Dios mío, así de ti goce, que me digas si me quieres, que aunque veo tus finezas, quiero ver si he de atreverme.
A tus brazos me llegaste; allí he visto cómo llueves favores en tus amantes por lo mucho que los quieres.
Allí vi de mi esperanza los logros con que la tienes, que los que en ti la aseguran siempre alcanzan lo que quieren.
Si fue verdad, tú lo sabes: mis desconfianzas temen porque puede tu contrario fingir, aunque a mí me pese.
Mas no puedo yo creer que tus amores consienten que se engañe quien te busca y sólo amarte pretende.
Deseo, amante querido, que muy entendido quede que el amor con que me abraso ningún interés pretende.
Ni tus halagos me obligan, ni tus ternuras me mueven, ni tus caricias me atraen, ni tus favores me prenden,
y sólo tu amor desnudo me obliga, rinde y enciende, me cautiva y aprisiona, me regala y entretiene;
y alguna vez presumí que llegara a enloquecerme, que mostrara muy buen juicio quien por ti, Señor, le pierde.
Y aunque yo, querido mío, algunas veces me queje de que de mí te retires y tu presencia me niegues,
no es, mi bien, por pretender me regales y consueles, que tu gusto quiero sólo en lo triste y en lo alegre.
Y todas mis pretensiones, apetitos y quereres se reducen a querer tu voluntad solamente:
Siquiera te me concedas o siquiera te me niegues en cuanto a darme tus dones, que satisfecha me tienes,
como a esposa me regales o como a esclava desdeñes, me estimes y me regales, me abatas y me desprecies.
Tres días ha que te fuiste a los prados y a las fuentes dejando las de mis ojos adonde pudieras verte.
Y todo este dolor es por temer si sucede tu ausencia por culpa mía, que es lo que sentir se debe,
que a pensar que no te daba causa para tus desdenes, fueran glorias para mí por servir sin intereses.
Asegúrame tú, amado, que te ausentas porque quieres, que no habrá nadie en el mundo que oiga que yo me queje.
El pensar que te disgusto con tal extremo me duele, que no hay tormento terrible con que comparar éste.
Tendré por dulce y suave el tránsito de la muerte, si le mido con la pena que me causa el ofenderte.
¿Por qué, Señor, lo permites? ¿Por qué, mi bien, lo consientes que amando tanto el servirte ni te sirva ni lo acierte?
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