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 Así como en el llanto del poniente 
se presiente el vagido de la aurora, 
tu plenitud sacramental de ahora 
su adolescencia vegetal presiente. 
Eras un álamo, meditabundo 
como la amanecida del cariño, 
cuando para un espíritu de niño 
es un muñeco destripado el mundo. 
Un álamo poeta hubieras sido 
si un destino mejor no convirtiera 
en ave tu metáfora primera 
y tu primer epitalamio en nido. 
Leal a tu destino como ahora, 
estabas tan ausente y tan arriba 
que ignorabas tu sombra como ignora 
las ofensas un alma comprensiva. 
Y como eras hermano de Jesús, 
para representarte su memoria, 
un día, tu materia transitoria 
jerarquizaste eternamente en cruz. 
Si bastan cuatro tiempos de compás 
para ceñir el cósmico concierto, 
para abrazar el infinito incierto 
bastan tus cuatro brazos, nada más. 
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De tu cuádruple abrazo es el esfuerzo 
síntesis de las cuatro lejanías 
y las elementales energías 
en que se crucifica el universo. 
En trescientos sesenta grados que 
resume tu cuadrángulo me fundo 
para medir la órbita del mundo 
y la circunferencia de mi fe. 
Con tu símbolo + sumo las dos 
hipótesis del tiempo y el espacio 
y mi voracidad de lumbre sacio 
despejando la incógnita de Dios. 
Eres conciliadora abreviatura 
de dos caminos de peregrinante 
uno ideal, tendido hacia adelante, 
y otro sentimental, hacia la altura. 
Tus aspas son del único molino 
que con suspiros de plegaria rueda 
para que el hombre bondadoso pueda 
moler el trigo de su pan divino. 
Anuda tanta caridad y tanta 
misericordia de perdón tu nudo, 
que te pareces al sollozo mudo 
que está crucificando mi garganta. 
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