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Póstuma

[Poema - Texto completo.]

José de Diego

Austeramente vengo, ¡Oh, noble y pura
sombra!…

   A una distancia inconcebible
del punto de la vida y del espacio
que nos unió en la tierra, en veinte giros
con que avanzó en la eternidad, ahora
austeramente vengo a tu sepulcro
a pedirte perdón…

                  Ni un hilo solo
de tus cabellos, ni un fulgor dorado
de tus pupilas quedan ya en la tumba,
ni en mi alma un hilo ni un fulgor del sueño
que se desvaneciera.

                  Austeramente
vengo, como un hermano, a tu sepulcro.

   Yo sé que en otra tarde pensativa,
cual un retorno de la «tarde aquella»,
cuando te fuiste con el sol, tus últimas
palabras eran recitados míos
de versos que eran tuyos.

                  Al morirte,
desventurada y loca, en un relámpago
a través de la niebla, contemplaste
resucitar el sueño, que tornaba
a morirse contigo…                   Ni una estrofa
de sugestiva invocación hoy debe
repetir el milagro del recuerdo
y solo oirás con este grave ritmo
el perdón que demando a tu sepulcro.
Otras angustias y otras alegrías
mi espíritu agitaron desde entonces,
y el destino seguí, que me trazara
la mano del Señor, sobre los tiempos.

    Y fue la lucha mi destino. En ella
mis dolorosos triunfos, más amargos
que mis derrotas.

                 El vencido tiene
la enemiga piedad; el victorioso,
más que el rencor del adversario, sufre
el odio de los débiles al triunfo.

Cruzado está mi corazón de heridas,
las más profundas, al salir ileso
de los duros combates.

                 Ni me inclino
sus rojos bordes a enjugar…

                Pero una,
pero una de ellas alcanzó a tu sombra,
y austeramente vengo a tu sepulcro
a pedirte perdón…                 ¡Un miserable
de tu sudario levantó la túnica,
para nublar y oscurecer el nimbo
de tu lívida efigie inmaculada,
en la paz indefensa de la muerte!



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