Perdido he mi soledad contigo,
mas esta noche tornaré a buscarte
-tierra los labios y en el alma trigo-,
cuando rendido en su postrer baluarte
el viejo compañero de mi vida
sepa el grito del ave que se parte.
¡Oh mar, oh vasta tierra desmedida,
luz de abismo en los ojos dilatados,
antorchas en el fondo de la herida!
Jamás con ansia cierta deseados,
jamás predichos en la misma nota,
jamás en claro verbo disfrutados!
La tensa vela al viento se alborota,
mueve el viento sus ágiles corceles,
la roja espuma de la quilla brota.
Ya cuerpo y vida te serán tan fieles
que volverán a dar, con buena tierra,
pan en tu espiga y sol en tus claveles.
Y una vez más se moverá la sierra,
en la simiente alada de algún pino,
por todos los confines de la Tierra.
Pero yo, sin vereda ni camino,
ni espacio ni color, ni franca puerta
al tiempo, turbulento peregrino.
Yo, sólo llama pura y sed alerta,
sed como roja flor transfigurada,
bajo las bocas del torrente, abierta.
He aquí que se ha mojado la enramada
de savia y temporal, y el agua fluye,
brota la vid, se hincha la granada.
Tras el grito del pájaro que huye
has venido a llamar tan tiernamente,
que nuevo amor el corazón arguye.
¡Y es tiempo, tiempo! Caiga la simiente
sobre las horas que han llegado tarde
y que van a ceñir otra corriente.
¡Nosotros hasta aquí! fruto que arde
en rojizos otoños, mi paisaje
se desprende del seno de la tarde.
El universo todo está de viaje,
resbalando por lánguidas pupilas
donde no tiene amor que lo agasaje.
Hacia los siglos donde tú cavilas
los días de mi historia gravitando,
encontraron profetas y sibilas.
Hoy, sólo encuentra el ardoroso bando
el “diuturno silencio” prometido,
las áureas pajas, y aquel pecho blando
que te dio amor, en leche convertido.
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