Esposo de mis ojos, querido por quien muero, si de amante te precias, yo de amante me precio.
¿Para qué son las riñas, desdenes y desprecios cuando por tus amores conoces que me pierdo?
Mas nunca más ganada, que en tal deshacimiento cobro en pérdidas tales más de lo que merezco.
Si no quieres, mi vida, que te diga requiebros, yo cerraré los labios y al corazón apelo.
Es imposible que él deje de hablarte tierno, desahogando un poco lo mucho que padezco.
Si te ofenden mis ansias, si te cansan afectos, sana tú las heridas que con tu aljaba has hecho.
¿Para qué disimulas con tan hermoso ceño, si sabes que tú has sido quien ha encendido el fuego?
Y si celoso estás, puedes tener por cierto que, si no es de ti mismo, no hay de quien tengas celos.
Y si de ti los tienes, mi bien, yo te confieso que serán con razón, que más que a mí te quiero,
que libre está tu amante de peregrino afecto, que el fuego que me abrasa los consumió al momento.
Mas, ay, que ya conozco lo mucho que te debo, lo poco que te pago, y por eso estás serio.
Bien sabes que te he dado de todo cuanto tengo entera posesión como a querido dueño.
Bien sabes que tú fuiste quien me miró primero, quien primero me amó y me rondó al sereno.
Bien pudiera acordarte los tiernos sentimientos con que tocaste al alma y me abrasaste el pecho,
si a fue de enamorado, con caricias y ruegos, venciste mi dureza deshaciendo mi hielo.
¿Por qué haces del esquivo cuando rendida llego? Harásme presumir, Dios mío, que es por eso.
Si quieres que me vaya y que deje el intento, mientras más me despides, mayor firmeza tengo.
Con desdenes, mi amor recibe más aumento, y con tu sequedad se aviva más el fuego.
No hay para qué te escondas y pongas tierra en medio de mi bajeza suma en mi conocimiento,
porque todo parece sirve para el incendio en que mi alma yace de materia y sustento.
No hay trazas para amor, que en ellas estás diestro, y mientras más las buscas, que estás más fino pienso.
Bien sabes que me tienes sin alma y sin deseos, que sólo en mí se hallan de tu amor verdadero.
También de las potencias y el albedrío entero te tomaste el dominio con poderoso imperio.
Y si del corazón antes eras tan dueño, ágora me parece que aun no sé si le tengo,
aunque a veces, Señor, en sus latidos siento que vive para ti y recibe tu aliento.
¡Ay esperanza mía, si yo cumplidos veo los deseos de amarte con infinito exceso!
Y si pudiera yo, a costa de tormentos, darte más que gozaras, muriera de contento,
y todo lo que gozas con ese ser inmenso, si lo tuviera yo, te lo diera al momento:
aunque hubiera de estar metido en el infierno por darte a ti la gloria, fuera para mí cielo.
Y no pienses que son poéticos conceptos, que son verdades puras que con el alma siento,
pero tú nunca acabas de asegurarte en esto pensando que ha de ser tan falso como el dueño.
Pues, mi bien, por tus ojos, de mi amor dulce cebo, que puedes ya creer que ha mucho que no miento.
Bien sabes tú que eres solo mi amado dueño, mi amorosa caricia y mi dulce requiebro.
Tú, que vives más cerca que yo misma a mi centro, sabrás que no te engaño con encarecimientos.
Podrás asegurarte que no habrá en mí en ningún tiempo de mi parte ocasiones que puedan darte celos.
Podrás, amante mío, sin miedos y recelos, entrar siempre en la casa que tienes en mi pecho,
que si la falta adorno, sola está, por lo menos, o que lo esté, Señor, deseo por extremo.
Si hallares dentro a alguien, digo, mi bien, que quiero que me quites la vida como a traidora luego.
|