Quiero recordarles cuando nací, yo,
hijo pecador de Diego Candoroso y María Brígida Circunspecta.
Y hace mucho tiempo, ahora se cumplen no sé cuantos años,
esposo amantísimo de Consuelo la Rebelde.
El Balbas saltaba entonces tan espumoso y ancho
que parecía macizo, duro y en la callada noche
La Sonadora bramaba sobre la Plaza de Ciales como
si se dejara caer desde la vieja Torre de la Iglesia.
La gente sabia del pueblo —que la había—
pronosticaba cómo, un día,
el río correría por las calles
e invisiblemente llegada, la luz se haría en todo Ciales
con solamente apretar un botón, un botoncito negro y redondo.
Nadie sin embargo, nadie era tan atrevido
o sabio para dejarnos saber
que llegarían los tiempos cuando
oiríamos tronar en nuestras propias casas
los cañones de España,
los obuses de Coventry
y muchísimo menos contemplar
la luna pisoteada por los imperialistas.
—(Y uno, así, poeta y combatiente y todo
sin poder siquiera decir jí. )—
He vivido bastante para ver cumplidas
aquellas profecías, he vivido
para ver realizado lo no predicho
—yo, Juan Antonio Corretjer Montes, de 65 años
de edad en 1973, pasado por desazones y traiciones,
penalidades y combates y
retrocesos y hambres;
jamás humillado, jamás herido ni aplazado,
atreviéndome siempre sencillamente a ser quién soy,
tal y como me lo aconsejó una tarde en Atenas olímpica
el más eminente de mis antepasados:
a mí, griego de Ciales,
africano de Loíza Aldea,
romano de Lares, catalán de La Jagua,
puertorriqueño desde Fajardo hasta Cabo Rojo
y comunista hasta sentir la tierra en que nací como si fuese una
hermana dolida ultrajada, violada, abandonada, dejada
de la mano de Dios, tan triste que me obliga
a matar sin sentir odio ni ganas de matar;
a morirme del deseo de ver a todos
los obreros del mundo unidos y triunfantes.
Y a vivir, vivir, querer vivir
para vengar a Van Troi traicionado.
para combatir junto a Toño y a Manuel,
luchar junto a los que tienen dieciocho años,
hasta clavar el último dólar contra el paredón de Jayuya
y llegándome hasta la tumba de Albizu
—Ya está hecho viejo, decirle.—
Aguinaldo Escarlata, 1974
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