¿Qué seguros consejos vas buscando, desgraciado corazón, asqueado de vivir? Amigo de llantos y enemigo de reír, ¿cómo soportarás los males que te aguardan? Apresúrate, pues, hacia la muerte que te espera, aunque para tu mal prolongues los días; tanto más lejos se halla tu deleitosa estancia, cuanto más quieres huir de la muerte incitante. Con los brazos abiertos sale al camino, llorándole los ojos por exceso de gozo; el melodioso canto de su voz escucho, que dice: «Amigo, sal de casa ajena. Tomo placer dándote mi favor, que jamás tuvo hombre nacido, pues rehúyo a quien me llama, tomando sólo a quien huye de mi rigor.»
Llorándole los ojos, la cara aterrada, mesándose el cabello con grandes alaridos, la vida quiere darme heredades y el señor de estos dones quiere que sea, gritando con voz horrible y dolorosa, cual la muerte llama al bienaventurado; ya que para quien está avezado al sufrimiento, la voz de la muerte le será melodiosa.
¡Cómo me maravilla la orgullosa voluntad de muchos amadores! Aun no preguntándome a mí qué es el Amor, en mí hallarán su fuerza dolorosa. Maldiciendo, todos jurarán que nunca el Amor los poseerá, mas si yo les hablo del cálido placer, el tiempo perdido, suspirando, maldecirán.
No sé de hombre o mujer semejante a mí que, atormentado por el Amor, dé lástima; soy yo a quien hay que compadecer, pues de mi corazón la sangre se retira. Debido a la tristeza que se le acercó, secóse para siempre el humor que sostiene mi vida, contra mí la tristeza muestra arrojo, y en mi socorro no acude mano armada.
Lirio entre cardos, siento acercarse la hora en que civilmente mi vida está conclusa; puesto que por entero mi esperanza está perdida, mi alma en este mundo resta condenada.
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