Pero no era realmente un beso
aunque casi fue un beso
hace mucho tiempo en mi juventud
en aquel lugar que fue nuestro mar
en una noche donde aún la arena estaba azulada
y seguía caliente después de un ardiente día de sol,
ese calor que aún no estaba por todo nuestros labios
aunque sí en la carne más delicada de ellos,
rozándose los unos a los otros por un instante,
dejando caer el cigarrillo
sentí una delicada mordida de mujer,
tenue y fugaz como un insecto luminoso
que cayó cerca de su pequeño pie bronceado.
Pero fue casi un abrazo,
estremeciéndome inesperadamente
mi mano de repente tembló húmeda
y un hueso seco de cereza quedó pegado en su espalda
y todo me pareció una advertencia de la naturaleza
donde yo no tenía ningún derecho
de convertir en amor, y solamente en eso,
algo que era más fuerte que el mismo amor.
Y la mejor mujer del mundo
fumadora, inteligente, a veces como una niña pequeña,
madre, abuela, una come libros,
benefactora de viudas, de disidentes
y de jovenzuelos de la literatura,
mi exigente lectora
y mi gran amiga
evitaba mi cara con su cara
y moviéndose a un lado con todo su cuerpo
habiendo ya tomado una decisión
me dijo en voz alta pero a su vez muy delicada
brusca, pero gentil:
“Tú ya sabes que es muy tarde…”
y esas palabras me hicieron retroceder
de la carne delicada de sus labios
calientes como la arena,
retroceder de mi atrasado y casi un beso.
Es cierto que era muy tarde.
Nos conocimos tanto pero tanto
que éramos como de la misma familia, demasiado.
Nos amamos tanto el uno al otro que era desmedido,
pero tanto que aquello ni era amistad, ni amor
ni lo masculino ni lo femenino
era algo más, algo mucho más grande
que un hombre o una mujer,
mucho más grande que lo más grande
y que probablemente no tiene comparación con nada.
Siempre hablamos con mucha cordialidad
pero nunca existió entre nosotros una relación íntima
y el árbol de cerezas nunca creció
de aquel hueso seco caído en la arena.
Es que todos hemos madurado de los amigos
y las nuevas generaciones también buscan
su propio camino, un poquito, a través de nosotros.
Te extraño como a la vida
pero la vida olvida todo de nosotros.
Vengo a verte en tu tumba
aún cuando yo no venga
¿No sueñas con el Mar Negro?
Aún estoy allí en su orilla y emocionado
y al estilo de los viejos tiempos
escarbo en un basurero de la playa
buscando la botella vacía de vino casero
como si fuera una trasparente frontera que nos acerca
que huele a fresas silvestres
y por casualidad a la belleza de la vida,
y tal vez porque tuvimos nuestros propios misterios
ésos que no fueron solamente casualidad,
como el secreto de lo que casi fue un beso,
y un sentimiento que no tuvo ningún nombre
y que era demasiado poderoso
casi tanto como el mismo amor.
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