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 Perdonadme, Señor, mi semblante afligido; 
bajo la feliz frente colocasteis las lágrimas: 
de tus dones, Señor, es el que no he perdido. 
Don menos codiciado, quizá sea el mejor. 
Yo ya no he de morir en vínculos de encanto; 
os los devuelvo todos, ¡ay, adorado Autor 
para mí sólo tengo la sal que deja el llanto! 
A los niños las flores, a la mujer la sal; 
para que limpiéis mi vida he de entregaros, 
cuando esta sal, Señor, lave mi alma, lustral, 
volvedme el corazón, para siempre adoraros. 
Toda extrañeza mía del mundo de ha extinguido 
y se despidió el alma dispuesta a volar 
para alcanzar el fruto, al misterio cogido, 
que la púdica Muerte sólo ha de cosechar. 
Señor, con otras madres sé tierno mientras tanto, 
por la tuya y por lástima de esta pena que ves. 
Bautízales los hijos con nuestro amargo llanto 
y levanta a los míos caídos a tus pies. 
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