CANTAR PRIMERO
Destierro del Cid
Falta la primera hoja del códice del Cantar, que se suple con el siguiente relato tomado de la Crónica de los veinte reyes:
Envió el rey don Alfonso a Ruy Díaz mío Cid por las parias que le tenían que dar los reyes de Córdoba y de Sevilla cada año. Almutamiz, rey de Sevilla, y Almudafar, rey de Granada, eran en aquella sazón muy enemigos y se odiaban a muerte. Y estaban entonces con Almudafar, rey de Granada, unos ricos hombres que le ayudaban: el conde García Ordóñez y Fortún Sánchez, el yerno del rey don García de Navarra, y Lope Sánchez, y cada uno de estos ricos hombres con su poder ayudaban a Almudafar, y luego fueron contra Almutamiz, rey de Sevilla.
Ruy Díaz el Cid, cuando supo que así venían contra el rey de Sevilla, que era vasallo y pechero del rey don Alfonso, su señor, lo tomó muy a mal y le pesó mucho; y envió a todos cartas de ruego para que no viniesen contra el rey de Sevilla ni le destruyeran su tierra, por la obligación que tenían con el rey don Alfonso (y les decía que si, a pesar de todo, querían hacerlo, supiesen que no podría estarse el rey Alfonso sin ayudar a su vasallo, puesto que era pechero suyo). El rey de Granada y los ricos hombres no atendieron en nada a las cartas del Cid, y fueron todos con mucha fuerza y destruyeron al rey de Sevilla toda la tierra hasta el castillo de Cabra.
Cuando aquello vio Ruy Díaz reunió todas las fuerzas que pudo de cristianos y de moros, y fue contra el rey de Granada para echarlo de la tierra del rey de Sevilla. Y el rey de Granada y los ricos hombres que estaban con él, cuando supieron que iba con ese ánimo, le mandaron a decir que no se marcharían de la tierra porque él lo quisiera. Ruy Díaz, cuando aquello oyó, pensó que no estaría bien el no acometerlos y fue contra ellos y luchó con ellos en el campo, y duró la batalla campal desde la hora de tercia hasta la de mediodía, y fue grande la mortandad que allí hubo de moros y de cristianos en la parte del rey de Granada, y vencióles el Cid y les hizo huir del campo. Y cogió prisionero el Cid en esta batalla al conde García Ordóñez y le arranchó un mechón de la barba y a otros muchos caballeros y a innumerables guerreros de a pie. Y los tuvo el Cid presos tres días, y luego los soltó a todos. Después de haberlos cogido prisioneros mandó a los suyos recoger los bienes y las riquezas que quedaron en el campo, y luego se volvió con toda su compaña y con todas sus riquezas adonde estaba Almutamiz, rey de Sevilla, y dio a él y a todos sus moros todas las riquezas que reconocieron como suyas y aún de las demás que quisieron tomar. Y de allí en adelante llamaron moros y cristianos a este Ruy Díaz de Vivar el Cid Campeador, que quiere decir batallador.
Almutamiz le dio entonces muchos buenos regalos y las parias que había ido a cobrar. Y tornóse el Cid con todas sus parias hacia el rey don Alfonso, su señor. El rey le recibió muy bien, se puso muy contento y se declaró satisfecho de cuanto el Cid hiciera allá. Por esto le tuvieron muchos envidia y le buscaron mucho daño y le enemistaron con el rey.
El rey, como estaba muy sañudo y entrado en ira contra él, dio crédito a lo que hablaban contra el Cid y le mandó decir por su carta que saliese del reino. El Cid, después que hubo leído la carta real, aunque le causó gran pesar, no quiso hacer otra cosa, porque sólo le quedaban de plazo nueve días para salir de todo el reino.
CANTAR PRIMERO
Destierro del Cid
Tirada 1
1.
El Cid convoca a sus vasallos; éstos se destierran con él.
Adiós del Cid a Vivar.
(Envió a buscar a todos sus parientes y vasallos,
y les dijo cómo el rey le mandaba salir de todas sus tierras
y no le daba de plazo más que nueve días y que quería saber
quiénes de ellos querían ir con él y quiénes quedarse.)
A los que conmigo vengan que Dios les dé muy buen pago;
también a los que se quedan contentos quiero dejarlos.
Habló entonces Álvar Fáñez, del Cid era primo hermano:
“Con vos nos iremos, Cid, por yermos y por poblados;
no os hemos de faltar mientras que salud tengamos,
y gastaremos con vos nuestras mulas y caballos
y todos nuestros dineros y los vestidos de paño,
siempre querremos serviros como leales vasallos.”
Aprobación dieron todos a lo que ha dicho don Álvaro.
Mucho que agradece el Cid aquello que ellos hablaron.
El Cid sale de Vivar, a Burgos va encaminado,
allí deja sus palacios yermos y desheredados.
Los ojos de Mío Cid mucho llanto van llorando;
hacia atrás vuelve la vista y se quedaba mirándolos.
Vio como estaban las puertas abiertas y sin candados,
vacías quedan las perchas ni con pieles ni con mantos,
sin halcones de cazar y sin azores mudados.
Y habló, como siempre habla, tan justo tan mesurado:
“¡Bendito seas, Dios mío, Padre que estás en lo alto!
Contra mí tramaron esto mis enemigos malvados”.
2
Agüeros en el camino de Burgos
Ya aguijan a los caballos, ya les soltaron las riendas.
Cuando salen de Vivar ven la corneja a la diestra,
pero al ir a entrar en Burgos la llevaban a su izquierda.
Movió Mío Cid los hombros y sacudió la cabeza:
“¡Ánimo, Álvar Fáñez, ánimo, de nuestra tierra nos echan,
pero cargados de honra hemos de volver a ella! ”
3
El Cid entra en Burgos
Ya por la ciudad de Burgos el Cid Ruy Díaz entró.
Sesenta pendones lleva detrás el Campeador.
Todos salían a verle, niño, mujer y varón,
a las ventanas de Burgos mucha gente se asomó.
¡Cuántos ojos que lloraban de grande que era el dolor!
Y de los labios de todos sale la misma razón:
“¡Qué buen vasallo sería si tuviese buen señor!”
4
Nadie hospeda al Cid.
Sólo una niña le dirige la palabra para mandarle alejarse.
El Cid se ve obligado a acampar fuera de la población, en la glera.
De grado le albergarían, pero ninguno lo osaba,
que a Ruy Díaz de Vivar le tiene el rey mucha saña.
La noche pasada a Burgos llevaron una real carta
con severas prevenciones y fuertemente sellada
mandando que a Mío Cid nadie le diese posada,
que si alguno se la da sepa lo que le esperaba:
sus haberes perdería, más los ojos de la cara,
y además se perdería salvación de cuerpo y alma.
Gran dolor tienen en Burgos todas las gentes cristianas
de Mío Cid se escondían: no pueden decirle nada.
Se dirige Mío Cid adonde siempre paraba;
cuando a la puerta llegó se la encuentra bien cerrada.
Por miedo del rey Alfonso acordaron los de casa
que como el Cid no la rompa no se la abrirán por nada.
La gente de Mío Cid a grandes voces llamaba,
los de dentro no querían contestar una palabra.
Mío Cid picó el caballo, a la puerta se acercaba,
el pie sacó del estribo, y con él gran golpe daba,
pero no se abrió la puerta, que estaba muy bien cerrada.
La niña de nueve años muy cerca del Cid se para:
“Campeador que en bendita hora ceñiste la espada,
el rey lo ha vedado, anoche a Burgos llegó su carta,
con severas prevenciones y fuertemente sellada.
No nos atrevemos, Cid, a darte asilo por nada,
porque si no perderíamos los haberes y las casas,
perderíamos también los ojos de nuestras caras.
Cid, en el mal de nosotros vos no vais ganando nada.
Seguid y que os proteja Dios con sus virtudes santas.”
Esto le dijo la niña y se volvió hacia su casa.
Bien claro ha visto Ruy Díaz que del rey no espere gracia.
De allí se aparta, por Burgos a buen paso atravesaba,
a Santa María llega, del caballo descabalga,
las rodillas hinca en tierra y de corazón rogaba.
Cuando acabó su oración el Cid otra vez cabalga,
de las murallas salió, el río Arlanzón cruzaba.
Junto a Burgos, esa villa, en el arenal posaba,
las tiendas mandó plantar y del caballo se baja.
Mío Cid el de Vivar que en buen hora ciñó espada
en un arenal posó, que nadie le abre su casa.
Pero en torno suyo hay guerreros que le acompañan.
Así acampó Mío Cid cual si anduviera en montaña.
Prohibido tiene el rey que en Burgos le vendan nada
de todas aquellas cosas que le sirvan de vianda.
No se atreven a venderle ni la ración más menguada.
5
Martín Antolínez viene de Burgos a proveer de víveres al Cid.
El buen Martín Antolínez, aquel burgalés cumplido,
a Mío Cid y a los suyos los surte de pan y vino;
no lo compró, que lo trajo de lo que tenía él mismo;
comida también les dio que comer en el camino.
Muy contento que se puso el Campeador cumplido
y los demás caballeros que marchan a su servicio.
Habló Martín Antolínez, escuchad bien lo que ha dicho:
“Mío Cid Campeador que en tan buen hora ha nacido,
descansemos esta noche y mañana ¡de camino!
porque he de ser acusado, Cid, por haberos servido
y en la cólera del rey también me veré metido.
Si logro escapar con vos, Campeador, sano y vivo,
el rey más tarde o temprano me ha de querer por amigo;
las cosas que aquí me dejo en muy poco las estimo.”
Tirada 6
El Cid, emprobrecido, acude a la astucia de Martín Antolínez.
Las arcas de arena.
Habla entonces Mío Cid, que en buen hora ciñó espada:
“¡Oh buen Martín Antolínez, el de la valiente lanza!”
Si Dios me da vida he de doblaros la soldada.
Ahora ya tengo gastado todo mi oro y mi plata,
bien veis, Martín Antolínez, que ya no me queda nada.
Plata y oro necesito para toda mi compaña,
No me lo darán de grado, lo he de sacar por las malas.
Martín, con vuestro consejo hacer quisiera dos arcas,
Las llenaremos de arena por que sean muy pesadas,
bien guarnecidas de oro y de clavos adornadas.
7
Las arcas destinadas para obtener dinero de dos judíos burgaleses.
Bermejo ha de ser el cuero y los clavos bien dorados.
Buscadme a Raquel y Vidas, decid que voy desterrado
por el rey y que aquí en Burgos el comprar me está vedado.
Que mis bienes pesan mucho y no podría llevármelos,
yo por lo que sea justo se los dejaré empeñados.
Que me juzgue el Creador, y que me juzguen sus santos,
no puedo hacer otra cosa, muy a la fuerza lo hago.
8
Martín Antolínez vuelve a Burgos en busca de los judíos.
A lo que el Cid le mandó, Martín Antolínez marcha,
atraviesa todo Burgos, en la judería entraba,
por Vidas y por Raquel con gran prisa preguntaba.
9
Trato de Martín Antolínez con los judíos.
Éstos van a la tienda del Cid.
Cargan con las arcas de arena.
A los judíos encuentra cuando estaban ocupados
en contar esas riquezas que entre los dos se ganaron.
Les saluda el burgalés, muy atento y muy taimado:
“¿Cómo estáis, Raquel y Vidas, amigos míos tan caros?
En secreto yo querría hablar con los dos un rato”.
No le hicieron esperar; en un rincón se apartaron.
“Mis buenos Raquel y Vidas, vengan, vengan esas manos,
guardadme bien el secreto, sea a moro o a cristiano,
que os tengo que hacer ricos y nada habrá de faltaros.
De cobrar parias a moros el rey al Cid le ha encargado,
grandes riquezas cogió, y caudales muy preciados,
pero luego se quedó con lo que valía algo,
y por eso se ve ahora de tanto mal acusado.
En dos arcas muy repletas tiene oro fino guardado.
Ya sabéis que don Alfonso de nuestra tierra le ha echado,
aquí se deja heredades, y sus casas y palacios,
no puede llevar las arcas, que le costaría caro,
el Campeador querría dejarlas en vuestras manos
empeñadas, y que, en cambio, les deis dinero prestado.
Coged las arcas del Cid, ponedlas a buen recaudo,
pero eso tiene que ser con juramento prestado
que no las habéis de abrir en lo que queda de año.”
Raquel y Vidas están un rato cuchicheando:
“En este negocio hemos de sacar nosotros algo.
Cuando el Cid cobró las parias, mucho dinero ha ganado,
de allá de tierra de moros gran riqueza se ha sacado.
Quien muchos caudales lleva nunca duerme descansado.
Quedémonos con las arcas, buen negocio haremos ambos,
pondremos este tesoro donde nadie pueda hallarlo.
Pero queremos saber qué nos pide el Cid en cambio
y qué ganancia tendremos nosotros por este año.”
Dice Martín Antolínez, muy prudente y muy taimado:
“Muy razonable será Mío Cid en este trato:
poco os ha de pedir por dejar su haber en salvo.
Muchos hombres se le juntan y todos necesitados,
el Cid tiene menester ahora de seiscientos marcos.”
Dijeron Raquel y Vidas: “Se los daremos de grado”.
“El Cid tiene mucha prisa, la noche se va acercando,
necesitamos tener pronto los seiscientos marcos”.
Dijeron Raque y Vidas: “No se hacen así los tratos,
sino cogiendo primero, cuando se ha cogido dando”.
Dijo Martín Antolínez: “No tengo ningún reparo,
venid conmigo, que sepa el Cid lo que se ha ajustado
y, como es justo, después nosotros os ayudamos
a traer aquí las arcas y ponerlas a resguardo,
con tal sigilo que en Burgos no se entere ser humano”.
Dijeron Raquel y Vidas: “Conformes los dos estamos.
En cuanto traigan las arcas tendréis los seiscientos marcos”.
El buen Martín Antolínez muy de prisa ha cabalgado,
van con él Raquel y Vidas, tan satisfechos del trato.
No quieren pasar el puente, por el agua atravesaron
para que no lo supiera en Burgos ningún cristiano.
Aquí veis cómo a la tienda del famoso Cid llegaron;
al entrar fueron los dos a besar al Cid las manos.
Sonrióse Mío Cid, y así comenzara a hablarlos:
“Sí, don Raquel y don Vidas, ya me habíais olvidado.
Yo me marcho de Castilla porque el rey me ha desterrado.
De aquello que yo ganare habrá de tocaros algo,
y nada os faltará, mientras que viváis, a ambos”.
Entonces Raquel y Vidas van besarles las manos.
Martín Antolínez tiene el trato bien ajustado
de que por aquellas arcas les darán seiscientos marcos,
bien se las han de guardar hasta el cabo de aquel año,
y prometido tenían y así lo habían jurado,
que si las abrieran antes queden por perjuros malos
y no les dé en interés don Rodrigo ni un ochavo.
Dijo Martín Antolínez: “Raquel y Vidas, lleváos
las dos arcas cuanto antes y ponedlas a resguardo,
yo con vosotros iré para que me deis los marcos,
que ha de salir Mío Cid antes de que cante el gallo.”
¡Que alegres que se ponían cuando los cofres cargaron!
Forzudos son, mas cargarlos les costó mucho trabajo.
Ya se alegran los judíos en los dineros pensando,
para el resto de sus días por muy ricos se juzgaron.
10
Despedida de los judíos y el Cid.
Martín Antolínez se va con los judíos a Burgos.
Raquel coge a Mío Cid la mano para besarla:
“Campeador, el que en buena hora se ciñó la espada,
hoy de Castilla os vais para las tierras extrañas.
Vuestra suerte así lo quiere, grandes son vuestras ganancias.
Una piel morisca quiero de rico color de grana,
humildemente os pido me la traigáis regalada.”
“Concedido, dijo el Cid, la piel os será mandada,
si no, la descontaréis de lo que valen las arcas”.
Los cofres de Mío Cid los judíos se llevaban,
el buen Martín Antolínez por Burgos los acompaña.
Así con muy gran secreto llegaron a su morada.
Tendieron un cobertor por el suelo de la cámara
y encima de él una sábana de tela de hilo muy blanca.
Contó Don Martín de un golpe trescientos marcos de plata,
con la cuenta le bastó, sin pesarlos los tomaba,
los otros trescientos marcos en otro se los pagaban.
Cinco escuderos traía y los cinco llevan carga.
Cuando acabó Don Martín, a los judíos hablaba:
“En vuestras manos, Raquel y Vidas, están las arcas
mucho ganáis, bien merezco que me deis para unas calzas”.
11
El Cid, provisto de dinero por Martín Antolínez, se dispone a marchar.
Entonces Raquel y Vidas allí a un lado se apartaron:
“En verdad que esta ganancia él es quien nos la ha buscado.”
Dicen: “Martín Antolínez, burgalés bien afamado,
merecido lo tenéis, os daremos buen regalo,
calzas os podréis comprar, buena piel y rico manto.
La donación os hacemos, don Martín, de treinta marcos,
y bien los habréis merecido si nos guardáis este trato,
que vos sois el fiador de aquello que hemos pactado.”
Lo agradece don Martín, recibe los treinta marcos,
de su casa quiere irse, ya se despide de ambos.
Por Burgos atravesó, el Arlanzón ha pasado,
encamínase a la tienda de Mío Cid bienhadado.
Ruy Díaz le ha recibido, abiertos ambos los brazos:
“Ya estás aquí, don Martín Antolínez, fiel vasallo,
Dios quiera que llegue el día en que pueda darte algo.”
“Aquí estoy, Campeador, y buena ayuda os traigo,
para vos seiscientos marcos, y para mí treinta he sacado.
Mandad recoger la tienda y a toda prisa partamos;
que en San Pedro e Cardeña nos coja el cantar del gallo.
Veremos a vuestra esposa, esa prudente hijadalgo.
Muy corta sea la estancia, de Castilla no salgamos,
así es menester, que el plazo del destierro va expirando.”
12
El Cid monta a caballo y se despide de la catedral de Burgos,
prometiendo mil misas al altar de la Virgen.
Esto dicho, manda el Cid alzar su tienda en seguida.
El Cid y todos los suyos cabalgan a mucha prisa.
La cara de su caballo vuelve hacia Santa María
alza la mano derecha y la cara se santigua:
“A ti lo agradezco, Dios, que el cielo y la tierra guías;
que con vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas”.
Hoy a Castilla abandono, del rey me arroja la ira:
¡quién sabe si he de volver en los días de mi vida!
Que vuestro poder me valga al marcharme de Castilla,
y que él me ayude y me acorra de noche como de día.
Si así lo hacéis, Virgen Santa, y si la suerte me auxilia
a vuestro altar mandaré muchas cosas y muy ricas,
que con Vos en deuda quedo de haceros cantar mil misas.”
13
Martín Antolínez se vuelve a la ciudad.
Con mucho dolor se arranca el Campeador de allá.
Las riendas soltaron todos, empiezan a cabalgar,
Dijo Martín Antolínez, aquel burgalés leal:
“Vuelvo a Burgos, que a mi esposa despacio tengo que hablar
y advertir a los de casa de lo que en mi ausencia harán.
Si el rey me quita mis bienes poco se me importará.
Con vos estaré otra vez cuando el sol quiera rayar.”
14
El Cid va a Cardeña a despedirse de su familia.
Don Martín se torna a Burgos, su camino el Cid siguió,
llegar quería a Cardeña, el caballo espoleó
y con él los caballeros que de su compaña son.
Aprisa cantan los gallos y quebrar quiere el albor
del día, cuando a San Pedro llega el buen Campeador.
Estaba el abad don Sancho muy buen cristiano de Dios,
rezando a San Pedro apóstol y a Cristo Nuestro Señor:
“Tú, que eres guía de todos, guíame al Campeador.”
15
Los monjes de Cardeña reciben al Cid.
Jimena y sus hijas llegan ante el desterrado.
A la puerta llaman; todos saben que el Cid ha llegado.
¡Dios, qué alegre que se ha puesto ese buen abad don Sancho!
Con luces y con candelas los monjes salen al patio.
“Gracias a Dios, Mío Cid, le dijo el abad don Sancho,
puesto que os tengo aquí, por mí seréis hospedado.”
Esto le contesta entonces Mío Cid el bienhadado:
“Contento, de vos estoy y agradecido, don Sancho,
prepararé la comida mía y la de mis vasallos.
Hoy que salgo de esta tierra os daré cincuenta marcos,
si Dios me concede vida os he de dar otro tanto.
No quiero que el monasterio por mí sufra ningún gasto.
Para mi esposa Jimena os entrego aquí cien marcos;
a ella, a sus hijas y damas podréis servir este año.
Dos hijas niñas os dejo, tomadlas a vuestro amparo.
A vos os las encomiendo en mi ausencia, abad don Sancho,
en ellas y en mi mujer ponedme todo cuidado.
Si ese dinero se acaba o si os faltare algo,
dadles lo que necesiten, abad, así os lo mando.
Por un marco que gastéis, asl conveto daré cuatro.”
Así se lo prometió el abad de muy buen grado.
Ved aquí a doña Jimena, con sus hijas va llegando,
a cada una de las niñas la lleva una dama en brazos.
Doña Jimena ante el Cid las dos rodillas ha hincado.
Llanto tenía en los ojos, quísole besar las manos.
Le dice: “Graciias os pido, Mío Cid el bienhadado.
Por calumnias de malsines del reino vais desterrado.”
16
Jimena lamenta el desamparo en que queda la niñez de sus hijas.
El Cid espera llegar a casarlas honradamente.
“¡Merced os pido, buen Cid, noble barba tan crecida!
Aquí ante vos me tenéis, Mío Cid, y a vuestras hijas,
de muy poca edad las dos y todavía tan niñas.
Conmigo vienen también las damas que nos servían.
Bien veo, Campeador, que preparáis vuestra ida;
tenemos que separarnos estando los dos en vida.
¡Decidnos lo que hay que hacer, oh Cid, por Santa María!”
Las dos manos inclinó el de la barba crecida,
a sus dos niñitas coge, en sus brazos las subía,
al corazón se las llega, de tanto que las quería.
Llanto le asoma a los ojos y muy fuerte que suspira.
“Es verdad, doña Jimena, esposa honrada y bendita,
tanto cariño os tengo como tengo al alma mía.
Tenemos que separarnos, ya los veis, los dos en vida;
a vos os toca quedaros, a mi me toca la ida.
¡Quiera Dios y con Él quiera la Santa Virgen María
que con estas manos pueda aún casar nuestras hijas
y que me puede ventura y algunos días de vida
para poderos servir, mujer honrada y bendita!”
17
Un centenar de castellanos se juntan en Burgos para irse con el Cid.
¡Qué gran comida le hicieron al buen Cid Campeador!
Las campanas de San Pedro tañían a gran clamor.
Por las tierras de Castilla iba corriendo el pregón
de que se va de la tierra Mío Cid Campeador.
¡Cuántos dejaron su casa, su tierra o su posesión!
En aquel día en la puente que pasa el río Arlanzón
júntanse muchos guerreros, mas de ciento quince son.
Todos iban en demanda del buen Cid Campeador.
Llega Martín Antolínez, con ellos se reunió,
y se van para San Pedro en donde está su señor.
18
Los cien castellanos llegan a Cardeña y se hacen vasallos del Cid.
Éste dispone seguir su camino por la mañana.
Los maitines en Cardeña.
Oración de Jimena.
Adiós del Cid a su familia.
Últimos encargos al abad de Cardeña.
El Cid camina al destierro; hace noche después de pasar el Duero.
Cuando supo que venían Mío Cid el de Vivar
y que su compaña crece, con que más fuerza tendrá,
aprisa monta a caballo, y a recibirlos se va.
¡Cómo se sonríe el Cid cuando ya a su vista están!
Van acercándose todos para su mano besar.
Habló entonces Mío Cid con palabras de verdad:
“Yo ruego a nuestro Señor y Padre Espiritual
que a los que por mí dejáis vuestra casa y heredad
antes de morir os pueda con otros bienes pagar,
que lo que perdéis, doblado os lo pudierais cobrar”.
Muy contento estaba el Cid porque se le juntan más
y muy contentos los hombres que al destierro con él van.
Del plazo de nueve días seis están pasados ya
y nada más que tres días les quedaban por pasar.
Mandado tenía el rey a Mío Cid vigilar,
por que si, pasado el plazo, en sus reinos aún está
ni por oro ni por plata se pueda el Cid escapar.
Ya se va acabando el día, la noche quería entrar,
a todos sus caballeros el Cid los manda juntar.
“Oídme, varones, y que esto no os sirva de pesar,
poco tengo pero quiero a todos su parte dar.
Ahora fijáos muy bien en lo que voy a mandar:
quiero que al amanecer, cuando el gallo cantará,
sin perder tiempo mandéis los caballos ensillar.
A maitines en San Pedro ya tañerá el buen abad
y él nos rezará la misa de la Santa Trinidad.
En cuanto acabe la misa echemos a cabalgar,
el plazo ya viene cerca, mucho tenemos que andar”.
Así como el Cid lo manda sus caballeros harán.
Pasándose va la noche, viene la mañana ya,
cantan los segundos gallos, y comienzan a ensillar.
Tañe el abad a maitines, mucha prisa que se dan.
Mío Cid y su mujer para la iglesia se van.
Echóse doña Jimena en las gradas del altar
y a Dios reza, lo mejor que ella sabía rezar,
por que a Mío Cid le guarde el Señor de todo mal.
“A Ti, Señor glorioso, Padre que en el cielo estás:
hiciste el cielo y la tierra, al tercero día el mar,
luna y estrellas hiciste y el sol para calentar,
en Santa María madre fuiste Tú carne a tomar
y en Belén te apareciste conforme a tu voluntad.
Pastores te glorifican, laudos te van a cantar,
llegan tres reyes de Arabia que te vienen a adorar
y que se llaman Melchor y Gaspar y Baltasar,
oro, incienso y mirra ofrecen con toda su voluntad.
A Jonás salvaste Tú cuando se cayó en el mar,
a Daniel, de los leones también le fuiste a salvar,
en Roma la salvación llevaste a San Sebastián,
libraste a Santa Susana de aquel falso criminal;
por nuestra tierra quisiste treinta y dos años andar
enseñándonos milagros que nunca se han de olvidar,
hiciste vino del agua, de la piedra hiciste pan,
a Lázaro resucitas, porque así es tu voluntad:
dejaste que te prendieran, luego te dejas llevar
al Gólgota y en la cruz te dejas crucificar;
de tu cruz a cada lado sendos ladrones están;
entra el uno en paraíso, pero el otro no entrará;
desde la cruz gran milagro hiciste, Padre eternal:
Longinos, el ciego aquél, que no vio la luz jamás,
con su lanza en el costado te hiere y te hace sangrar,
va la sangre lanza abajo, sus manos hubo de untar,
alza las manos Longinos, y se las lleva a la faz,
abre los ojos y a todas las parte se pone a mirar;
desde entonces creyó en Ti, se salvó de todo mal.
De la tumba en que te ponen supiste resucitar,
a los infiernos bajaste porque fue tu voluntad,
rompes sus puertas y sacas a muchos santos de allá.
Rey de los reyes Tú eres, Padre de la humanidad,
en Ti creo, a Ti te adoro con toda mi voluntad
y a San pedro ahora le pido que a Ti me ayude a rogar
por el Cid Campeador, que Dios le guarde de mal.
Y que si hoy nos separamos vivos nos vuelva a juntar.”
Ya la oracion se termina, la misa acabada está,
de la iglesia salieron y prepáranse a marchar.
El Cid a doña Jimena un abrazo le fue a dar
y doña Jimena al Cid la mano le va a besar;
no sabía ella qué hacerse más que llorar y llorar.
A sus dos niñas el Cid mucho las vuelve a mirar.
“A Dios os entrego, hijas, nos hemos de separar
y sólo Dios sabe cuándo nos volvamos a juntar.”
Mucho que lloraban todos, nunca visteis más llorar;
como la uña de la carne así apartándose van.
Mío Cid con sus vasallos se dispone a cabalgar,
la cabeza va volviendo a ver si todos están.
Habló Minaya Álvar Fáñez, bien oiréis lo que dirá:
“Cid, en buena hora nacido, ¿vuestro ánimo dónde está?
Pensemos en ir andando y déjese lo demás,
todos los duelos de hoy en gozo se tornarán,
y Dios que nos dio las almas su consejo nos dará.
Al abad don Sancho vuelve de nuevo a recomendar
que atienda a doña Jimena y a las damas que allí están,
a las dos hijas del Cid que en San Pedro han de quedar;
sepa el abad que por ello buen premio recibirá.
Ya don Sancho se volvía, Álvar Fáñez le fue a hablar:
“Si veis venir a más gente para buscarnos, abad,
les diréis que el rastro sigan y marchen a buen andar,
sea en yermo o en poblado ya nos podrán alcanzar”.
Sueltan entonces las riendas, empiezan a cabalgar,
que el plazo para salir iba acabándose ya.
Mio Cid aquella noche duerme en Espinaz de Can;
de todas partes guerreros se le vienen a juntar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar.
De su tierra va saliendo el Campeador leal,
San Esteban deja a un lado, aquella buena ciudad.
Por Alcubilla pasó, Castila se acaba ya,
la calzada de Quinea luego hubieron de pasar,
por Navas de Palos van el río Duero a cruzar
y el Cid en la Figueruela descanso manda tomar.
De todas partes guerreros se le vienen a juntar.
19
Última noche que el Cid duerme en Castilla.
Un ángel consuela al desterrado.
En cuanto que fue de noche el Cid a dormir se echó,
le cogió un sueño tan dulce que muy pronto se durmió.
El arcángel San Gabriel a él vino en una visión:
“Cabalgad, Cid -le decía-, cabalgad, Campeador,
que nunca tan en buena hora ha cabalgado varón,
bien irán las cosas vuestras mientras vida os dé Dios.”
Mío Cid al despertar la cara se santiguó.
20
El Cid acampa en la frontera de Castilla.
El Cid, después de signarse, a Dios se fue a encomendar
mucho contento tenía del sueño que fue a soñar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar,
último día es del plazo, un día queda no más.
En la sierra de Miedes acampan a descansar,
a la derecha de Atienza, que es tierra de moros ya.
21
Recuento de las gentes del Cid.
Todavía era de día, no se había puesto el sol,
revistar quiere a su gente Mío Cid Campeador;
sin contar a los de a pie, gente de mucho valor,
lleva el Cid trescientas lanzas cada cual con su pendón.
Tirada 22
El Cid entra en el reino moro de Toledo tributario del rey Alfonso.
“En cuanto sea temprano, cebada a las bestias dad.
Luego que coma el que quiera y los que no a cabalgar.
Esa sierra tan bravía la tenemos que pasar
y a la noche ya las tierras del rey quedarán atrás.
Luego el que quiera buscarnos dar con nosotros podrá”.
De noche pasan la sierra, llega la mañana ya
y por esa loma abajo empiezan a caminar.
En medio del alto bosque que allí en la montaña está
manda acampar Mío Cid y pienso a las bestias dar.
Dice a sus hombres que aquella noche tendrían que andar
y ellos, tan buenos vasallos, por muy contentos se dan
que todo lo que les mande su señor ellos lo harán.
Antes del anochecer empiezan a cabalgar
para que no les descubran quiere el Cid de noche andar.
Toda la noche anduvieron, ningún reposo se dan.
Al lugar de Castejón, que junto a Henares está,
Mío Cid una emboscada les quería preparar.
23
Plan de campaña.
Castejón cae en poder del Cid
por sorpresa.
Algara contra Alcalá.
Toda la noche emboscados el Cid y los suyos pasan,
que así se lo aconsejó Álvar Fáñez de Minaya.
“Cid Campeador que en buena hora ceñiste la espada,
ya que a Castejón tenemos tendida buena celada,
vos os quedaréis aquí con cien hombres a la zaga
y yo haré una correría con doscientos en vanguardia;
con Dios y con vuestra suerte será la empresa ganada.”
Díjole el Campeador: “Muy bien hablaste, Minaya.
Corred la tierra sin miedo, por valor no quede nada. ~
Hasta más abajo de Hita llegad, y a Guadalajara
hasta la misma Alcalá acérquense las vanguardias,
la riqueza de esa tierra que de botín se la traigan
y que por miedo a los moros no vayan a dejar nada.
Y con los otros cien hombres me quedaré aquí a la zaga;
de amparo nos servirá Castejón, por mí guardada.
Si a los que corréis la tierra alguna cosa os pasa
un aviso mandaréis en seguida a retaguardia.
Del socorro que os lleve se ha de hablar en toda España”.
Va nombrando a los guerreros que en la correría marchan
y a los otros que se quedan allí con él a la zaga.
Rompen albores del día y se acerca la mañana.
Va saliendo el sol. ¡Dios mío, qué hermoso que despuntaba!
Las gentes de Castejón ya todas se levantaban,
las puertas de la ciudad abren y afuera se marchan,
camino de sus trabajos, de las tierras que labraban.
Todos se van y las puertas abiertas se las dejaban.
Es muy poca aquella gente que en Castejón se quedara
y la que está por los campos anda muy desparramada.
Sale el Cid del escondite que le sirve de emboscada,
sin tropiezo a Castejón entero la vuelta daba.
Moros y moras que encuentra a todos los apresaba
y a los ganados aquellos que por el contorno andan.
Mío Cid Campeador hacia la puerta cabalga:
cuando se ven asaltados los hombres que la guardaban,
mucho miedo que tuvieron, déjanla desamparada.
De la ciudad por las puertas ya el Campeador se entraba.
En la mano Mío Cid desnuda lleva la espada
y a quince mató, de moros que a su paso se encontrara.
A Castejón ha ganado con todo el oro y la plata.
Ya cargados del botín sus caballeros llegaban,
déjanselo a Mío Cid, que no lo aprecian en nada.
Mientras iban los doscientos tres hombres de la vanguardia
corriendo tierras sin miedo y mucho las saqueaban.
Hasta Alcalá se pasea la bandera de Minaya
y desde allí dan la vuelta otra vez con la ganancia
por río Henares arriba y junto a Guadalajara.
De la correría aquella mucho botín se llevaban
tanto ganado de ovejas, tanto ganado de vacas,
tantas ropas de valor, tantas riquezas sin tasa.
Muy orgullosa se yergue la bandera de Minaya
y no hay nadie que se atreva a atacarlos por la espalda.
Con rico botín volvía esa valiente compaña.
Miradlos ya en Castejón donde Mío Cid estaba.
El Campeador guardado deja el castillo y cabalga,
a recibirlos salía, le acompaña su mesnada
y con los brazos abiertos acoge el Cid a Minaya.
“¿Estáis aquí ya, Álvar Fáñez, el de la atrevida lanza?
En vos puse con razón, al mandaros, mi esperanza.
El botín mío y el vuestro júntense, y de la ganancia
os daré la quinta parte, si vos la queréis Minaya.”
24
Minaya no acepta parte alguna en el botín y hace un voto solemne.
“Mucho que os lo agradezco, Campeador afamado:
de este quinto del botín, que ponéis entre mis manos
por contento se daría hasta Alfonso el Castellano.
Pero yo os lo devuelvo, Mío Cid, en paz estamos.
Quiero prometer a Dios, a Aquél que está allí en lo alto,
que mientras yo no me harte, montado en mi buen caballo,
de lidiar bien con los moros y vencerlos en el campo,
hiriéndolos con la lanza, poniendo a la espada mano,
mientras no vea la sangre chorrearme codo abajo
estando delante el Cid, ese guerrero afamado,
ni tomará ni un dinero del Campeador mi mano.
Ya me quedaré con algo si es que algo bueno os gano,
pero todo esto de ahora para vos, buen Cid, guardadlo.”
25
El Cid vende su quinto a los moros.
No quiere lidiar con el rey Alfonso.
Las riquezas del botín están ya todas juntadas.
Ha pensado Mío Cid, que en buen hora ciñó espada,
que acaso el rey don Alfonso tras él mande sus compañas
y que a atacarle vendrían todas las reales mesnadas.
Las riquezas del botín manda repartir sin falta
y que los repartidores su recibo a todos hagan.
Los caballeros del Cid muy buena porción alcanzan:
le dieron a cada cual unos cien marcos de plata,
y a los peones les toca la mitad justa y sin falta.
Pero allí a nadie podía venderla ni regalarla,
ni quiere llevar cautivos Mío Cid en su campaña.
Con gente de Castejón habló, y a Guadalajara
e Hita manda a preguntar por cuánto se la compraban,
aunque muy poco le diesen por toda aquella ganancia.
Ofreciéronle los moros sus tres mil marcos de plata.
Del botín la quinta parte a Mío Cid se le guarda.
Mío Cid aquella oferta muy gustoso la aceptaba.
Al tercer día el dinero le fue entregado sin falta.
Pensó entonces Mío Cid que él y toda su compaña
en un castillo tan chico no pueden tener morada,
defenderlo sí podrán, mas les faltaría el agua.
“Vencidos están los moros, la paz con ellos firmada,
el rey Alfonso atacarnos podría con su mesnada.
Dejar quiero a Castejón, óiganme todos, Minaya.
26
El Cid marcha a tierras de Zaragoza, dependientes
del rey moro de Valencia.
Esto que voy a decir no os dé que pensar mal:
por más tiempo en Castejón no nos podemos quedar;
está cerca el rey Alfonso y aquí a buscarnos vendrá.
Mas no asolaré el castillo, que se lo quiero dejar
a cien moros y a cien moras a quien daré libertad,
y así por lo que les quito no podrán de mí hablar mal.
Pagados estáis ya todos, nadie queda por pagar,
mañana al romper el día otra vez a cabalgar,
que con mi rey don Alfonso no querría yo luchar”.
Aquello que dice el Cid mucho agrada a los demás,
del castillo que tomaron todos muy ricos se van
y los moros y las moras bendiciéndolos están.
Marchan Henares arriba lo más que pueden andar,
las Alcarrias han pasado y cabalgan más allá,
por esas cuevas de Anguita ahora los veréis pasar,
cruzan el río y se entran por el campo de Taranz,
caminan por esas tierras lo más que puedan andar.
Entre Fariza y Cetina Mío Cid iba a albergar
buen botín iba cogiendo por la tierra donde va.
No pueden saber los moros qué intenciones llevará.
Al otro día cabalga Mío Cid el de Vivar,
Alhama ya la ha pasado, Hoz del río abajo va,
y ya a Bubierca y a Ateca se las ha dejado atrás
y por fin junto a Alcocer Mío Cid ha ido a posar,
en un otero redondo y fuerte van a acampar,
cerca está el Jalón, el agua no se la podrán quitar.
Aquel pueblo de Alcocer piensa Mío Cid tomar.
27
El Cid acampa sobre Alcocer.
Todo el otero ha ocupado, allí sus tiendas armaba;
unas las pone en la sierra, otras junto al río planta.
Mío Cid Campeador que en buen hora ciñó espada
alrededor del otero y muy cerca ya del agua
hacer un foso muy hondo a sus varones mandaba,
así no podrán los moros sorprenderlos a mansalva
y además les da a entender que el Cid allí se quedaba.
28
Temor de los moros.
Por todas aquellas tierras fue la noticia volando
de que el Cid Campeador junto a Alcocer ha acampado
que a tierra de moros vino y deja la de cristianos;
los campos que estaban cerca no se atreven a labrarlos.
Muy alegres que se ponen Mío Cid y sus vasallos;
el castillo de Alcocer tributo les ha pagado.
Tirada 29
El Campeador toma a Alcocer mediante un ardid.
Esa gente de Alcocer al Cid ya le daba parias
y los de Terrer y Ateca también ya se las pagaban
a los de Calatayud esto muy mal les sentaba.
Allí Mío Cid estuvo por más de quince semanas.
Cuando ve el Campeador que Alcocer no se entregaba
un ardid se le ha ocurrido y fue a hacerlo sin tardanza:
las tiendas manda quitar, deja una sola plantada,
y se va Jalón abajo, con bandera desplegada,
todos con loriga puesta y ceñidas las espadas:
taimado es el Cid y quiere tenderles una celada.
Los de Alcocer que lo vieron ¡Dios y cómo se alababan!
“Ya se le ha acabado al Cid todo el pan y la cebada.
Cargados van con las tiendas, una sola queda alzada.
A guisa de derrotado el Campeador se marcha,
vamos a asaltarle ahora, sacaremos gran ganancia,
que, si no, los de Terrer para ellos han de tomarla,
y si cogen el botín no querrán cedernos nada;
las parias que nos cobró hoy las volverá dobladas.”
Para salir de Alcocer mucha prisa que se daban.
Cuando el Cid ya los vio fuera hace como que se escapa.
Jalón abajo corría, muy en desorden andaba.
Decían los de Alcocer: “¡Ay, que el botín se nos marcha!”
Ya todos, grandes y chicos, a salir se apresuraban,
con el ansia de coger, de lo demás se olvidaban:
abiertas dejan las puertas, nadie se queda a guardarlas.
Mío Cid Campeador hacia atrás volvió la cara,
vio que entre ellos y el castillo un gran espacio quedaba,
manda volver la bandera y a gran prisa espoleaban.
“¡Heridlos, mis caballeros, sin temor, el Cid gritaba,
que con la ayuda de Cristo nuestra será la ganancia!”
Ya vuelven todos revueltos por medio de la llanada.
¡Dios, qué grande era el gozo de todos esa mañana !
Mío Cid con Álvar Fáñez adelante cabalgaba,
tienen muy buenos caballos que a su voluntad andaban,
ya entre el castillo y los moros los dos guerreros entraban.
Los vasallos de Mío Cid sin piedad sus golpes daban,
en poco más de un momento a trescientos moros matan.
Con muy grandes alaridos los que estan en emboscada
para adelante salían, hacia el castillo tornaban,
con las espadas desnudas a la puerta se paraban.
Ya van llegando los suyos, la batalla está ganada.
Ved cómo el Cid conquistó Alcocer por esta maña.
30
La seña del Cid ondea sobre Alcocer
Pedro Bermúdez llegó con la bandera en la mano
y en el castillo la planta, allá en el sitio mas alto.
Habla entonces Mío Cid, Ruy Díaz el bienhadado:
“Gracias al Señor del cielo, gracias a todos sus santos,
mejor vivienda tendremos ahora dueños y caballos.
31
Clemencia del Cid con los moros
Prestadme oído, Álvar Fáñez y los demás caballeros:
al tomar este castillo un gran botín hemos hecho;
muertos los moros están, con vida a muy pocos veo.
Estos moros y estas moras no hemos de poder venderlos,
con cortarles la cabeza poca cosa ganaremos,
nosotros somos los amos, sigan ellos en el pueblo,
viviremos en sus casas y de ellos nos serviremos.”
32
El rey de Valencia quiere recobrar a Alcocer.
Envía un ejército contra el Cid
Mío Cid con sus ganancias allí en Alcocer está;
la tienda que en el otero dejara manda quitar.
A los de Ateca y Terrer el triunfo dio gran pesar
y a los de Calatayud también pesándoles va.
Al rey de Valencia entonces con un mensaje se van,
dícenle que ese que llaman el Cid Ruy Díaz de Vivar,
por ira del rey Alfonso, de Castilla echado está,
que fue a acampar a Alcocer, bien defendido lugar,
y que por una emboscada el castillo es suyo ya.
“Si no vienes a ayudarnos, Teca y Terrer perderás,
perderás Calatayud, que ya no podrá escapar,
y allá a orillas del Jalón ha de irte todo muy mal,
y al otro lado, en Siloca, lo mismo te pasará.”
Cuando lo oyó el rey Tamín siente profundo pesar.
“Tres buenos emires veo aquí en torno mío estar.
Sin tardar, dos de vosotros os marcharéis para allá
con tres mil moros que lleven buenas armas de luchar.
Con los que hay en la frontera, que bien os ayudarán,
coged vivo a ese cristiano y conducídmelo acá.
Puesto que se entró en mis tierras reparación me dará.”
Ya cabalgan tres mil moros, ya se echan a caminar
aquella noche en Segorbe se quedan a reposar.
Otro día de mañana empiezan a cabalgar,
y la noche aquella en Celfa se paran a descansar.
A los moros de frontera los han mandado llamar,
de todas partes acuden a juntarse muchos más.
Por fin salieron de Celfa, la que llaman de Canal,
anduvieron todo el día, ningún reposo se dan,
y a Calatayud llegaron esa noche a descansar.
Por todas aquellas tierras muchos pregoneros van
y gente muy numerosa se les venía a juntar.
Los emires Galve y Fáriz al frente de ellos están,
al buen Cid Rodrigo Díaz a Alcocer van a cercar.
33
Fáriz y Galve cercan al Cid en Alcocer
Ya han acampado los moros, sus tiendas allí las plantan;
sus fuerzas iban creciendo, muchas gentes hay juntadas.
Centinelas avanzados de los moros se destacan
y armados hasta los dientes de día y de noche andan.
Muchos son los centinelas y mucha la hueste armada.
A Mío Cid y los suyos ya les han cortado el agua,
las mesnadas de Ruy Díaz salir quieren a batalla,
el que en buen hora nació muy firme se lo vedaba.
Tuvieron así cercado al Cid más de tres semanas.
34
Consejo del Cid con los suyos.
Preparativos secretos.
El Cid sale a batalla campal contra Fáriz y Galve.
Pedro Bermúdez hiere los primeros golpes.
Al cabo de tres semanas cuando la cuarta va a entrar,
Mío Cid de sus guerreros consejo quiere tomar:
“El agua nos la han quitado, puede faltarnos el pan
y escaparnos por la noche no nos lo consentirán.
Muy grandes sus fuerzas son para con ellos luchar,
decidme vos, caballeros, qué es lo que hacerse podrá”.
Habla el primero Minaya, caballero de fiar:
“De Castilla la gentil nos desterraron acá,
si no luchamos con moros no tendremos nuestro pan.
Seiscientos somos nosotros y aún creo que algunos más,
no nos queda otro remedio, por Dios que en el cielo está:
en cuanto amanezca el día vayámoslos a atacar”.
Díjole el Campeador: “Así quería oír hablar
ya sabía yo, Minaya, que os habríais de honrar”.
A los moros y a las moras afuera los manda echar
para que el intento suyo no lo vayan a contar.
Por el día y por la noche se empiezan a preparar.
Otro día de mañana cuando el sol quiere apuntar,
armado está Mío Cid y aquellos que con él van.
El Campeador habló lo que ahora me oiréis contar:
“Todos nos saldremos fuera, ninguno aquí quedará,
tan sólo estos dos peones que la puerta han de guardar.
Si morimos en el campo al castillo nos traerán,
si ganamos la batalla gran botín nos tocará.
Vos, Pedro Bermúdez esta bandera mía tomad;
como sois bravos la habréis de llevar con lealtad,
mas no os adelantéis sin que me lo oigáis mandar”.
Al Cid le besó la mano, la bandera fue a tomar.
Abren las puertas y afuera del castillo salen ya.
Las avanzadas al verlos al campamento se van.
¡Qué prisa se dan los moros! Todos se empiezan a armar.
Del ruido de los tambores la tierra se va a quebrar.
Viérais allí a tanto moro armarse y en lucha entrar.
Al frente de todos ellos dos grandes banderas van,
y los pendones mas chicos ¿quién los podría contar?
En las filas de los moros empieza el avance ya,
con Mío Cid y los suyos se querían encontrar.
Dijo el Cid: “Estáos todos quedos en este lugar;
que nadie salga de filas sin que me lo oiga mandar”.
Aquel buen Pedro Bermúdez no puede aguantarse más,
bandera en mano comienza su caballo a espolear.
“¡Que el Creador nos asista, Cid Campeador leal!
En medio de aquella tropa voy la bandera a llevar,
los que deben defenderla ya me la defenderán”.
Dijo entonces Mío Cid: “¡No lo hagáis, por caridad!”
Repuso Pedro Bermúdez: “Tal como digo se hará”.
Su caballo espoleó y entra donde había más.
Los moros ya la bandera le quieren arrebatar,
hiérenle, más la loriga no se la pueden quebrar.
Dijo entonces Mío Cid- “¡Valedle, por caridad!”
35
Los del Cid acometen para socorrer a Pedro Bermúdez
Embrazaron los escudos delante del corazón,
las lanzas ponen en ristre envueltas con su pendón,
todos inclinan las caras por encima del arzón
y arrancan contra los moros con muy bravo corazón.
A grandes voces decía el que en buen hora nació:
“¡Heridlos, mis caballeros, por amor del Creador,
aquí está el Cid, don Rodrigo Díaz el Campeador!”
Todos caen sobre el grupo donde Bermúdez entró.
Éranse trescientas lanzas, cada cual con su pendón.
Cada guerrero del Cid a un enemigo mató,
al revolver para atrás otros tantos muertos son.
36
Destrozan las haces enemigas
Allí vierais tantas lanzas, todas subir y bajar,
allí vierais tanta adarga romper y agujerear,
las mallas de las lorigas allí vierais quebrantar
y tantos pendones blancos que rojos de sangre están
y tantos buenos caballos que sin sus jinetes van.
A Santiago y a Mahoma todo se vuelve invocar.
Por aquel campo caídos, en un poco de lugar
de moros muertos había unos mil trescientos ya.
37
Mención de los principales caballeros cristianos
¡Qué bien que estaba luchando sobre su dorado arzón
don Rodrigo de Vivar, ese buen Campeador!
Están con él Álvar Fáñez, el que Zurita mandó
el buen Martín Antolínez, ese burgalés de pro,
Muño Gustioz que en la misma casa del Cid se crió,
Martín Muñoz el que estuvo mandando Montemayor,
ÁIvar Salvadórez y el buen Álvar Alvaroz,
ese Galindo Garcíaz, buen guerrero de Aragón,
y el sobrino de Rodrigo por nombre Félez Muñoz.
Con ellos la tropa entera del Cid en la lucha entró
a socorrer la bandera y a su Cid Campeador.
38
Minaya, en peligro.
El Cid hiere a Fáriz
Al buen Minaya Álvar Fáñez le mataron el caballo
pero a socorrerle fueron las mesnadas de cristianos.
La lanza tiene quebrada, a la espada metió mano,
aunque luchaba de pie buenos tajos iba dando.
Ya le ha visto Mío Cid Ruy Díaz el Castellano,
se va para un jefe moro que tenía buen caballo
y con la mano derecha descárgale fuerte tajo,
por la cintura le corta y le echa en medio del campo.
Al buen Minaya Álvar Fáñez le fue a ofrecer el caballo.
“Cabalgad en él, Minaya, que vos sois mi diestro brazo.
Hoy de todo vuestro apoyo me veo necesitado;
muy firmes están los moros, no ceden aún el campo:
es menester que otra vez fuertes les arremetamos”.
Montó a caballo Minaya, y con su espada en la mano
por entre las fuerzas moras muy bravo siguió luchando.
Enemigos que él alcanza la vida les va quitando.
Mientras tanto Mío Cid de Vivar el bienhadado
al emir Fáriz tres tajos con la espada le ha tirado
le fallan los dos primeros, el tercero le ha acertado;
ya por la loriga abajo va la sangre destilando,
vuelve grupas el emir para escaparse del campo.
Por aquel golpe del Cid la batalla se ha ganado.
39
Galve, herido, y los moros, derrotados.
El buen Martín Antolínez un buen tajo a Galve da,
los rubíes de su yelmo los parte por la mitad,
la lanza atraviesa el yelmo, a la carne fue a llegar;
el rey moro el otro golpe ya no lo quiso esperar.
Los reyes Fáriz y Galve derrotados están ya.
¡Qué buen día que fue aquel, Dios, para la cristiandad!
Por una y por otra parte los moros huyendo van.
Los hombres de Mío Cid los querían alcanzar,
el rey Fáriz en Terrera se ha llegado a refugiar,
pero a Galve no quisieron abrirle la puerta allá;
a Calatayud entonces a toda prisa se va.
Pero el Cid Campeador le persigue sin parar
y va detrás del rey moro hasta la misma ciudad.
40
Minaya ve cumplido su voto.
Botín de la batalla.
El Cid dispone un presente para el rey.
Al buen Minaya Álvar Fáñez bueno le salió el caballo,
de esos moros enemigos ha matado a treinta y cuatro;
de tajos que dio su espada muy sangriento lleva el brazo:
por más abajo del codo va la sangre chorreando.
Dijo Álvar Fáñez: “Ahora ya contento me he quedado,
a Castilla las noticias en seguida irán llegando
de que en batalla campal victoria el Cid ha ganado”.
Muchos moros yacen muertos; pocos con vida dejaron,
que al perseguirlos sin tregua alcance les fueron dando.
Van volviendo los guerreros de Mío Cid bienhadado;
andaba el Campeador montado en su buen caballo,
la cofia lleva fruncida, su hermosa barba mostrando,
echada atrás la capucha y con la espada en la mano.
A sus guerreros miraba, que ya se van acercando.
“Gracias al Dios de los cielos, Aquél que está allí en alto,
porque batalla tan grande nosotros la hemos ganado”.
El campamento morisco los del Cid le saquearon,
armas, escudos, riquezas muy grandes se han encontrado.
Los hombres de Mío Cid que en el campamento entraron
se encuentran, de los moriscos, con quinientos diez caballos.
¡Gran alegría que andaba por entre aquellos cristianos!
Al ir a contar sus bajas tan sólo quince faltaron.
Tanto oro y tanta plata no saben dónde guardarlo
enriquecidos están todos aquellos cristianos
con aquel botín tan grande que se habían encontrado.
Los moros que los servían al castillo se tornaron
y aún mandó el Campeador que les regalaran algo.
Gran gozo tiene Ruy Díaz, con él todos sus vasallos.
Repartir manda el dinero y aquellos bienes ganados,
en su quinta parte al Cid tocáronle cien caballos.
¡Dios, y qué bien que pagó Mío Cid a su vasallos,
a los que luchan a pie y a los que luchan montados!
Muy bien que lo arregla todo Mío Cid el bienhadado,
los hombres que van con él satisfechos se quedaron.
“Oídme, Álvar Fáñez Minaya, vos que sois mi diestro brazo:
de todas esas riquezas que el Creador nos ha dado cuanto
para vos queráis cogedlo con vuestra mano.
Para que se sepa allí, quiero a Castilla mandaros
con nuevas de esta batalla que a moros hemos ganado.
Al rey don Alfonso, al rey que de Castilla me ha echado
quiero hacerle donación de treinta buenos caballos,
cada uno con su silla, todos muy bien enfrenados,
todos con sendas espadas de los arzones colgando”.
Dijo Minaya Álvar Fáñez: “Yo lo haré de muy buen grado”.
Tirada 41
El Cid cumple su oferta a la catedral de Burgos
“Aquí tenéis, Álvar Fáñez, oro bueno y plata fina
esa alta bota con ello la llenaréis hasta arriba,
en Santa María de Burgos por mí pagaréis mil misas
y lo que os sobre dadlo a mi mujer y a mis hijas,
que recen mucho por mí en las noches y en los días
que si Dios vida me diere han de llegar a ser ricas”.
42
Minaya parte para Castilla
Muy contento está Álvar Fáñez de aquello que el Cid ha hablado.
Los hombres que con él marchan ya los tenía contados.
A las bestias dan cebada, la noche se había entrado.
Mío Cid habla a los suyos, que a todos los ha juntado.
43
Despedida
“¿Os vais a marchar, Minaya, a Castilla la gentil?
A todos nuestros amigos muy bien les podéis decir
que Dios nos quiso valer y vencimos en la lid.
Acaso cuando volváis aún nos encontréis aquí;
si no, hasta donde os digan que estamos debéis seguir.
Por la espada y por la lanza nos ganamos el vivir,
si no, en esta tierra pobre no podremos resistir
y creo yo que tendremos al fin que marchar de aquí”.
44
El Cid vende Alcocer a los moros.
Todo está ya preparado, al alba salió Minaya
Mío Cid Campeador queda allí con su mesnada.
Estéril y pobre es aquella tierra tan mala.
Todos los días al Cid Campeador le espiaban
los moros de la frontera con otras gentes extrañas.
El rey Fáriz ya está bueno, con él de consejos andan.
Entre los moros de Ateca y los que en Terrer moraban
y los de Calatayud, villa más rica, preparan
un convenio y por escrito lo ponen en una carta:
“Que Alcocer les venda el Cid por tres mil marcos de plata”.
45
Venta de Alcocer
(Repetición)
Mío Cid el de Vivar ya tiene Alcocer vendido
mucho pagó a los vasallos que al destierro le han seguido.
Caballeros y peones, a todos los hace ricos,
no hay ya un pobre entre los hombres que marchan a su servicio.
Quien a buen señor le sirve, siempre vive en paraíso.
46
Abandono de Alcocer. – Buenos agüeros.-El Cid se
asienta en el Poyo, sobre Monreal
Cuando iba el Cid el castillo de Alcocer a abandonar
moros y moras cautivos se empezaron a quejar.
“Te vas, Mío Cid, contigo nuestras oraciones van.
Mucho agradecemos todos lo que nos quisiste dar”
Cuando sale de Alcocer Mío Cid el de Vivar
aquellos moros y moras empezaron a llorar.
Se despliega la bandera, el Campeador se va.
Por río Jalón abajo se empiezan a encaminar,
pájaros de buen agüero entonces vieron volar.
Mucho en Terrer se alegraron, en Calatayud aún más,
pero en Alcocer les pesa: con el Cid no estaban mal.
Mientras tanto Mío Cid seguía su cabalgar,
por fin acampó en un cerro que está sobre Monte Real,
Alto y grande el cerro era, al mirarle asombro da,
por ninguno de sus lados se le podría asaltar.
A la ciudad de Daroca tributo le hace pagar,
lo mismo a la de Molina que del otro lado está,
y la tercera a Teruel, que está puesta más acá;
ya tiene el Cid en su mano a Celfa la del Canal.
47
Minaya llega ante el rey.
Éste perdona a Minaya, pero no al Cid
¡A Mío Cid de Vivar, téngale Dios en su gracia!
A Castilla se ha marchado Álvar Fáñez de Minaya
y ya los treinta caballos al rey se los presentaba;
al verlos buena sonrisa le viene al rey a la cara.
“¿Quién te ha dado esos caballos, por Dios del cielo, Minaya?”
“Mío Cid Campeador, que en buen hora ciñó espada.
Después que le desterrasteis Alcocer ganó por maña,
y de esto al rey de Valencia un mensaje le llegaba:
manda que le pongan cerco y que le corten el agua.
El Cid sale del castillo, en campo abierto luchaba,
venció a dos emires moros en aquella gran batalla.
Cuantiosos, señor, han sido el botín y la ganancia,
a vos, gran rey, Mío Cid este regalo os manda,
dice que los pies os besa, os besa las manos ambas
y que le tengáis merced, así el Creador os valga.”
Díjole entonces el rey: “Aún muy poco tiempo pasa
para que hombre desterrado, que del rey perdió la gracia
pueda volver a acogérsele al cabo de tres semanas.
Pero por venir de moros tomo lo que me regala
y me alegro de que el Cid logre tan buena ganancia.
Y sobre todo lo dicho, os perdono a vos, Minaya,
vuestros honores y tierras otra vez os sean dadas,
a vuestro gusto salid y entrad, que estáis en mi gracia;
mas del Cid Campeador no puedo deciros nada”.
48
El rey permite a los castellanos irse con el Cid
“Minaya, con todo esto algo me queda que hablar:
de todos estos mis reinos podrán, si quieren, marchar
hombres buenos y valientes y a Mío Cid ayudar.
Libres los dejo, y prometo no confiscar su heredad”.
El buen Minaya Álvar Fáñez las manos le fue a besar:
“Gracias os doy, rey Alfonso, nuestro señor natural;
esto concedéis ahora, otra vez cederéis mas.
Siempre nos contentaremos, rey, con vuestra voluntad”.
Díjole el rey: “Álvar Fáñez, de esto ya no hay más que hablar.
Marchad libre por Castilla, todos os dejen andar,
y sin temor a castigo, al Cid iréis a buscar”.
49
Correrías del Cid desde el Poyo.
Minaya con doscientos castellanos, se reúne al Cid
Hablemos ahora de aquél que en buen hora ciñó espada.
Ya sabéis que en una altura muy elevada acampaba,
y mientras que dure el mundo, con gente mora o cristiana,
el cerro de Mío Cid llamarán a esa montaña.
Desde allí el Campeador muchas tierras saqueaba,
todo el valle del Martín buenos tributos le paga.
Hasta el mismo Zaragoza noticias del Cid llegaban,
no les da gusto a los moros, firmemente les pesaba.
Allí estuvo Mío Cid por más de quince semanas:
cuando vio el Campeador que se tardaba Minaya,
con todos los que le siguen de noche se puso en marcha;
el cerro y el campamento abandonados dejaba
y más allá de Teruel el Campeador pasaba,
hasta pinares de Tévar a descansar no se para.
Todas las tierras aquellas mucho que las saqueaba
y ya también Zaragoza la tiene sujeta a parias.
Después de hacer todo esto, al cabo de tres semanas
ya ha llegado de Castilla Álvar Fáñez de Minaya;
trae doscientos caballeros que todos ciñen espada
y no se pueden contar los de a pie que le acompañan.
Cuando ha visto Mío Cid aparecer a Minaya
al correr de su caballo va a abrazarlo sin tardanza,
en la boca le besó y en los ojos de la cara.
Minaya le cuenta todo, no quiere encubrirle nada.
La faz del Campeador sonrisas la iluminaban.
“Gracias al Dios de los cielos, gracias a sus fuerzas santas,
mientras que vida tengáis a mí me ira bien, Minaya”.
50
Alegría de los desterrados al recibir noticias de Castilla
¡Dios, qué alegre que se puso la hueste de desterrados
porque Minaya Álvar Fáñez ya de Castilla ha llegado,
porque les trae noticias de sus parientes y hermanos
y de aquellas compañeras que en su casa se dejaron!
51
Alegría del Cid
(Serie gemela)
¡Dios, qué alegre que se puso el de la barba crecida
de que allí en Burgos pagara Álvar Fáñez las mil misas
y de que noticias traiga de su mujer y sus hijas!
¡Qué contento estaba el Cid y qué grande su alegría! ”
Álvar Fáñez, ojalá viváis aún muchos días.
Más valéis vos que yo no. ¡Qué misión tan bien cumplida!”
52
El Cid corre tierras de Alcañiz
Pero no perdía el tiempo Mío Cid el bienhadado:
a doscientos caballeros escógelos por su mano
y a correr aquellos campos muy de noche se marcharon.
Esas tierras de Alcañiz yermas las iban dejando,
por esos alrededores todo lo van saqueando.
A su punto de partida al tercer día tornaron.
53
Escarmiento de los moros
Pronto corrió la noticia por aquellas tierras todas,
gentes de Monzón y Huesca estaban muy pesarosas;
pero de que dieran parias se alegran en Zaragoza
porque ellos de Mío Cid no temen ninguna cosa.
54
El Cid abandona el Poyo.
Corre tierras amparadas por el conde de Barcelona
Con todo el botín aquel al Cerro tornando van,
todos iban muy alegres porque han hecho buen ganar.
Muy contento está Álvar Fáñez, el Cid muy contento está.
Su proyecto dice el Cid, ya no lo puede callar:
“Oíd, caballeros, ahora, voy a hablaros de verdad:
el que no cambia de sitio perder puede, no ganar,
así que al amanecer echemos a cabalgar,
el campamento se deje y sigamos más allá”.
Se mudó entonces el Cid hasta el puerto de Alucat
desde allí se alarga a Huesca y luego hasta Montalbán.
En aquella correría diez días fueron a echar.
Por todas aquellas partes la nueva corriendo va
de que el Cid, el desterrado, está haciendo mucho mal.
55
Amenazas del conde de Barcelona
Esos mensajes corrieron por aquellas tierras todas,
por fin llega la noticia al conde de Barcelona
de que Mío Cid Ruy Díaz le corre su tierra toda;
mucho pesar le causó, por grave afrenta lo toma.
56
El Cid trata en vano de calmar al conde
El conde era fanfarrón y dijo una vanidad:
“¡Grandes daños me está haciendo Mío Cid el de Vivar.
Aquí en mi corte Rodrigo gran agravio me hizo ya
porque me hirió a mi sobrino, sin quererlo reparar.
Ahora saquea las tierras que bajo mi amparo están
sin que yo le desafíe ni haya roto su amistad.
Puesto que él busca pelea yo se la iré a demandar”.
Muy grandes fuerzas tenía, a prisa llegando van,
entre moros y cristianos muchos se juntan allá
y por fin marchan en busca de Mío Cid de Vivar.
Tres días con sus tres noches hubieron de caminar
y a Mío Cid alcanzaron allá en Tévar, el pinar.
Tantos son, que sin esfuerzo creen que le cogerán.
Con el gran botín que lleva Mío Cid el de Vivar
de una alta sierra desciende, al valle llegando está.
Un mensajero del conde don Ramón le va a avisar.
Mío Cid, cuando le oyó, este mensaje le da:
“Decid al conde que esto no debe tomarlo a mal,
de lo suyo nada llevo, déjeme marchar en paz”.
A lo cual repuso el conde: “Eso no será verdad.
Lo de ahora y lo de antes todo me lo pagará
y ya sabrá el desterrado a quién se atrevió a ultrajar”.
Se ha tornado el mandadero a toda velocidad.
Entonces muy bien comprende Mío Cid el de Vivar
que batalla con el conde ya no la puede evitar.
57
Arenga del Cid a los suyos
“Mis caballeros, poned a resguardo la ganancia,
luego a prisa preparáos, armáos de todas armas,
porque el conde don Ramón nos quiere dar gran batalla,
de moros y de cristianos mucha gente le acompaña,
no nos dejarán tranquilos, si no es por lucha, por nada.
Ya que tras nosotros viene, aquí sea la batalla:
cinchad bien a los caballos y armáos de todas armas:
ellos vienen cuesta abajo, sólo llevan puestas calzas,
traen malas sillas coceras y las cinchas aflojadas;
nosotros sillas gallegas y botas sobre las calzas.
Con sólo cien caballeros venceremos sus mesnadas,
antes que lleguen al llano atáquenlos nuestras lanzas,
por cada uno herido tres sillas se irán vaciadas.
Verá Ramón Berenguer a quién quería dar caza
hoy en el pinar de Tévar por quitarle su ganancia”.
58
El Cid vence la batalla
Gana la espada Colada
Todos están ya dispuestos, cuando el Cid así hubo hablado,
las armas bien empuñadas, bien firmes en los caballos.
Allá por la cuesta abajo ven las fuerzas de los francos
y en el hondo de la cuesta, y ya muy cerca del llano,
mandó que los atacaran Mío Cid el bienhadado.
Sus caballeros la orden cumplieron de muy buen grado;
los pendones y las lanzas bien los iban empleando,
hieren a unos, y a otros los arrojan del caballo.
Ya ha ganado la batalla Mío Cid el bienhadado,
allí al conde don Ramón por prisionero ha tomado,
ganó la espada Colada que vale más de mil marcos.
59
El conde de Barcelona, prisionero.
Quiere dejarse morir de hambre
Así ganó esta batalla, a gran honra de sus barbas.
Cogió al conde don Ramón y a su tienda le llevaba,
a hombres de su confianza los mandó que le guardaran.
Le deja allí, y de la tienda al Campeador se marcha;
por todas partes los suyos a juntársele llegaban.
Muy contento que está el Cid, muy grandes son las ganancias.
A Mío Cid don Rodrigo gran comida le preparan;
pero el conde don Ramón no hacía caso de nada,
los manjares le traían, delante se los plantaban,
él no los quiere comer y todos los desdeñaba.
“No he de comer un bocado por todo el oro de España,
antes perderé mi cuerpo y condenaré mi alma,
ya que tales malcalzados me vencieron en batalla”.
60
El Cid promete al conde la libertad
Mío Cid Campeador bien oiréis lo que ahora dijo:
“Comed, conde, de este pan, bebed, conde, de este vino
de cautiverio saldréis si hacéis lo que yo os digo,
si no, en todos nuestros días no veréis ningún ser vivo”.
61
Negativa del conde
“Comed, comed, don Rodrigo, tranquilo podéis estar,
pero yo no comeré, el hambre me matará”.
Hasta pasados tres días no se vuelve el conde atrás.
Mientras ellos sé reparten lo que hubieron de ganar
no logran que coma el conde ni una migaja de pan.
62
El Cid reitera al conde su promesa
Pone en libertad al conde y le despide
Dijo entonces Mío Cid: “Conde, habéis de comer algo,
que si no queréis comer nunca más veréis cristianos,
mas si coméis a mi gusto, como os tengo mandado,
a vos, conde don Ramón, y a dos de estos fijosdalgo
de prisión os soltaré y saldréis de entre mis manos.
Al oírlo don Ramón mucho que se fue alegrando.
“Si vos, don Rodrigo, hacéis eso que me habéis hablado,
por el resto de mi vida quedaré maravillado”.
“Pues comed, conde, comed, y cuando hayáis acabado
a vos y a dos caballeros la libertad he de daros.
Mas, de lo que habéis perdido y yo ganado en el campo
sabed, conde, que no pienso devolveros ni un ochavo,
que mucha falta nos hace y andamos necesitados.
Cogiendo de vos y de otros hemos de irnos ayudando,
y nos durará esta vida lo que quiera el Padre Santo,
que eso le toca al que el rey fuera de su reino ha echado”.
Alégrase el conde y pide el agua para las manos,
ya se la ponen delante, diéronsela sin retraso.
Con esos dos caballeros por Mío Cid designados,
comiendo iba el conde y come don Ramón de muy buen grado.
Sentado está junto a él Mío Cid el bienhadado:
“Conde, si no coméis bien como os tengo mandado,
aún os quedaréis conmigo, no habremos de separarnos”.
Dijo el conde: “Comeré, Mío Cid, de muy buen grado”.
Él y los dos caballeros, a comer se apresuraron;
contento se pone el Cid, que allí los está mirando,
de ver que el conde Ramón trabajo daba a las manos.
“Cid, si así lo permitís, ya quisiéramos marcharnos
a prisa cabalgaremos si nos dan nuestros caballos;
desde el día que fui conde no comí tan de buen grado,
el sabor de esta comida de mí no será olvidado”.
Tres palafrenes le dieron, los tres muy bien ensillados,
danles buenas vestiduras, ricas pieles, ricos mantos.
Entre los dos caballeros el conde se ha colocado.
Hasta el fin del campamento con ellos va el Castellano:
“Ya os vais, conde Ramón, franco os vais, pues sois franco,
agradecido os quedo por lo que me habéis dejado.
Si acaso os da la idea, conde, de querer vengarlo
y me venís a buscar, mandadme antes un recado:
o me llevaré lo vuestro o vos de lo mío algo”.
“Quedáos tranquilo, Cid, de ese peligro estáis salvo;
eso por pago lo dejo por lo que queda de año.
Y de venir a buscaros, ni siquiera hay que pensarlo”.
63
El conde se ausenta receloso
Riqueza de los desterrados
El conde picó el caballo y ya comenzaba a andar,
volviendo va la cabeza para mirar hacia atrás.
Miedo tiene porque cree que el Cid se arrepentirá;
por todo el oro del mundo Mío Cid no haría tal,
deslealtades así no las hizo el Cid jamás.
El conde ya se ha marchado, da la vuelta el de Vivar,
juntóse con sus mesnadas y muy alegre que está
por el botín que de aquella batalla les quedará:
tan ricos son que no pueden ni su riqueza contar.
FIN DEL CANTAR PRIMERO
Versión en español moderno de Pedro Salinas
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