Interminable, estás al mar saliendo,
Río Guayas, cargado de horizontes
y de naves sin prisa descendiendo
tus ¡ibas de cristal, líquidos montes.
Hasta el tiempo en tu curso se disuelve
y corre con tus aguas confundido.
El día tropical que nunca vuelve
sobre tus lomos rueda hacia el olvido.
Los años que se extinguen gradualmente,
las migraciones lentas, las edades
has mirado pasar indiferente,
¡oh pastor de riberas y ciudades!
La nave del comercio o de la guerra,
la de la expedición o la aventura
has llevado mil veces hasta tierra
o has hundido en tu móvil sepultura.
Sólo turba el sosiego de tu vida
algún grito de ti petrificado
o tus sueños: la planta sumergida
y el pez ligero y a la vez pesado.
Mirando sin cesar tus propiedades
cuentas bueyes, haciendas, grutas verdes.
Paseante de tus hondas soledades,
entre los juncos húmedos te pierdes.
¡Oh río agricultor que el lodo amasas
para hacerlo fecundo en tu ribera
que los árboles pueblan y las casas
montadas en sus zancos de madera!
¡Oh corazón fluvial, que tu latido
das a todas las cosas igualmente:
a la caña de azúcar y al dormido
lagarto, de otra edad sobreviviente!
En tu orilla, de noche, deja huellas
la sombra del difunto bucanero,
y una canoa azul pescando estrellas
boga de contrabando en el estero.
¡Memoria, oh río, o soledad fluyente!
Pasas, mas permaneces siempre, urgido,
igual y sin embargo diferente
y corres de ti mismo perseguido.
A tus perros de espuma y agua arrojo
mi falsa y forastera vestidura
y a tu promesa líquida me acojo,
y creo en tu palabra de frescura.
¡Oh, río, capitán de grandes ríos!
Es igual tu fluír ancho, incesante,
al de mi sangre llena de navíos
que vienen y se van a cada instante.
|