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-Padre mío, una vez mirando al cielo |
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Una niña exclamó: |
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Pudo alguno elevarse desde el suelo, |
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Y ese azul traspasó? |
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-No, hija mía, cruzando el ancho espacio, |
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Salvando el arrebol |
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De esas nubes de fúlgido topacio, |
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Y atrás dejando al sol, |
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Tan sólo el pensamiento a la presencia |
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De Dios sabe llegar, |
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Del Dios cuyo sabor y omnipotencia |
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Pudo un mundo crear. |
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-¿Y qué es el pensamiento? |
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-Es la luz pura |
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Que Dios mismo encendió, |
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Y para iluminar su mente oscura |
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Al mortal otorgó. |
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Rayo es que nos alumbra en esta vida |
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Con vivo resplandor, |
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Y va guiando el ser donde se anida |
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Hacia un mundo mejor. |
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Él nos da cuando niños la esperanza, |
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Nos da después la fe, |
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Que de la suerte en la áspera mudanza |
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La mano de Dios ve, |
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Y nos enseña luego en los dolores |
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Lo que es conformidad, |
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Y a esperar que del Iris los colores |
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Traiga la tempestad. |
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Es el que en la niñez nos da cariño, |
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Oro en la juventud, |
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Probando al viejo, aconsejando al niño, |
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No hay dicha sin virtud. |
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Es el que de la flor en el aroma |
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Nos da grato placer, |
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Y de las aves el sentido idioma |
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Nos permite entender: |
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Es el que del vapor alas creando, |
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Nos trasporta veloz, |
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Y con alambre mundos enlazando |
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Los impulsa a una voz: |
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Y el aire aunque te asombre nos concede |
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Con firmeza cruzar; |
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Y la nube, que el sol romper no puede, |
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Y las olas del mar. |
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Y en los rayos del sol coger nos deja |
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Secretos de la luz, |
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Y en cada estrella un mundo nos refleja, |
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Y la gloria en la cruz! |
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Es en fin, hija mía, el pensamiento |
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Escala celestial, |
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Que levanta del polvo al firmamento |
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Al mísero mortal! |