Piel
[Cuento - Texto completo.]
Saki—Pareces preocupada, querida —dijo Eleanor.
—Lo estoy —admitió Suzanne—; en realidad, no preocupada, sino ansiosa. Entiéndeme, mi cumpleaños es la próxima semana…
—Qué afortunada —la interrumpió Eleanor—. El mío no es hasta finales de marzo.
—Verás, el viejo Bertram Kneyght acaba de llegar a Inglaterra desde Argentina. Es una especie de primo distante de mi madre, pero tan rico que nunca hemos permitido que la relación desapareciera. Aunque no lo veamos ni sepamos nada de él durante años, siempre es el primo Bertram cuando aparece. No es que pueda decir que hasta ahora nos haya servido de mucho, pero ayer surgió el tema de mi cumpleaños y se interesó por saber lo que quería como regalo.
—Entiendo la ansiedad —comentó Eleanor.
—Lo habitual es que cuando alguien se ve frente a un problema así desaparecen todas las ideas —dijo Suzanne—. Es como si no se tuviera un solo deseo en el mundo. Resulta que me he quedado prendada de una figurita de Dresden que vi en una tienda de Kensington; cuesta unos treinta y seis chelines, lo que queda más allá de mis posibilidades. Casi le estaba describiendo la figura, y dándole a Bertram la dirección de la tienda, cuando de pronto me pareció que treinta y seis chelines era una suma ridículamente inadecuada para que un hombre de su inmensa riqueza gastara en un regalo de cumpleaños. Puede dar treinta y seis libras con la misma facilidad que tú o yo podemos comprarnos un ramillete de violetas. Y no es que quiera ser codiciosa, pero no me gusta desperdiciar las oportunidades.
—La cuestión es cuáles son sus ideas respecto a los regalos —comentó Eleanor—. Algunas de las personas más acomodadas tienen opiniones curiosamente estrechas acerca de ese tema. Cuando alguien se enriquece, poco a poco sus necesidades y nivel de vida se amplían proporcionalmente, mientras su instinto para los regalos suele permanecer en la condición subdesarrollada de los tiempos anteriores. Su única idea del regalo ideal es algo vistoso y que no resulte demasiado caro. Ese es el motivo de que incluso en los establecimientos muy buenos amontonen en sus mostradores y escaparates objetos de unos cuatro chelines que parecen costar setenta y seis, pero que los venden a diez y los etiquetan como «regalos de temporada».
—Lo sé —interrumpió Suzanne—. Por eso es tan arriesgado mostrarse vago cuando indicas lo que deseas. Por ejemplo, si le dijera que este invierno pienso ir a Davos y que estaría bien cualquier cosa que me sirviera para el viaje, podría regalarme un bolso con las guarniciones montadas sobre oro, pero también podría darme la guía de Suiza de Baedeker, o el libro Esquiar sin lágrimas o algo parecido.
—Creo que es más probable que piense que vas a ir a muchos bailes y seguramente un abanico te será de utilidad.
—Cierto, tengo toneladas de abanicos, por lo que puedes ver dónde reside el peligro y la ansiedad. Si hay algo que quiero realmente más que nada son pieles. No tengo ninguna. Me han dicho que Davos está lleno de rusos y seguramente llevarán las pieles de marta más encantadoras, y de otros animales. Encontrarte entre gente sofocada por el calor de las pieles cuando tú no tienes hace que quiera romper casi todos los mandamientos.
—Si te decantas por las pieles, tendrás que supervisar personalmente la elección, pues no puedes estar segura de que tu primo conozca la diferencia entre el zorro plateado y la ardilla ordinaria —dijo Eleanor.
—Hay unas estolas de zorro plateado divinas en Goliath and Mastodon —dijo Suzanne con un suspiro—. ¡Si pudiera llevar engañosamente a Bertram hasta la tienda y dar un paseo con él por el departamento de pieles!
—Vive cerca de allí, ¿no? —preguntó Eleanor—. ¿Conoces sus costumbres? ¿Suele dar un paseo a una hora en particular?
—Si el día es bueno suele ir caminando hasta su club hacia las tres. Por tanto pasa por delante de Goliath and Mastodon.
—Mañana podemos encontrarnos accidentalmente con él en la esquina —dijo Eleanor—. Caminaremos un trecho con él y, con suerte, podremos desviarlo hasta la tienda. Tú puedes decir que necesitas una redecilla para el pelo, o cualquier otra cosa. Una vez que estemos allí a salvo, yo diré: «Me gustaría saber lo que quieres para tu cumpleaños». En ese momento lo tendrás todo a mano: el primo rico, el departamento de pieles y el tema de los regalos de cumpleaños.
—Es una idea fantástica —dijo Suzanne—. Me alegro de que seas mi amiga. Ven mañana a las tres menos veinte y no te retrases, pues hemos de preparar nuestra emboscada para coincidir en el minuto exacto.
Unos minutos antes de las tres de la siguiente tarde, las cazadoras de pieles se encaminaban cautelosamente hacia la esquina elegida. Cerca de allí se levantaba el edificio colosal del afamado establecimiento de los señores Goliath y Mastodon. Hacía una buena tarde, con la temperatura adecuada para tentar a un caballero de avanzada edad al discreto ejercicio de un paseo ocioso.
—Querida, quisiera que esta noche me hicieras un favor —le dijo Eleanor a su compañera—: déjate caer después de la cena con algún pretexto y quédate para hacer de cuarta jugadora en una partida de bridge con Adela y las tías. Así no tendré que jugar yo, y Harry Scarisbrooke se presentará inesperadamente a las nueve y cuarto, por lo que me gustaría estar en libertad para hablar con él mientras los demás juegan.
—Lo siento, querida, pero no puedo hacerlo. Las partidas ordinarias de bridge a tres peniques el ciento, y con unas jugadoras tan terriblemente lentas como tus tías, me aburren hasta hacerme llorar. Casi podría dormirme sobre la mesa.
—Pero necesito muchísimo la oportunidad de hablar con Harry —la presionó Eleanor al tiempo que aparecía en su mirada un brillo de cólera.
—Lo siento, haría cualquier cosa por ti, pero no eso —replicó Suzanne alegremente. El sacrificio a la amistad le parecía hermoso en tanto en cuanto no fuera ella quien tuviera que hacerlo.
Eleanor no volvió a decir nada sobre el tema, pero las comisuras de los labios adoptaron una nueva posición.
—¡Ahí está nuestro hombre! —exclamó de pronto Suzanne—. ¡Apresurémonos!
El señor Bertram Kneyght saludó a su prima y su amiga con auténtica cordialidad y aceptó enseguida la invitación de estas de explorar el atestado emporio que tenían al lado. Las puertas de cristal plateado se abrieron y el trío se sumergió valientemente en la multitud de compradores y holgazanes que se movían a empellones.
—¿Está siempre así de lleno? —preguntó Bertram a Eleanor.
—Más o menos, precisamente ahora han salido las ventas de otoño —contestó.
Suzanne, en su ansiedad por dirigir a su primo hacia el deseado puerto del departamento de pieles, solía ir unos pasos por delante de los otros dos, regresando junto a ellos de vez en cuando, si se retrasaban un momento en algún mostrador atractivo, con la solicitud nerviosa de un grajo estimulando a sus pequeños en la primera expedición de vuelo.
—El próximo miércoles es el cumpleaños de Suzanne —le confió Eleanor a Bertram Kneyght en un momento en el que Suzanne los había dejado inusualmente retrasados—. El mío es el día anterior, por lo que cada una tiene que buscar algo para regalar a la otra.
—Ah, entonces quizás pueda aconsejarme sobre ese punto. Quiero regalarle algo a Suzanne y no tengo la menor idea de lo que desea.
—Eso sí que es un problema —contestó Eleanor—. Esa afortunada chica parece tener todo aquello en lo que pueda haber pensado. Un abanico siempre es útil, pues este invierno irá a muchos bailes en Davos. Sí, creo que un abanico será lo que más le gustará. Después de nuestros cumpleaños siempre nos enseñamos los regalos, y siempre me siento terriblemente humilde. A ella le regalan cosas tan bonitas mientras que yo no tengo nunca nada que merezca la pena enseñar. ¿Sabe?, ninguno de mis parientes o de las personas que me hacen regalos son acomodados, por lo que no puedo esperar que hagan más que recordar simplemente el día con alguna pequeña bagatela. Hace dos años, un tío de la rama materna de la familia, que acababa de recibir una pequeña herencia, me prometió para mi cumpleaños una estola de zorro plateado. No se imagina lo excitada que estaba yo, cómo me imaginaba enseñándoselo a todos mis amigos y enemigos. Pero precisamente en ese momento se murió su esposa, y claro, el pobre hombre no podía pensar en regalos de cumpleaños en un momento semejante. Luego se fue a vivir al extranjero y nunca llegué a recibir la piel. ¿Sabe?, incluso hoy me es difícil mirar una piel de zorro plateado en un escaparate o en el cuello de alguna mujer sin estar a punto de romper a llorar. Imagino que no me habría sentido así de no haber sido porque tuve la esperanza de conseguirla. Mire, allí está el mostrador de abanicos, a su izquierda; puede deslizarse fácilmente hasta allí entre la multitud. Compre el más bonito que pueda encontrar… ella es tan amable.
—Hola, pensé que los había perdido —dijo Suzanne abriéndose paso entre un grupo de vendedores que le obstruía el paso—. ¿Dónde está Bertram?
—Me separé de él hace un rato. Pensé que iba delante, contigo. Con esta aglomeración no lo encontraremos nunca.
La predicción resultó ser exacta.
—Todos nuestros problemas y esperanzas desperdiciados —observó Suzanne malhumoradamente después de que se hubieran abierto paso inútilmente a través de media docena de departamentos.
—No me explicó cómo no le cogiste el brazo —dijo Eleanor—. Si yo lo hubiera conocido más, pero me lo acababas de presentar. Son casi las cuatro, será mejor que tomemos el té.
Días después, Suzanne llamó a Eleanor por teléfono.
—Te agradezco mucho el marco de fotografía. Es exactamente lo que quería. Qué buena eres. ¿Y sabes lo que Kneyght me ha regalado? Exactamente lo que dijiste que haría: un horrible abanico. ¿Cómo? Sí, como abanico es bastante bueno, pero…
—Pues tú debes venir a ver lo que me ha regalado a mí —respondió Eleanor por el teléfono.
—¿A ti? ¿Por qué tenía que regalarte nada?
—Tu primo parece ser uno de esos ricos extraños al que le gusta hacer regalos —respondió la otra.
—Me preguntaba por el motivo de que deseara tanto saber dónde vivía —dijo en voz alta Suzanne para sí misma cuando colgó el aparato.
Había surgido una nube en la amistad de las dos jóvenes; por lo que concernía a Eleanor, la nube estaba forrada de zorro plateado.
FIN