratemos los asuntos de Estado.

DUX

Los turcos se dirigen a Chipre con una escuadra potente. Otelo, conocéis muy bien la fuerza del lugar; y, aunque tenemos allá un delegado de probada competencia, la opinión, esa gran reguladora de los hechos, estima que sois el más seguro. Habréis de aveniros a empañar vuestra nueva fortuna en empresa tan áspera y violenta.

OTELO

Ilustres senadores, la tirana costumbre

ha cambiado mi cama guerrera de piedra y acero

en lecho de finísimo plumón. Declaro

una viva y natural prontitud

para toda aspereza y asumo esta guerra

contra el otomano. Por tanto, solicito,

con humilde inclinación ante el Senado,

disposiciones adecuadas a mi esposa

y asignación de fondos, aposento

y servicio y compañía

propios de su cuna y condición.

DUX

Si os parece, la casa de su padre.

BRABANCIO

No lo permitiré.

OTELO

Ni yo.

DESDÉMONA

Tampoco quiero yo vivir con él

si mi presencia encona su ánimo.-

Clementísimo Dux, prestad benigna atención

a mis palabras y dad consentimiento

a lo que os pide mi ignorancia.

DUX

¿Qué deseáis, Desdémona?

DESDÉMONA

Que quiero a Otelo y con él quiero vivir

mi osadía y riesgos de fortuna

al mundo lo proclaman.

Me rendí a la condición de mi señor.

He visto el rostro de Otelo en su alma,

y a sus honores y virtudes marciales

consagré mi ser y mi suerte.

Queridos señores, si me quedo

en la holganza de la paz y él se va a la guerra,

seré privada de los ritos amorosos

y en su ausencia habré de soportar

un intervalo de tristeza. Dejadme ir con él.

OTELO

Dad consentimiento. Pongo al cielo

por testigo de que no lo demando

por saciar el paladar de mi apetito,

ni entregarme a pasiones juveniles

a que tengo derecho libremente,

sino por complacerla en sus deseos.

Y no penséis (no lo quiera el cielo)

que voy a descuidar vuestra magna empresa

cuando ella esté conmigo. No: si las niñerías

del alado Cupido ciegan de placer

mis órganos activos y mentales

y el deleite corrompe y empaña mi deber,

¡que mi yelmo se vuelva una cazuela

y todas las vilezas y ruindades

se armen contra mi dignidad!

DUX

Sea lo que ambos decidáis: puede irse

o quedarse. Mas la situación es apremiante

y exige urgencia.

SENADOR 1.0 [a OTELO]

Saldréis esta noche.

DESDÉMONA

¿Esta noche?

DUX

Esta noche.

OTELO

Con toda el alma.

DUX

A las nueve volvemos a reunirnos.

Otelo, dejad aquí un encargado:

él os llevará nuestras órdenes

y todo lo esencial y pertinente

que os competa.

OTELO

Mi alférez, si complace a Vuestra Alteza:

es hombre de bien y de plena confianza.

La conducción de mi esposa le encomiendo

y cuanto Vuestra Alteza

estime necesario remitirme.

DUX

Así sea. Buenas noches a todos.

[A BRABANCIO] Mi noble señor,

si clara es la virtud, vuestro yerno

no puede ser más blanco, siendo negro.

SENADOR 1.0

Adiós, valiente Otelo; portaos bien con ella.

BRABANCIO

Con ella, moro, siempre vigilante:

si a su padre engañó, puede engañarte.

 

 

Salen [el Dux, BRABANCIO, CASIO SENADORES y acompañamiento].

 

 

OTELO

¡Mi vida por su fidelidad! -Honrado Yago,

he de confiarte a mi Desdémona.

Te ruego que tu esposa la acompañe;

luego llévalas en la mejor ocasión.

Vamos, Desdémona, sólo nos queda una hora

para amores, asuntos e instrucciones.

El tiempo manda.

 

 

Salen OTELO y DESDÉMONA.

 

 

RODRIGO

¡Yago!

YAGO

¿Qué quieres tú, noble alma?

RODRIGO

¿Qué crees que voy a hacer?

YAGO

Acostarte y dormir.

RODRIGO

Pues ahora mismo voy a ahogarme.

YAGO

Como hagas eso, ya no te querré. ¿Por qué, mi bobo caballero?

RODRIGO

De bobos es vivir si la vida es un suplicio, y morir significa prescripción si la muerte es nuestro médico.

YAGO

¡Ah, desdichado! Hace cuatro veces siete años que veo este mundo

, y desde que supe distinguir entre daño y beneficio, aún no he conocido a quien sepa amarse a sí mismo. Antes de pensar en ahogarme por el amor de una zorra, preferiría convertirme en mico.

RODRIGO

¿Y qué puedo hacer? Me avergüenza enamorarme como un tonto, mas no tengo la virtud de remediarlo.

YAGO

¿Virtud? ¡Una higa! Ser de tal o cual manera depende de nosotros. Nuestro cuerpo es un jardín y nuestra voluntad, la jardinera. Ya sea plantando ortigas o sembrando lechugas, plantando hisopo y arrancando tomillo, llenándolo de una especie de hierba o de muchas distintas, dejándolo yermo por desidia o cultivándolo con celo, el poder y autoridad para cambiarlo está en la voluntad. Si en la balanza de la vida la razón no equilibrase nuestra sensualidad, el ardor y la bajeza de nuestros instintos nos llevarían a extremos aberrantes. Mas la razón enfría impulsos violentos, apetitos carnales, pasiones sin freno. Por eso, lo que tú llamas amor, a mí no me parece más que un brote o un vástago.

RODRIGO

No es posible.

YAGO

Simplemente ardor de la sangre y concesión de la voluntad. Vamos, sé hombre. ¿Ahogarte? Ahoga gatos y cachorros ciegos. Te he asegurado mi amistad y me declaro ligado a tus méritos con cuerdas de perenne firmeza. Nunca como ahora podría serte útil. Tú mete dinero en tu bolsa, vente a la guerra, cámbiate esa cara con una barba postiza. Repito: mete dinero en tu bolsa. Verás cómo Desdémona no sigue queriendo al moro mucho tiempo -mete dinero en tu bolsa-, ni él a ella. Tuvo un principio violento y tendrá pareja conclusión -mete dinero en tu bolsa. Estos moros son muy veleidosos -mete dinero en tu bolsa. La comida que ahora le sabe más deleitosa que la fruta pronto le sabrá más amarga que el acíbar. Ella querrá otro más joven: cuando se haya saciado con su cuerpo, se dará cuenta de su error. Conque mete dinero en tu bolsa. Y si a la fuerza quieres condenarte, no te ahogues: busca una manera más suave. Junta todo el dinero que puedas. Si mi ingenio y toda la caterva del diablo no pueden más que la santidad de un frágil juramento entre un bárbaro errabundo y una veneciana archiexquisita, tú la gozarás; conque junta dinero. Y nada de ahogarte; está fuera de lugar. Antes ahorcado por lograr tu gusto que ahogado sin gozarla.

RODRIGO

¿Apoyarás mis deseos si confío en el resultado?

YAGO

Cuenta conmigo. Tú junta dinero. Te lo he dicho y te lo diré una y mil veces: odio al moro. Lo llevo muy dentro, y a ti razones no te faltan. Unámonos en la venganza. Si le pones los cuernos, tú te das el gusto y a mí me das la fiesta. El vientre del tiempo guarda muchos sucesos que pronto verán la luz. ¡En marcha! Anda, búscate dinero. Mañana seguimos hablando. Adiós.

RODRIGO

¿Dónde nos vemos mañana?

YAGO

En mi casa.

RODRIGO

Iré temprano.

YAGO

Bueno, adiós. Oye, Rodrigo.

RODRIGO

¿Qué quieres?

YAGO

Nada de ahogarte, ¿eh?

RODRIGO

Me has convencido.

YAGO

Bueno, adiós. Mete mucho dinero en tu bolsa.

RODRIGO

Venderé todas mis tierras.

 

 

Sale.

 

 

YAGO

Así es como el pagano me sirve de bolsa,

pues deshonraría todo mi saber

pasando el tiempo con memo semejante

sin placer ni provecho. Odio al moro,

y dicen que en la cama

me ha robado el sitio. No sé si es verdad,

mas para mí una sospecha de este orden

vale por un hecho. El me aprecia:

mejor resultará el plan que le preparo.

Casio es gallardo. A ver…

Quitarle el puesto y coronar mi voluntad

con doble trampa. A ver cómo… A ver…

Después de un tiempo, susurrando a Otelo

que Casio se toma confianzas con su esposa:

presencia no le falta, ni modales;

se presta a la sospecha, invita al adulterio.

El moro es de carácter noble y franco;

cree que es honrado todo aquel que lo parece

y buenamente dejará

que le lleven del hocico como a un burro.

Ya está, lo concebí. La noche y el infierno

asistirán al parto de mi engendro.

 

 

Sale.

 

 

II.i Entran MONTANO y dos CABALLEROS.

 

 

MONTANO

¿Qué se divisa en la mar desde el cabo?

CABALLERO 1.0

Nada, con tan fiero oleaje.

Entre el cielo y el océano

no distingo ningún barco.

MONTANO

En tierra el viento ha soplado muy recio;

galerna tan ruda jamás sacudió las almenas.

Si así se ha embravecido mar adentro,

¿qué cuadernas de roble podrán seguir juntas

cuando las baten las aguas? ¿Qué puede ocurrir?

CABALLERO 2.0

Que la escuadra otomana se disperse.

Mirad desde la orilla espumeante:

las olas se rompen y azotan las nubes;

la mar encrespada, de gigantes melenas,

parece lanzarse contra la Osa brillante

y apagar las guardas de la Estrella Polar.

Jamás vi tumulto semejante en una borrasca.

MONTANO

Si la escuadra turca no se halla

protegida y resguardada, se hundirá.

No pueden resistir.

 

 

Entra un tercer CABALLERO.

 

 

CABALLERO 3.0

¡Noticias, amigos! El fin de la guerra.

La fiera tormenta ha alcanzado de tal modo

a los turcos que su plan ha fallado.

Un regio navío de Venecia presenció

el naufragio y la ruina del grueso de la flota.

MONTANO

¿Qué? ¿Es verdad?

CABALLERO 3.0

La nave, una veronesa, ya ha atracado.

Miguel Casio, teniente del intrépido moro,

ya está en tierra. Otelo aún navega

y viene hacia Chipre con plenos poderes.

UONTANO

Me alegro. Es buen gobernador.

CABALLERO 3.0

Pero a Casio, aunque le alivia la derrota

de los turcos, le inquieta la suerte de Otelo

y reza por él, pues quedaron separados

por el fiero temporal.

MONTANO

Quiera Dios que se salve: estuve a sus órdenes,

y en el mando es todo un soldado.

Vamos al puerto, no sólo por ver

la nave arribada, sino además

por buscar en el horizonte al bravo Otelo,

hasta que no distingamos

entre cielo y océano.

CABALLERO 3.0

Muy bien, vamos, pues cada minuto

nos hace esperar una nueva llegada.

 

 

Entra CASIO.

 

 

CASIO

Os agradezco, valientes moradores

de esta isla, que honréis a Otelo.

El cielo le proteja de los elementos,

pues yo le perdí en un mar peligroso.

MONTANO

¿Es fuerte su nave?

CASIO

Muy bien construida, y el piloto,

hábil y muy afamado,

así que mi esperanza, que no sufre excesos,

goza de salud.

VOCES [desde dentro]

¡Barco a la vista!

 

 

Entra un MENSAJERO.

 

 

CASIO

¿Qué voces son ésas?

MENSAJERO

La ciudad está desierta. La gente se agolpa

en las rocas gritando: «¡Barco a la vista!».

CASIO

Mi esperanza apunta al gobernador.

 

 

Cañonazo.

 

 

CABALLERO 2.0

Una salva de cañón. Son amigos.

CASIO

Os lo ruego, señor. Id allá

y averiguad quién ha llegado.

CABALLERO 2.0

Al momento.

 

 

Sale.

 

 

MONTANO

Decidme, teniente, ¿se ha casado el general?

CASIO

Con inmensa fortuna: logró una muchacha

que excede alabanzas y fama hiperbólica,

supera el floreo de la pluma elogiosa

y, en pura belleza creada,

fatiga el ingenio.

 

 

Entra el segundo CABALLERO.

 

 

¿Qué hay? ¿Quién llega?

CABALLERO 2.0

Un tal Yago, alférez del general.

CASIO

Ha tenido pronta y feliz travesía.

Tormentas, altas olas y vientos rugientes,

rocas hendidas y bancos de arena,

pérfidos escollos que atrapan la quilla inocente,

cual dotados de un sentido de belleza,

abandonan su fatal cometido

y dejan indemne a la divina Desdémona.

MONTANO

¿Quién es ella?

CASIO

La dama de que hablé,

la capitana de nuestro gran capitán,

encomendada al audaz Yago,

cuya venida se adelanta una semana

a nuestro cálculo. Gran Júpiter, guarda a Otelo

e hincha sus velas con tu soplo potente,

que alegre la bahía con su espléndida nave,

palpite de amor en los brazos de Desdémona,

renueve nuestro ánimo abatido

y traiga regocijo a todo Chipre.

 

 

Entran DESDÉMONA, YAGO, EMILIA y RODRIGO.

 

 

¡Mirad! El tesoro de la nave ya está en tierra.

¡Hombres de Chipre, hincad las rodillas!

¡Salud, señora! ¡Que la gracia del cielo

os siga, os preceda, os envuelva por entero!

DESDÉMONA

Gracias, valiente Casio.

¿Qué noticias tenéis de mi señor?

CASIO

Aún no ha llegado, aunque sé

que está bien y que pronto le veremos.

DESDÉMONA

Sí, pero temo… ¿Cómo os separasteis?

CASIO

La gran lucha del cielo y el mar

distanció nuestras naves.

VOCES [desde dentro]

¡Barco a la vista!

CASIO

¡Escuchad! ¡Un barco!

 

 

[Cañonazo.]

 

 

CABALLERO 2.0

Una salva a la ciudadela.

Éste también es amigo.

CASIO

Traedme noticias.

 

 

[Sale el CABALLERO.]

 

 

Bienvenido, alférez. [A EMILIA] Bienvenida, señora….

No te enojes, mi buen Yago,

porque extienda mi saludo: mi crianza

me ha enseñado esta muestra de cortesía.

 

 

[Besa a EMILIA.]

 

 

YAGO

Señor, si os dieran sus labios

lo que a mí me regala su lengua,

quedaríais harto.

DESDÉMONA

Pero si no habla nada.

YAGO

Habla demasiado.

Lo noto cuando tengo ganas de dormir.

Aunque admito que, en vuestra presencia,

se guarda la lengua muy bien

y critica pensando.

EMILIA

Y tú hablas sin motivo.

YAGO

Vamos, vamos. Sois estatuas en la calle, cotorras en la casa, fieras en la cocina, santas al ofender, demonios si os ofenden, farsantes en las labores y laboriosas en la cama.

DESDÉMONA

¡Calla tú, calumniador!

YAGO

Turco soy si no es verdad:

jugáis levantadas, y en la cama, a trabajar.

EMILIA

A mí no me celebres con tus versos.

YAGO

Más vale que no.

DESDÉMONA

¿Qué dirías de mí si me celebrases?

YAGO

Mi noble señora, no me obliguéis,

que soy criticón o no soy nada.

DESDÉMONA

Vamos, inténtalo. -¿Han ido al puerto?

YAGO

Sí, señora.

DESDÉMONA

[aparte] Alegre no estoy, mas el fingimiento

distrae mi estado.

Vamos, ¿cómo me celebrarías?

YAGO

Lo estoy pensando, pero mi creación

saldrá de mi testa como el visco de la lana,

arrancando los sesos y todo. Mas de parto

está mi musa, y aquí está el retoño:

«La mujer que a la par es rubia y sabia

maneja sabiamente su ventaja».

DESDÉMONA

¡Vaya elogio! ¿Y la que es morena y lista?

YAGO

«La morena que es lista ve muy claro

que si da con un rubio da en el blanco».

DESDÉMONA

De mal en peor.

EMILIA

¿Y la que es guapa y tonta?

YAGO

«Nunca hubo guapa que fuera una tonta,

que aun tonteando se ganan la boda».

DESDÉMONA

Ésos son despropósitos trillados que sólo hacen reír al necio en la taberna. ¿Qué triste alabanza le reservas a la que es fea y tonta?

YAGO

«La fea y tonta hace sus jugadas,

como las hace la más bella y sabia».

DESDÉMONA

¡Qué desatinos! A la peor, el mejor elogio. Mas, ¿cómo elogiarías a la que de veras lo merece, a la mujer de méritos tan claros que la propia maldad habría de admitirlos?

YAGO

«Quien siempre fue bella, mas nunca orgullosa,

con lengua a su antojo, mas nunca chillona;

que, siendo pudiente, no iba recompuesta,

ni hacía su gusto, aun cuando pudiera;

que, llena de enojo y presta la venganza,

contuvo su ira y dejó que pasara;

cuya sensatez nunca prefirió

el basto conejo al tierno pichón

cuyo pensamiento jamás revelaba

y a los pretendientes negó su mirada;

ésta era capaz, si es que hubo tal hembra … »

DESDÉMONA

Capaz, ¿de qué?

YAGO

«… de criar idiotas y llevar las cuentas».

DESDÉMONA

¡Qué final más pobre y endeble! No sigas su ejemplo, Emilia, aunque sea tu marido. Casio, ¿qué os parece? ¿A que sus dichos son deshonestos y profanos?

CASIO

Señora, él habla claro. Os gustará más como hombre de armas que de letras.

YAGO [aparte]

La coge de la mano. Muy bien, musitad. Con tan poca tela atraparé a esa gran mosca de Casio. Anda, sonríele, vamos. Te encadenaré en tu cortesanía. Gran verdad, estáis en lo cierto. Si esas pamplinas te cuestan el puesto, teniente, más te habría valido no echarle tanto beso, como ahora vuelves a hacer, jugando al cortesano. Muy bien, buen beso, exquisita cortesía. Vaya que sí. ¿Otra vez besándote los dedos? ¡Ojalá se te volvieran lavativas!

 

 

Trompetas dentro.

 

 

¡Es Otelo! Conozco su señal.

CASIO

Sí, es él.

DESDÉMONA

Vamos a recibirle.

CASIO

¡Mirad, ahí viene!

 

 

Entran OTELO y acompañamiento.

 

 

OTELO

¡Mi bella guerrera!

DESDÉMONA

¡Mi querido Otelo!

OTELO

Mi asombro es tan grande como mi alegría

al verte aquí ya. Bien de mi alma,

si a la tempestad sigue esta bonanza,

¡que soplen los vientos y despierten la muerte,

y la nave agitada escale montañas de mar

como el alto Olimpo y baje tan hondo

como el infierno desde el cielo!

Si ahora muriese, sería muy feliz,

pues temo que mi gozo sea tan perfecto

que no pueda alcanzar dicha semejante

en lo por venir.

DESDÉMONA

Quiera el cielo que aumente nuestro amor y nuestro gozo

con el paso de los días.

OTELO

¡Así sea, benignos poderes!

No puedo expresar mi contento;

me corta la voz, es tanta alegría…

 

 

Se besan.

 

 

Otro, y otro; sea ésta la mayor disonancia

de nuestros corazones.

YAGO [aparte]

¡Qué bien entonados!

Mas yo seré quien destemple esa música,

honrado que es uno.

OTELO

Vamos al castillo. -Noticias, amigos:

terminó la guerra; los turcos se ahogaron.

¿Cómo están los viejos amigos de la isla?-

Amor, verás lo bien que te acogen;

yo siempre vi en Chipre cariño.

Vida mía, hablo sin orden

y desvarío de felicidad. -Anda, buen Yago,

ve al puerto y que descarguen mis cofres.

Trae al capitán a la ciudadela;

es un buen marino y digno

de toda atención. -Vamos, Desdémona.

¡Qué dicha encontrarte aquí en Chipre!

 

 

Salen [todos menos YAGO y RODRIGO].

 

 

YAGO

[a un criado que sale] Nos vemos luego en el puerto. [A RODRIGO] Ven acá. Si eres hombre, pues dicen que el plebeyo tiene más nobleza cuando está enamorado, escúchame. Esta noche el teniente vigila en el puesto de guardia. Primero oye bien: Desdémona está enamorada de él.

RODRIGO

¿De él? Imposible.

YAGO

Tú punto en boca y deja que te explique. Fíjate con qué ímpetu se prendó del moro, sólo porque se gloriaba y le contaba patrañas. ¿Va a estar siempre enamorada de su cháchara? No lo crea tu alma sensata. Su vista se alimenta. ¿Qué gusto va a darle mirar al diablo? Cuando el trato carnal embota el deseo, para volver a inflamarlo y renovar apetitos saciados hace falta una estampa gentil, concierto de edades, modales, belleza, de todo lo cual el moro anda escaso. Así que, por falta de tan esenciales condiciones, su exquisita finura se verá engañada, empezará a sentir náuseas, odiará y detestará al moro. Sus propias reacciones la guiarán y llevarán a elegir a otro. Pues bien, sentado todo esto, que es proposicion natural y razonable, ¿quién sino Casio es el más inmediato en la escala de esta suerte, un granuja con labia, cuya conciencia no es más que una máscara de cortesía y respeto para satisfacer sus más ocultos instintos carnales? Nadie, nadie. Un granuja retorcido y astuto, buscador de ocasiones, capaz de acuñar y forjar coyunturas, aunque luego no se presente ninguna. Un granuja diabólico. Además, es apuesto, joven, y reúne todas las condiciones que busca el deseo y la inexperiencia. Un granuja irritante, y la moza ya le ha echado el ojo.

RODRIGO

No puedo creer eso de ella, de un alma tan pura.

YAGO

¡Puro rábano! El vino que bebe es de uva. Si es tan pura no se casa con el moro. ¡Pura morcilla! ¿No viste cómo le sobaba la mano a Casio? ¿No te fijaste?

RODRIGO

Sí, pero era por cortesía.

YAGO

¡Por lascivia, te lo juro! índice y oscuro prefacio de una historia de lujuria y turbios pensamientos. Se acercaron tanto con los labios que el aliento se abrazó. Malos pensamientos, Rodrigo. Cuando estas confianzas abren un camino, muy pronto les sigue el acto y acción principal, el fin corporal. ¡Uf! Mas tú hazme caso: te he traído de Venecia. Esta noche estarás de guardia; las órdenes yo te las daré: Casio no te conoce. Yo estaré cerca. Tú busca ocasión de provocar a Casio, ya sea hablando muy alto, desairando su disciplina o por el medio que te plazca y que el tiempo proveerá.

RODRIGO

Bueno.

YAGO

Además, es fogoso e impulsivo, y capaz de pegarte. Tú oblígale a hacerlo: a mí eso me basta para provocar un alboroto entre la gente, que sólo se apaciguará con la destitución de Casio. Será más corta la vía de tus fines por los medios que tendré de promoverlos y nos veremos libres de un obstáculo sin cuya supresión no habría esperanzas de éxito.

RODRIGO

Lo haré si tú me das la ocasión.

YAGO

Cuenta con ella. Búscame luego en la ciudadela. Tengo que desembarcarle el equipaje. Adiós.

RODRIGO

Adiós.

 

 

Sale.

 

 

YAGO

Que Casio la quiere lo creo muy bien;

que ella le quiere es digno de crédito.

El moro, aunque no le soporto,

es afectuoso, noble y fiel,

y creo que será un buen marido

con Desdémona. Yo también la quiero;

no sólo por lujuria, aunque tal vez

puedan acusarme de tan grave pecado,

sino en parte por saciar mi venganza,

pues sospecho que este moro sensual

se ha montado en mi yegua. La sola idea

es como un veneno que me roe las entrañas,

y ya nada podrá serenarme

hasta que estemos en paz, mujer por mujer,

o, si no, hasta provocarle unos celos tan fuertes

que no pueda curar la razón.

Para lo cual, si este pobre chucho veneciano

al que sigo en la caza se deja azuzar,

tendré bien pillado a nuestro Casio,

le pintaré de faldero a los ojos del moro,

pues me temo que Casio también se mete en mi cama,

y el moro, agradecido, me querrá y premiará

por dejarle insignemente como un burro

y maquinar contra su paz y sosiego

hasta la locura. Aquí está, mas borroso:

hasta el acto, el mal no revela su rostro.

 

 

Sale.

 

 

II.ii Entra un HERALDO de Otelo con una proclama.

 

 

HERALDO

Es deseo de Otelo, nuestro noble y valiente general, que, siendo ciertas las noticias llegadas del total hundimiento de la escuadra turca, todo el mundo lo festeje: unos, bailando; otros, encendiendo hogueras, y cada uno con la fiesta y regocijo a que le lleve su afición, pues, además de tan buena noticia, está la celebración de su boda. Es su deseo que se proclame todo esto. Se han abierto las despensas del castillo y hay plena libertad para el convite desde esta hora de las cinco hasta que den las once. ¡Dios bendiga a la isla de Chipre y a Otelo, nuestro noble general!

 

 

Sale.

 

 

II.iii Entran OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento

 

 

OTELO

Querido Miguel, ocupaos esta noche de la guardia.

Impongámonos un límite digno

y no festejemos sin mesura.

CASIO

Yago ya tiene instrucciones. Sin embargo,

mis propios ojos estarán de vigilancia.

OTELO

Yago es muy leal.

Buenas noches, Miguel. Mañana temprano

quiero hablaros. -Vamos, amor:

el bien adquirido es para gozarlo,

y el goce del nuestro estaba esperando.

Buenas noches.

 

 

Salen OTELO, DESDÉMONA [y acompañamiento].

 

 

Entra YAGO.

 

 

CASIO

Bienvenido, Yago. Vamos a la guardia.

YAGO

Falta una hora, teniente; aún no son las diez. El general nos ha despedido tan pronto por amor a su Desdémona, y no se lo reprochemos. Aún no han pasado una noche caliente y ella es bocado de Júpiter.

CASIO

Es una dama exquisita.

YAGO

Y seguro que con ganas.

CASIO

Es una criatura galana y gentil.

YAGO

¡Y vaya ojos! Son de los que llaman al deleite.

CASIO

Son atrayentes y, sin embargo, castos.

YAGO

Y cuando habla, ¿no toca a batalla de amor?

CASIO

Es la suma perfección.

YAGO

Pues, ¡suerte en la cama! Vamos, teniente, que tengo una jarra de vino y ahí fuera hay dos caballeros de Chipre dispuestos a echar un trago a la salud del negro Otelo.

CASIO

Esta noche no, buen Yago. Tengo una cabeza muy floja para el vino. ¡Ojalá inventara la cortesía otra forma de pasar el tiempo!

YAGO

Pero si son amigos. Sólo un trago. Yo beberé por vos.

CASIO

Sólo un trago es lo que he bebido esta noche, y muy bien aguado, y mira qué revolución llevo aquí. Tengo mala suerte con mi debilidad y no me atrevo a exponerla a mayor riesgo.

YAGO

¡Vamos! Es noche de fiesta y los caballeros están deseándolo.

CASIO

¿Dónde están?

YAGO

Aquí, a la puerta. Servíos llamarlos.

CASIO

Está bien, pero no me gusta.

 

 

Sale.

 

 

YAGO

Si consigo meterle un trago más,

con lo que lleva bebido esta noche,

se pondrá más agresivo y peleón

que un perro consentido. Y Rodrigo, mi pagano,

a quien el amor casi ha vuelto del revés,

se ha servido a la salud de su Desdémona

libaciones de a litro, y está de guardia.

A tres mozos de Chipre, briosos y altivos,

y en punto de honor muy arrebatados,

ejemplo palpable del ánimo isleño,

los he alegrado con copas bien llenas,

y también están de guardia. Y, en medio

de este hatajo de borrachos, haré que Casio

trastorne la isla. Aquí llegan.

 

 

Entran CASIO, MONTANO y caballeros.

 

 

Si la suerte realiza mi sueño,

mis barcos marcharán con viento espléndido.

CASIO

Vive Dios que me han dado un buen trago.

MONTANO

¡Si era poco! No más de un cuartillo, palabra de soldado.

YAGO

¡Eh, traed vino!

[Canta] «Choquemos la copa, tintín, tin;

choquemos la copa, tintín.

El soldado es mortal

y su vida fugaz.

¡Que beba el soldado, tintín, tin!»

¡Vino, muchachos!

CASIO

¡Vive Dios, qué gran canción!

YAGO

La aprendí en Inglaterra, donde son formidables bebiendo. El danés, el alemán y el panzudo holandés -¡a beber!- no son nada al lado del inglés.

CASIO

¿Tan experto bebedor es el inglés?

YAGO

¡Cómo! No le cuesta emborrachar al danés, se tumba sin esfuerzo al alemán y hace vomitar al holandés antes que le llenen otra jarra.

CASIO

¡A la salud del general!

MONTANO

¡Bravo, teniente! Me uno a ese brindis.

YAGO

¡Querida Inglaterra!

[Canta] «Esteban fue rey ejemplar

y quiso ahorrar con su calzón.

Y por seis céntimos de más

al sastre puso de ladrón.

Su fama nunca tuvo igual,

mas tú eres de otra condición.

No tires tu viejo gabán,

que el lujo arruina la nación».

¡Eh, más vino!

CASIO

¡Vive Dios! Esta canción es más perfecta que la otra.

YAGO

¿La canto otra vez?

CASIO

No, pues me parece indigno de su puesto quien hace esas cosas. En fin, Dios lo ve todo, y unos se salvarán y otros no se salvarán.

YAGO

Cierto, teniente.

CASIO

Ahora, que yo, sin ofender al general ni a persona principal, yo espero salvarme.

YAGO

Y yo también, teniente.

 

 

CASIO

Sí, mas con permiso, después que yo. El teniente se salva antes que el alférez. No se hable más; a nuestros puestos. ¡Dios perdone nuestros pecados! Caballeros, a nuestra oblilación. No creáis, caballeros, que estoy borracho. Este es mi alférez, ésta mi mano derecha y ésta mi izquierda. No estoy borracho, me tengo en pie y estoy hablando bien.

TODOS

Perfectamente.

CASIO

Muy bien. Entonces no digáis que estoy borracho.

 

 

Sale.

 

 

MONTANO

A la explanada, señores, a montar la guardia.

YAGO

Ved a este hombre que acaba de salir:

es un soldado capaz de dar órdenes

al lado de César. Mas ved también su mal:

con su virtud forma un equinoccio perfecto;

ambos se extienden igual. ¡Qué pena!

Temo que la confianza que en él pone Otelo

en un mal momento de su vicio

trastorne la isla.

MONTANO

¿Suele estar así?

YAGO

Es el prólogo invariable de su sueño:

si la bebida no le mece la cuna,

está despierto la doble vuelta del reloj.

MONTANO

Convendría informar al general.

Tal vez no se dé cuenta, o su bondad

valore las virtudes de Casio

y no vea sus faltas. ¿No os parece?

 

 

Entra RODRIGO.

 

 

YAGO [aparte a RODRIGO]

¿Qué hay, Rodrigo?

Anda, sigue al teniente, vamos.

 

 

Sale RODRIGO.

 

 

MONTANO

Es lástima que el noble moro

confíe un puesto semejante

a quien tiene un mal tan arraigado.

Sería un acto de lealtad

informar a Otelo.

YAGO

Yo nunca, por esta bella isla.

Quiero bien a Casio, y haré lo que pueda

por curarle su vicio.

VOCES [desde dentro]

¡Socorro, socorro!

YAGO

¡Escuchad! ¿Qué ruido es ése?

 

 

Entra CASIO persiguiendo a RODRIGO.

 

 

CASIO

¡Voto a… ! ¡Granuja, infame!

MONTANO

¿Qué pasa, teniente!

CASIO

¡Un granuja enseñarme mi deber!

¡Le voy a dejar como una criba!

RODRIGO

¿A mí?

CASIO

¿Qué dices, infame?

MONTANO

Vamos, teniente, os lo ruego. Basta.

CASIO

Si no me soltáis, os hundo el cráneo.

MONTANO

Vamos, vamos, estáis borracho.

CASIO

¿Borracho yo?

 

 

Pelean.

 

 

YAGO [aparte a RODRIGO]

Vamos, corre a anunciar el disturbio.-

 

 

[Sale RODRIGO.]

 

 

Quieto, teniente. ¡Por Dios, señores!

¡Socorro! ¡Basta, teniente! ¡Basta, Montano!

¡Socorro, señores! ¡Buena guardia tenemos!

 

 

Suena una campana.

 

 

¿Quién toca la campana? ¡Diablo! .

La ciudad va a alborotarse. ¡Por Dios, teniente!

¡Basta! ¡Quedaréis deshonrado para siempre!

 

 

Entra OTELO con acompaiamiento.

 

 

OTELO

¿Qué pasa aquí?

MONTANO

¡Voto a … ! Estoy sangrando. Me han herido de muerte.

OTELO

¡Por vuestra vida, basta!

YAGO

Basta, teniente. Montano, señores,

¿habéis perdido la noción del puesto y el deber?

Basta, os habla el general. Basta, por decencia.

OTELO

¿Qué es esto? ¿Cómo ha sido?

¿Nos hemos vuelto turcos, haciéndonos nosotros

lo que el cielo impidió a los otomanos?

Por decencia cristiana, ¡basta de barbarie!

El que ceda a la furia con su acero

desprecia su alma: cae muerto si se mueve

¡Que calle esa horrible campana! Espanta

el decoro de la isla. ¿Qué ocurre, señores?

Honrado Yago, que pareces muerto de pena,

habla. ¿Quién ha sido? Por tu lealtad te lo ordeno.

YAGO

No sé. Estaban tan amigos, ahora mismo;

por su trato parecían recién casados

antes de acostarse. Y en un momento,

cual si un astro los hubiese enloquecido

sacan las espadas y se atacan uno a otro

en cruel enfrentamiento. No puedo explicar

cómo empezó esta riña tan absurda.

¡Así hubiera perdido en glorioso combate

las piernas que a verla me trajeron!

OTELO

Casio, ¿cómo habéis podido desquiciaros?

CASIO

Excusadme, os lo suplico. No puedo hablar.

OTELO

Noble Montano, siempre fuisteis respetado.

El decoro y dignidad de vuestra juventud

son bien notorios y grande es vuestro nombre

en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho

malgastar de este modo vuestra fama

y cambiar el regio nombre de la honra

por el de pendenciero? Contestadme.

MONTANO

Noble Otelo, estoy muy malherido.

Yago, vuestro alférez, puede informaros

de todo lo que sé, ahorrándome palabras

que me cuestan. Y no sé que esta noche

yo haya dicho o hecho nada malo,

a no ser que sea pecado la caridad

con uno mismo o la defensa propia

cuando nos asalta la violencia.

OTELO

¡Dios del cielo!

La sangre empieza a dominarme la razón

y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,

va a imponerse. ¡Voto a … ! Con que me mueva

o levante este brazo, el mejor de vosotros

cae bajo mi furia. Hacedme saber

cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó,

y el culpable de esta ofensa, aunque sea

mi hermano gemelo, para mí está perdido.

En una ciudad de guarnición, aún inquieta,

con la gente rebosando de pavor,

¿emprender una pelea particular

en plena noche y en el puesto de guardia?

Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido?

MONTANO

Si por parcialidad o lealtad de compañero

no te ajustas al rigor de la verdad,

no eres soldado.

YAGO

No toquéis esa fibra.

Que me arranquen esta lengua

antes que ofender a Miguel Casio.

Aunque creo que decir la verdad

no puede dañarle. Oídla, general.

Conversando Montano y yo,

viene uno clamando socorro

y Casio detrás con espada amenazante,

dispuesto a arremeter. Este caballero

se interpone y pide a Casio que se calme.

Yo salí tras el tipo que gritaba,

temiendo que sus voces, como luego sucedió,

espantaran a las gentes. Mas fue veloz,

logró escapar, y yo volví al instante,

porque oí un chocar y golpear de espadas

y a Casio maldiciendo, lo que no había oído

hasta esta noche. Cuando volví,

que fue en seguida, los vi enzarzados

a golpes y estocadas, igual que cuando vos

después los separasteis.

De este asunto no puedo decir más.

Los hombres son hombres, y hasta el mejor

se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo,

pues la furia no perdona al más amigo,

me parece que Casio también recibió

del fugitivo algún insulto grave

que no tenía perdón.

OTELO

Ya veo, Yago,

que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión

en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio,

nunca más seréis mi oficial.

 

 

Entra DESDÉMONA con acompaizamiento.

 

 

¡Mirad! ¡Hasta mi amor se ha levantado!-

Serviréis de ejemplo.

DESDÉMONA

¿Qué ha ocurrido?

OTELO

Ya nada, mi bien. Vuelve a acostarte.-

Señor, de vuestra cura yo mismo

me hago cargo. -Lleváoslo.

 

 

[Sacan a MONTANO.]

 

 

Yago, mira por toda la ciudad

y calma a los que se han alborotado

con la riña. -Vamos, Desdémona. Al guerrero

la contienda perturba el dulce sueño.

 

 

Salen OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento.

 

 

YAGO

¿Estáis herido, teniente?

CASIO

Sí, y no tengo cura.

YAGO

No lo quiera Dios.

CASIO

¡Honra, honra, honra! ¡He perdido la honra! He

perdido la parte inmortal de mi ser y sólo me queda

la parte animal. ¡Mi honra, Yago, mi honra!

YAGO

A fe de hombre honrado, creí que os habían hecho alguna herida: se siente mucho más que la honra. La honra no es más que una atribución vana y falsa que suele ganarse sin mérito y perderse sin motivo. No habéis perdido ninguna honra, a no ser que os tengáis por deshonrado. ¡Vamos! Hay maneras de ganarse otra vez al general. Os ha despedido en un impulso, castigando por principio, no por aversión, como otro habría pegado a su perro inofensivo por asustar a un león imponente. Suplicadie otra vez y es vuestro.

CASIO

Le suplicaré que me desprecie antes que a un jefe tan bueno le engañe un oficial tan alocado, borracho e imprudente. ¡Borracho! ¡Y soltando tonterías! ¡Peleando, galleando, maldiciendo! ¡Y hablando altisonante con mi sombra! ¡Ah, invisible espíritu del vino! Si no tienes otro nombre, deja que te llame demonio.

YAGO

¿Quién era el que perseguíais con la espada? ¿Qué os había hecho?

CASIO

No sé.

YAGO

¡Será posible!

CASIO

Recuerdo un sinfín de cosas; con claridad, nada. Una riña, mas no sé por qué. ¡Dios mío! ¡Que los hombres se metan en la boca un enemigo que les roba la cordura! ¡Que nos volvamos como bestias con placer y regocijo, con festejo y aplauso!

YAGO

Pues ahora estáis bien. ¿Cómo es que os habéis recuperado?

CASIO

El diablo de la embriaguez se ha dignado ceder el puesto al diablo de la ira. Una imperfección me muestra otra y me hace despreciarme sin reservas.

YAGO

¡Vamos! Sois un moralista muy severo. Ojalá no hubiese ocurrido, teniendo en cuenta el momento, el lugar y el estado del país. Mas ahora aprovechad lo que no tiene remedio.

CASIO

Sí, voy a pedirle el puesto y él me dirá que soy un borracho. Si tuviera tantas bocas como la hidra, tal respuesta las cerraría todas. ¡Ser primero racional, muy pronto un imbécil y en seguida una bestia! ¡Qué portento! Todo vaso de más es una maldición y dentro va el diablo.

YAGO

Vamos, vamos. Sabiéndolo beber, el vino es un espíritu benigno; no lo execréis. Bueno, teniente, creo que creéis en mi afecto.

CASIO

Lo he visto muy claro, borracho y todo.

YAGO

Vos o cualquier otro puede emborracharse alguna vez. Voy a deciros lo que debéis hacer. El general es ahora la mujer del general. Lo digo en el sentido de que él se ha entregado y consagrado a la contemplación, observación y admiración de sus prendas y virtudes. Acudid a ella con franqueza, suplicadie que os ayude a recobrar vuestro puesto. Es tan generosa, buena, sensible y celestial que en su bondad tiene por defecto no hacer más de lo que le piden. Rogadle que junte el ligamento que os unía con su esposo, y apuesto mi peculio contra cualquier cosa a que esa amistad, ahora rota, llegará a ser más fuerte que nunca.

CASIO

Es un buen consejo.

YAGO

No dudéis de mi sincera amistad y honrado propósito.

CASIO

Creo en ellos firmemente. Por la mañana le pediré a la dulce Desdémona que interceda por mí. Si me expulsan, es mi ruina.

YAGO

Estáis en lo cierto. Buenas noches, teniente; me espera la guardia.

CASIO

Buenas noches, honrado Yago.

 

 

Sale.

 

 

YAGO

¿Y quién va a decir que hago de malo,

cuando mi consejo es sincero y honrado,

muy puesto en razón y modo seguro

de ganarse al moro? Pues es lo más fácil

mover la complacencia de Desdémona

por una causa honrada: es más generosa

que los elementos de la naturaleza

y, en cuanto a ganarse al moro, él renunciaría

a su bautismo y a los signos de la redención

por un amor que le tiene encadenado,

pues ella puede hacer y deshacer lo que le plazca,

al punto que el deseo al moro le domine

sus pobres facultades. ¿Cómo voy a ser malvado

si, en vía paralela, indico a Casio

la línea recta de su bien? ¡Teología del diablo!

Cuando el Maligno induce al pecado más negro,

primero nos tienta con divino semblante,

como ahora yo. Mientras este honrado bobo

implora a Desdémona que remedie su suerte

y ella intercede por él, yo al moro

le vierto en el oído este veneno:

que aboga por Casio porque le desea;

y, cuanto más se afane por su bien,

tanto más minará la fe del moro.

Yo haré que su virtud se vuelva vicio

y con su propia bondad haré la red

que atrape a todos.

 

 

Entra RODRIGO.

 

 

¿Qué hay, Rodrigo?

RODRIGO

Sigo la caza, mas no como perro de presa, sino haciendo bulto. Apenas me queda dinero, esta noche me sacuden bien el polvo y el final de mis afanes será que tendré más experiencia. Así que sin dinero y con más juicio me vuelvo a Venecia.

YAGO

¡Qué pobres son los impacientes!

¿Qué herida no ha sanado paso a paso?

Obramos con la mente, no con brujería,

y la mente necesita lentitud.

¿Acaso va mal? Casio te ha pegado

y un golpe tan chico ha expulsado a Casio.

Otras plantas van creciendo al sol,

mas lo que antes florece, antes da fruto.

Mientras tanto, calma. ¡Dios santo, amanece!

El placer y la acción acortan las horas.

Retírate, vete a tu aposento.

Vamos, ya te contaré. Anda, vete ya.

 

 

Sale RODRIGO.

 

 

Hay que hacer dos cosas. Mi mujer

ha de mediar por Casio con su ama.

Yo la incitaré.

Mientras, llamando aparte al moro

en su momento, haré que vea a Casio

suplicante con su esposa. Sí, es la manera.

El plan ya no admite desidia ni espera.

 

 

Sale.

 

 

III.i Entra CASIO con MÚSICOS y el GRACIOSO.

 

 

CASIO

Tocad aquí, señores. Premiaré

vuestra labor. Algo que sea corto,

y dad los buenos días al general.

 

 

[Tocan.]

 

 

GRACIOSO

¡Señores! ¿Es que esos instrumentos han estado en Nápoles, que hablan así por la nariz

 

 

MÚSICO 1.0

¿Qué queréis decir?

GRACIOSO

Veamos. ¿Son instrumentos de viento? Músico 1.0

Claro que sí, señor.

GRACIOSO

Pues les cuelga un rabo.

MÚSICO 1.0

¿Qué rabo les cuelga?

GRACIOSO

El que va con el instrumento de ventosidad. Señores, aquí tenéis dinero: al general le gusta tanto vuestra música que por caridad os pide que no hagáis más ruido.

MÚSICO 1.0

No lo haremos.

GRACIOSO

Si tenéis música que no se oiga, adelante. Mas ya sabéis que el general no quiere música.

MÚSICO 1.0

De esa música no tenemos, señor.

GRACIOSO

Pues entonces, el pito en la bolsa y se acabó. ¡Vamos, esfumaos, humo!

 

 

Salen los Músicos.

 

 

CASIO

Oye, amigo.

GRACIOSO

Yo no oigo a Migo: os oigo a vos.

CASIO

Anda, déjate de chanzas. Toma esta pequeña moneda de oro. Si está levantada la dama que acompaña a la esposa del general, dile que Casio le suplica el favor de su presencia. ¿Lo harás?

GRACIOSO

Está levantada. Me dispongo a preguntarle si se sirve presenciarse aquí.

CASIO

Gracias, amigo.

 

 

Sale el GRACIOSO.

 

 

Entra YAGO.

 

 

Me alegro de verte, Yago.

YAGO

¿No os habéis acostado?

CASIO

Pues no. Ya era de día cuando nos despedimos.

Yago, me he permitido

llamar a tu esposa. Mi súplica es

que me proporcione una ocasion

para hablar con la dulce Desdémona.

YAGO

Ahora mismo os la mando.

Y veré la manera de alejar al moro

para que converséis con mayor libertad.

CASIO

Os lo agradezco de veras.

 

 

Sale [YAGO.]

 

 

En Florencia no vi a nadie tan leal.

 

 

Entra EMILIA.

 

 

EMILIA

Buenos días, teniente. Me apena

que cayerais en desgracia. Mas todo irá bien.

El general y su esposa lo están comentando,

y ella os defiende. Otelo responde

que el hombre al que heristeis es muy renombrado

y tiene amistades, y que, en justa prudencia,

se imponía el despido. Mas afirma que os aprecia

y que no necesita más defensa que su afecto

para aprovechar el momento oportuno

y admitiros de nuevo.

CASIO

No obstante, os suplico

que, si lo creéis posible y conveniente,

me procuréis ocasión para conversar

a solas con Desdémona.

EMILIA

Venid, os lo ruego. Os llevaré

donde podáis hablar con libertad.

CASIO

Os estoy muy agradecido.

 

 

Salen.

 

 

III.ii Entran OTELO, YAGO y CABALLEROS.

 

 

OTELO

Yago, dale esta carta al piloto de la nave

y que presente mis respetos al Senado.

Después, ve a las obras a buscarme;

allá estaré.

YAGO

Muy bien, señor.

OTELO

Señores, ¿vamos a ver la fortificación?

CABALLEROS

A vuestras órdenes, señor.

 

 

Salen.

 

 

III.iii Entran DESDÉMONA, CASIO y EMILIA.

 

 

DESDÉMONA

Tened por cierto, buen Casio,

que haré cuanto pueda en vuestro apoyo.

EMILIA

Hacedlo, señora. Os juro que mi esposo

está sufriendo como si fuera cosa propia.

DESDÉMONA

Es un buen hombre. Casio, haré

que Otelo y vos volváis a ser

tan amigos como antes.

CASIO

Generosa señora,

pase lo que pase a Miguel Casio,

será siempre vuestro fiel servidor.

DESDÉMONA

Lo sé. Gracias. Apreciáis a mi señor,

le conocéis hace tiempo y podéis

estar seguro de que no se alejará

en su despego más de lo prudente.

CASIO

Sí, señora, mas tal vez

la prudencia dure demasiado,

o viva de alimento tan ligero,

o crezca tanto por las propias circunstancias

que, en mi ausencia y ocupado ya mi puesto,

el general olvide mi amistad y mis servicios.

DESDÉMONA

No temáis. Ante Emilia, aquí presente,

os garantizo vuestro puesto. Estad seguro

de que si hago una promesa de amistad,

la cumplo a la letra. A mi señor no dejaré

hasta que se amanse, le hablaré hasta exasperarle.

Su cama será escuela, su mesa, confesonario.

En todo lo que haga mezclaré

la súplica de Casio. Conque alegraos, Casio.

Vuestra valedora morirá

antes que abandonar vuestra causa.

 

 

Entran OTELO y YAGO.

 

 

EMILIA

Señora, aquí viene mi señor.

CASIO

Señora, me retiro.

DESDÉMONA

¡Cómo! Quedaos a oír lo que le digo.

CASIO

No, señora. Me siento muy inquieto

y dañaría mis propios fines.

DESDÉMONA

Como os plazca.

 

 

Sale CASIO.

 

 

YAGO

¡Ah! Eso no me gusta.

OTELO

¿Qué dices?

YAGO

Nada, señor. Bueno, no sé.

OTELO

¿No era Casio el que hablaba con mi esposa?

YAGO

¿Casio, señor? No. No le creo capaz

de escabullirse con aire de culpable

al veros venir.

 

 

OTELO

Pues yo creo que era él.

DESDÉMONA

¿Qué hay, mi señor?

He estado hablando con un suplicante,

alguien que padece tu disfavor.

OTELO

¿A quién te refieres?

DESDÉMONA

Pues a Casio, tu teniente. Mi buen señor,

si tengo la virtud o el poder de persuadirte

accede a una inmediata reconciliación.

Pues si él de veras no te aprecia

y pecó a sabiendas y no inconscientemente

yo no sé juzgar la cara del honrado.

Te lo ruego, pídele que vuelva.

OTELO

¿Estaba aquí ahora?

DESDÉMONA

Sí, y se fue tan abatido que me ha dejado

parte de su pena para que la comparta.

Mi amor, pídele que vuelva.

OTELO

Ahora no, mi Desdémona. Otra vez.

DESDÉMONA

¿Será pronto?

OTELO

Por ser tú, mi bien, cuanto antes.

DESDÉMONA

¿Esta noche, en la cena?

OTELO

No, esta noche no.

DESDÉMONA

¿Mañana a mediodía?

OTELO

No como en casa. Los capitanes

me esperan en la ciudadela.

DESDÉMONA

Pues mañana por la noche o el martes por la mañana,

a mediodía o por la noche; o en la mañana

del miércoles. Dime cuándo, mas que no

pase de tres días. Te juro que le pesa.

Salvo en la guerra, donde dicen

que hasta el jefe sirve de escarmiento,

su infracción no parece que merezca

ni reprimenda privada. ¿Cuándo puede venir?

Dímelo, Otelo. Bien quisiera yo saber

qué ruego podría negarte o resistir

indecisa. Y siendo Miguel Casio,

que te ayudó a cortejarme, que tantas veces

se puso de tu parte cuando yo

te censuré, ¿me haces que te acose

para rehabilitarle? Pues aún podría…

OTELO

Basta, te lo ruego. Que venga cuando quiera.

No pienso negarte nada.

DESDÉMONA

¡Vaya! Eso no es un favor.

Es como si te rogara que te pusieras

los guantes, te alimentases bien

o te abrigases, o quisiera que te hicieses

a ti mismo un bien especial. No: si algo te pido

que de veras ponga a prueba tu amor,

será de peso, arduo de resolver

y arriesgado de dar.

OTELO

No pienso negarte nada.

A cambio sólo te pido una cosa:

que me dejes por ahora.

DESDÉMONA

¿Cómo voy a negártelo? Adiós, mi señor.

OTELO

Adiós, mi Desdémona. En seguida voy contigo.

DESDÉMONA

Ven, Emilia.

[A OTELO] Haz lo que te dicte el corazón.

Yo siempre te obedeceré.

 

 

Salen DESDÉMONA y EMILIA.

 

 

OTELO

¡Divina criatura! Que se pierda mi alma

si no te quisiera y, cuando ya no te quiera,

habrá vuelto el caos.

YAGO

Mi noble señor…

OTELO

¿Qué quieres, Yago?

YAGO

Cuando hacíais la corte a la señora,

¿conocía Miguel Casio vuestro amor?

OTELO

Sí, desde el principio. ¿Por qué lo dices?

YAGO

Por satisfacer mi curiosidad,

por nada más.

OTELO

¿Y por qué esa curiosidad?

YAGO

No sabía que la conociese.

OTELO

Pues sí, y fue muchas veces nuestro mediador.

YAGO

¿De veras?

OTELO

¿De veras? Sí, de veras. ¿Qué ves en ello?

¿Acaso él no es honrado?

YAGO

¿Honrado, señor?

OTELO

¿Honrado? Sí, honrado.

YAGO

Señor, que yo sepa…

OTELO

¿Qué quieres decir?

YAGO

¿Decir, señor?

OTELO

¡Decir, señor! ¡Por Dios, eres mi eco!

Como si en tu mente hubiera un monstruo

tan horrendo que no debe revelarse.

Tú ocultas algo. Cuando Casio dejó a mi esposa,

dijiste que no te gustaba. ¿A qué te referías?

Y al decirte que tenía mi confianza

mientras yo la cortejé, exclamas «¿De veras?»,

frunciendo y apretando el ceño,

como si hubieras encerrado en tu cerebro

alguna idea horrible. Si me aprecias de verdad,

dime lo que piensas.

YAGO

Señor, sabéis que os aprecio.

OTELO

Así lo creo. Y, como sé

que te mueve la amistad y la honradez

y que mides las palabras antes de decirlas,

esos titubeos me asustan mucho más.

Pues en boca de un granuja desleal

son hábitos corrientes, mas en un hombre fiel

son oscuras dilaciones que nacen en el alma

y no se dejan gobernar.

YAGO

En cuanto a Miguel Casio, juraría

que es hombre honrado.

OTELO

Así lo creo yo.

YAGO

Los hombres deben ser lo que parecen;

los que no lo son, ojalá no lo parezcan.

OTELO

Cierto, los hombres deben ser lo que parecen.

YAGO

Pues yo creo que Casio es honrado.

OTELO

En todo esto hay algo más.

Te lo ruego, háblame en la lengua

de tus propios pensamientos y dale

al peor de todos la peor de las palabras.

YAGO

Disculpadme, señor.

Aunque estoy obligado a la lealtad,

no haré lo que no se exige al esclavo.

¡Revelar el pensamiento! ¿Y si fuera

falso y vil? ¿En qué palacio no se ha

insinuado la ruindad? ¿Hay alma tan pura

en la que el turbio pensamiento

no se haya reunido en tribunal

con la justa reflexión?

OTELO

Yago, contra tu amigo maquinas

si, creyendo que le agravian, le ocultas

lo que piensas.

YAGO

Os lo suplico: tal vez

me haya equivocado en mi sospecha,

pues es la cruz de mi carácter

rastrear las falsedades, y a veces mi celo

crea faltas de la nada. No preste atención

vuestra cordura al que suele idear

tan burdamente, ni le turben

observaciones adventicias y dudosas.

Por vuestra paz y vuestro bien,

por mi hombría, prudencia y honradez,

no conviene que os diga lo que pienso.

OTELO

¿Qué insinúas?

YAGO

Señor, la honra en el hombre o la mujer

es la joya más preciada de su alma.

Quien me roba la bolsa, me roba metal;

es algo y no es nada; fue mío y es suyo,

y ha sido esclavo de miles.

Mas, quien me quita la honra, me roba

lo que no le hace rico y a mí me empobrece.

OTELO

¡Vive Dios, dime lo que piensas!

YAGO

No podría, ni con mi alma en vuestra mano,

ni querré, mientras yo la gobierne.

OTELO

¿Qué?

YAGO

Señor, cuidado con los celos.

Son un monstruo de ojos verdes que se burla

del pan que le alimenta. Feliz el cornudo

que, sabiéndose engañado, no quiere a su ofensora

mas, ¡qué horas de angustia le aguardan

al que duda y adora, idolatra y recela!

OTELO

¡Qué tortura!

YAGO

El pobre contento es rico y bien rico;

quien nada en riquezas y teme perderlas

es más pobre que el invierno.

¡Dios bendito, a todos los míos

guarda de los celos!

OTELO

¿Por qué, por qué dices eso?

¿Tú crees que viviría una vida de celos,

cediendo cada vez a la sospecha

con las fases de la luna?. No. Estar en la duda

es tomar la decisión. Que me vuelva

macho cabrío si mi espíritu se entrega

a conjeturas tan extrañas y abultadas

como tus alegaciones. Para darme celos

no basta con decir que mi esposa es bella,

sociable, sabe comer y conversar, canta,

tañe y baila: estas prendas le añaden virtud.

Y mi propia indignidad no me causa

la menor duda o recelo de su fidelidad,

pues tenía ojos y me eligió. No, Yago;

quiero ver antes de dudar. Si dudo, pruebas;

y con pruebas no hay más que una solución:

¡Adiós al amor o a los celos!

YAGO

Me alegro, pues ahora ya puedo

mostraros mi afecto y lealtad

con más franqueza. Así que, como es mi deber,

os diré algo. Pruebas aún no tengo.

Vigilad a vuestra esposa; observadia con Casio.

Los ojos así: ni celosos, ni crédulos.

Que no engañen a vuestro noble y generoso

corazón en su propia bondad; conque, atento.

Conozco muy bien el carácter de mi tierra

las mujeres de Venecia enseñan a Dios

los vicios que ocultarían a sus maridos.

Su conciencia no las lleva a reprimirse,

sino a encubrirlos.

OTELO

¿Lo dices en serio?

YAGO

Engañó a su padre al casarse con vos;

y, cuando parecía temblar y temer

vuestro semblante, es cuando más os quería.

OTELO

Es verdad.

YAGO

Pues, eso. Si tan joven ya sabía

sacar esa apariencia, dejando a su padre

tan ciego que creía que era magia…

He hecho muy mal. Os pido humildemente

perdón por apreciaros tanto.

OTELO

Siempre te estaré agradecido.

YAGO

Veo que esto os ha desconcertado.

OTELO

Nada de eso, nada de eso.

YAGO

Pues yo temo que sí. Espero que entendáis

que lo dicho lo ha dictado mi amistad.

Mas os veo alterado. Permitidme suplicaros

que no arrastréis mis palabras

a un terreno más crudo o extenso

que el de la sospecha.

OTELO

Descuida.

YAGO

Si lo hicierais, señor,

mis palabras tendrían consecuencias

que jamás soñó mi pensamiento.

Casio es mi gran amigo. Señor, os veo alterado.

OTELO

No, no mucho. Estoy seguro

de que Desdémona es honesta.

YAGO

Que lo sea por muchos años y vos que lo creáis.

OTELO

Y, sin embargo, apartarse de las leyes naturales…

YAGO

¡Ah, ahí está! Pues, si me lo permitís,

rechazar todos esos matrimonios

con gente de su tierra, color y condición,

lo que siempre parece natural…

¡Mmm … ! Ahí se adivina un deseo viciado,

grave incongruencia, propósito aberrante.

Perdonadme: en mis presunciones

no pensaba en ella. Aunque temo

que quiera volver sobre sus pasos

y, al compararos con sus compatriotas,

pueda arrepentirse.

OTELO

Muy bien, adiós.

Si observas algo, dímelo.

Que vigile tu mujer. Déjame, Yago.

YAGO [saliendo]

Señor, me retiro.

OTELO

¿Por qué me casé? Seguro que el buen Yago

ve y sabe más, mucho más de lo que dice.

YAGO [volviendo]

Señor, me permito suplicaros

que no os dejéis obsesionar. Que el tiempo decida.

Es justo que Casio recobre su puesto,

pues lo ejerce con gran capacidad,

mas, teniéndole apartado un poco más,

podréis observar al hombre y sus métodos.

Ved si vuestra esposa insiste en que vuelva

y encarece su ruego con ardor:

eso dirá mucho. Mientras tanto,

que mi temor justifique mi injerencia,

pues temo de verdad que ha sido grande,

y, os lo ruego, no culpéis a vuestra esposa.

OTELO

No temas por mi aplomo.

YAGO

Nuevamente me retiro.

 

 

Sale.

 

 

OTELO

Este hombre es de gran honradez,

y su experiencia le permite discernir

los móviles humanos. Corno ella resulte

un halcón indomable, aunque la haya atado

con las fibras de mi corazón, la suelto

al hilo del viento y la dejo a la suerte.

Quizá por ser negro y faltarme las prendas

gentiles del galanteador, o haber descendido

por el valle de los años (aunque poco importa)

me quedo sin ella y burlado, y mi consuelo

ha de ser detestarla. ¡Maldicíón de matrimonio

¡Llamar nuestras a tan gratas criaturas

y no a sus apetencias! Prefiero ser sapo

y vivir de los miasmas de un calabozo

que dejar un rincón de mi ser más querido

para uso de otros. Mas es la cruz del grande,

pues el humilde es más privilegiado.

Como la muerte, es destino inevitable:

la suerte del cornudo ya está echada

desde el momento en que nace. Aquí viene ella

 

 

Entran DESDÉMONA y EMILIA.

 

 

Si me engaña, el cielo se ríe de sí mismo.

No pienso creerlo.

DESDÉMONA

¿Qué ocurre, querido Otelo?

La cena y los nobles isleños

que has invitado aguardan tu presencia.

OTELO

La culpa es mía.

DESDÉMONA

¿Por qué hablas tan bajo? ¿No estás bien?

OTELO

Me duele la cabeza, aquí, en la frente.

DESDÉMONA

Eso es de tanto velar. Se te quitará.

Deja que te ate un pañuelo. Antes de una hora

ya estará bien.

OTELO

Tu pañuelo es muy pequeño. Déjalo.

 

 

[A DESDÉMONA se le cae el pañuelo.]

 

 

Vamos, voy contigo.

DESDÉMONA

Me apena que no estés bien.

 

 

Salen OTELO y DESDÉMONA.

 

 

EMILIA

Me alegra encontrar este pañuelo.

Fue el primer regalo que le hizo el moro.

Mi caprichoso marido cien veces

me ha tentado para que se lo quite; mas ella

lo adora, pues Otelo le hizo jurar

que lo conservaría, y siempre lo lleva consigo,

y lo besa y le habla. Pediré una copia

para dársela a Yago. ¡Sabe Dios

qué piensa hacer con el pañuelo!

Yo sólo sé complacer su capricho.

 

 

Entra YAGO.

 

 

YAGO

¿Qué hay? ¿Qué haces aquí sola?

EMILIA

Sin reprender: tengo algo que enseñarte.

YAGO

¿Algo que enseñarme? Algo que muchos han visto…

EMILIA

¿Eh?

YAGO

…es una esposa sin juicio.

EMILIA

Ah, ¿era eso? ¿Qué me darás

si te doy aquel pañuelo?

YAGO

¿Qué pañuelo?

EMILIA

¿Qué pañuelo? Pues el que Otelo regaló

a Desdémona, el que tú tantas veces

me pedías que le quitase.

YAGO

¿Se lo has quitado?

EMILIA

No, se le cayó por descuido.

Por suerte yo estaba allí y lo cogí.

Mira, aquí está.

YAGO

¡Qué gran mujer! Dámelo.

EMILIA

¿Qué vas a hacer con él, que con ahínco

me pedías que lo robase?

YAGO

Y a ti, ¿qué más te da?

 

 

[Se lo quita.]

 

 

EMILIA

Si no es para nada de importancia,

devuélvemelo. ¡Pobre señora!

Se va a volver loca cuando no lo encuentre.

YAGO

Tú no sabes nada. A mí me hace falta.

Anda, vete ya.

 

 

Sale EMILIA.

 

 

Dejaré el pañuelo donde vive Casio;

él lo encontrará. Simples menudencias

son para el celoso pruebas más tajantes

que las Santas Escrituras. Me puede servir.

El moro está cediendo a mi veneno:

la idea peligrosa es veneno de por sí

y, aunque empiece por no desagradar,

tan pronto como actúa sobre la sangre,

arde como mina de azufre. ¿No lo decía?

 

 

Entra OTELO.

 

 

Aquí llega. Ni adormidera o mandrágora,

ni todos los narcóticos del mundo

podrán devolverte el dulce sueño

de que gozabas ayer.

OTELO

¿Así que me engaña?

YAGO

¡Vamos, general! Dejad ya eso.

OTELO

¡Fuera, vete! Me has puesto en el suplicio.

Te juro que es mejor ser engañado

que sospecharlo una pizca.

YAGO

¡Vamos, señor!

OTELO

¿Tenía yo noción de su furtivo deleite?

Ni lo veía, ni me dolía, ni lo pensaba.

Dormía cada noche, vivía feliz y confiado;

en sus labios no veía los besos de Casio.

Aquél a quien roban, si no advierte el robo,

mejor que lo ignore, y así nada pierde.

YAGO

Vuestras palabras me apenan.

OTELO

Feliz habría sido pudiendo ignorarlo,

aunque toda la tropa, hasta el último peon,

gozase con su cuerpo. Ahora,

¡adiós para siempre al alma serena!

¡Adiós al sosiego! ¡Adiós a penachos marciales

y a guerras grandiosas que enaltecen la ambición!

¡Adiós! ¡Adiós al relincho del corcel

y a trompetas vibrantes, a tambores

que enardecen y a pífanos que asordan,

a regios estandartes y a todo el esplendor,

gloria, pompa y ceremonia de la guerra!

Y tú, mortífero bronce, cuya ruda garganta

imita el fragor espantoso de Júpiter,

¡adiós! Otelo ya no tiene ocupación.

YAGO

Señor, ¿es posible?

OTELO

Infame, demuestra que mi amada es una puta;

demuéstralo. Quiero la prueba visible

o, por la vida perdurable de mi alma,

más te habría valido nacer perro

que hacer frente a mi furia desatada.

YAGO

¿A esto hemos llegado?

OTELO

Házmelo ver o, por lo menos, demuéstramelo

de modo que en la prueba no haya gancho

ni aro en que colgar una duda o, ¡ay de ti!

YAGO

Mi noble señor…

OTELO

Como tú la calumnies y a mí me atormentes,

no reces más; abandona tu conciencia,

cubre de horrores la cima del horror,

haz que llore el cielo y se espante la tierra,

pues nada peor podrás añadir

a tu condenación.

YAGO

¡Misericordia! ¡Que el cielo me asista!

¿Sois hombre? ¿Tenéis alma? ¿O raciocinio?

Adiós. Quedaos con mi puesto. ¡Ah, desgraciado,

que por afecto vuelves vicio la honradez!

¡Ah, mundo atroz! ¡Fíjate, fíjate, mundo!

Ser honrado y sincero trae peligro.

Os agradezco la lección, y desde ahora

no quiero amigos, pues la amistad es dolor.

OTELO

No, espera. Tú debes ser honrado.

YAGO

Debiera ser listo, que la honradez

es muy tonta y se arruina en sus afanes.

OTELO

¡Por Dios!

Creo que mi esposa es honesta y no lo creo;

creo que tú eres leal y no lo creo.

Quiero una prueba. Su nombre era tan claro como

el rostro de Diana, y ahora está más sucio

y más negro que mi faz. No voy a soportarlo

cuando hay sogas, cuchillos, veneno, fuego

o aguas que ahogan. ¡Querría estar seguro!

YAGO

Señor, veo que os devora la pasión.

Me arrepiento de haberla provocado.

¿Querríais estar seguro?

OTELO

Querría, no: quiero.

YAGO

Y podéis. Mas, señor, ¿cómo estar seguro?

¿Queréis ser un zafio espectador?

¿Ver como la montan?

OTELO

¡Ah, muerte y condenación!

YAGO

Sería difícil y engorroso, creo yo,

llevarlos a esa escena. Que se condenen

los ojos que los vean acostados.

Entonces, ¿qué? Entonces, ¿cómo?

¿Qué queréis que diga? ¿Cómo estar seguro?

No podréis verlo, aunque sean más ardientes

que las cabras, más sensuales que los monos,

más calientes que una loba salida

y más brutos que la ignorancia borracha.

Mas, si buscáis seguridad

en indicios vehementes que lo apoyen

y lleven al umbral de la verdad,

podréis tenerla.

OTELO

Dame una prueba real de que me engaña.

YAGO

No me gusta la encomienda,

mas, habiéndome adentrado en este pleito,

movido del afecto y la necia lealtad,

no me detendré. Descansaba yo con Casio

y me vino tal dolor de muelas

que no podía dormir.

Los hay tan ligeros de lengua

que durmiendo musitan sus asuntos.

Casio es uno de éstos.

Le oí decir en sueños: «Querida Desdémona,

seamos prudentes, ocultemos nuestro amor».

Y entonces me agarra y me tuerce la mano,

gritando «¡Divina criatura!», y me besa con ganas,

como arrancando de cuajo los besos

que crecieran en mis labios; y me echa

la pierna sobre el muslo, suspira, me besa

y grita «¡Maldita la suerte que te dio al moro!»

OTELO

¡Asombroso, asombroso!

YAGO

Bueno, no fue más que un sueño.

OTELO

Pero indica una acción consumada.

YAGO

Aunque sueno, es indicio grave.

Podría sustanciar otras pruebas

más débiles.

OTELO

¡La haré mil pedazos!

YAGO

Sed prudente. Aún no es seguro;

quizá sea honesta. Mas, decidme,

¿no la habéis visto con un pañuelo

en la mano, bordado de fresas?

OTELO

Uno así tiene ella: fue mi primer regalo.

YAGO

No lo sabía. Mas hoy he visto a Casio

limpiarse la barba con un pañuelo así,

y seguro que era el de ella.

OTELO

Como sea ése…

YAGO

Como sea ése u otro que sea suyo,

la incrimina con las otras pruebas.

OTELO

¡Tuviera el infame diez mil vidas!

Una es poco, una no es nada para mi venganza,

Ahora ya veo que es cierto. Mira, Yago,

cómo echo al aire mi estúpido amor; adiós.

¡Negra venganza, sal de tu cóncava celda!

¡Amor, entrega corona y trono querido

al odio salvaje! ¡Estalla, corazón, y suelta

esa carga de lenguas de áspid!

 

 

Se arrodilla.

 

 

YAGO

Sosegaos.

OTELO

¡Ah, sangre, sangre, sangre!

YAGO

Tened calma. Acaso cambiéis de idea.

OTELO

Jamás, Yago. Como el Ponto Euxino,

cuya fría corriente e indómito curso

no siente la baja marea y sigue adelante

hacia la Propóntide y el Helesponto,

así mis designios, que corren violentos,

jamás refluirán, y no cederán al tierno cariño

hasta vaciarse en un mar de profunda

e inmensa venganza. Por ese cielo esmaltado,

con todo el fervor de un sagrado juramento,

empeño mi palabra.

YAGO

No os levantéis.

 

 

Se arrodilla.

 

 

Estrellas que ardéis en lo alto, sed testigos,

elementos que nos ciñen y rodean,

sed testigos de que Yago desde ahora

consagra la actividad de su cerebro,

su corazón y sus manos al servicio

del agraviado Otelo. Que dicte sus órdenes,

y mi obediencia será compasión,

por cruel que sea la empresa.

 

 

[Se levanta.]

 

 

OTELO

Acojo tu afecto con franca aceptación,

no con vana gratitud, y sin más demora

te pongo a prueba. De aquí a tres días

quiero que me digas que Casio no vive.

YAGO

Mi amigo está muerto. Lo mandáis

y está hecho. Mas a ella dejadla que viva.

OTELO

¡Así se condene la zorra! ¡Maldita, maldita!

Vamos, ven conmigo. Voy a proveerme

de algún medio rápido para acabar

con el bello demonio. Desde ahora eres mi teniente.

YAGO

Vuestro para siempre.

 

 

Salen.

 

 

III.iv Entran DESDÉMONA, EMILIA y el GRACIOSO.

 

 

Sale.

 

 

DESDÉMONA

¡Tú! ¿Sabes en dónde para el teniente Casio?

GRACIOSO

No puedo decir que pare.

DESDÉMONA

¿Y por qué?

GRACIOSO

Porque un soldado no para y, si le llevas la contra, no hay quien lo pare.

DESDÉMONA

¡Vamos! ¿Dónde se hospeda?

GRACIOSO

Deciros dónde se hospeda es deciros que me paro.

DESDÉMONA

Y todo eso, ¿adónde lleva?

GRACIOSO

No sé dónde se hospeda y si me invento una posada y digo que para en ésta o aquélla, el invento se me para en la garganta.

DESDÉMONA

¿Puedes inquirir por él y ser instruido en la respuesta?

GRACIOSO

Haré catequesis por el mundo: digo que haré preguntas y tendré contestación.

DESDÉMONA

Búscale. Pídele que venga. Dile que he intercedido con mi esposo en su favor y que confío en que todo irá bien.

GRACIOSO

Hacer eso no rebasa los límites del entendimiento, conque voy a intentarlo.

 

 

Sale

 

 

DESDÉMONA

¿Dónde habré perdido ese pañuelo, Emilia?

EMILIA

No lo sé, señora.

DESDÉMONA

Mejor habría sido perder mi bolsa

llena de cruzados

. Si mi noble Otelo

no fuese magnánimo, ni estuviese limpio

de la ruindad del celoso, bastaría

para darle que pensar.

EMILIA

¿No es celoso?

DESDÉMONA

¿Quién, él? Yo creo que el sol de su tierra le quitó esos humores.

EMILIA

Mirad. Aquí viene.

 

 

Entra OTELO.

 

 

DESDÉMONA

Ahora no voy a dejarle hasta que llame

a Casio. -¿Cómo está mi señor?

OTELO

Bien, mi señora. [Aparte] ¡Qué duro disimular!-

¿Y cómo está mi Desdémona?

DESDÉMONA

Muy bien, mi señor.

OTELO

Dame la mano. Esta mano está húmeda.

DESDÉMONA

No conoce los años ni las penas.

OTELO

Es señal de largueza y entrega.

Caliente, caliente y húmeda. Esta mano

es muy libre; necesita ayuno y oración,

mucha penitencia, prácticas piadosas,

pues encierra a un ardiente diablillo

que suele rebelarse. Una mano buena,

una mano abierta.

DESDÉMONA

Bien puedes decirlo, pues con esta mano

te di mi corazón.

OTELO

Noble mano. Antaño la mano se daba

con el corazón; en los nuevos blasones

hay manos, mas no corazón.

DESDÉMONA

No te entiendo. Vamos, tu promesa.

OTELO

¿Qué promesa, mi bien?

DESDÉMONA

He hecho llamar a Casio para que te vea.

OTELO

Me aqueja un penoso catarro.

Déjame el pañuelo.

DESDÉMONA

Toma.

OTELO

El que te regalé.

DESDÉMONA

No lo llevo.

OTELO

¿No?

DESDÉMONA

No, de verdad.

OTELO

Mal hecho. Ese pañuelo se lo dio

a mi madre una egipcia: una maga

que casi leía el pensamiento.

Le dijo que, mientras lo tuviera,

sería muy querida y a mi padre rendiría

enteramente a su amor; mas que, si lo perdía

o regalaba, sería odiosa a los ojos

de mi padre, cuyo ánimo iría en pos

de otros amores. Al morir me lo dio,

y me pidió que lo entregara a quien la suerte

me diera por esposa. Así lo hice.

Tenlo en cuenta y quiérelo como a tus ojos.

Perderlo o regalarlo acarrearía

una ruina incomparable.

DESDÉMONA

¿Es posible?

OTELO

No miento. Es la magia del tejido.

Una sibila, que en el mundo había contado

el giro del sol doscientas veces,

cosió su bordado en profético furor;

hicieron la seda gusanos sagrados

y se tiñó en caromornia, que los sabios

prepararon con corazones de vírgenes.

DESDÉMONA

Pero, ¿es cierto?

OTELO

Cierto y verdadero, conque cuídalo bien.

DESDÉMONA

Entonces, ¡ojalá no lo hubiera visto nunca!

OTELO

¿Eh? ¿Por qué?

DESDÉMONA

¿Cómo es que hablas tan violento y excitado?

OTELO

¿Se ha perdido? ¿No está? ¡Habla! ¿Se ha extraviado?

DESDÉMONA

¡Dios nos bendiga!

OTELO

¿Qué respondes?

DESDÉMONA

Que no. Pero, ¿y si se hubiera perdido?

OTELO

¿Cómo?

DESDÉMONA

Digo que no se ha perdido.

OTELO

Tráelo, que lo vea.

DESDÉMONA

Podría traerlo, pero ahora no. Todo esto

es una excusa para que olvide mi ruego.

Vamos, haz que Casio sea rehabilitado.

OTELO

Tráeme el pañuelo. Tengo dudas.

DESDÉMONA

Vamos, vamos.

Nunca verás a hombre más apto.

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

Te lo ruego, habla de Casio.

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

Es un hombre cuya suerte siempre consagró

a la amistad que te profesa,

que compartió tus peligros…

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

La verdad, eres injusto.

OTELO

¡Dios!

 

 

Sale.

 

 

EMILIA

¿Conque no es celoso?

DESDÉMONA

Jamás le vi así.

Seguro que es la magia del pañuelo,

Me apena mucho haberlo perdido.

EMILIA

Un año o dos no revelan a un hombre.

Todos son estómagos y nosotras, comida.

Nos comen con hambre y, una vez llenos,

nos eructan.

 

 

Entran YAGO y CASIO.

 

 

Mirad: Casio y mi marido.

YAGO

No hay otro remedio: debe hacerlo ella.

¡Mirad qué suerte! Id a rogarle.

DESDÉMONA

¿Qué hay, buen Casio? ¿Alguna noticia?

CASIO

Mi ruego, señora. Os suplico

que, por vuestra favorable mediación,

yo pueda volver a existir y gozar

del afecto de aquél a quien, con toda

la entrega de mi alma, honro sin reservas.

No lo aplacéis. Si tan grave es mi delito

que ni acciones pasadas, penas presentes

o intención de servicios futuros

son rescate suficiente de su afecto,

el beneficio de saberlo solicito.

Así me envolveré en fingida complacencia,

resignado a seguir otro camino

al albur de la fortuna.

DESDÉMONA

¡Ah, noble Casio!

Mi defensa no encuentra consonancia:

mi esposo no es mi esposo, ni podría

conocerle si tuviera el semblante tan cambiado

como el ánimo. Os juro por todos los santos

que por vos he hecho lo imposible,

poniéndome al alcance de su enojo

por hablarle con franqueza. Debéis esperar.

Lo que pueda, lo haré: más de lo que me atrevo

a hacer por mí misma. Que eso os baste.

YAGO

¿Enojado mi señor?

EMILIA

Salió hace un momento

y, desde luego, con gran excitación.

YAGO

¿Cómo puede enojarse? Yo he visto

cómo el cañón hacía saltar sus batallones

por el aire y, como un diablo, arrebataba

a su propio hermano de su lado. ¿Enojado?

Será algo grave. Voy a buscarle.

Algo ha de pasar si está enojado.

DESDÉMONA

Ve con él, te lo ruego.

 

 

Sale YAGO.

 

 

Le habrá enturbiado su espíritu limpio

algún asunto de Estado, quizá de Venecia,

o alguna conjura malograda, recién

descubierta aquí, en Chipre. En esos casos,

cuando les preocupan cosas de importancia,

los hombres discuten por una minucia.

Ocurre así. Cuando el dedo nos duele, parece

que transmite dolor a los miembros sanos.

No; no pensemos que los hombres son dioses,

ni de ellos esperemos miramientos

como el día de la boda. ¡Regáñame, Emilia!

Soy una torpe guerrera

y con el alma

acusaba de rigor a mi marido;

mas veo que he inducido a falso testimonio

y que le he acusado injustamente.

EMILIA

Dios quiera que sean asuntos de Estado,

como creéis, y no algún antojo o celos

caprichosos que os afecten.

DESDÉMONA

¡Cielo santo! Jamás le di motivo.

EMILIA

Sí, mas eso al celoso no le sirve.

El celoso no lo es por un motivo:

lo es porque lo es. Son los celos un monstruo

engendrado y nacido de sí mismo.

DESDÉMONA

Dios guarde de ese monstruo el alma de Otelo.

EMILIA

Así sea, señora.

DESDÉMONA

Voy a buscarle. Casio, quedad por aquí.

Si le veo bien dispuesto, le presentaré

vuestra súplica y haré lo imposible

por que acceda.

CASIO

Señora, con humildad os lo agradezco.

 

 

Salen DESDÉMONA y EMILIA.

Entra BIANCA.

 

 

BIANCA

Dios te guarde, amigo Casio.

CASIO

¿Qué haces que no estás en casa?

¿Cómo está mi bellísima Bianca?

Te juro, mi amor, que iba a visitarte.

BIANCA

Y yo iba a tu aposento. ¿Conque una semana

sin verme? ¿Siete días con sus noches?

¿Trece veces trece horas? ¡Y horas de ausencia

del amado, cien veces más largas

que las del reloj! ¡Qué agobio de cuenta!

CASIO

Perdóname, Bianca: estos días

me abrumaban muy graves pensamientos.

Te pagaré mi cuenta de ausencia

de manera más continua. Querida Bianca,

cópiame este bordado.

 

 

[Le da el pañuelo.]

 

 

BIANCA

Casio, ¿esto de dónde ha salido?

Seguro que es prenda de una nueva amiga.

Ahora veo el motivo de la ausencia.

¿A esto hemos llegado? Vaya, vaya.

CASIO

¡Quita, mujer! Devuelve

tus viles recelos a la boca del diablo,

que es quien te los dio. Tú sospechas

que esto es de una amante, algún recuerdo.

Te juro que no, Bianca.

BIANCA

Pues, ¿de quién es?

CASIO

Ni yo lo sé. Lo encontré en mi aposento.

Me gusta el bordado. Antes que lo busquen,

como harán seguramente, quisiera una copia.

Toma y hazla, y ahora, déjame.

BIANCA

¿Qué te deje? ¿Por qué?

CASIO

Estoy esperando al general,

y no sería propio, ni es mi deseo,

que me vea con una mujer.

BIANCA

¿Y por qué?

CASIO

No es que no te quiera.

BIANCA

Es que no me quieres.

Te lo ruego, acompáñame un poco

y dime si he de verte al atardecer.

CASIO

Apenas si puedo acompañarte, pues he

de seguir esperando; mas te veré luego.

BIANCA

Muy bien. Tendré que conformarme.

 

 

Salen.

 

 

IV.i Entran OTELO Y YAGO.

 

 

YAGO

¿Vais a creerlo?

OTELO

¿Creerlo, Yago?

YAGO

¿Un beso a solas?

OTELO

¡Un beso ilícito!

YAGO

¿O estar desnuda en la cama con su amigo

una hora o más sin mala intención?

OTELO

¿Desnuda en la cama sin mala intención, Yago?

Eso es hipocresía con el diablo.

A quienes obran con virtud y hacen esas cosas,

el diablo les tienta la virtud

y ellos tientan al cielo.

YAGO

Si no hacen nada es pecado venial;

mas si yo le doy un pañuelo a mi mujer…

OTELO

¿Qué?

YAGO

Pues que es suyo, señor, y, siendo suyo,

creo que puede regalárselo a otro hombre.

OTELO

Mas ella es protectora de su honra.

¿Puede entregarla?

YAGO

Su honra es una esencia invisible.

La siguen teniendo quienes ya no la tienen.

Pero el pañuelo…

OTELO

¡Por Dios, ojalá que lo hubiera olvidado!

Me decías (ah, se cierne sobre mi memoria

como cuervo sobre casa apestada,

augurando desgracia) que él tenía mi pañuelo.

YAGO

¿Y qué?

OTELO

Pues que no está bien.

YAGO

¿Y si hubiera dicho que le vi ofenderos?

¿O le hubiera oído decir, como esos granujas

que, haciendo la corte con porfía

o por la débil voluntad de alguna dama,

las convencen y complacen, y no

saben callarse … ?

OTELO

¿Ha dicho algo?

YAGO

Sí, señor. Pero seguro que no más

de lo que niegue bajo juramento.

OTELO

¿Qué ha dicho?

YAGO

Pues que … No sé qué.

OTELO

¿Qué, qué?

YAGO

Durmió…

OTELO

¿Con ella?

YAGO

Con ella, sobre ella, como queráis.

OTELO

¿Durmió con ella? ¿Sobre ella? Entonces decimos que dormir es infamarla. ¡Con ella! ¡Dios, qué asco! ¡Pañuelo, confesión, pañuelo! Confesión y horca por hacerlo. Primero la horca y después la confesión. Me hace temblar. Mi naturaleza no caería sin fundamento en pasión tan cegadora. No son palabras lo que me agita. ¡Uf! Nariz, orejas, labios. ¿Es posible? ¿Confesión? ¿Pañuelo? ¡Vil demonio!

 

 

Cae inconsciente.

 

 

YAGO

Actúa, veneno, actúa. Así es como caen

los crédulos bobos, y así es como pierden

la honra muchas dignas damas, siendo

inocentes y puras. ¡Eh, señor!

¡Vamos, señor! ¡Otelo!

 

 

Entra CASIO.

 

 

¿Qué hay, Casio?

CASIO

¿Qué pasa?

YAGO

Mi señor ha tenido un ataque de epilepsia.

Ya es el segundo: ayer tuvo uno.

CASIO

Frótale las sienes.

YAGO

No, dejadle.

Que la inconsciencia siga su curso. Si no,

echará espumarajos por la boca

y se pondrá hecho una furia. Mirad, se mueve.

Retiraos un momento. Se repondrá en seguida. Cuando se haya ido,

quiero hablaros de un asunto importante.

 

 

[Sale CASIO.]

 

 

¿Qué hay, general? ¿Os habéis

lastimado la cabeza?

OTELO

¿Te burlas de mí?

YAGO

¿Burlarme de vos? No, por Dios.

Así llevarais vuestra suerte como un hombre.

OTELO

Un cornudo es un monstruo y una bestia.

YAGO

Entonces en una ciudad populosa

hay muchas bestias y monstruos civiles.

OTELO

¿Lo ha confesado?

YAGO

Mi buen señor, sed hombre. Pensad

que quien lleva barba y va en coyunda,

tal vez arrastre esa carga. Son millones

los que duermen en camas deshonradas

que ellos tienen por honrosas. Vuestro caso

es mejor. ¡Ah, qué ruindad del diablo,

qué burla del Maligno es besar a una indecente,

creyéndola pura, en el lecho conyugal!

No, yo quiero saberlo y, sabiendo lo que soy,

sabré cómo acabará ella.

OTELO

¡Ah, qué sagaz! Es cierto.

YAGO

Alejaos un momento;

no crucéis la frontera de la calma.

Cuando estabais abrumado por la angustia,

flaqueza que no cuadra a un hombre como vos,

llegó Casio. Logré librarme de él;

vuestro desmayo me dio buena excusa.

Le dije que volviese pronto y hablaríamos,

lo cual prometió. Ahora escondeos,

y fijaos en las burlas, muecas y visajes

que aloja cada zona de su cara,

pues haré que vuelva a contarme

dónde, cómo, cuándo, desde cuándo y cada cuánto

se entiende y entenderá con vuestra esposa.

Fijaos bien en su actitud. Vamos, calma,

o diré que sois todo bilis

y nada ser humano.

OTELO

¿Me oyes bien, Yago?

Seré muy cauteloso con mi calma,

pero, ¿me oyes bien?, muy violento.

YAGO

Eso está bien. Mas todo a su tiempo.

¿Queréis retiraros?

 

 

[Se esconde OTELO.]

 

 

Ahora le hablaré a Casio de Bianca,

una mujerzuela que, vendiendo sus favores,

se paga la ropa y el pan. Se muere

por Casio, pues es la maldición de las perdidas

engañar a muchos y que uno solo

las engañe. Cuando la oiga nombrar,

no podrá contenerse de la risa. Aquí llega.

 

 

Entra CASIO.

 

 

Cuando se ría, Otelo se pondrá furioso,

y sus celos ignorantes torcerán

el desparpajo, las sonrisas y ademanes

del pobre Casio. ¿Qué tal, teniente?

CASIO

Nunca peor, pues me nombras por el puesto

cuya carencia me mata.

YAGO

Porfiad con Desdémona y será vuestro.

Si de Bianca dependiese vuestra súplica,

¡qué pronto seríais favorecido!

CASIO

¡Ah, pobre criatura!

OTELO

Ya se está riendo.

YAGO

Jamás conocí mujer tan enamorada.

CASIO

¡Ah, la pobrecilla! Sí, creo que me quiere.

OTELO

Lo niega a medias y lo toma a risa.

YAGO

Escuchad, Casio.

OTELO

Ahora le fuerza a que lo cuente.

Muy bien, vamos, adelante.

YAGO

Ella va diciendo que la haréis

vuestra esposa. ¿Es vuestra intención?

CASIO

¡Ja, ja, ja!

OTELO

¿Triunfante, romano, triunfante?

CASIO

¿Hacerla mi esposa? ¿A una buscona? Anda, ten caridad con mi uso de razón. No lo juzgues tan enfermo. ¡Ja, ja, ja!

OTELO

Vaya, vaya. Ríe quien vence.

YAGO

Pues corre la voz de que os casaréis.

CASIO

Vamos, habla en serio.

YAGO

Si miento, soy un canalla.

OTELO

¿Conque me has marcado? Bien.

CASIO

Eso es un cuento de esa mona. Es su amor y vanidad, no mi promesa, lo que le hace creer que nos casaremos.

OTELO

Yago me hace señas. Ya empieza la historia.

CASIO

Ha estado aquí hace poco. Me asedia por todos la dos. El otro día hablaba yo con unos venecianos a la orilla del mar, y viene la mozuela y, te lo juro se me agarra al cuello así.

OTELO

Gritando «¡Ah, querido Casio!», como aquel que dice. Sus ademanes lo explican.

CASIO

Se me apoya, se me cuelga y me llora, y venga a tirar de mí. ¡Ja, ja, ja!

OTELO

Ahora contará que se lo llevó a mi cuarto. ¡Ah, te veo la nariz, pero no el perro al que se la echaré!

CASIO

Pues tendré que dejármela.

YAGO

¡Vive Dios! Ahí viene.

 

 

Entra BIANCA.

 

 

CASIO

Una de esas zorras. Sí, y bien perfumada. -¿Qué pretendes asediándome así?

BIANCA

¡Que te asedien a ti el diablo y su madre! ¿Y tú qué pretendías con el pañuelo que me has dado? ¡Valiente tonta fui al llevármelo! ¿Que copie el bordado? ¡Tú sí lo bordas todo encontrando en tu cuarto un pañuelo que no sabes quién dejó! ¿La prenda de una lagarta y quieres que yo te la copie? Ten, dásela a tu moza. Me da igual la procedencia: yo no te copio el bordado.

CASIO

Pero, ¿qué pasa, mi querida Bianca? ¿Qué pasa?

OTELO

¡Por Dios, seguro que es mi pañuelo!

BIANCA

Si quieres, ven a cenar esta noche. Si no, ven otro día, que te espero sentada.

YAGO

¡Seguidla, seguidla!

CASIO

Claro; si no, irá renegando por la calle.

YAGO

¿Cenaréis con ella?

CASIO

Pienso ir, sí.

YAGO

Pues tal vez os vea. Me gustaría mucho hablar con vos.

CASIO

Pues ven. ¿Vendrás?

YAGO

Corred. Ni una palabra más.

 

 

Sale CASIO.

 

 

OTELO [adelantándose]

¿Cómo lo mato, Yago?

YAGO

¿Oísteis qué risa le daba su pecado?

OTELO

¡Ah, Yago!

YAGO

¿Y visteis el pañuelo?

OTELO

¿Era el mío?

YAGO

El vuestro, os lo juro. Y hay que ver cómo aprecia a vuestra cándida esposa: ella le da un pañuelo y él se lo da a su manceba.

OTELO

Estaría nueve años matándolo. ¡Qué mujer tan buena, tan bella, tan dulce!

YAGO

No. Eso debéis olvidarlo.

OTELO

Que se pudra y se muera, y se condene esta noche, pues no ha de vivir. No, el corazón se me ha vuelto piedra: lo golpeo y me duele la mano. ¡Ah, el mundo no ha dado criatura más dulce! Podría echarse junto a un emperador y darle órdenes.

YAGO

No, dejad eso ahora.

OTELO

¡Que la cuelguen! Yo sólo digo lo que es. Primorosa con la aguja, admirable con la música (su voz deja al oso sin fiereza). ¡Y qué grande entendimiento, qué rica imaginación!

YAGO

Por eso mismo es peor.

OTELO

¡Ah, mil, mil veces! ¡Y a la vez tiene tanta gentileza!

YAGO

Sí, demasiada.

OTELO

Es verdad. Y, sin embargo, ¡qué pena, Yago! ¡Ah, Yago! ¡Qué pena, Yago!

YAGO

Si estáis tan prendado de su culpa, dadie licencia para pecar: si a vos no os agravia, a nadie molesta.

OTELO

La voy a hacer trizas. ¡Engañarme!

YAGO

Es indigno.

OTELO

¡Con mi oficial!

YAGO

Aún más indigno.

OTELO

Tráeme un veneno, Yago, esta noche. Con ella no voy a discutir, no sea que su cuerpo y belleza aplaquen mi decisión. Esta noche, Yago.

YAGO

No la envenenéis. Estranguladla en la cama, en el lecho mancillado.

OTELO

Muy bien. Me complace esa justicia. Muy bien.

YAGO

Respecto a Casio, dejadlo de mi cuenta. Antes de medianoche tendréis noticias.

OTELO

Magnífico.

 

 

Toque de clarín dentro.

 

 

¿Qué es ese clarín?

YAGO

Seguro que noticias de Venecia.

 

 

Entran LUDOVICO, DESDÉMONA y acompañamiento.

 

 

Es Ludovico, de parte del Dux. Y con él vuestra esposa.

LUDOVICO

¡Dios os guarde, noble general!

OTELO

Vuestro de todo corazón.

LUDOVICO

El Dux y senadores de Venecia

os saludan.

 

 

[Le da una carta.]

 

 

OTELO

Beso el documento de sus órdenes.

 

 

[Lee la carta.]

 

 

DESDÉMONA

¿Y qué noticias traéis, pariente Ludovico?

YAGO

Me alegro mucho de veros, señor.

Bienvenido a Chipre.

LUDOVICO

Gracias. ¿Cómo está el teniente Casio?

YAGO

Vive, señor.

DESDÉMONA

Ludovico, entre él y mi esposo ha surgido

una extraña desunión. Vos podréis remediarlo.

OTELO

¿Estás segura?

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

«No dejéis de hacerlo, pues … »

LUDOVICO

No os llamaba: está leyendo el mensaje.

¿Hay discordia entre Casio y vuestro esposo?

DESDÉMONA

Y muy triste. Haría lo que fuese

por unirlos, en mi cariño por Casio.

OTELO

¡Fuego y azufre!

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

¿Eres discreta?

DESDÉMONA

¡Ah! ¿Está enojado?

LUDOVICO

Quizá le ha afectado la carta,

pues creo que le ordenan que regrese

y nombran a Casio para el mando.

DESDÉMONA

¡Cuánto me alegra!

OTELO

¿De veras?

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

Me alegra verte loca.

DESDÉMONA

¡Querido Otelo!

OTELO

¡Demonio!

 

 

[La abofetea.]

 

 

DESDÉMONA

No merezco esto.

LUDOVICO

Señor, esto no lo creerían en Venecia

aunque jurase que lo vi. Es inaudito.

Desagraviadla: está llorando.

OTELO

¡Demonio, demonio! Si la tierra

concibiese con llanto de mujer,

de cada lágrima saldría un cocodrilo.

¡Fuera de mi vista!

DESDÉMONA

Me voy por no ofenderte.

LUDOVICO

Una esposa muy obediente. Señor,

os lo suplico, pedidle que vuelva.

OTELO

¡Mujer!

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

¿Para qué la queréis, señor?

LUDOVICO

¿Quién? ¿Yo, señor?

OTELO

Sí. Queríais que la hiciese volver.

Pues sabe volver, y volverse, y seguir,

y darse la vuelta. Y sabe llorar, sí, llorar.

Y es obediente, como decís; obediente

muy obediente. -Tú sigue llorando.-

Respecto a esto, señor… -¡Qué bien finge la, Vena!

me ordenan que regrese.- ¡Fuera de aquí!

Ya te mandaré llamar. -Señor, obedezco

la orden y regreso a Venecia. -¡Vete, fuera!

 

 

[Sale DESDÉMONA.]

 

 

Casio me reemplazará. Y os suplico, señor,

que cenéis esta noche conmigo.

Sed bienvenido a Chipre. -¡Monos y cabras!

 

 

Sale.

 

 

LUDOVICO

¿Es éste el noble moro a quien todo el Senado

creía tan entero? ¿Es éste el ánimo

al que no conmovía la emoción,

la firmeza que no roza ni traspasa

la flecha o el disparo del azar?

YAGO

Está muy cambiado.

LUDOVICO

¿Se ha trastornado? ¿No estará demente?

YAGO

Él es el que es. No me corresponde juzgar

lo que podría ser. Si no es lo que podría,

ojalá lo fuera

 

 

LUDOVICO

¡Pegarle a su esposa!

YAGO

Sí, eso no ha estado bien. Mas ojalá

ese golpe fuera lo peor.

LUDOVICO

¿Es su costumbre? ¿O acaso

la carta le ha excitado la pasión,

creándole esa lacra?

YAGO

¡Válgame! No sería honrado si os dijera

lo que he visto y oído. Observadle,

y su conducta le mostrará de tal modo

que os ahorrará mis palabras. Id con él

y fijaos en cómo continúa.

LUDOVICO

Con él he sufrido un desengaño.

 

 

Salen.

 

 

IV.ii Entran OTELO y EMILIA.

 

 

OTELO

¿Así que no has visto nada?

EMILIA

Ni visto ni oído y nunca he sospechado.

OTELO

Sí, los has visto juntos a Casio y a ella.

EMILIA

Pero no vi nada malo, y oí

cada palabra que salió de sus bocas.

OTELO

¡Cómo! ¿No secreteaban?

EMILIA

Nunca, señor.

OTELO

¿Ni te mandaban que te fueras?

EMILIA

Nunca.

OTELO

¿Ni a traerle el abanico, los guantes,

el antifaz, ni nada?

EMILIA

Jamás, señor.

OTELO

Sorprendente.

EMILIA

Señor, apostaría el alma a que ella

es honesta. Si pensáis otra cosa,

desechad esa idea: os está engañando.

Si algún infame os lo ha metido en la cabeza,

¡caiga sobre él la maldición de la serpiente!

Si ella no es honesta, pura y fiel,

no hay hombre dichoso: la esposa mejor

es más vil que la calumnia.

OTELO

Dile que venga. Vamos.

 

 

Sale EMILIA.

 

 

Ésta habla bien, Pero boba sería la alcahueta

que no hablara así. ¡Y qué puta más lista!

Llave y candado de viles secretos;

aunque se arrodilla y reza. Se lo he visto hacer.

 

 

Entran DESDÉMONA y EMILIA.

 

 

DESDÉMONA

Señor, ¿qué deseas?

OTELO

Ven aquí, paloma.

DESDÉMONA

¿Cuál es tu deseo?

OTELO

Deja que te vea los ojos.

Mírame a la cara.

DESDÉMONA

¿Qué horrible capricho es éste?

OTELO [a EMILIA]

Tú, mujer, a lo tuyo. Deja en paz

a los que van a procrear. Cierra la puerta

y tose o carraspea si viene alguien.

¡Tu oficio, tu oficio! ¡A cumplir!

 

 

Sale EMILIA.

 

 

DESDÉMONA

Te lo pido de rodillas: ¿Qué significa

lo que dices? Entiendo el furor de tus palabras,

mas no las palabras.

OTELO

Pues, ¿quién eres tú?

DESDÉMONA

Tu esposa, señor. Tu esposa fiel y leal,

OTELO

Vamos, júralo y condénate, no sea

que, siendo angelical, los propios demonios

teman apresarte. Conque doble condena:

jura que eres honesta.

DESDÉMONA

Bien lo sabe el cielo.

OTELO

El cielo bien sabe

que eres más falsa que el diablo.

DESDÉMONA

¿Cómo soy falsa, señor? ¿Con quién, para quién?

OTELO

¡Ah, Desdémona, vete, vete, vete!

DESDÉMONA

¡Dios bendito! ¿Por qué lloras?

¿Soy yo la causa de tus lágrimas, señor?

Si acaso sospechas que mi padre

intervino en tu orden de regreso,

a mí no me culpes. Si tú le perdiste,

yo también le perdí.

OTELO

Si los cielos me hubieran puesto a prueba

con padecimientos, vertiendo sobre mí

toda suerte de angustias y deshonras,

sumiéndome hasta el labio en la miseria,

cautivos mis afanes y mi ser,

habría hallado una gota de paciencia

en alguna parte de mi alma. Pero, ¡ay, convertirme

en el número inmóvil que la aguja

del escarnio señala en su curso imperceptible!

Aun eso podría soportar, aun eso.

Mas del ser en que he depositado el corazón,

que me da vida y, si no, sería mi muerte,

del manantial de donde brota o se seca

mi corriente, ¡verme separado

o tenerlo como ciénaga de sapos inmundos

que se juntan y aparean … ! Palidece de verlo,

paciencia, tierno querubín de labios rosados.

¡Sí, ponte más sañudo que el infierno!

DESDÉMONA

Señor, supongo que me crees honesta.

OTELO

¡Oh, sí! Como moscas de verano en matadero,

que nacen criando. ¡Ah, flor silvestre,

tan hermosa y de olor tan delicado

que lastimas el sentido! ¡Ojalá

no hubieras nacido!

DESDÉMONA

Pero, ¿qué pecado he cometido sin saberlo?

OTELO

¿Se hizo este bello papel, este hermoso libro,

para escribir en él «puta»? ¿Qué pecado?

¿Pecado? ¡Ah, mujerzuela! Si nombrase

tus acciones, mis mejillas serían fraguas

que el pudor reducirían a cenizas.

¿Qué pecado? Al cielo le hiede, la luna

cierra los ojos; el viento sensual,

que todo lo besa, enmudece

en la cóncava tierra y no quiere oírlo.

¿Qué pecado? ¡Impúdica ramera!

DESDÉMONA

Por Dios, me estás injuriando.

OTELO

¿No eres una ramera?

DESDÉMONA

No, o no soy cristiana. Si, para honra

de mi esposo, preservar este cuerpo

de contactos ilícitos e impuros

es no ser una ramera, no lo soy.

OTELO

¿Que no eres una puta?

DESDÉMONA

¡No, por mi salvación!

OTELO

¿Es posible?

DESDÉMONA

¡Ah, que Dios nos perdone!

OTELO

Entonces disculpad. Os tomé

por la astuta ramera de Venecia

que se casó con Otelo. -¡Tú, mujer,

que, al revés que San Pedro, custodias

la puerta del infierno!

 

 

Entra EMILIA.

 

 

Tú, tú, ¡sí, tú! Nuestro asunto

ha terminado. Aquí está tu paga.

Ahora echa la llave, y silencio.

 

 

Sale.

 

 

EMILIA

Pero este hombre, ¿qué imagina?

¿Cómo estáis, señora? ¿Cómo estáis?

DESDÉMONA

Aturdida.

EMILIA

Decidme, ¿qué le pasa a mi señor?

DESDÉMONA

¿A quién?

EMILIA

Pues a mi señor.

DESDÉMONA

¿Quién es tu señor?

EMILIA

El vuestro, mi querida señora.

DESDÉMONA

Ya no tengo. No hablemos, Emilia.

No puedo llorar, y no tendría más palabras

que las lágrimas. Esta noche ponme

en la cama mis sábanas de boda,

acuérdate. Y dile a tu esposo que venga.

EMILIA

¡Vaya cambio!

 

 

Sale.

 

 

DESDÉMONA

Está bien que me trate así, ¡muy bien!

¿Qué habré hecho yo para que tenga

la mínima queja de mi más leve falta?

 

 

Entran YAGO y EMILIA.

 

 

YAGO

¿Qué deseáis, señora? ¿Estáis bien?

DESDÉMONA

No sé. Los que educan a los niños

les hablan con dulzura y corrigen con bondad.

Debió hacerlo así, pues soy como niña

que ignora el reproche.

YAGO

¿Qué ocurre, señora?

EMILIA

¡Ah, Yago! El señor la ha tratado de puta,

la ha cubierto de insultos y de ofensas

que la honra no puede soportar.

DESDÉMONA

¿Acaso lo soy, Yago?

YAGO

¿Sois qué, mi bella señora?

DESDÉMONA

Lo que dice que mi esposo me llamó.

EMILIA

La llamó puta. Ni un mendigo borracho

le habría dicho eso a su golfa.

YAGO

¿Por qué lo hizo?

DESDÉMONA

No lo sé. Juro que no lo soy.

YAGO

No lloréis, no lloréis. ¡Váigame!

EMILIA

¿Renunció a tan nobles pretendientes,

a su padre, su tierra y su familia,

para ser llamada puta? ¿No es para llorar?

DESDÉMONA

Es mi desventura.

YAGO

¡Maldito sea!

¿Cómo se le habrá ocurrido?

DESDÉMONA

Sabe Dios.

EMILIA

Que me cuelguen si no es una calumnia

de algún canalla redomado, algún

bribón entrometido, algún embaucador

mentiroso y retorcido que va

buscando un puesto. ¡Que me cuelguen!

YAGO

¡Bah! Ese hombre no existe. Es imposible.

DESDÉMONA

Si existe, que Dios le perdone.

EMILIA

Que le perdone la horca y se pudra

en el infierno. ¿Por qué la llamó puta?

¿Quién va con ella? ¿Dónde, cuándo, cómo,

por qué motivo? Algún mal nacido engaña

a Otelo, algún granuja ruin y despreciable.

¡Quiera Dios descubrir a estos sujetos

y poner un látigo en toda mano honrada

que desnudos los azote por el mundo

desde el este hasta el oeste!

YAGO

Habla más bajo.

EMILIA

¡Mala peste ! Alguno de ésos fue

quien te puso el juicio del revés, haciéndote

creer que yo te engañaba con Otelo.

YAGO

Tú eres tonta. Calla.

DESDÉMONA

¡Ah, Yago! ¿Qué puedo hacer por recobrar

el cariño de mi esposo? Buen amigo,

ve con él, pues, por la luz del cielo,

no sé cómo le perdí. Lo digo de rodillas:

si alguna vez pequé contra su amor

por vía de pensamiento o de obra;

si mis ojos, oídos o sentidos

gozaron con algún otro semblante;

si no le quiero con toda mi alma, como siempre

le quise y le querré, aunque me eche

de su lado como a una pordiosera,

¡que el sosiego me abandone! Mucho puede

el desamor, mas aunque el suyo acabe

con mi vida, con mi amor nunca podrá.

No puedo decir «puta»; me repugna la palabra.

Ni por todas las glorias de este mundo

haría nada que me diera un nombre así.

YAGO

Calmaos, os lo ruego. Es el mal humor.

Le enojan los asuntos de gobierno

y por eso os riñe.

DESDÉMONA

Si sólo fuera eso…

YAGO

Sólo es eso, os lo aseguro.

Escuchad: los clarines llaman a la cena.

Aguardan los emisarios de Venecia.

Entrad y no lloréis. Todo irá bien.

 

 

Salen DESDÉMONA y EMILIA.

 

 

Entra RODRIGO

.

 

 

¿Qué hay, Rodrigo?

RODRIGO

Veo que no juegas limpio conmigo.

YAGO

¿En qué te fundas?

RODRIGO

Día tras día me vas dando largas, Yago, y creo que, más que darme ocasión, me vas menguando la esperanza. Ahora ya no pienso tolerarlo, ni estoy dispuesto a sufrir en silencio lo que ya he soportado como un tonto.

YAGO

¿Quieres oírme, Rodrigo?

RODRIGO

He oído demasiado. Tus hechos no hacen juego con tus dichos.

YAGO

Me acusas sin razón.

RODRIGO

Con la pura verdad. Me he quedado sin recursos. Las joyas que te di para Desdémona podían haber comprado a una monja. Me dices que las tiene y que me da esperanzas y ánimo de inmediato favor y relaciones, mas no veo nada.

YAGO

Bueno, vamos, vamos.

RODRIGO

¡Bueno, vamos! ¿Cómo voy a irme? Y de bueno, nada. Todo esto es vil y empiezo a sentirme estafado.

YAGO

Bueno.

RODRIGO

Te digo que de bueno, nada. Voy a presentarme a Desdémona. Si me devuelve las joyas, renuncio a mi pretensión y a galanteos ilícitos. Si no, te exigiré reparación.

YAGO

¿Has dicho?

RODRIGO

Sí, y no he dicho nada que no piense hacer.

YAGO

¡Vaya! Ahora veo que tienes bríos, y desde ahora mi opinión de ti es mejor que nunca. Dame la mano, Rodrigo. Me has hecho una justísima objeción; mas yo te aseguro que siempre jugué limpio con tu asunto.

RODRIGO

No se ha visto.

YAGO

Reconozco que no se ha visto, y a tus reservas no les falta seso ni cordura. Pero Rodrigo, si de veras tienes lo que ahora tengo más razón para creer, decisión, arrojo y hombría, demuéstralo esta noche. Si a la siguiente no gozas a Desdémona, quítame de enmedio a traición y ponle trampas a mi vida.

RODRIGO

¿Qué planeas? ¿Es prudente y hacedero?

YAGO

Por orden especial llegada de Venecia, Casio pasa a ocupar el puesto de Otelo.

RODRIGO

¿Es verdad? Entonces Otelo y Desdémona vuelven a Venecia.

YAGO

Ah, no: él se va a Mauritania con su bella Desdémona, a no ser que algún accidente demore su marcha. Para lo cual lo más contundente es librarse de Casio.

RODRIGO

¿Qué quiere decir «librarse»?

YAGO

Pues impedirle que ocupe el puesto de Otelo; cortarle el cuello.

RODRIGO

¿Y quieres que lo haga yo?

YAGO

Sí, si tienes valor para hacerte servicio y justicia. Él cena esta noche con una perdida; yo iré a verle. Aún no sabe nada de sus nuevos honores. Si aguardas su salida (yo haré que salga entre las doce y la una), le tendrás a tu alcance. Yo estaré cerca para secundarte y entre los dos lo matamos. Anda, no te desconciertes y ven conmigo. Te haré ver la necesidad de su muerte y tú te sentirás obligado a dársela. Es la hora de la cena y corren las horas. ¡En marcha!

RODRIGO

Necesito más razones para hacerlo.

YAGO

Quedarás complacido.

 

 

Salen.

 

 

IV.iii Entran OTELO, LUDOVICO, DESDITMONA, EMILIA y acompañamiento.

 

 

LUDOVICO

Os lo ruego, señor. No os molestéis.

OTELO

Permitid. Me hará bien andar.

LUDOVICO

Señora, buenas noches. Os doy humildes gracias.

DESDÉMONA

A vuestro servicio.

OTELO

¿Vamos, señor? Ah, Desdémona.

DESDÉMONA

¿Señor?

OTELO

Acuéstate ya. Vuelvo de inmediato. Que no se quede tu dama. Haz como te digo. DESDÉMONA

Sí, señor.

 

 

Salen [OTELO, LUDOVICO y acompañamiento].

 

 

EMILIA

¿Cómo va todo? Parece más amable que antes.

DESDÉMONA

Dice que vuelve en seguida.

Me ha mandado que me acueste

y ha dicho que no te quedes.

EMILIA

¿Que no me quede?

DESDÉMONA

Es su deseo. Así que, buena Emilia,

me traes la ropa de noche y adiós.

No debemos contrariarle.

EMILIA

¡Ojalá no le hubierais visto nunca!

DESDÉMONA

Eso no. Mi amor por él es tanto

que su enojo, censuras y aspereza…,

suéltame esto

,… tienen su encanto y donaire.

EMILIA

He puesto las sábanas que dijisteis.

DESDÉMONA

Es igual. ¡Ah, qué antojos tenemos!

Si muero antes que tú, amortájame

con una de esas sábanas.

EMILIA

Vamos, vamos, ¡qué decís!

DESDÉMONA

Mi madre tenía una doncella, de nombre Bárbara.

Estaba enamorada, y su amado le fue infiel

y la dejó. Sabía la canción del sauce,

una vieja canción que expresaba su sino,

y murió cantándola. Esta noche

no puedo olvidar la canción. Me cuesta

no hundir la cabeza y cantarla

como hacía la pobre Bárbara. Date prisa.

EMILIA

¿Os traigo la bata?

DESDÉMONA

No, suéltame esto.

Ludovico es bien parecido.

EMILIA

Muy guapo.

DESDÉMONA

Y habla bien.

EMILIA

En Venecia conozco una dama que habría ido descalza a Palestina por tocarle un labio. DESDÉMONA

[canta] «Penaba por él bajo un sicamor

llora, sauce, conmigo;

la frente caída, hundido el corazón;

llora, sauce, llora conmigo;

las aguas corrían llevando el dolor;

llora, sauce, conmigo;

el llanto caía y la piedra ablandó».

Guarda esto.

«Llora, sauce, llora conmigo».

Date prisa; está al llegar.

«Llora, sauce, conmigo; guirnalda te haré

No le acusarán; le admito el desdén».

No, así no es. ¿Oyes? ¿Quién llama?

EMILIA

Es el viento.

DESDÉMONA

[canta] «Falso fue mi amor, mas, ¿qué dijo él?

Llora, sauce, conmigo;

si yo te he engañado, engáñame también»

Vete ya. Buenas noches. Me escuecen los ojos.

¿Presagia llanto?

EMILIA

No tiene que ver.

DESDÉMONA

Lo he oído decir. ¡Ah, estos hombres, estos hombres!

Dime, Emilia, ¿tú crees en conciencia

que hay mujeres que engañen tan vilmente

a sus maridos?

EMILIA

Algunas sí que hay.

DESDÉMONA

¿Tú lo harías si te dieran el mundo?

EMILIA

¿No lo haríais vos?

DESDÉMONA

No. Que sea mi testigo esa luz celestial.

EMILIA

Pues que esa luz no sea mi testigo.

Yo lo haría a oscuras.

DESDÉMONA

¿Tú lo harías si te dieran el mundo?

EMILIA

El mundo es enorme. Y es paga muy alta

por tan poca falta.

DESDÉMONA

La verdad, no creo que lo hicieras.

EMILIA

La verdad, yo creo que lo haría, para deshacerlo una vez hecho. Bueno, no lo haría por una sortija o unas varas de batista, por vestidos, enaguas o tocas, ni por regalos mezquinos. Pero, ¡por el mundo entero! Santo Dios, ¿quién no le pondría los cuernos al marido para hacerle rey? Yo me arriesgaría al purgatorio.

DESDÉMONA

Que me pierda si cometo esa falta

por nada del mundo.

EMILIA

Pero sería una falta para el mundo y, si os dan el mundo a cambio, la falta quedaría en vuestro mundo y pronto podríais repararla.

DESDÉMONA

Yo no creo que haya mujeres así.

EMILIA

Sí, un montón, y tantas como para poblar el mundo que les dieran.

Mas creo que si pecan las mujeres

la culpa es de los maridos: o no cumplen

y llenan otras faldas de tesoros que son nuestros,

o les entran unos celos sin sentido

y nos tienen encerradas; o nos pegan,

o nos menguan el dinero por despecho.

Todo esto nos encona y, si nuestro es el perdón,

nuestra es la venganza. Sepan los maridos

que sus mujeres tienen sentidos como ellos;

que ven, huelen y tienen paladar

para lo dulce y lo agrio. ¿Qué hacen

cuando nos dejan por otras? ¿Gozar?

Creo que sí. ¿Los mueve el deseo?

Creo que sí. ¿Pecan por flaqueza?

Creo que también. Y nosotras, ¿no tenemos

deseos, ganas de gozar y flaquezas como ellos?

Pues que aprendan a tratarnos o, si no, que sepan

que todo nuestro mal es el mal que nos enseñan.

DESDÉMONA

Buenas noches, buenas noches. No quiera Dios

que el mal sea mi guía, sino mi lección.

 

 

Salen.

 

 

V.i Entran YAGO y RODRIGO.

 

 

YAGO

Ponte aquí, detrás del puesto. Viene en seguida.

Desnuda el estoque y clávalo bien.

De prisa, no temas. Yo estaré a tu lado.

A la cima o a la ruina: piénsalo

y afianza el propósito.

RODRIGO

Quédate cerca, no sea que falle.

YAGO

Aquí al lado. Valor y a tu puesto.

 

 

[Se aparta.]

 

 

RODRIGO

No me fascina el designio. Sin embargo,

me ha dado razones convincentes.

Es sólo una vida. ¡A él, espada! ¡Muerto!

YAGO [aparte]

A este pollo ya casi lo he dejado

en carne viva, y le irrita. Mate a Casio,

Casio a él o se maten entre sí,

yo salgo ganando. Si Rodrigo sobrevive,

me exigirá cabal restitución

de oro y joyas que yo le afané

y que me dio para Desdémona.

No puede ser. Si Casio prevalece,

su vida siempre tiene una belleza

que me afea. Además, el moro podría

descubrirle mi juego, lo que es peligroso.

No, ha de morir. Pero, alto. Aquí llega.

 

 

Entra CASIO.

 

 

RODRIGO

Es él; conozco su andar. ¡Muere, infame!

CASIO

Tu golpe habría sido fatal

si la malla no fuese mejor

de lo que piensas. Probemos la tuya.

RODRIGO

¡Ah, me has matado!

 

 

[YAGO hiere a CASIO en la pierna y sale.]

 

 

CASIO

¡Me han baldado! ¡Socorro! ¡Eh!

¡Al asesino! ¡Al asesino!

 

 

Entra OTELO.

 

 

OTELO

La voz de Casio. Yago cumple su palabra.

RODRIGO

¡Ah, soy un miserable!

OTELO

Muy cierto.

CASIO

¡Socorro! ¡Eh! ¡Luz! ¡Un médico!

OTELO

Es él. Audaz Yago, honrado y leal;

tan noble ante el agravio de tu amigo.

Eres mi ejemplo. Prenda, tu amado ha muerto

y se acerca tu condenación. ¡Allá voy, ramera!

De mi alma he borrado tus ojos de ensueño;

impúdica sangre manchará tu impuro lecho.

 

 

Sale.

 

 

Entran LUDOVICO y GRACIANO.

 

 

CASIO

¡Eh! ¿No hay nadie? ¿Y la ronda? ¡Al asesino!

GRACIANO

Alguna desgracia. Es un grito terrible.

CASIO

¡Socorro!

LUDOVICO

Escuchad.

RODRIGO

¡Ah, miserable!

LUDOVICO

Gritan dos o tres. Es noche cerrada.

Quizá estén fingiendo. Sería peligroso

acudir sin más ayuda.

RODRIGO

¿No viene nadie? Moriré desangrado.

LUDOVICO

Escuchad.

 

 

Entra YAGO con una lámpara.

 

 

GRACIANO

Aquí viene alguien recién levantado

con luz y armas.

YAGO

¿Quién vive? ¿Quién grita «Al asesino»?

LUDOVICO

No sabemos.

YAGO

¿No oísteis un grito?

CASIO

¡A mí, a mí! ¡Socorro, por Dios!

YAGO

¿Qué pasa?

GRACIANO

Es el alférez de Otelo, ¿no?

LUDOVICO

El mismo. Un tipo valiente.

YAGO

¿Quién sois, que gritáis tan angustiado?

CASIO

¿Yago? ¡Ah, me han malherido unos infames!

Ayúdame.

YAGO

¡Mi pobre teniente! ¿Qué infames han sido?

CASIO

Creo que uno está por aquí

y no puede huir.

YAGO

¡Infames traidores!-

Vosotros, venid y ayudarme.

RODRIGO

¡Aquí, socorredme

CASIO

Es uno de ellos.

YAGO

¡Infame asesino! ¡Canalla!

 

 

[Apuñala a RODRIGO.]

 

 

RODRIGO

¡Maldito Yago! ¡Ah, perro inhumano!

YAGO

¿Matando a oscuras? ¿Dónde están los ladrones?

¡Qué silencio en la ciudad! ¡Eh, al asesino!-

¿Quién sois? ¿Gente de bien o de mal?

LUDOVICO

Conocednos y juzgadnos,

YAGO

¿Signor Ludovico?

LUDOVICO

El mismo.

YAGO

Perdonad. A Casio le han herido unos granujas.

GRACIANO

¿A Casio?

YAGO

¿Cómo estáis, amigo?

CASIO

Me han partido la pierna.

YAGO

¡No lo quiera Dios! Señores, luz.

La vendaré con mi camisa.

 

 

Entra BIANCA.

 

 

BIANCA

¿Qué pasa? ¿Quién gritaba?

YAGO

¿Quién gritaba?

BIANCA

¡Ah, mi Casio! ¡querido Casio!

¡Ah, Casio, Casio, Casio!

YAGO

¡Insigne zorra! Casio, ¿tenéis noción

de quién os ha podido malherir?

CASIO

No.

GRACIANO

Me apena veros así. Iba en vuestra busca.

YAGO

Dadme una liga. ¡Eh, una silla!

Así le sacaremos con más facilidad.

BIANCA

¡Ah, se desmaya!

¡Ah, Casio, Casio, Casio!

YAGO

Sospecho, señores, que esta moza

tuvo parte en la agresión.-

Paciencia, buen Casio. -Vamos, luz.

¿Conocemos esta cara? ¡Cómo!

¿Mi amigo y querido paisano Rodrigo?

No. Sí, claro. ¡Dios santo, Rodrigo!

GRACIANO

¿Cómo? ¿El de Venecia?

YAGO

Sí, señor. ¿Le conocíais?

GRACIANO

¿Conocerle? Claro.

YAGO

¡Signor Graciano! Os pido disculpas.

Que estas violencias me excusen

por no haberos conocido.

GRACIANO

Me alegro de verte.

YAGO

¿Cómo estáis, Casio? ¡Una silla, una silla!

GRACIANO

¿Es Rodrigo?

YAGO

Sí, sí. Es él.

 

 

[Traen una silla.]

 

 

¡Ah, muy bien, la silla!

Sacadle de aquí con cuidado.

Yo buscaré al médico del general.-

Tú, mujer, ahórrate la molestia.-Casio,

el que yace aquí muerto era un buen amigo.

¿Había enemistad entre vosotros?

CASIO

Ninguna. Ni siquiera le conozco.

YAGO

[a BIANCA] ¿Estás pálida?

Llevadle dentro.

 

 

[Sacan a CASIO y RODRIGO.]

 

 

Quedaos, Señorías. -¿Estás pálida, mujer?

¿No veis el pavor de su mirada?-

Como nos mires así, pronto nos lo contarás.-

Miradla bien; os lo ruego, miradla.

¿Lo veis, caballeros? La culpa se delata

aunque la lengua enmudezca.

 

 

Entra EMILIA.

 

 

EMILIA

¿Qué pasa? ¿Qué pasa, Yago?

YAGO

Rodrigo y otros tipos que escaparon

agredieron a Casio en la oscuridad.

Está malherido y Rodrigo, muerto.

EMILIA

¡Ay, pobre señor! ¡Ah, mi buen Casio!

YAGO

Esto es lo que trae el desenfreno. Anda, Emilia

pregúntale a Casio dónde ha cenado.-

[A BIANCA] ¿Te hace temblar?

BIANCA

Cenó en mi casa, y no me hace temblar.

YAGO

¿Conque sí? Te ordeno que me acompañes.

EMILIA

¡Ah, maldita seas, zorra!

BIANCA

No soy una zorra y soy tan decente

como tú que me injurias.

EMILIA

¿Como yo? ¡Uf! ¡Maldita seas!

YAGO

Señores, veamos cómo curan a Casio.-

Vamos, mujer, y prepara otra historia.-

Emilia, corre a la ciudadela

y cuenta a los señores lo que ha sucedido.-

¿Queréis ir primero?

[Aparte] Esta es la noche que me hace

o del todo me deshace.

 

 

Salen.

 

 

V.ii Entra OTELO con una lámpara. DESDÉMONA acostada.

 

 

OTELO

Tal es la causa, tal es la causa, alma mía

Que yo no os la nombre, castas estrellas.

Tal es la causa. Mas no he de verter esta sangre

ni herir esta piel, más blanca que la nieve,

más lisa que alabastro de sepulcros.

Pero ha de morir o engañará a más hombres.

Apaga la llama y después apaga su llama.

Podría extinguirte, flamígera emisaria,

y después devolverte la luz anterior

si fuese a arrepentirme. Mas, muerta tu llama,

criatura perfecta de la naturaleza,

no sabría dónde hallar el fuego prometeico

que te diera nueva luz. Si arranco tu rosa

no puedo hacer que reviva; por fuerza

se marchitará. La oleré en el rosal.

 

 

La besa.

 

 

¡Ah, aliento fragante, que tienta a la justicia

para que rompa su espada! ¡Otro, otro!

Cuando hayas muerto sigue así, que yo te mataré

y te querré por siempre. ¡Otro más, el último!

Lo grato nunca fue tan mortal. Me hace llorar.

Pero es llanto cruel. La pena es divina:

hiere lo que ama. Está despertando.

DESDÉMONA

¿Quién es? ¿Otelo?

OTELO

Sí, Desdémona.

DESDÉMONA

¿No te acuestas, señor?

OTELO

¿Has rezado esta noche, Desdémona?

DESDÉMONA

Sí, mi señor.

OTELO

Si te queda algún pecado

que no haya alcanzado la gracia del cielo,

ruega su perdón.

DESDÉMONA

¡Dios santo! ¿Qué quieres decir con eso?

OTELO

Vamos, reza y no tardes. Mientras, me retiraré.

No quiero matar tu alma si no está

preparada. ¡No lo quiera Dios! No voy a matarla

DESDÉMONA

¿Hablas de matar?

OTELO

Sí, eso he dicho.

DESDÉMONA

Pues que el cielo se apiade de mí.

OTELO

Amén, de todo corazón.

DESDÉMONA

Si dices eso, no creo que quieras matarme.

OTELO

¡Mmm!

DESDÉMONA

Sin embargo, me asustas, pues eres temible

con esos ojos de fuego. Por qué tengo miedo

no sé, si no tengo culpa; pero siento miedo.

OTELO

Piensa en tus pecados.

DESDÉMONA

Son amores que te doy.

OTELO

Pues por eso has de morir.

DESDÉMONA

Matar por amor es dar muerte cruel.

¡Ah! ¿Por qué te muerdes el labio?

Alguna violencia conmueve tu cuerpo.

Son presagios. Sin embargo, espero,

espero que no irán contra mí.

OTELO

¡Calla y escucha!

DESDÉMONA

Bien, ¿qué ocurre?

OTELO

A Casio le has dado aquel pañuelo

tan querido que yo te regalé.

DESDÉMONA

¡No, por mi vida y mi alma!

Mándale llamar y pregúntale.

OTELO

Guárdate, alma mía, guárdate

del perjurio. Estás en tu lecho de muerte.

DESDÉMONA

Pero aún no he de morir.

OTELO

Sí, ahora mismo; conque confiesa

abiertamente tu pecado, pues negar

con juramentos cada cargo no puede

destruir ni ahogar la convicción

que me atormenta. Vas a morir.

DESDÉMONA

¡Que Dios se apiade de mí!

OTELO

Pues, amén.

DESDÉMONA

¡Apiádate tú también! Jamás

he pecado contra ti; jamás sentí por Casio

nada más que el afecto común

que Dios permite. Jamás le di prenda.

OTELO

¡Por Dios, le vi el pañuelo en la mano!

¡Ah, perjura! Me pones de piedra el corazón

y vuelves crimen mi propósito,

cuando yo lo creía sacrificio.

Le vi el pañuelo.

DESDÉMONA

Él lo encontraría. Yo no se lo di.

Mándale que venga y confiese la verdad.

OTELO

Ya ha confesado.

DESDÉMONA

¿Qué ha confesado?

OTELO

Que habéis tenido trato.

DESDÉMONA

¿Cómo? ¿Carnal?

OTELO

Sí.

DESDÉMONA

No puede decir eso.

OTELO

No, le han cerrado la boca.

Se encargó el honrado Yago.

DESDÉMONA

El miedo me engaña. ¿Ha muerto?

OTELO

Si hubieran sido vidas sus cabellos,

mi venganza podría con todas.

DESDÉMONA

¡Ah, le han engañado y yo estoy perdida!

OTELO

¡Calla, zorra! ¿Le lloras en mi cara?

DESDÉMONA

¡Ah, destiérrame, señor, mas no me mates!

OTELO

¡Muere, zorra!

DESDÉMONA

¡Mátame mañana! ¡Esta noche no!

OTELO

Como te resistas…

DESDÉMONA

¡Sólo media hora!

OTELO

Empezar es acabar.

DESDÉMONA

¡Que rece una oración!

OTELO

Demasiado tarde.

 

 

La ahoga.

 

 

DESDÉMONA

¡Dios mío, Dios mío!

EMILIA [desde dentro]

¡Señor, señor! ¡Eh, señor, señor!

OTELO

¿Qué ruido es ése? -¿Aún vives? ¿Todavía?

Soy cruel, pero clemente.

No quiero alargar tu agonía.

Así, así.

EMILIA [desde dentro]

¡Eh, señor, señor!

OTELO

¿Quién es?

EMILIA [desde dentro]

¡Ah, señor! ¡Deseo hablar con vos!

OTELO

Es Emilia. -¡En seguida!- Está muerta.-

Vendrá a anunciarme la muerte de Casio.

Hubo alboroto. -¡Qué! ¿Ya no se mueve?

Más muda que la tumba. -¿Qué hago? ¿La dejo entrar?-

Parece que se mueve. No. -¿Qué será mejor?

Si entra, querrá hablar con mi esposa.

¡Esposa, esposa! ¿Qué esposa? No tengo esposa.

¡Qué angustia! ¡Qué dolor!

Tendría que haber ahora un gran eclipse

de sol y de luna, y el orbe, horrorizado,

tendría que abrirse con esta alteración.

EMILIA [desde dentro]

¡Os lo suplico, dejadme que os hable!

¡Ah, mi buen señor!

OTELO

Te había olvidado. Pasa, Emilia.

Espera un momento. -Correré la cortina.-

¿Dónde estás? ¿Qué te pasa?

 

 

Entra EMILIA.

 

 

EMILIA

¡Ah, señor, ha habido un crimen horrible!

OTELO

¿Cómo? ¿Ahora?

EMILIA

Ahora mismo, señor.

OTELO

Es la luna descarriada:

se acerca a la tierra más que de costumbre

y trastorna a los hombres.

EMILIA

Señor, Casio ha matado a Rodrigo,

un joven veneciano.

OTELO

¿Rodrigo muerto? ¿Y Casio también?

EMILIA

No, Casio no ha muerto.

OTELO

¿Que Casio no ha muerto? Entonces el crimen

desentona, y disuena la dulce venganza.

DESDÉMONA

¡Ah, crimen injusto, injusto!

EMILIA

¡Dios mío! ¿Qué voz era ésa?

OTELO

¿Ésa? ¿Cuál?

EMILIA

¡Dios del cielo, la voz de mi ama!

 

 

[Descorre la cortina.]

 

 

¡Ah, socorro, socorro! ¡Ah, hablad, señora!

¡Dulce Desdémona, querida señora, hablad!

DESDÉMONA

Muero inocente.

EMILIA

¡Ah! ¿Quién ha hecho esto?

DESDÉMONA

Nadie. Yo misma. Adiós. Encomiéndame

a mi esposo querido. ¡Ah, adiós!

 

 

Muere.

 

 

OTELO

¿Y cómo han podido matarla?

EMILIA

¡Ah, quién sabe!

OTELO

Le has oído decir que no fui yo.

EMILIA

Eso dijo, y yo sólo diré la verdad.

OTELO

Pues por embustera está en el infierno:

yo fui quien la mató.

EMILIA

¡Ah, pues más ángel ella

y vos más negro demonio!

OTELO

Se dio a la lujuria y era una puta.

EMILIA

La estás calumniando y eres un demonio.

OTELO

Era más falsa que el agua.

EMILIA

Y tú más violento que el fuego

llamándola falsa. Era pura como el cielo.

OTELO

Casio la montaba. Pregunta, si no, a tu marido.

Así me condene en lo más hondo del infierno

si he llegado a tal extremo

sin un motivo justo. Tu marido lo sabía.

EMILIA

¿Mi marido?

OTELO

Tu marido.

EMILIA

¿Que era una adúltera?

OTELO

Sí, con Casio. Si me hubiera sido fiel,

por nada la habría dado, aunque Dios

crease otro mundo para mí

de zafiro purísimo y perfecto.

EMILIA

¿Mi marido?

OTELO

Sí, él fue quien me lo dijo.

Él es honrado y detesta

el lodo que se pega a la inmundicia.

EMILIA

¿Mi marido?

OTELO

¿A qué repetirlo, mujer? He dicho tu marido

EMILIA

¡Ah, señora! La vileza se burla del amor.

¿Mi marido dice que era falsa?

OTELO

Sí, mujer, tu marido. ¿No lo entiendes?

Mi amigo, tu marido, el muy honrado Yago.

EMILIA

Si lo dice, ¡que se pudra su alma innoble

medio grano cada día! Miente con descaro.

¡Si estaba loca por su inmunda adquisición!

OTELO

¿Qué?

EMILIA

No me das miedo. Tu hazaña

no es más digna del cielo

que tú lo eras de ella.

OTELO

Calla, más te vale.

EMILIA

Tú no puedes hacerme ningún daño

que no pueda sufrir

. ¡Ah, bobo, torpe!

¡Basura ignorante! Lo que has hecho…

No me importa tu espada. Voy a delatarte

aunque pierda veinte vidas. ¡Socorro, socorro!

¡El moro ha matado a mi ama!

¡Al asesino, al asesino!

 

 

Entran MONTANO, GRACIANO y YAGO.

 

 

MONTANO

¿Qué pasa? ¿Qué ocurre, general?

EMILIA

¡Ah, estás aquí, Yago! Lo has hecho tan bien

que todos te echarán la culpa de sus crímenes.

GRACIANO

¿Qué pasa?

EMILIA

Desmiente a este infame si eres hombre.

Según él, le dijiste que su esposa le engañaba.

Sé que no lo hiciste, que no eres tan ruin.

Habla, que me estalla el corazón.

YAGO

Le conté lo que pensaba, lo que él mismo

vio que era creíble y verdadero.

EMILIA

¿Le dijiste que ella le engañaba?

YAGO

Sí.

EMILIA

Le dijiste una mentira, una odiosa mentira.

¡Por mi vida, una mentira, una vil mentira!

¿Que le engañaba con Casio? ¿Con Casio?

YAGO

Con Casio, mujer. Anda, frena la lengua.

EMILIA

No pienso frenar la lengua. He de hablar:

mi ama yace muerta sobre el lecho.

TODOS

¡No lo quiera Dios!

EMILIA

Y tus cuentos le incitaron al crimen.

OTELO

No os asombre, señores; es cierto.

GRACIANO

Cierto e increíble.

MONTANO

¡Qué atrocidad!

EMILIA

¡Qué infamia, qué infamia!

Ya me acuerdo. Me lo olía. ¡Qué infamia!

Lo pensé. Me voy a morir de pena.

¡Qué infamia, qué infamia!

YAGO

¿Estás loca? Vete a casa, te lo ordeno.

EMILIA

Nobles señores, permitidme que hable.

He de obedecerle, pero ahora no.

Quizá, Yago, ya nunca vuelva a casa.

OTELO

¡Ah, ah, ah!

 

 

Cae sobre la cama.

 

 

EMILIA

Eso, échate a rugir,

pues has matado a la más dulce inocente

que jamás alzó mirada.

OTELO

¡Ah, era mala!-

No os conocía, tío. Ahí está vuestra sobrina,

cuyo aliento han ahogado mis manos.

Sé que este acto parece espantoso.

GRACIANO

Pobre Desdémona. Menos mal que tu padre

ya no vive. Tu enlace le dejó malherido

y la pena le cortó el hilo de la vida.

Si te viera, podría cometer una imprudencia,

maldecir a su buen ángel

y por réprobo perderse.

OTELO

Es muy triste. Mas Yago sabe

que ella y Casio mil veces cometieron

el acto indecente. Casio lo admitió,

y ella le premió sus obras amorosas

con la primera prueba y testimonio

de cariño que le di. Yo le vi que la llevaba.

Era un pañuelo, una antigua prenda

que mi padre regaló a mi madre.

EMILIA

¡Cielo santo! ¡Gloria bendita!

YAGO

¡Dios, cállate!

EMILIA

Voy a hablar, voy a hablar. ¡Que me calle!

¡No! Hablaré más libre que el viento.

¡Que Dios, hombres y diablos, que todos,

sí, todos, digan pestes contra mí! Voy a hablar

YAGO

Sé prudente y vete a casa.

EMILIA

¡No quiero!

 

 

[YAGO desenvaina.]

 

 

GRACIANO

¡Cómo! ¿Tu espada contra una mujer?

EMILIA

¡Idiota de moro! Ese pañuelo

me lo encontré por azar y se lo di

a mi marido, pues él, con gran solemnidad,

más de la apropiada a tal minucia,

me pedía que lo robase.

YAGO

¡Maldita puta!

EMILIA

¡Dárselo a Casio! ¡No! Yo me lo encontré

y se lo di a mi marido.

YAGO

¡Mentira, so puerca!

EMILIA

¡Por Dios que es verdadl Señores, es verdad.

¡Ah, estúpido asesino! ¿Qué hace un tonto,

como tú con una esposa tan buena?

OTELO

¿No hay más rayos en el cielo

que los de las tormentas? ¡Perfecto canalla!

 

 

Ataca a YAGO. [MONTANO le desarma.]

 

 

YAGO apuñala a EMILIA y sale.

 

 

GRACIANO

Ha caído. Seguro que la ha matado.

EMILIA

Sí, sí. ¡Ah! Llevadme al lado de mi ama.

GRACIANO

Ha huido y su mujer se muere.

MONTANO

Es un infame redomado. Tomad el arma

que le he quitado al moro.

Guardad la puerta por fuera. Que no salga;

antes le matáis. Yo voy tras el canalla,

tras ese miserable.

 

 

Salen MONTANO y GRACIANO.

 

 

OTELO

Tampoco yo soy valiente.

Cualquier monigote me quita la espada.

Mas, ¿por qué la honra sobrevive al honor?

Húndase todo.

EMILIA

¿Qué presagiaba tu canción, señora?

¿No me oís? Haré como el cisne,

que muere cantando: «Llora, sauce, conmigo».

Moro, era casta; te quería, moro cruel.

Que se pierda mi alma si miento.

Digo lo que pienso y muero, muero…

 

 

Muere.

 

 

OTELO

Tengo otra espada en el cuarto. Una espada

española, templada en hielo de arroyo.

Aquí está. -Tío, voy a salir.

GRACIANO [desde dentro]

Inténtalo y lo pagas.

No estás armado y habrás de someterte.

OTELO

Pues entrad y hablad conmigo,

o, inerme como estoy, os atacaré.

 

 

[Entra GRACIANO.]

 

 

GRACIANO

¿Qué quieres?

OTELO

Mirad, estoy armado. Mejor arma

jamás flanqueó la pierna del soldado.

Hubo un tiempo en que con sólo mi brazo

y esta gran espada me abría camino

entre más impedimentos que veinte

veces vuestro estorbo. Mas, ¡ah, inútil bravata!

¿Quién gobierna su destino? Yo ya no.

No temáis, aunque me veáis armado.

Es el fin de mi jornada, el término,

el último puerto de mi viaje.

No os arredréis; sería un temor vano.

Apuntad al pecho de Otelo con un junco

y se repliega. ¿Adónde irá Otelo? –

¿Y tu cara? ¡Ah, desventurada!

Más pálida que el lino. Cuando el Día

del Juicio nos reúna, tu mirada arrojará

mi alma desde el cielo para presa de diablos.

Fría, criatura, más fría que tu castidad.

¡Ah, maldito, maldito! ¡Azotadme, demonios,

que no me posea esta imagen divina!

¡Llevadme en huracanes, quemadme en azufre!

¡Sumidme en abismos de líquido fuego!

¡Ah, Desdémona! ¡Desdémona muerta! ¡Muerta! ¡Ah!

 

 

Entran LUDOVICO, MONTANO, CASIO en una silla

y guardias con YAGO.

 

 

LUDOVICO

¿Dónde está ese arrebatado, ese desdichado?

OTELO

Aquí está el que fue Otelo.

LUDOVICO

¿Dónde está esa víbora? Traed al infame.

OTELO

Le miro los pies, pero eso es mentira.

Si eres un demonio, no podré matarte.

 

 

[Hiere a YAGO.]

 

 

LUDOVICO

Quitadle la espada.

YAGO

Sangro, señor, mas no muero.

OTELO

No me das pena. Prefiero que vivas,

pues, en mi sentir, la muerte es la dicha.

LUDOVICO

¡Ah, Otelo! Antes tan noble,

caído en la trampa de un maldito infame.

¿Qué os llamaremos?

OTELO

Cualquier cosa. Si queréis,

el vengador de su honra, pues nada

hice por odio y todo por deber.

LUDOVICO

Este canalla ha confesado en parte su infamia

¿Acordasteis él y vos la muerte de Casio?

OTELO

Sí.

CASIO

Querido general, nunca os di motivo.

OTELO

Lo creo y os pido perdón.

¿Queréis preguntar a este semidiablo

por qué me ha enredado el cuerpo y el alma?

YAGO

No me preguntéis. Lo que sabéis, sabéis.

Desde ahora no diré palabra.

LUDOVICO

¿Qué? ¿Ni para rezar?

GRACIANO

El suplicio te abrirá la boca.

OTELO

Haces bien.

LUDOVICO

Señor, debéis oír lo que ha ocurrido

y creo que no sabéis. Esta carta

estaba en el bolsillo del difunto Rodrigo,

y aquí hay otra. En una de ellas se habla

de la muerte de Casio, de la cual

se encargaba Rodrigo.

OTELO

¡Miserable!

CASIO

¡Qué impío y brutal!

LUDOVICO

La otra carta encontrada en el bolsillo

contiene una queja. Parece que Rodrigo

pensaba mandársela al maldito canalla,

pero Yago se le adelantó y le dio explicaciones.

OTELO

¡El vil granuja! Casio,

¿cómo conseguisteis el pañuelo de mi esposa?

CASIO

Lo encontré en mi cuarto.

Él mismo ha confesado hace un momento

que allí lo dejó con un claro propósito

que le dio resultado.

OTELO

¡Ah, bobo, bobo, bobo!

CASIO

Además, en su carta, Rodrigo

acusaba a Yago de haberle instigado

a provocarme en la guardia, lo que causó

mi expulsión. Y acaba de hablar

(le dábamos por muerto

), diciendo que Yago

le indujo y le hirió.

LUDOVICO

Salid de este cuarto y acompañadnos.

Quedáis despojado de cargo y poder

y Casio manda en Chipre. Y este infame,

si hay algún castigo refinado

capaz de atormentarle sin que muera,

imponédselo. Vos sufriréis reclusión

hasta que el Estado de Venecia sea informado

de vuestro delito. Vamos, llevadle.

OTELO

Esperad. Oídme antes de salir.

He servido al Estado y es notorio;

eso baste. Os lo ruego, en vuestras cartas,

al narrar todas estas desventuras,

mostradme como soy, sin atenuar,

sin rebajar adversamente. Hablad

de quien amó demasiado y sin prudencia,

de quien, poco propenso a los celos, instigado

se alteró sobremanera; de quien,

como el indio salvaje, tiró una perla

más valiosa que su tribu; de quien, transidos

los ojos que no se empañaban, vierte

tantas lágrimas como gotas de mirra

los árboles de Arabia, Escribid todo esto,

y también que en Alepo

, una vez

en que un turco impío y de altivo turbante

pegó a un veneciano e infamó a la República,

yo agarré por el cuello a ese perro circunciso

y le herí así.

 

 

Se apuñala.

 

 

LUDOVICO

¡Violento final!

GRACIANO

Toda palabra es en vano.

OTELO

Te besé antes de matarte. Ahora ya puedo,

después de matarme, morir con un beso.

 

 

Muere.

 

 

CASIO

Lo temía, aunque creí que estaba inerme,

pues tenía deshecho el corazón.

LUDOVICO

[a YAGO] ¡Ah, perro espartano! Más cruel

que la angustia, el hambre o el mar.

Ve la carga dolorosa de este lecho.

Obra tuya es. El cuadro hiere la vista:

tapadlo. -Graciano, quedad en la casa

y disponed de los bienes del moro,

pues pasan a ser vuestros. -A vos, gobernador,

compete juzgar a este canalla diabólico;

hora, lugar, tormento: imponedlo.

Ahora voy a embarcarme, y en Venecia

contaré tan triste caso con tristeza.

 

 

Salen.

FIN

 



Más Teatro de William Shakespeare