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[Poema - Texto completo.]

Hérib Campos Cervera

Desde Espartaco hasta hoy,
nuestros héroes se llamaron:
Stenka Razin, caudillo campesino, vengador de su clase;
comuneros de París, innumerables y anónimos, fusilados
en
el muro;
pero sobrevivientes para siempre en el gran corazón de
los
obreros;
trabajadores de Moscú, de Leningrado, de Hamburgo y de
Viena.
Los héroes de nuestra clase se llamaron:
Rosa Luxemburgo y Carlos Liebknecht: ambos fuego, corazón y brazo de la Revolución;
ambos padre y madre del Partido Comunista Alemán.
Los poetas revolucionarios de hoy
cuando queremos cantar a un héroe proletario,
cantamos a Jorge Dimitrof.

Cada clase tiene los héroes que se merecen:
que los poetas burgueses levanten hasta las nubes a sus
héroes
sangrientos;
que canten epopeyas a sus masacradores de obreros y a
sus
mariscales de la matanza;
que tallen estatuas a sus financieros de la rapiña;
dejemos que tejan charreteras de oro para los generales
que han sobrevivido a los millones de soldados que
condujeron a la carnicería;
que ellos canten al rufián Horst Wessel -héroe de las
bandas
de Hitler-
Nosotros, los poetas revolucionarios de hoy,
cantaremos a un descamisado;
a un revolucionario,
al héroe proletario Jorge Dimitrof.

Sobre los escombros de la Europa imperialista y guerrera
todos los días amanece una aurora roja.
Hoy es Hamburgo la que levanta su voz de metralla;
ayer fue Reval la que cantó su himno insurgente;
luego Bulgaria inició su guerra campesina.
El fuego del incendio alumbró la estampa del obrero
Dimitrof,
alta, la figura;
imponente, la voz;
todo él, extraordinario y vencedor.

Asia se despereza y contesta:
Cantón la Roja ha izado una vez y otra vez la bandera de
la
Hoz y el Martillo.
El «Zeven Provincien» -hermano glorioso del Potemkin-
telegrafía al mundo:
«¡Hermanos! ¡No disparéis sobre nosotros!»
Entre el mar de las banderas rojas;
entre el sordo rugido de las masas que se aprestan a la
lucha
final,
las ametralladoras y los gases acuestan sobre las
calzadas a
las blusas azules.
Caen, se levantan, caen y se yerguen de nuevo;
héroes sin nombre sostienen en alto el símbolo rojo de
la
gloria revolucionaria;
voces anónimas cantan la marsellesa proletaria:
«…Es la lucha final…
…Unámonos todos con valor…
…Por la Internacional…».

Luego llegó «la noche de los largos cuchillos».
Sangre, cadenas, ley de fuga, «suicidios», horas y
hachas;
noche de San Bartolomé de los asesinos al servicio de la
Alta
Finanza.
El fuego, las torturas: un aquelarre de la Edad Media
fue lo que la burguesía ofreció a los obreros de
Alemania.

Pero las blusas azules prepararon su desquite.
…Y amaneció la mañana de Leipzig.
El Mundo, de nuevo pudo ver la estampa del héroe;
alta, la figura,
imponente, la voz;
encadenadas las manos laboriosas,
pero todo él, extraordinario y vencedor.

Los jueces callaron; los falsos testigos agacharon la
cabeza,
y el preso clavó a sus verdugos en el banco de los
acusados.
Habló. Habló para los suyos. Dijo su verdad de clase.
El supremo verdugo chilló aterrorizado:
«¡Sus palabras son excesivamente duras!».

El obrero Dimitrof piensa en la vida, en el dolor y en
las luchas
de todos los suyos,
y exclama:
«Mis palabras son ardientes y duras
porque ardiente y dura ha sido toda mi vida;
¡mis palabras son como la vida y la lucha de todos
los
míos!».

Y venció.
Venció porque era un proletario comunista,
venció porque sabía que todos los obreros del mundo
estarían a su lado en la agonía y en el triunfo.
Los verdugos desarmaron la guillotina;
Goering se hundió en su noche de crímenes y de morfina.

Manchester, Chicago, Skoda y Creuset han parado sus
máquinas;
los negros de la Carolina del Sur, de Liberia y del
África
Central,
los comunistas chinos que siembran de Soviet su país
milenario,
los «mensúes» del Alto Paraná y los mineros taciturnos
de las
montañas de Bolivia,
todos han escuchado la palabra de Jorge Dimitrof,
el corazón del mundo no tiene más que un único latido.
Una voz rompe el hilo de todos los telégrafos
y se derrama por las calles y por los caminos del campo
y de
las ciudades;
la consigna del Socorro Rojo Internacional pone de pie
a
todos los oprimidos de la tierra.
«Libertad para Jorge Dimitrof! ¡Abajo los jueces de
Leipzig!
Las radios de Moscú interrogan a Berlín:
«Capitán Goering: ¿Quién incendió el Reichstag?»

La respuesta fue un avión que cruzó el cielo de
Varsovia:
La Patria del Proletariado -que reclamó la vida de sus
hijos-
la Unión Soviética, desde el Ártico hasta Crimea
abrió sus 170 millones de brazos para recibir al héroe
vencedor.

Nosotros, los poetas revolucionarios de hoy,
cuando queremos cantar a un héroe proletario
cantamos a Jorge Dimitrof.



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