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Otro, a lo mismo

[Poema - Texto completo.]

Sor Marcela de San Félix

Dios mío, así de ti goce,
que me digas si me quieres,
que aunque veo tus finezas,
quiero ver si he de atreverme.

A tus brazos me llegaste;
allí he visto cómo llueves
favores en tus amantes
por lo mucho que los quieres.

Allí vi de mi esperanza
los logros con que la tienes,
que los que en ti la aseguran
siempre alcanzan lo que quieren.

Si fue verdad, tú lo sabes:
mis desconfianzas temen
porque puede tu contrario
fingir, aunque a mí me pese.

Mas no puedo yo creer
que tus amores consienten
que se engañe quien te busca
y sólo amarte pretende.

Deseo, amante querido,
que muy entendido quede
que el amor con que me abraso
ningún interés pretende.

Ni tus halagos me obligan,
ni tus ternuras me mueven,
ni tus caricias me atraen,
ni tus favores me prenden,

y sólo tu amor desnudo
me obliga, rinde y enciende,
me cautiva y aprisiona,
me regala y entretiene;

y alguna vez presumí
que llegara a enloquecerme,
que mostrara muy buen juicio
quien por ti, Señor, le pierde.

Y aunque yo, querido mío,
algunas veces me queje
de que de mí te retires
y tu presencia me niegues,

no es, mi bien, por pretender
me regales y consueles,
que tu gusto quiero sólo
en lo triste y en lo alegre.

Y todas mis pretensiones,
apetitos y quereres
se reducen a querer
tu voluntad solamente:

Siquiera te me concedas
o siquiera te me niegues
en cuanto a darme tus dones,
que satisfecha me tienes,

como a esposa me regales
o como a esclava desdeñes,
me estimes y me regales,
me abatas y me desprecies.

Tres días ha que te fuiste
a los prados y a las fuentes
dejando las de mis ojos
adonde pudieras verte.

Y todo este dolor
es por temer si sucede
tu ausencia por culpa mía,
que es lo que sentir se debe,

que a pensar que no te daba
causa para tus desdenes,
fueran glorias para mí
por servir sin intereses.

Asegúrame tú, amado,
que te ausentas porque quieres,
que no habrá nadie en el mundo
que oiga que yo me queje.

El pensar que te disgusto
con tal extremo me duele,
que no hay tormento terrible
con que comparar éste.

Tendré por dulce y suave
el tránsito de la muerte,
si le mido con la pena
que me causa el ofenderte.

¿Por qué, Señor, lo permites?
¿Por qué, mi bien, lo consientes
que amando tanto el servirte
ni te sirva ni lo acierte?



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