Quieta, porque te miro siempre, hasta durmiendo,
veo a los otros llegar hasta ti
quitándose sus vestidos diferenciantes,
y penetrando en tu pulpa sostenedora…
¡Si no esperara el milagro, lloraría!
Pero el milagro es siempre, porque los bruñes
y pules como a pedazos de piedra, y fúlgidos
ostentan desde tu luz la propia lumbre.
Hermosos, son hermosos los que te incorporas.
Criaturas que deslumbran, por tu contacto.
Hombres y mujeres recién hechos,
perfectos de carne y de alma, destellando
sobre tu propio destello.
¡Alegría de que vengan aquí los míseros
de belleza, los lentos de la tierra, los torpes
y los sanos! ¡Alegría para mis ojos, tus dos fuegos,
que se salvan, por el milagro tuyo,
-¡oh mar piadoso y mío!-
que vuelve de oro al plomo y al barro!
Los poemas de Mar Menor, 1959
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