Reinar después de morir
[Teatro - Texto completo.]
Luis Vélez de Guevara
Personas que hablan en ella:
ACTO PRIMERO[En el palacio real de Lisboa] MÚSICOS: "Soles, pues sois tan hermosos, no arrojéis rayos soberbios a quien vive en vuestra luz, contento en tan alto empleo." PRÍNCIPE: La capa. MÚSICO 1: El príncipe sale. MÚSICO 2: Prosigamos. PRÍNCIPE: El sombrero. Cantan MÚSICOS: "Vuestra benigna influencia mitigue airados incendios, pues el raudal de mi llanto es poca agua a tanto fuego." PRÍNCIPE: ¡Ay, Inés, alma de cuanto peno y lloro, vivo y siento! Proseguid, cantad. MÚSICO 1: Digamos otra letra y tono nuevo. Cantan MÚSICOS: "Pastores de Manzanares, yo me muero por Inés, cortesana en el aseo, labradora en guardar fe." PRÍNCIPE: Parece que a mi cuidado esa letra quiso hacer, lisonjeándome el alma, eterna en mi pecho a Inés. Volved, volved por mi vida a repetir otra vez aquesa letra, cantad, que me ha parecido bien. Cantan MÚSICOS: "Pastores de Manzanares, yo me muero por Inés, cortesana en el aseo, labradora en guardar fe." PRÍNCIPE: Pues los pastores publican que tanta hermosura ven en la deidad de mi amante, con justa causa diré que en perderme fui dichoso, en tan soberano bien. Siempre que llega al Mondego parece que sólo al ver a mi Inés bella, las aves quisieran besar su pie. Las plantas de su deidad reciben fruto. No hay mes que en viéndola no sea mayo; no hay flor que a su rosicler no tribute vasallaje. Si aquesta es verdad, si es dueño de aves y plantas y de todo cuanto ve el cielo en la tierra hermosa, no la lisonjeo en ser también yo su esclavo, amor; pues a mi Inés me humillé, pues me rendí a su hermosura a voces confesaré, diciendo con toda el alma a los que amantes me ve: "Pastores de Manzanares, yo me muero por Inés, cortesana en el aseo, labradora en guardar fe." Sale BRITO, de camino BRITO: Déla vuestra alteza a Brito, príncipe, a besar sus pies. PRÍNCIPE: Brito, seas bien venido. ¿Cómo dejas a mi bien? BRITO: Déjame alentar un poco y luego te lo diré, que aun no pienso que he llegado, que un rocín de Lucifer que el portugués llama posta, que jebao llama el francés, y el bridón napolitano algunas veces corsier, de tan altos pensamientos, que en subiendo encima de él, anda a coces con el sol y a cabezada después, me trae sin tripas, que todas se me han subido a la nuez, a hacer gárgaras con ellas, sin lo que toca al borrén que viene haciéndose ruedas de salmón. PRÍNCIPE: Calla, no des suspensión a mi cuidado sino, dime, ¿cómo fue tu viaje? Cuenta, Brito, que ya deseo saber nuevas de mi hermosa prenda. Habla, Brito. BRITO: Bueno, a fe, para contarlo quedamos solos los dos. PRÍNCIPE: Dices bien. Condestable, despejad; y a estos músicos les den, cuando no por forasteros, porque han celebrado a Inés, mil escudos. CONDESTABLE: Despejad. PRÍNCIPE: Id con Dios. MÚSICO 1: El cielo dé a vuestra alteza, señor, un siglo de vida, amén. PRÍNCIPE: Id con Dios. MÚSICO 1: ¡Qué gran valor! MÚSICO 2: ¡Qué cordura! MÚSICO 1: Octavio, ven. No es señor quien señor nace, sino quien lo sabe ser. Vanse los MÚSICOS y el CONDESTABLE PRÍNCIPE: Ya, Brito, quedamos solos; dime, ¿cómo queda Inés? ¿Cómo la dejaste, Brito? Responde presto. BRITO: A perder el sentido cada instante que entre tus brazos no esté. PRÍNCIPE: ¿Y Alonso y Dionís? BRITO: El uno es jazmín y otro clavel, y cada cual es retrato de los dos. PRÍNCIPE: Has dicho bien; prosigue, prosigue, Brito. BRITO: Oye y te la pintaré si de tanta beldad puede ser una lengua pincel. Llegué a Coímbra apenas ayer, cuando al blasón de sus almenas a un tiempo hicieron salva los músicos de cámara del alba, el sol, y luego el día, y primero que todos mi alegría. Guié los paso luego a la quinta, Narciso del Mondego, que guarda en dulce empeño la beldad soberana de tu dueño, cuando, dando al Aurora celos, el sol parece que enamora el oriente divino de Inés, sol para el sol más peregrino. que aun no he llegado creo, piso el umbral y en el zaguán me apeo. (Que gustan los amantes Aparte que les vayan contando por instantes, por puntos, por momentos, las dichas de sus altos pensamientos, que brevemente dichas no les parece que parecen dichas). Al fin al cuarto llego, alborozado, sin aliento, y luego a las cerradas puertas, sólo a tu amor eternamente abiertas, dos veces toco en vano, que en este oriente aun era muy temprano; si bien tu hermoso dueño, rendida a su cuidado más que al sueño, voces dio a las crïadas, menos de mi venida alborozadas. Perdóneme Violante, a quien más debe el sueño que su amante, mas yo, como es mi vida, la quiero bien dormida y bien vestida, esté ausente o presente porque mi amor es menos penitente. PRÍNCIPE: Pasa, Brito, adelante y con mi amor no mezcles a Violante, ni burlas con mis veras, que espero nuevas de mi bien. BRITO: Esperas las que siempre procuro yo traerte, ¡vive Dios! Al fin el muro, el oriente dorado de aquel sol, de aquel cielo, franqueado, sin reparo ninguno, corro los aposentos uno a uno y no paro hasta donde está la esfera que tu sol esconde; su amor me desalumbra, y sin la permisión que se acostumbra, verla y hablarla trato, que el alborozo precedió al recato. Entro, al fin, sin sentido, y en el dorado tálamo que ha sido teatro venturoso más de tu amor que del común reposo, amaneciendo entonces y enamorando mármoles y bronces, los ojos en estrellas, en nieve y nácar las mejillas bellas, en claveles la boca, la frente y manos en cristal de roca, en rayos los cabellos, entre Alonso y Dionís, tus hijos bellos, asidos a porfía --por maternal terneza o compañía-- del cuello de alabastro, deidad admiro a doña Inés de Castro; aurora en carne humana, taraceado abril con la mañana, todo un cielo abreviado y al sol de dos luceros abrazado. Quedé tierno y dudoso, que, como de aquel árbol generoso tan hermoso pendían, racimos de diamantes parecían; ella, amor ostentando, aunque de honestidad indicios dando a la nieve divina, de púrpura corriendo otra cortina, que de tales mujeres siempre son los recatos sumilleres; más encendida aurora, sobre las almohadas se incorpora, y ya, como embarazos, deja a Dionís y Alonso de los brazos, que de sentido ajenos, favores y ternezas no echan menos, tanto en tan dulce empeño pueden los pocos años con el sueño; y con ansia infinita, antes que una palabra me permita, ni besarla una mano --recato portugués o castellano-- me dijo: "¿Cómo dejas a Pedro, Brito?" Y con celosas quejas prosiguió, más hermosa que lo está una mujer que está celosa, porque han dado los celos hasta el color que viste a los cielos, tu tardanza culpando en Santarén con doña Blanca, cuando tu padre la ha traído para tu esposa. PRÍNCIPE: Perderé el sentido, Brito, si Inés no fía todo su amor a toda el alma mía. Primero verá el cielo su vecindad de estrellas en el suelo, verá la noche fría que puede competir al claro día, que falte la firmeza con que yo adoro a Inés. BRITO: Oiga tu alteza. Basta, basta, no ofusques mi relación ni imposibles busques mal guisados, ni modos, que yo los doy por recibidos todos, y lo mismo hará el dueño por quien me he puesto en semejante empeño. Al fin escucha atento. PRÍNCIPE: Prosigue. BRITO: Como digo de mi cuento... PRÍNCIPE: Acaba. BRITO: Ven conmigo; la tal Inés, en la ocasión que digo, finezas y ansias junta, y entre falsa y celosa me pregunta; "Dime, Brito, ¿es bizarra doña Blanca la infanta de Navarra, de Pedro nueva empresa, que viene a ser de Portugal princesa?" Yo la respondo entonces, haciéndome de pencas y de gonces: "Aunque Blanca no es muy fea, es contigo muy poca taracea, moneda mal segura que no puede correr con tu hermosura, y si intenta igualarse contigo, muy de noche ha de pasarse." En esto despertaron Dionís y Alonso, y juntos preguntaron a una vez por su padre; enternecióse oyéndolos la madre; o fuese amor o celos, tocó a anegar en lágrimas dos cielos, y en lluvias tan extrañas, sartas de perlas hizo las pestañas que en sus luces hermosas de perlas se volvía mariposas, y abrasándose en ellas granizaron los párpados estrellas; y viendo contra el día que abajo tanto cielo se venía, calmando sus recelos dile tu carta y serenó sus cielos. Cedióse a su alegría, convaleció de su tristeza el día, quedó el sol sin nublado, porque del desperdicio aljofarado al último suspiro mucho cristal sobró para zafiro. Tomó el pliego y besóle, y tres o cuatro veces repasóle con señas diferentes --que es costumbre de espías y de ausente--. Pidió la escribanía, volvió otra vez a perturbarse el día, los cielos se cubrieron, a la tinta las lágrimas suplieron y mientras escribía, un alma en cada lágrima cabía, siendo en tantos renglones las almas muchas más que las razones; cerró llorando el pliego, sellóle, despachóme y partí luego otra vez por la posta, pareciéndome el mundo senda angosta, y con el "fuera, aparta," entré por Santarén y ésta es su carta. PRÍNCIPE: Levanta, Brito, del suelo, que sólo tú puedes dar tal alivio a mi pesar, tal fin a mi desconsuelo. Toma esta cadena, Brito, en tanto que a besar llego las letras de aqueste pliego que Inés con el llanto ha escrito. BRITO: Besa muy enhorabuena, mientras que, tomada a peso, primero yo también beso las letras de esta cadena. ¡El rey! PRÍNCIPE: ¿Mi padre? BRITO: Señor, él mismo. PRÍNCIPE: El pliego guardaré de Inés. BRITO: Y yo a guardar iré mi cadena, que es mejor. Sale el REY don Alonso REY: ¿Príncipe? PRÍNCIPE: ¿Señor? REY: ¿Qué hacéis? PRÍNCIPE: ¿Vos aquí? REY: No hay que admiraros de que venga yo a buscaros, Pedro, pues vos no lo hacéis. Yo os quisiera hablar despacio. PRÍNCIPE: (Hoy corre mi amor fortuna). Aparte A BRITO REY: ¿Quién sois vos? BRITO: Señor, soy una sabandija de palacio. REY: ¿De qué al príncipe servís? BRITO: De mozo fidalgo. REY: Bien, ¿de camino estáis también? BRITO: Soy su maza. REY: ¿Qué decís? BRITO: Que voy siempre con su alteza adonde quiera que va. REY: Y aun donde no va. BRITO: Esa es ya maliciosa sutileza. REY: Algo desembarazado sois. BRITO: Sí, señor poderoso, que en palacio al vergonzoso siempre el refrán ha culpado. REY: ¿Cómo os llamáis? BRITO: Brito. REY: ¿Vos sois Brito? Quien sois sé, sois hombre de mucha fe. BRITO: Eso sí, señor, por Dios, porque con ella he servido a su alteza, como ya de mí satisfecho está. PRÍNCIPE: Es Brito muy entendido, con razón le estimo y quiero, téngole notable amor. REY: Para que le hagáis favor no habrá menester tercero, que en esto debe tener gran maña y agilidad. BRITO: Mintió a vuestra majestad quien fe de ese parecer, que a su alteza no le han dado tan poca parte los cielos, que haya menester anzuelos en el ardid del crïado. No me ha menester a mí para ninguna facción, porque los méritos son siempre terceros de sí; y cuando en alguna se halle dificultosa de obrar, no ha de ir, ni es justo, a buscar alcahuetes a la calle. Porque el príncipe es humano y alguna vez se enamora, aunque a esta plaza hasta agora no le he tomado una mano. Vuestra real majestad perdone estas baratijas, porque hasta en las sabandijas la defensa es natural. Y adiós, que contra cautelas de palacio asisto en mí, que estoy indecente así con botas y con espuelas. Vase BRITO REY: Pedro, los que hemos nacido padres y reyes, también hemos de mirar al bien común más que al nuestro. PRÍNCIPE: Ha sido, padre y señor, atención debida a esa majestad. ¿Qué me mandáis? REY: Escuchad. Veréis que tengo razón. Yo os he casado en Navarra con la infanta, que Dios guarde; y en Lisboa, a vuestras bodas se han hecho fiestas y tales que todos nuestros fidalgos procuraron señalarse dando muestras con su afecto de ser nobles y leales. Después que llegó la infanta he reparado que sale a vuestro rostro un disgusto que os divierte de lo afable, os retira de lo alegre, y sólo pueden llevarse aquestos extremos, Pedro, con el mucho amor de padre. Doña Blanca disimula, y aunque la causa no sabe, piensa sin duda que es ella causa de vuestros pesares. Hacedme gusto de verla con amoroso semblante; príncipe, desenojadla, que es vuestra esposa, no halle, cuando con vos tanto gana, el perderse en el ganarse. Yo os lo ruego como amigo, os lo pido como padre, os lo mando como rey, no deis lugar a enojarme. Ella viene, aquí os quedad, prudente sois, esto baste. Vase el REY PRÍNCIPE: ¡Ay Inés, cómo por ti, loco, rendido y amante, ni admito la corrección ni hay ventura que me cuadre! Sale la INFANTA INFANTA: Guarde Dios a vuestra alteza. PRÍNCIPE: ¿Señora? INFANTA: ¿Príncipe? PRÍNCIPE: Dadme la mano a besar. INFANTA: Señor, deteneos. No es galante acción que beséis mi mano, cuando advierto que no sale ese cortesano afecto de marido ni de amante. Yo, señor, soy vuestra esposa y debéis considerarme reina ya de Portugal si fue de Navarra infante. PRÍNCIPE: (Eso no, viviendo Inés). Aparte Señora, sólo un instante os suplico que me deis audiencia; sentaos y hable el alma, que muda ha estado hasta poder declararse. INFANTA: Decid. PRÍNCIPE: Atended. INFANTA: Ya oigo. Pasad, Príncipe, adelante. PRÍNCIPE: Casé, señora, en Castilla, obedeciendo a mi padre, primera vez con su infanta, que en globos de estrellas yace. Tuve de esta dulce unión un hijo, y puesto que sabe vuestra alteza estos principios, paso a lo más importante. Cuando mi difunta esposa vino conmigo a casarse, pasó a Portugal con ella una dama suya, un ángel, una deidad, todo un cielo; perdóneme que la alabe, vuestra alteza, en su presencia, que informada de sus partes importa, porque disculpe osadas temeridades cuando advertida conozca las causas de efectos tales. Era al fin por acabar la pintura de esta imagen, el retrato de este sol, de este archivo de deidades, doña Inés de Castro Coello de Garza, que con su padre pasó a servir a la reina, mejor dijera a matarme; y aunque siempre su hermosura fue una misma, ni un instante me atreví, señora, a verla con pensamientos de amante, que a sola mi esposa entonces rendí de amor vasallaje, hasta que crüel la Parca le cortó el vital estambre. Muerta mi esposa, trató casarme otra vez mi padre con vuestra alteza, señora, que el cielo mil siglos guarde, sin que este segundo intento conmigo comunicase; yerro que es fuerza que agora vuestro decoro le pague, y le sienta yo, por ser vuestra alteza a quien se hace la ofensa; que el sentimiento no será bien que me falte a tiempo que por mi causa padecéis tantos desaires. (Confusa, hasta ver el fin, Aparte será fuerza que se halle. Mas supuesto que es forzoso el decirlo y declararme, rompa el silencio la voz pues que no puedo excusarme). Muerta, señora, ya mi esposa amada, querida tanto como fue llorado, pasados muchos días de tormento, difunto el gusto y vivo el sentimiento, en un jardín, al declinar el día, mis imaginaciones divertía, mirando cuadros y admirando flores, archivos de hermosuras y de olores. Al doblar una punta de claveles, de esta hermosa pintura los pinceles, al pasar por un monte de azucenas, que mirar su blancura pude apenas, porque la candidez de su hermosura la vista me robó con la blancura; y en una fuente hermosa, que tendía el remate de una rosa, para su adorno un fénix de alabastro, vi a doña Inés de Castro, que al margen de la fuente se miraba en el agua atentamente; y olvidado de mí, viendo mi muerte en su deidad, la dije de esta manera: "Nunca pensé que pudiera, muerta mi esposa, querer en mi vida otra mujer, ni que otro cuidado hubiera con que el dolor divirtiera de mi pena y mi dolor; pero ya he visto en rigor, advirtiendo tu deidad, que aquello fue voluntad, y aquesto sólo es amor. ¿Cómo puede ser --¡ay cielos!-- que en mi casa haya tenido el mismo amor escondido, sin que remontase el vuelo a su atención mi desvelo? ¿Cómo este bien ignoré? ¿Cómo ciego no miré, cómo en esta luz hermosa no fui incauta mariposa, y cómo no te adoré?" Hice este discurso apenas, cuando a mirarme volvió el rostro, y entonces yo puse silencio a mis penas. Heladas todas las venas, quedé, mirándola, helado; ella, el aliento turbado, quiso hablar, hablar no pudo, quedó suspensa y yo mudo, en su imagen transformado. El alma al verla salió por la puerta de los ojos, y a sus plantas, por despojos, las potencias le ofreció; el corazón se rindió sólo con llegar a ver esta divina mujer, y ella, viéndome rendido y en su hermosura perdido, pagó con agradecer. Desde este instante, señora, desde aqueste punto, infanta, hicimos tan dulce unión reciprocando las lamas, que girasol de su luz, atento a sus muchas gracias, vivo en ella tan unido debajo de la palabra y fe de esposo, que amor cuando perdido se halla, para poderla cobrar se busca entre nuestras ansias. En una quinta que está cerca del Mondego, pasa ausencias inexcusables, solamente acompañada a ratos de mi firmeza y siempre de mi esperanza. Tenemos de aqueste logro de Cupido, de esta llama del ciego dios, dos infantes, dos pimpollos y dos ramas, tan bellos, que es ver dos soles mirar sus hermosas caras. Querémonos tan conformes, son tan unas nuestras almas, que a un arroyo o fuentecilla adonde algunas mañanas sale a recibirme Inés, todos los de la comarca llaman, por lisonjearnos, el Penedo de las ansias. En fin, señora, mi amor es tan grande que no hay planta que para amar no me imite, no hay árbol que con las ramas esté tan unido como lo estoy con mi esposa amada. Y aunque parezca desaire a vuestra alteza contarla aqueste empleo, he advertido que es mejor, para obligarla, cuando engañada se advierte, decirlo y desengañarla, pues cuando de Portugal no sea reina, en Alemania, en Castilla y Aragón, hay príncipe que estimaran saber aquesta ventura que habéis juzgado a desgracia; y porque me espera Inés y culpará mi tardanza, dadme licencia, señora, que a verme en su cielo vaya, pues es bien que asista el cuerpo allá donde tengo el alma. Vase el PRÍNCIPE INFANTA: ¿Han sucedido a mujer como yo tales desaires? ¿cómo es posible que viva quien ha oído semejante injuria? ¡Al arma! ¡Venganza! Despida el pecho volcanes hasta quedar satisfecha. Muera conmigo quien hace que a una infanta de Navarra el decoro le profanen. ¡Que una mujer celosa y agraviada sola consigo mismo es comparada! ¡Que si la aflige amor y acosan celos, aun seguros no están de ella los cielos! Vase la INFANTA [En la quinta cerca del Mondego] Salen INÉS, en traje de caza, con escopeta, y VIOLANTE, criada VIOLANTE: ¿No estás cansada, señora? INÉS: Sí, Violante, y triste estoy; hacia el Mondego me voy, que el sol el ocaso dora; y antes que sea más tarde, pues Pedro no viene, quiero retirarme. VIOLANTE: Siempre espero que hagas de tu gusto alarde, sin cuidados amorosos. INÉS: Violante, no puede ser, que en la que llega a querer no hay instantes más gustosos que los que da a su cuidado. ¿Qué será no haber venido mi Pedro? VIOLANTE: Le habrá tenido el rey, su padre, ocupado; desecha ya la tristeza que te aflige. INÉS: No te asombre; que, aunque Pedro es rey, es hombre, y temo olvidos. VIOLANTE: Su alteza sólo en ti vive, señora, sólo tu amor le desvela. INÉS: Como el pensamiento vuela, hizo este discurso agora. Violante, advierte mi pena; que no temo sin razón, ni esta profunda pasión es bien que la juzgue ajena; el príncipe, mi señor, aunque amante le he advertido, se ve, Violante, querido, y esto aumenta mi temor; advierto que está delante, contrastando mi fortuna, una hermosa Venus, una Blanca, de Navarra infante; su padre quiere casarle, aunque casado se ve, y puede ser que mi fe llegue, Violante, a cansarle; mira tú si mi fortuna infelice puede ser, que a la más cuerda mujer se la doy de dos la una; toma la escopeta allá, ya que ésta la quinta es. VIOLANTE: Descansa, señora, pues. INÉS: Todo disgusto me da. VIOLANTE: ¿Quieres, señora, que cante, para divertir tu pena, una letra nueva y buena que te alegre? INÉS: Sí, Violante; canta, y no por alegrar mi pena te lo consiento, sino porque a mi tormento quisiera un rato aliviar. Cantan VIOLANTE: Saüdade minha, ¿cuándo vos vería? INÉS: Diga el pensamiento, pues sólo él siente, adorado ausente, lo que de vos siento; mi pena y tormento se trueque en contento con dulce porfía. Saüdade minha, ¿cuándo vos vería? VIOLANTE: Minha saudade caro senhor meu ¿a quem direi eu tamanha verdade? Na minha vontade de noite e de dia siempre vos veria. Saüdade minha, ¿cuándo vos vería? Sigue hablando Parece que se ha dormido, y con paso diligente vuelve atrás la hermosa frente, todo el curso suspendido. Dejarla quiero al beleño de este descanso, entre tanto que da tregua a su llanto, árboles guardadla el sueño. Vase y sale el PRÍNCIPE don Pedro con BRITO PRÍNCIPE: Gracias a Dios, Brito amigo, que he salido a ver mi bien. ¿Quién fue más dichoso, quién pudo igualarse conmigo? ¿Posible es, Brito, que estoy donde pueda ver mi esposa, entre cuya llama hermosa simple mariposa soy? BRITO: Tan posible, que llegamos a la quinta que está enfrente del Mondego. PRÍNCIPE: Aguarda, tente. BRITO: ¿Has visto algo entre los ramos? PRÍNCIPE: ¿No ves a Inés celestial que aquí a la vista se ofrece? BRITO: Que está dormida parece al margen de aquel cristal que la fuente vierte. Calla. No la despiertes, señor. PRÍNCIPE: Díselo, Brito, a mi amor. BRITO: Luego, ¿quieres despertalla? PRÍNCIPE: Quiero, Brito, y no quisiera impedirla el descansar. BRITO: Será lástima inquietar su sosiego. Soñando INÉS: Tente, espera... PRÍNCIPE: Parece que habla. BRITO: Estará, señor, entre sueño hablando. PRÍNCIPE: ¿Qué estará mi bien soñando? BRITO: Contigo el sueño será. INÉS: ¡Que me mata, tente, aguarda! ¡Alonso, Dionís, Violante! PRÍNCIPE: Deja, Brito, que adelante pase, porque ya se tarda mi deseo en ver despierto mi hermoso sol. BRITO: Llega pues, pero despertar a Inés será grande desacierto. INÉS: No me maten tus rigores; ¿por qué me quitas la vida? Pedro, Pedro de mi vida, esposo, mi bien. PRÍNCIPE: Amores, mucho he debido al pesar que en ti ha ocasionado el sueño, pues te trajo, hermoso dueño, en mi pecho a descansar. INÉS: ¡Pedro, señor, dueño amado! PRÍNCIPE: ¿Qué tienes, Inés? Despierta INÉS: Soñaba que la vida me quitaba... PRÍNCIPE: ¿Quién? INÉS: Un león coronado, y a mis dos hijos, --¡ay cielo!-- de mis brazos ajenaba y airado los entregaba --aun no cesa mi recelo-- a dos brutos que inhumanos los apartaron de mí. PRÍNCIPE: ¿Eso, Inés, soñaste? INÉS: Sí. PRÍNCIPE: Fueron tus recelos vanos, desecha, Inés, el dolor, cóbrate más valerosa, si bien estás más hermosa con el susto y el temor. INÉS: ¿Eres mío? PRÍNCIPE: Tuyo soy. INÉS: Y tuya me fe será. BRITO: ¿Adónde Violante está? A pedirla celos voy. Vase BRITO INÉS: Nunca como hoy, dueño mío, temí de mi amor mudanzas, no porque de ti no fío, sino por ser desdichada. Apenas de nuestra quinta salí a caza esta mañana, cuando vi una tortolilla que entre los chopos lloraba su amante esposo perdido. Yo, de verla lastimada, llegué a temer que mi suerte no me trajese a imitarla. Vi luego que de una vid un olmo galán se enlaza, y envidiosa de sus dichas también se me turbó el alma. Pues un tronco bruto goza posesión más bien lograda, yo apenas gozo el bien cuando todo el bien me falta. Y como en la tortolilla he visto más declaradas mis sospechas temerosas, siendo yo tan desdichada, no es mucho, Pedro, que tema llegar a imitar sus ansias. PRÍNCIPE: Inés, si el sol en la tierra, como produce las plantas, infundiera en cada flor una deidad, y llegara a reducir las bellezas con las de tu hermosa cara --que es la mayor, dueño mío--, en otra mujer, palabra te doy que siendo tuyo en mi corazón no hallara ni un cortesano cariño, ni una amorosa palabra, ni un pequeño ofrecimiento, ni un afecto en que mostrara átomos de la afición con que te adoro, que tanta fuerza tiene tu hermosura desde que está retratada en mi pecho, que tu nombre tiene por objeto el alma. ¿Alonso y Dionís, adónde están? Sale ALONSO, niño ALONSO: ¿Padre? PRÍNCIPE: ¡Prenda amada! ¿Y vuestro hermano? ALONSO: Señor, ahora merendando estaba, ¿quieres que vaya a llamarle? PRÍNCIPE: Sí, mi vida. INÉS: Espera, aguarda. Salen BRITO y VIOLANTE alborotados BRITO: ¡Señor! ¡Señor! Oye. PRÍNCIPE: Brito, ¿qué dices? VIOLANTE: ¡Señora! INÉS: ¡Cielos! ¿qué es esto? Dilo, Violante. VIOLANTE: Dilo, Brito, que no puedo. PRÍNCIPE: ¿De qué os turbáis? Hablad ya. BRITO: Por la orilla del Mondego y el camino de la quinta tres coches se han descubierto y del rey parecen. INÉS: ¿Hay más desdichas? PRÍNCIPE: Ve en un vuelo y reconoce quién es. BRITO: Yo ya he visto, aunque de lejos, que el rey y la infanta vienen y Alvar González con ellos y Egas Coello. PRÍNCIPE: Ambos son dos traidores encubiertos. VIOLANTE: Ya llegan. INÉS: Pues yo me voy a retirar. PRÍNCIPE: Deteneos, señora, que estando yo con vos, no hay que temer riesgos. REY: Aquesta es la quinta, entrar. ¡Pedro! PRÍNCIPE: Señor, ¿qué es esto? INFANTA: Ahora empieza mi venganza. Aparte INÉS: Ahora empiezan mis celos. Aparte REY: Ahora empieza mi castigo. Aparte PRÍNCIPE: Ahora empieza mi tormento. Aparte ÁLVAR: Ahora se enoja el rey. Aparte EGAS: Ahora se quieta el reino. Aparte Aparte los dos VIOLANTE: Ahora te echan a galeras. BRITO: Ahora te dan ducientos por alcahueta, Violante. VIOLANTE: Miente y calle. BRITO: Callo y miento. REY: No sé cómo reportarme. En fin, príncipe don Pedro, ¿ocasionáis a que haga vuestro padre estos excesos de salir para buscaros fuera de la corte? INÉS: (Cielos, Aparte temiendo estoy su rigor, pero con todo yo llego). Déme vuestra majestad a besar su mano. REY: (¿El cielo Aparte mayor belleza ha formado? De mirarla me enternezco). ¿Cómo os llamáis? INÉS: Doña Inés de Castro. REY: Alzaos del suelo. INÉS: Quien a vuestros pies se ve goza, señor, de su centro, pues en ellos... REY: Levantad. INÉS: ...toda mi ventura tengo. REY: (¡Qué honestidad, qué cordura!) Aparte ¨Quién es esto caballero? PRÍNCIPE: Un deudo cercano mío. REY: También debe ser mi deudo. Lindo es. ¿Cómo os llamáis? ALONSO: Alonso, al servicio vuestro. REY: Por vuestro abuelo será. INÉS: Tiene muy honrado abuelo. REY: Y muy hermosa y muy noble madre. INFANTA: (¿Qué ha sido esto, cielos?) Aparte REY: Vamos. INFANTA: (¿A esto el rey me trajo? Aparte Perderé el entendimiento). REY: Venid, Infanta. EGAS: Señor, ved que para vuestro reino este inconveniente es grande. ÁLVAR: Y con este impedimento de doña Inés, doña Blanca no logrará su deseo de casar en Portugal. REY: Ya lo he mirado, Egas Coello; mas no es ocasión agora de salir de tanto empeño. ALONSO: Dadme la mano, señor, y la bendición. REY: ¡Qué bueno! ¿Hay más gracioso muchacho? INFANTA: (Mis desdichas voy sintiendo). Aparte REY: Adiós, doña Inés. INÉS: Señor, guarde mil años el cielo a vuestra real majestad, para mi señor y dueño de mi albedrío. REY: ¡Inés! ¡Cuánto con el alma siento, no poder aquí, aunque quiera, mostrar lo mucho que os quiero! BRITO: Violante, adiós; que me voy. VIOLANTE: Brito, adiós; que lo deseo. PRÍNCIPE: Adiós, Inés de mi vida. INÉS: Adiós, adorado dueño. PRÍNCIPE: ¡Muerto voy! INÉS: ¡Yo voy sin alma! PRÍNCIPE: ¡Qué desdicha! INÉS: ¡Qué tormento! Vanse todos
FIN DEL PRIMER ACTOACTO SEGUNDOSalen la INFANTA y ELVIRA, criada INFANTA: Esta ya es resolución, no me aconsejes, Elvira. ELVIRA: Infanta, señora, mira que aventuras tu opinión. INFANTA: Aunque lo advierto no ignoro también que en desprecio tal, una mujer principal atropella su decoro. Deja ya de aconsejarme y repara que, agraviada, ofendida y despreciada, he de morir o vengarme. A muchas han sucedido desprecios de voluntad, mas no de la calidad que yo los he padecido. Bien que Inés es muy bizarra, y aunque hermosa llegue a verse, no es justo llegue a oponerse a una infanta de Navarra, que compitiendo las dos, aunque es grande su belleza, para igualar mi grandeza el sol es poco, ¡por Dios! ELVIRA: El rey sale. INFANTA: Pues, Elvira, déjame sola, que agora he de hablar claro. ELVIRA: ¿Señora? INFANTA: Obedece, calla y mira. ELVIRA: Ya me voy, y ruego al cielo que se acabe tu cuidado. Vase ELVIRA INFANTA: El agravio declarado no admite ningún consuelo. Sale el REY, y COELLO REY: Déjenme solo, Coello, que a solas pretendo hablarla; quisiera desenojarla. INFANTA: (Pues mE ofrece su cabello Aparte la Ocasión, quiero lograr mi intento). ¿Señor? REY: ¿Infanta? INFANTA: ¿Tanto favor? ¿Merced tanta? ¿Que vos me vengáis a honrar: ¡Gran ventura! REY: Blanca hermosa, tanto os estimo y venero, tanto, bella Infanta, os quiero, que fuera dificultosa la acción que para serviros no emprendiera; y este afecto, hijo de vuestro respeto, me obliga siempre a asistiros con un mudo afecto, y tal, que en lo entendido y bizarra, dudo si sois en Navarra nacida, o en Portugal. INFANTA: Con tanto favor tratáis mi fe, que ciega os adora, que confusa el alma, ignora el modo con que me honráis; pero advierte mi cuidado, viendo estos extremos dos, que me habéis querido vos hablar como desposado, y advertido del rigor que el príncipe usa conmigo, como padre y como amigo me mostráis en vos su amor. REY: ¿En qué estaba divertida, hija mía, vuestra alteza? INFANTA: Sólo en pensar la presteza, gran señor, de mi partida. REY: ¿Cómo? ¿Con tal brevedad, infanta, queréis partir? INFANTA: Eso le quiero decir; oiga vuestra majestad. Por concierto de mi hermano y vuestros mudos pesares, --hoy hable la estimación, los demás afectos callen-- a este mar de Portugal de nuestros navarros mares, en una ciudad de leños, en una escuadra volante de delfines que volaban a competencia del aire, llegué, señor, --¡ay de mí!-- un lunes, para mí martes, que en el dueño y no en el día se contienen los azares. Fue tan próspero y feliz este deseado viaje que parece que anunciaban tan venturosas señales presagios de la desdicha que ahora llega a atormentarme. Salió vuestra majestad a recibirme y honrarme con su persona y amor, hijo de los afectos de padre. Y cuando al príncipe, --¡ay cielos!-- esperaba para darle entre la mano de esposa tiernos requiebros de amante, posesión del albedrío uniendo las voluntades, supe que quedó en Lisboa sin que su cuidado pase siquiera a saber con quién su alteza pasa a casarse. Este cuidado o descuido cuidadoso fueron parte para empezar, --¡qué desdicha!-- el alma a alborotarme, y a temer lo que lloré dentro de pocos instantes. Cuatro veces murió el sol en los brazos de la tarde, por cuya muerte la noche vistió luto funerable, primero que de su cuarto fuese al mío a visitarme, si fue agravio a mi decoro, júzguelo quien amar sabe. Al fin vuestra majestad fue a visitarle una tarde; lo que le mandó no sé, mas buen puedo asegurarme que en defender mi justicia sería todo de mi parte. Al fin me fio, y los empeños que tuve en sólo un instante que le di audiencia, no es bien que mi lengua los relate; báteme, siendo quien soy, que los sepa y que los calle. Que a no ser dentro de mí tan bizarra y tan galante, ¿cómo pudiera pasar por el tropel de desaires que me han sucedido? ¿Cómo, sin que abortara volcanes que en cenizas convirtieran a quien intentó agraviarme atrevido y poco atento? Vamos, señor, adelante, y perdonad que los celos llegan a precipitarme, y el corazón a los labios se asomó para quejarse. Pasadas muchas injurias, que es bien que en silencio pase, a una quinta del Mondego fui, porque vos me llevasteis, a volver más despreciada que me había mirado antes, pues se siente más la ofensa cuando delante se hace de quien, mirando el desprecio, llegará a vanagloriarse; esto, señor, que parece que es sentimiento que hace mi persona en exterior, según os muestre el semblante, no es sino que así he querido de mi suceso informarle, porque sepa que no ignoro lo que vuestra alteza sabe. Que a no ser así, es sin duda que no pasara el desaire de ir a requebrar los nietos, cuando me ofreció vengarme; y a no ser así también, ¿cómo pudiera llevarse que doña Inés compitiera --aunque muchas son sus partes-- conmigo? Que no lo hermoso puede igualar a lo grande. Decid al príncipe vos, no como rey, como padre, que sus empeños disculpo; que ha acertado al emplearse en quien tan bien le merece, y que mire cuando agravie, que no todas, como yo, podrán desapasionarse. Este pliego es a mi hermano, donde le pido que trate de enviar por mí, sin que sepa lo que ha podido obligarme; que no es bien que le dé cuenta de semejantes desaires. Con mi partida, señor, pongo fin a mis pesares, principio al gusto de Inés, y medio para que trate don Pedro su casamiento, sin que yo pueda estorbarle; que, aunque ya lo está en secreto, como llegó a declararme, parece que aumenta el gusto saber que todos lo saben. Adiós, señor; no me tenga tu majestad ni me trate jamás sino de partirme; porque sería obligarme a que haga, por detenerme, lo que no por despreciarme; que, aunque agora soy prudente, no sé, en llegando a enojarme, si me valdrá la prudencia para no precipitarme. No detenerme es cordura; a mi cuarto voy, que es tarde. No hay, señor, de qué advertirme; que, pues llegué a declararme, todo lo habré ya mirado ¡Voy muriendo! Dios le guarde. REY: Oye, infanta. INFANTA: Alonso invicto, vuestra majestad no mande que un instante me detenga, o vive Dios, que a esos mares Parténope desdichada, me arroje para anegarme. Vase la INFANTA REY: ¡Alvar González! ¡Coello! Salen ÁLVAR González y EGAS Coello ÁLVAR: ¿Señor? REY: Partid al instante, y detened a la infanta. ÁLVAR: Ya voy. EGAS: El príncipe sale. REY: No sé cómo de mi enojo agora podrá librarse. ¡Que así me empeñe mi hijo! Irme quiero sin hablarle, que si le hablo sospecho que no podré reportarme. Sale el PRÍNCIPE solo PRÍNCIPE: Señor, ¿vuestra majestad conmigo airado el semblante? ¿La espalda volvéis, señor, a vuestra hechura? REY: Dejadme, no me habléis, que estoy cansado de ver vuestros disparates. Príncipe, no me veáis. Egas Coello, aquesta tarde de Santarén al castillo le llevad preso, allí pague inobediencias que han sido causas de tantos males. EGAS: ¡Qué príncipe tan prudente! PRÍNCIPE: Pues yo, señor... ¿por qué? REY: ¡Baste! Agora veréis si es mejor obedecer o enojarme. Vase el REY PRÍNCIPE: En fin, Coello, ¿que voy preso a Santarén? EGAS: Así lo manda su alteza. A mí, que noble crïado soy, me toca el obedecer. PRÍNCIPE: ¿Sois vos mi alcalde? EGAS: El cuidado y el guardaros ha fïado a mi noble proceder y a sola la lealtad mía, y así es forzoso el hacello. PRÍNCIPE: Si agora anochece, Coello, mañana será otro día. EGAS: En cualquier aurora es mi lealtad muy de español. PRÍNCIPE: Mil cosas fomenta el sol que las deshace después. EGAS: Yo sé que llego a servir con fe, señor, verdadera, y así muera cuando muera, como os sirva con morir. PRÍNCIPE: Creo que pena os ha dado el ver que preso voy. EGAS: Sé que vuestro esclavo soy, y que sólo mi cuidado os sirve días y noches como crïado de ley. PRÍNCIPE: Coello, sirvamos al rey; id a prevenir los coches. Vase COELLO y sale BRITO PRÍNCIPE: ¿Qué hay, Brito? ¿Qué te parece de estrella tan importuna? BRITO: De esto nos da la fortuna cada día que amanece. PRÍNCIPE: ¡Qué doloroso trasunto! Muerto estoy, estoy perdido. BRITO: Sólo Belerma ha vivido con el corazón difunto. PRÍNCIPE: Parte, Brito; dile a Inés... ¿Así te vas? Hace BRITO que se va BRITO: ¿Por qué no? PRÍNCIPE: ¿Qué le dirías? BRITO: ¿Qué sé yo? Ya te lo diré después. Quisiera, señor, ponerme en la iglesia de San Juan porque esperezos me dan de que el rey ha de prenderme. PRÍNCIPE: ¿Y esto temes, Brito? Vete; mas ¿por qué te ha de prender? BRITO: Fácil es de conocer; porque he sido tu alcahuete; y en ocasión semejante llegara a sentir de veras ir a bogar a galeras, como me dijo Violante. PRÍNCIPE: Brito, ve a la esposa mía, y dila que pierdo el seso hasta que la vea. BRITO: Y tras eso, ¿cómo el rey preso te envía? PRÍNCIPE: Que a explicar mi sentimiento no basto, y si a eso te obligo, di todo lo que no digo, pues no cabe en lo que siento. BRITO: Diréle que partes ciego por su amor, lo que la adoras, lo que suspiras y lloras, cuánto te abrasa su fuego. PRÍNCIPE: A mucho te has obligado; que el mal a que estoy rendido bien cabe en lo padecido; mas no cabrá en lo contado. Dila que el rey inhumano... Oye, Brito, y no la aflijas, y aquellas dos perlas, hijas de aquel nácar castellano... BRITO: No te enternezcas, señor; mira que llorando estás. PRÍNCIPE: ¡Ay, Brito! No puedo más. BRITO: ¿Adónde está tu valor? Préndate el rey, que el proceso podrás romper algún día. PRÍNCIPE: Mas si preso me quería, ¿para qué dos veces preso? Vanse los dos [En la quinta orillas del Mondego] Salen doña INÉS y VIOLANTE VIOLANTE: ¿Acabaste ya el papel? INÉS: No. VIOLANTE: Pues, ¿cómo? INÉS: He reparado que no cabrá mi cuidado ni mis finezas en él. VIOLANTE: ¿Leíste la glosa? INÉS: Sí, y es tal, que pude llegar cuando la miré, a pensar que se escribió para mí. VIOLANTE: ¿Sábesla ya? INÉS: Ya lo sé. VIOLANTE: ¿Toda? INÉS: Nada hay que te espante; mientras estuve, Violante, en mi cuarto la estudié. VIOLANTE: ¿Quieres decirla, señora? INÉS: Sí, Violante, aquésta es. Atiende. VIOLANTE: Ya escucho. INÉS: Pues no te diviertas agora. "Mi vida, aunque sea pasión, no querría yo perdella, por no perder la razón que tengo de estar sin ella." Dichoso y favorecido me vi, Nise, en un instante, y luego pasé de amante a extremos de aborrecido; mas, aunque airado Cupido, la flecha trocó en arpón, no pudo ser ocasión para desear mi muerte, que he de querer por quererte, mi vida, aunque sea pasión. El alma con que vivía se fue a ti cuando pensaba que en mi pecho la hospedaba como tuya, siendo mía; y aunque perdida la vía, sin formar de amor querella, contento me vi sin ella; mas a no ser en despojos, Nise, de tus bellos ojos, no querría yo perdella. Gobierno del hombre han sido voluntad y entendimiento con que a la razón atento mientras hombre fui, he vivido; pero después que Cupido puso en ti mi inclinación, puede tanto mi pasión que jamás, bella mujer, no te quisiera perder por no perder la razón. Cautivo y sin libertad vivo después que te vi, y aunque viví en mí sin mí, rendido a tu voluntad, esperé de ti piedad; pero después que a mi estrella tu imperio, Nise, atropella, es tan corta mi ventura, que ella misma me asegura que tengo de estar sin ella. Sale BRITO BRITO: Esconde, Inés, si es posible, que no será fácil, de esos peligrosos dulces ojos los hermosos rayos negros. Esconde, por vida tuya, lo canicular, lo fresco, lo florido, lo nevado, lo apacible, lo severo, lo buscado, lo temido, lo juguetón, lo compuesto, lo alegre, lo mesurado, lo lindo, lo más que bello de esa cara, que un nublado no le ha de faltar a un cielo donde hay tantas pesadumbres. INÉS: ¿Qué dices? BRITO: Vete de presto, que viene la Infanta acá. INÉS: ¿La Infanta acá? BRITO: Pretendiendo hallar en esa ribera, por no perder el trofeo, una garza que del aire hoy ha derribado, entiendo que ha de llegar. INÉS: Oye, Brito, ¿garza? BRITO: Sí. INÉS: ¿Y ella la ha muerto? BRITO: Ella ha sido, que a volar con un escuadrón soberbio de pájaros salió armada. INÉS: Escuadrón sería de celos, pues vino a matarme a mí. BRITO: En un alazán soberbio, con la rienda en una mano y en la otra uno de ellos, la vieras como una Palas, o la borracha de Venus. INÉS: Válgame Dios, ¿qué he de hacer? Quiero retirarme, quiero que no me vea; mas no, sin duda es mejor acuerdo esperarla y ver si pueden cortesanos cumplimientos obligarla. BRITO: Dices bien. INÉS: Dime agora de mi dueño. ¿Cómo le dejaste, Brito? ¿Tiene el príncipe don Pedro salud? BRITO: Aunque de su parte sólo a visitarte vengo, para que sepas, señora, lo que pasa allá de nuevo, no es posible, sólo digo, mi señora, que te puedo asegurar que esta noche vendrá a verte. INÉS: ¿Cierto? BRITO: Cierto. INÉS: Y dime, Brito, ¿qué hay de la infanta? BRITO: Que la veo ya junto a ti. INÉS: Enhoramala venga a estorbar mis intentos. Salen la INFANTA, ÁLVAR González, EGAS Coello y cazadores INFANTA: Mucho he sentido perdella. ÁLVAR: Remontó, señora, el vuelo tanto, que ha sido imposible el hallarla. INFANTA: El aire creo que en sí la habrá transformado para volar más ligero, pues de ella envidiosa pudo tomar ligereza. INÉS: El cielo dé a vuestra alteza, señora, la vida que yo deseo. INFANTA: (No me estuviera muy bien). Aparte Inés, levantad del suelo. ¿Vos aquí? INÉS: Si esta ventura de hablaros, señora, y veros, por estar aquí he ganado, decir sin lisonja puedo que sólo he sido dichosa aqueste instante que os veo. INFANTA: ¿Cómo estáis? INÉS: Para serviros como mi señora y dueño. INFANTA: (Parece que está triste. Aparte ¿Si ha sabido que a don Pedro le prendió el rey? Es, sin duda. Pues, Amor, examinemos si podéis vivir en mí, que, aunque ya muerto os contemplo, para llegarlo a creer falta el último remedio). Triste estáis. INÉS: Señora, ¿yo? INFANTA: No os aflijáis, que os prometo que me holgara de poder daros, doña Inés, consuelo. El príncipe en asistiros nunca pudo ser eterno, siempre ha menester casarse, ya lo está conmigo. INÉS: ¡Cielos! ¿Qué decís? INFANTA: Que a Santarén como ya sabéis, fue preso, y saldrá para que así, en un dichoso himeneo, junte dos almas que vos habéis dividido. INÉS: (Esto Aparte no se puede ya llevar, que, fuera de ser desprecio, son celos, y nadie ha habido cuerda en llegar a tenerlos. Responderla quiero). INFANTA: Inés, suspended un poco el vuelo con que altiva, habéis volado, reducíos a vuestro centro, y sírvaos de corrección, de aviso y de claro ejemplo que a una blanca garza, hija de la hermosura del viento, volé esta tarde, y, altiva, cuando ya llegaba al cielo, la despedazó en sus garras un gerifalte soberbio, enfadado de mirar que a su coronado cetro desvanecida intentase competir. Eso os advierto. INÉS: (No puedo Aparte callar ya). ÁLVAR: Mucho la infanta se ha declarado. EGAS: Yo temo alguna desdicha aquí. INÉS: Infanta, con el respeto que a tanta soberanía se debe, deciros quiero que no ajéis de mi nobleza lo encumbrado con ejemplos. Yo soy doña Inés de Castro Coello de Garza, y me veo, si vos de Navarra infanta, reina de aqueste hemisferio de Portugal, y casada con el príncipe don Pedro estoy primero que vos; mirad si mi casamiento será, Infanta, preferido, siendo conmigo y primero. No penséis, señora, no, que es profanar el respeto que debo, hablaros así, sino responder que intento desempeñar a mi esposo; pues si él asiste en mi pecho, con él habláis, no conmigo; y puesto que soy él, debo, si habláis con doña Inés, responder como don Pedro. INFANTA: ¡Oh, Inés, cómo os olvidáis que la que cayó del cielo era garza! INÉS: Y blanca y todo, según vos dijisteis. INFANTA: Bueno, ¿vos me respondéis a mí, equívocos desacuerdos? INÉS: Mal he hecho yo, señora. ÁLVAR: ¡Que así perdiese el respeto a tanta soberanía! INÉS: Sí, dije --¡válgame el cielo!-- que era blanca. INFANTA: Bien está; retiraos. INÉS: Amor, ¿qué es esto? EGAS: El rey viene ya. INFANTA: Mi enojo quiero reprimir. INÉS: Yo entro temerosa y afligida. Vamos, Violante, que espero hallar en Dionís y Alonso, si no remedio, consuelo. REY: Lograr no pensé el hallaros. BRITO: Voy a decir a don Pedro todo cuanto ha sucedido. Vase BRITO REY: Hija infanta, ¿qué es aquesto? ¿Cómo ha pasado la tarde vuestra alteza en el empleo de la caza? INFANTA: Gran señor, en la falda de ese cerro, que la guarnece de plata un lisonjero arroyuelo, descubrimos una garza, y aunque al remontar el vuelo perdió la vida, volvió a vivir, señor, de nuevo, que no tengo con las garzas ni jurisdicción ni imperio, después que una garza a mí con viles celos me ha muerto. REY: No os entiendo. INFANTA: ¡Ay, gran señor, pues bien podéis entenderlo! Que no es la enigma difícil ni es el engaño encubierto. Doña Inés agora acaba de decirme que don Pedro, el príncipe, es ya su esposo; y aunque él lo dijo primero, no lo creí, por pensar que pudiera ser incierto; mas después que doña Inés, sin decoro y sin respeto, se atrevió a decirlo a mí, ha sido fuerza el creerlo. REY: ¿Que la modestia de Inés, virtud y recogimiento, pudo atreverse a perder la veneración que os tengo? Vive Dios, Alvar González, que el príncipe, loco y ciego ha de ocasionarme a dar con su muerte un escarmiento tan grande, que a Portugal sirva de futuro ejemplo. Yo remediaré esta injuria. INFANTA: Señor, el mejor remedio es no buscarle, que yo desde este instante os prometo olvidar, que sólo olvido puede ser, si bien lo advierto, medio para que se acabe mi enojo, señor, y el vuestro. REY: ¿Qué os parece, Alvar González? ALVAR: Señor, si ya todo el reino espera con alegría este feliz casamiento, será grande inconveniente --así, gran señor, lo entiendo-- que no llegue a ejecutarse; y así, fuera buen acuerdo apartar a doña Inés de Portugal. REY: ¿Cómo puedo, si está casada? ALVAR: Señor, cuando aqueste impedimento, que es el mayor, no se pueda remediar... REY: Dame consejo. ALVAR: Me parece que la vida de Inés... REY: ¿Qué decís? ALVAR: Entiendo... REY: Declaraos. ¿Por qué teméis? ¡Acabad! ALVAR: Tengo por cierto que peligrará. REY: ¿Por qué? ALVAR: Señor, porque en sólo eso consistía el que pudiese gozar la infanta a don Pedro. INFANTA: Eso no, que mis agravios, aunque ofendida los siento, no han de pasar a poder conmigo más que yo puedo. Viva mil siglos Inés, que si hoy por ella padezco, no es culpada en mis desdichas, yo sí, pues yo las merezco. REY: Vamos a mirar mejor lo que se ha de hacer en esto. ALVAR: ¿A la ciudad? REY: No, que estoy cansado y algo indispuesto. Vamos a la casería, Alvar González, de Coello. INFANTA: ¿Está cerca? ALVAR: Sí, señora. REY: Disponed, piadoso cielo, modo para consolarme, que si aquesto dura, temo que me han de acabar la vida, pesares y sentimientos. INFANTA: Vamos, señor. REY: Vamos, hijo. INFANTA: ¡Qué valor! REY: ¿Qué entendimiento! INFANTA: ¡Qué prudencia! REY: ¡Qué cordura! Dadme la mano que quiero ser vuestro escudero yo. INFANTA: Tanto favor agradezco. REY: ¡Quién viera de aquesta suerte, Blanca hermosa, a vos y a Pedro! INÉS: Digo que no me aseguro. PRÍNCIPE: ¿Posible es que no conoces que es imposible engañar, Inés, tus hermosos soles? Cese el disgusto, mi bien, y acábense los rigores; no me mates con desaires, basta matarme de amores. ¿Tú enojada? ¿Tú tan triste? ¿Cómo puede ser que borren nublados de tus discursos tus hermosos esplendores? Habla, Inés, dime tu pena, ¿por qué, mi bien, no respondes? Más vale si he de morir que me refieran tus voces la causa por que me matas; no es bien que sintiendo el golpe, cuando no ignoro el morir el por qué, mi bien, ignore. INÉS: Señor, esposo, mi vida, dueño mío, Pedro... PRÍNCIPE: Ahorre tu lengua, Inés, epítetos y dime ya quién te pone a ti con tal desconsuelo y a mí en tantas confusiones. INÉS: Tu padre... PRÍNCIPE: Habla. INÉS: ...pretende... PRÍNCIPE: Acaba, amores. INÉS: ...dispone... PRÍNCIPE: ¿Qué te turbas? INÉS: ...que te cases. PRÍNCIPE: Si aquesos son tus temores, inadvertida has andado, pues sabes que en todo el orbe no he de tener otro dueño. INÉS: Aunque miro tus acciones, esposo y señor, dispuestas a hacerme tantos favores, es bien que adviertas que ya la Fortuna cruel dispone que te pierda, dueño mío, y que de tus brazos goce la infanta que te previene tu padre para consorte. Y puesto que no es posible que seas mío ni que logre más finezas en tus brazos, será fuerza que me otorgues, Pedro, dueño de mi alma, piadosas intercesiones para que el rey, de mi vida la vital hebra no corte. Con tus hijos viviré en lo áspero de los montes, compañera de las fieras; y con gemidos feroces pediré justicia al cielo, pues que no la hallé en los hombres, de quien de tan dulce lazo aparta dos corazones. Mis hijos y yo, señor, con tiernas exclamaciones, huérfanos y sin abrigo, daremos ejemplo al orbe de los peligros que pasa y a cuántas penas se expone quien, sin ver inconvenientes, se casa loca de amores. Por lo que un tiempo me quiso, señor, es bien que me otorgue esta merced, no padezca quien fue vuestra los rigores de una injusticia, mi bien, que mármoles hay y bronces que harán vuestra fama eterna. Ahora es tiempo de que note la mayor fineza en vos; mostrad, mostrad los blasones de vuestra heroica piedad, para que conozca el orbe que si matarme el rey ha pretendido, me habéis, heroico dueño, defendido con valiente osadía y fe constante, por mujer, por esposa y por amante. PRÍNCIPE: No creyera, bella Inés, que jamás desconfiaras de la fe con que te adoro; alza del suelo, levanta, enjuga los bellos ojos, que las perlas que derramas parecen mal en la tierra, en tu nácares las guarda, que no hay en el mundo quien se atreva, esposa, a comprarlas. Si mi padre la cerviz me derribara a sus plantas; si la infanta, que aborrezco, la vida, Inés, me quitara porque mi padre contento quedase, y ella vengada, no sólo fuera su esposo, pero yo de mi garganta derribara la cabeza primero que me obligara a decir sí, que te adoro de tal suerte, prenda amada, que sin ti no quiero vida. INÉS: ¿Cumplirásme esa palabra? PRÍNCIPE: Digo mil veces que sí. INÉS: Pues ya mi temor se acaba. Dime, ¿cómo has quebrantado la prisión? PRÍNCIPE: Esta mañana a Egas Coello le pedí me dejase que llegara a verte, y aunque es traidor, temiendo que me enojara, no me impidió. INÉS: Pues, señor, volved antes que las guardas os echen menos, que es tarde, y volvedme a ver mañana. PRÍNCIPE: Adiós, Inés. INÉS: Adiós, Pedro, no me olvides. PRÍNCIPE: Excusada está, esposa, esa advertencia. INÉS: ¿Si vuestro padre os lo manda? PRÍNCIPE: No puede tener mi padre jurisdicción en mi alma. INÉS: ¿Y si la infanta porfía? PRÍNCIPE: Aunque porfíe la infanta. INÉS: ¿Y si el reino se conjura? PRÍNCIPE: Aunque se perdiera España. INÉS: ¿Tanta firmeza? PRÍNCIPE: Soy monte. INÉS: ¿Tanto amor? PRÍNCIPE: Sólo le iguala el tuyo. INÉS: ¿Tanto valor? PRÍNCIPE: Nadie en el valor me iguala. INÉS: ¿Tan grande fe? PRÍNCIPE: Sí, que ciego a tus luces soberanas, no es menester que te vea para que te adore. INÉS: Basta; adiós, mi bien. PRÍNCIPE: Adiós, dueño, ¡quién contigo se quedara! INÉS: ¡Quién se partiera contigo! Muerta quedo. PRÍNCIPE: ¡Voy sin alma! INÉS: Adiós, adorado esposo. PRÍNCIPE: Adiós, esposa adorada. Vanse todos FIN DEL ACTO SEGUNDOACTO TERCERO
Dicen dentro, como de caza UNO: ¡To, to por acá! ¡Acudid, aprisa el sabueso, aprisa! ¡Al valle, al valle, a la fuente, no se escape, arriba, arriba, no se nos vaya! BRITO: Éstos son cazadores de Coímbra. OTRO: ¡Subid al monte, subid! ¡Huyendo va la corcilla, hacia la fuente, acudid! Salen el PRÍNCIPE y BRITO PRÍNCIPE: ¡Ay, doña Inés de mi vida! Parecióme que acosada, mal hallada y perseguida, hacia la fuente llegaba. BRITO: ¿Quién, señor? PRÍNCIPE: Mi Inés divina. BRITO: ¿Otro agüerito tenemos? PRÍNCIPE: Sin duda fue fantasía, porque a ser verdad, es cierto que mi esposa no se iría, Brito, a arrojar a la fuente, sino a las lágrimas mías. BRITO: De Santarén has venido y estamos ya de la quinta una legua poco más; pronto la verás muy fina entre tus brazos. PRÍNCIPE: ¡Ay, cielos! BRITO: Y agora, ¿por qué suspiras? PRÍNCIPE: Porque no llego a sus brazos. BRITO: Todo esto es azarería. PRÍNCIPE: Di, Brito, que éste es deseo de gozar la peregrina deidad de Inés, que es tan grande que sólo pudo a ella misma igualarse. BRITO: Así es verdad. PRÍNCIPE: Todas las flores de envidia suelen quedar... BRITO: ¿De qué suerte? PRÍNCIPE: O agostadas o marchitas. La rosa, reina de todas, mirando a mi Inés divina quedó corrida de verla, pálida y envejecida. El clavel, Brito, agostado, cuando miró en sus mejillas más viva púrpura envuelta en sangre de Venus fina. Díjome un bello jazmín: "Jamás, principe, permitas que tu Inés vea las flores, porque en viéndolas, corridas, no se atreven a crecer; y tras sí mismas perdidas, siendo maravillas todas, dejan de ser maravillas." BRITO: ¿Cuándo te ha hablado el jazmín que te ha dicho estas mentiras? Ten seso y vamos al caso. PRÍNCIPE: Advierte, pues yo quería, porque ninguno me viese no llegar hasta la quinta. Y para esto esta carta de Santarén traigo escrita, porque desde aquí la lleves; y otra también prevenida traigo para el condestable; llévalas pues. BRITO: ¿Y me envías con estas cartas a mí? PRÍNCIPE: Pues ¿a quién jamás se fía mi pecho, si no es a ti? Parte, acaba. BRITO: Y si por dicha me encontrase Alvar González y Egas Coello, que privan con el rey tu padre agora, y hecho general visita de todas las faltriqueras viesen las cartas, y vistas me mandasen ahorcar; pregunto, señor, ¿sería buen viaje el que hubiera hecho? PRÍNCIPE: No temas, pues que te anima mi valor. BRITO: ¡Qué linda flema! Si estoy ahorcado por dicha una vez, ¿de qué provecho lo que me ofreces sería? ¿Para mí podría valerme tu valor en la otra vida? PRÍNCIPE: Brito, llevarlas es fuerza. BRITO: ¿Pues por qué causa a la vista de la quinta te detienes? PRÍNCIPE: Porque mi padre en la quinta me dicen que está, de Coello, que a cazar vino estos días, y no quiero que me vea. BRITO: Y si prosiguen la enigma de la garza esos dos sacres que la prisión solicitan de Inés, pregunto, señor, ¿qué hará el príncipe? PRÍNCIPE: ¿Por dicha, aquestos sacres villanos se atreverán a mi dicha? Porque guardada mi garza y alentada de sí misma, aunque con tornos la cerquen, aunque airados la persigan, remontará tanto el vuelo que la perderán de vista. Y los sacres altaneros, cuando vean que examina por las campañas del aire toda la región vacía, cansados de remontarse en mirándola vecina del cielo, que es centro suyo, y en él a Inés esculpida, si la buscan garza errante, la hallarán estrella fija. BRITO: Lindamente la has volado, di ya lo que determinas. PRÍNCIPE: Que partas, Brito, al Mondego, que yo te espero en la quinta que está de allá media legua y una legua de Coímbra. BRITO: Allí estará escondido mientras yo aviso a la ninfa más hermosa de la tierra. PRÍNCIPE: Sí, Brito; allí determina mi amor quedarte esperando, allí la esperanza mía, hasta que te vuelva a ver, de un cabello estará asida. Allí mi amor mal hallado, aguardará a que le digas si puede llegar a ver el objeto que le anima. Allí, Brito, viviré, si es que puede ser que viva, quien tiene, como yo tengo, en otra parte la vida. BRITO: Allí puedes esperar a que luego allí te diga lo que allí ha pasado, allí; que has dicho una retahila de allíes para cansar con allíes una tía. ¡Cuerpo de Dios con tu allí! PRÍNCIPE: Dila muchas cosas; dila que las niñas de mis ojos, en su memoria perdidas, si bien como niñas lloran, sienten también como niñas... BRITO: ¡Viva el príncipe don Pedro! PRÍNCIPE: Di que Inés mi dueño viva. BRITO: ¡Qué amor tan de Portugal! PRÍNCIPE: ¡Qué verdad tan de Castilla! INÉS: ¿Qué hora es? VIOLANTE: Las tres han dado. INÉS: Trae, Violante, el almohadilla. VIOLANTE: Aquí está ya. INÉS: Pues sentadas, esto que falta del día estemos en el balcón. ¡Ay de mí! VIOLANTE: ¿Por qué suspiras? INÉS: Porque desde ayer estoy sin el alma que me anima. VIOLANTE: ¿Cantaré? INÉS: Canta, Violante. Divierte las penas mías. Canta VIOLANTE "En verdad que yo la vi, en el campo entre las flores, cuando Celia dijo así: ¡Ay que me muero de amores, tengan lástima de mí!" INÉS: Aguarda, espera, Violante, deja agora de cantar, que temo alguna desdicha que no podré remediar. VIOLANTE: ¿Qué tienes, señora mía? ¿Hay algún nuevo pesar? INÉS: Por los campos de Mondego caballeros vi asomar, y según he reparado se van acercando acá. Armada gente les sigue, válgame Dios, ¿qué será? ¿A quién irán a prender? Que aunque puedo imaginar que el rigor es contra mí, me hace llegarlo a dudar que son para una mujer muchas armas las que traen. VIOLANTE: Jesús, señora, ¿eso dices? INÉS: Violante, no puede más mi temor; pero volvamos a la labor, que será inadvertida prudencia pronosticarmne yo el mal. Salen el REY, ÁLVAR González, EGAS Coello y gente REY: Mucho lo he sentido, Coello. ÁLVAR: Señora, vuestra majestad por sosegar todo el reino no la ha podido excusar. EGAS: Señor, aunque del rigor que queréis ejecutar, parezca que en nuestro afecto haya alguna voluntad, sabe Dios que con el alma la quisiéramos librar; pero todo el reino pide su vida, y es fuerza dar, por quitar inconvenientes, a doña Inés. REY: Ea, callad. ¡Válgame Dios, trino y uno! Que así se ha de sosegar el reino. ¡A fe de quien soy, que quisiera más dejar la dilatada corona que tengo de Portugal, que no ejecutar severo en Inés tan gran crueldad. Llamad, pues, a doña Inés. EGAS: Puesta en el balcón está haciendo labor. REY: Coello, ¿visteis tan gran beldad? ¡Que he de tratar con rigor a quien toda la piedad quisiera mostrar! ÁLVAR: Señor, si severo no os mostráis peligra vuestra corona. REY: Alvar González, callad; dejadme que me enternezca, si luego me he de mostrar riguroso y justiciero con su inocente deidad. ¡Ay, Inés, cómo ignorante de esta batalla campal es poco acero la aguja para defenderte ya! Llamadla, pues. ÁLVAR: Doña Inés, mirad que su majestad manda que al punto bajéis. REY: ¿Hay más extraña maldad? INÉS: Ponerme a los pies del rey será subir, no bajar. Vanse del balcón ÁLVAR: Ya viene. REY: No sé dónde la pudiera, --¡ay Dios!-- librar de este rigor, de esta pena; mas, por Dios, que he de intentar todos les medios posibles. Egas Coello, mirad que yo no soy parte en esto; y si es que se puede hallar modo para que no muera, se busque. EGAS: Llego a ignorar el modo. ÁLVAR: Yo no le hallo. REY: Pues si no le halláis, callad, y a nada me repliquéis. Salen doña INÉS, los NIÑOS, y VIOLANTE INÉS: Vuestra majestad real me dé sus plantas, señor; Dionís y Alonso, llegad; besadle la mano al rey. REY: (¡Qué peregrina beldad! Aparte ¡Válgate Dios por mujer! ¿Quién te trajo a Portugal?) INÉS: ¿No me respondéis, señor? REY: Doña Inés, no es tiempo ya sino de mostrarme airado, porque vos la causa dais para alborotarme el reino con intentaros casar con el príncipe, mas esto es fácil de remediar, con probar que el matrimonio no se puede hacer. INÉS: Mirad... REY: Inés, no os turbéis, que es cierto; vos no os pudisteis casar siendo mi deuda, con Pedro sin dispensación. INÉS: Verdad es, señor, lo que decís; mas antes de efectuar el matrimonio, se trajo la dispensación. REY: Callad, noramala para vos, doña Inés, que os despeñáis, pues si es como vos decís, será fuerza que muráis. INÉS: De manera, gran señor, que cuando vos confesáis que soy deuda vuestra, y yo, atenta a mi calidad, ostentando pundonores, negada a la liviandad, para casar con don Pedro, dispensas hice sacar, ¿mandáis que muera --¡ay de mí!-- a manos de esta crueldad? ¿Luego el haber sido buena queréis, señor, castigar? REY: También el hombre en naciendo parece, si le miráis, de pies y manos atado, reo de desdichas ya, y no cometió más culpa que nacer para llorar. Vos nacisteis muy hermosa, esa culpa tenéis, mas... (No sé, vive Dios, qué hacerme). Aparte EGAS: Señor, vuestra majestad no se enternezca. ÁLVAR: Señor, no mostréis ahora piedad, mirad que aventuráis mucho. REY: Callad, amigos, callad, pues no puedo remediarle, dejádmela consolar. ¡Doña Inés, hija, Inés mía...! INÉS: ¿Estoy perdonada ya? REY: No; sino que quiero yo que sintamos este mal ambos a dos, pues no puedo librarte. INÉS: ¿Hay desdicha igual? ¿Por qué, señor, tal rigor? REY: Porque todo el reino está conjurado contra vos. INÉS: Dionís, Alonso, llegad, sulpicad a vuestro abuelo que me quiera perdonar. REY: No hay remedio. ALONSO: ¡Abuelo mío! DIONÍS: ¿No ve a mi madre llorar? Pues, ¿por qué no la perdona? REY: Apenas puedo ya hablar, Inés, que muráis es fuerza, y aunque la muerte sintáis sabe Dios, aunque yo viva, quién ha de sentirla más. INÉS: No siento, señor, no siento esta desdicha presente, sino porque Pedro ausente tendrá mayor sentimiento; antes viene a ser contento en mí esta muerte homicida, que perder por él la vida no ha sido nada, señor, porque ha mucho que mi amor se la tenía ofrecida; y cuando tu majestad quiera quitarme la vida la daré por bien perdida, que en mí viene a ser piedad lo que parece crueldad, si bien en viendo mi muerte y mi desdichada suerte morirá también mi esposo, pues este rigor forzoso no será en él menos fuerte. De parte os ponéis, señor, del mal, porque al bien excede, y ayudar a quien más puede es flaqueza, no es valor; si el cielo dio a Pedro amor y a mí --porque más dichosa mereciese ser su esposa-- belleza de él tan amada, no me hagáis vos desdichada porque me hizo Dios hermosa. Sed piadoso, sed humano; ¿cuál hombre, por lo cortés, vio una mujer a sus pies, que no le diese una mano? Atributo es soberano de los reyes la clemencia. Tenga, pues, en mi sentencia, piedad vuestra majestad, mirando mi poca edad y mirando mi inocencia. No os digo tales afectos aunque el sentimiento elijo por mujer de vuestro hijo, por madre de vuestros nietos, sino porque hay dos sujetos que muerto uno, ambos mueren; que si dos liras pusieren sin disonancia ninguna herida sólo la una suena esotra que no hieren. ¿Nunca, di, llegaste a ver una nube que hasta el cielo sube amenazando el suelo, y entre el dudar y el temer irse a otra parte a verter, cesando la confusión, y no en su misma región? Pues en Pedro esto ha de ser, siendo nubes en su ser, son llanto en mi corazón. ¿No oíste de un delincuente que por temor del castigo llevando a un niño consigo subió a una torre eminente, y que por el inocente daba sustento el juez piadoso? Pues yo a mi Pedro me así, dadme vos la vida a mí porque no muera mi esposo. REY: Doña Inés, ya no hay remedio; fuerza ha de ser que muráis, dadme mis nietos y adiós. INÉS: ¿A mis hijos me quitáis? Rey don Alonso, señor, ¿por qué que queréis quitar la vida de tantas veces? Advertid, señor, mirad que el corazón a pedazos, dividido me arrancáis. REY: Llevadlos, Alvar González. INÉS: Hijos míos, ¿dónde vais, dónde vais sin vuestra madre? ¿Falta en los hombre piedad? ¿Adónde vais, luces mías? ¿Cómo que así me dejáis en el mayor desconsuelo en manos de la crueldad? ALONSO: Consuélate, madre mía, y a Dios te puedes quedar, que vamos con nuestro abuelo y no querrá hacernos mal. INÉS: ¿Posible es, señor, rey mIo, padre, que así me cerráis la puerta para el perdón que no lleguéis a mirar que soy vuestra humilde esclava? ¿La vida queréis quitar a quien rendida tenéis? Mirad, Alonso, mirad, que aunque vos llevéis mis hijos, y aunque abuelo seáis, sin el amor de la madre no se han de poder criar. Agora, señor, agora, ahora es tiempo de mostrar el mucho poder que tiene vuestra real majestad. ¿Qué me respondéis, rey mío? REY: Doña Inés, no puedo hallar modo para remediaros, y es mi desventura tal que tengo agora, aunque rey, limitada potestad. Alvar González, Coello, con doña Inés os quedad, que no quiero ver su muerte. INÉS: ¿Cómo, señor, os vais; a Alvar González y a Coello inhumano me entregáis? Hijos, hijos de mi vida; dejádmelos abrazar. Alonso, mi vida, hijo Dionís, amores, tornad, tornad a ver vuestra madre. Pedro mío, ¿dónde estás, que así te olvidas de mí? ¿Posible es que en tanto mal me falte tu vista, esposo? ¡Quién te pudiera avisar del peligro en que afligida doña Inés, tu esposa, está! REY: Venid, conmigo, infelices infantes de Portugal. ¡Oh, nunca, cielos, llegara la sentencia a pronunciar, pues si Inés pierde la vida, yo también me voy mortal! Vanse el REY y los NIÑOS INÉS: ¿Qué al fin no tengo remedio? Pues rey Alonso, escuchad. Apelo aquí al supremo y divino tribunal, adonde de tu injusticia la causa se ha de juzgar. Vanse todos Sale el PRÍNCIPE con una caña en la mano PRÍNCIPE: Cansado de esperar en esta quinta donde Amaltea sus abriles pinta con diversos colores cuadros de murtas, arrayán y flores, sin temer el empeño, me he acercado por ver mi hermoso dueño, a esta caña arrimado, que por lo humilde sólo la he estimado, pues al verla me ofrece que en lo humilde a mi esposa se parece. Entré por el jardín sin que me viera el jardinero, pasé la escalera, y sin que nadie en casa haya encontrado, he llegado a la sala del estrado. ¡Hola, Violante, Inés, Brito, crïados! Nadie responde; pero, ¿qué enlutados a la vista se ofrecen? El condestable y Nuño me parecen. Salen el CONDESTABLE y NUÑO con lutos CONDESTABLE:¡Válgame Dios! NUÑO: El príncipe es sin duda. CONDESTABLE:Yerta tengo la voz, la lengua muda. PRÍNCIPE: Condestable, ¿qué es esto? ¿Qué hay de nuevo? CONDESTABLE:Decidlo, Nuño, vos. NUÑO: Yo no me atrevo. PRÍNCIPE: ¿Qué tenéis? Respondedme en dudas tantas. CONDESTABLE:Dénos tu majestad sus reales plantas. PRÍNCIPE: ¿Mi padre es muerto ya? CONDESTABLE: Señor, la Parca cortó la vida al ínclito monarca. PRÍNCIPE: Pues, ¿adónde murió? CONDESTABLE: En la quinta ha sido de Egas Coello, porque había venido su majestad a caza, y de repente le sobrevino el último accidente de su vida, y de suerte nos quedamos, que con haberlo visto, lo dudamos. PRÍNCIPE: Aunque con justo llanto deba sentir haber perdido tanto, mi mayor sentimiento --la lengua se desmaya y el aliento-- es no haberme llamado para verle morir. Mas pues el hado dispuso --adversa suerte-- que no llegase al tiempo de su muerte, en sus honras verán hoy mis vasallos en cuánto al dolor llego a imitallos, excediendo a la pena de esta nueva todo el dolor y pena que yo deba. Y pues mi Inés divina es tan hermosa, mi muy amada esposa, ya que alegre y contenta hoy su grandeza en Portugal ostenta, todo en aqueste día, si hasta aquí fue pesar, será alegría. Llamad a mi Inés bella. CONDESTABLE: (¡Qué desdicha!) Aparte PRÍNCIPE: No se dilate, Nuño, aquesta dicha; al punto llamad a mi ángel bello. CONDESTABLE:Sepa tu majestad que Egas Coello y Alvar González a Castilla han ido. PRÍNCIPE: Sin duda mis enojos han temido. Alcanzadlos, que quiero ser piadoso, no airado y justiciero, y a los pies de mi Inés luego postrados, de mí y la reina quedarán honrados. NUÑO: (¡Oh desdichada suerte!) Aparte CONDESTABLE:(Hoy recelo del príncipe la muerte). Vanse NUÑO y el CONDESTABLE PRÍNCIPE: ¡Que ha llegado el día en que pueda decir que Inés es mía! ¡Qué alegre y qué gustosa reinará ya conmigo Inés hermosa! Y Portugal será en mi casamiento todo fiestas, saraos y contento, o en público saldré con ella al lado; un vestido bordado de estrellas la he de hacer, siendo adivina, porque conozcan, siendo Inés divina, que cuando la prefiero, si ellas estrellas son, ella es lucero. ¡Oh, cómo ya se tarda! ¿Qué pensión tiene quien amante aguarda! ¿Cómo a hablarme no viene? Mayores sentimientos me previenen. A buscarla entraré, que tengo celos de que a verme no salgan sus dos cielos. Canta una voz VOZ: "Dónde vas el caballero dónde vas, triste de ti? Que la tu querida esposa muerte está que yo la vi. Las señas que ella tenía bien te las sabré decir: su garganta es de alabastro y sus manos de marfil." PRÍNCIPE: ¡Aguarda, voz funesta, da a mis recelos y temor respuesta, aguarda, espera, tente! Sale la INFANTA de luto y le detiene INFANTA: Espera tú, señor, que brevemente a tu real majestad decirle quiero lo que cantó llorando el jardinero. Con el rey mi señor que muerto yace, por cuya muerte todo el reino hace tan justo sentimiento, a divertir un rato el pensamiento, salí a caza una tarde, haciendo a mi valor vistoso alarde llegué a esa quinta donde yace muerto, este dolor advierto --¡oh cielos, oh pena airada!-- hallé una flor hermosa, pero ajada, quitando --¡oh dura pena!-- la fragrancia a una cándida azucena, dejando el golpe airado un hermoso clavel desfigurado, trocando, con airado desconsuelo, una nube de fuego en duro hielo. Y en fin,--muestre valor ya tu grandeza-- a quitar hoy al mundo la belleza provocándole a ello Alvar González y el traidor Coello. Con dos golpes airados arroyos de coral vi desatados de una garganta tan hermosa y bella que aun mi lengua no puede encarecella, pues su tersa blancura cabal dechado fue de su hermosura. Parece que no entiendes por las señas quién es, o es que pretendes quedar del sentimiento por basa de su infausto monumento; mas para que no ignores quién padeció estos bárbaros rigores ya te diré quién es, estáme atento, que, su sangre sembrada por el suelo, murió tu bella Inés. PRÍNCIPE: ¡Válgame el cielo! Desmáyase INFANTA: Del pesar que ha tomado el nuevo rey, --¡ay Dios!-- se ha desmayado. ¡Caballeros, hidalgos, hola gente! CONDESTABLE: ¿Qué manda vuestra alteza? INFANTA: Un accidente al rey le ha dado, remediadle al punto, pues temo es ya difunto, que yo, compadecida de que la hermosa Inés perdió la vida y de aqueste espectáculo sangriento, en las alas del viento, lastimada y amante, a Navarra me parto en este instante. Vase la INFANTA CONDESTABLE: El rey está desmayado. Rey de Portugal, señor, cese, cese ya el dolor que el sentido os ha quitado, si vuestra esposa ha faltado no faltéis vos; id severo, riguroso, airado y fiero contra quien os ofendió, quien amante os advirtió os admire justiciero. Vuelve en sí el PRÍNCIPE PRÍNCIPE: Si Inés hermosa murió ¿no fue por quererme? Sí. ¿Muriera mi Inés aquí si no me quisiera? No. Luego la causa soy yo de la pena que le han dado; ¿cómo Pedro, desdichado, si Inés murió vivo quedas? ¿Cómo es posible que puedas no morir de tu cuidado? En fin, Inés, por mí ha sido, por mí que ciego te adoro --de cólera y pena lloro la muerte que has padecido sin haberla merecido--. ¿Cuál fue la mano crüel que de mi inocente Abel --a pesar de mi sosiego-- bárbaro, atrevido y ciego cortó el hermoso clavel? ¿Qué me detengo? Ya voy; voy a ver mi muerto bien. ¿Quién, cielos divinos, quién me ha olvidado de quien soy? ¿Cómo reportado estoy? Aguarda, Inés celestial, que también estoy mortal; no te partas sin tu esposo, que me dejarás quejoso si no partimos el mal. CONDESTABLE: ¿Dónde vas, señor? PRÍNCIPE: A ver mi doña Inés hermosa, a ver mi difunta esposa, a la que reina ha de ser. CONDESTABLE: Mirad que podéis perder la vida, señor. PRÍNCIPE: Callad; dejad que la vea, dejad que en su brazos llegue a verme, que no hago nada en perderme perdida ya su deidad. Sale NUÑO NUÑO: Ya a Alvar González y a Coello presos trajeron, señor. PRÍNCIPE: Mostrar quiero mi rigor en los dos. ¡Ay, ángel bello! Quisiera poder hacello en estos dos inhumanos, matándolos con mis manos sin que mi piedad inciten. Por las espaldas les quiten los corazones villanos; y para mayor tormento, procuren, si puede ser, que los dos los puedan ver antes que les falte aliento; y luego para escarmiento, con dos crüeles arpones, entre horror y confusiones, queden mil pedazos hechos. ¡Oh, si pudiera en dos pechos caber muchos corazones! Veamos agora a Inés. CONDESTABLE: Gran señor, no la veáis; mirad que así aventuráis la vida. Vedla después. PRÍNCIPE: ¿Por lástima tenéis de mi vida si estoy muerto? Verla quiero, pues advierto que no puede ser mayor mi tormento y mi dolor. CONDESTABLE: Ya, gran señor, esta abierto. Descubren a doña INÉS muerta sobre unas almohadas PRÍNCIPE: ¿Posible es que hubo homicida fiero, crüel y tirano, que con sacrílega mano osó quitarte la vida? ¿Cómo es posible --¡ay de mí!-- cómo, cómo puede ser, que quien a mí me dio el ser te diese la muerte a ti? Por su cuello, --¡pena fiera!-- corre la púrpura helada en claveles desatada. ¡Ay, doña Inés, quién pudiera detener ese raudal, dar vida a ese hermoso sol, dar aliento a ese arrebol, y soldar ese cristal! ¡Ay mano, ya sin recelo ser alabastro pudieras, que hasta agora no lo eras porque te faltaba el hielo! Ya faltó tu hermoso abril, si bien piensa mi cuidado, Inés, que te ha transformado en estatua de marfil. Si la vida te faltó tampoco, Inés, tengo vida, pues me hermosa luz perdida no estoy menos muerto yo. Nuño de Almeida, a Violante de mi parte la decid que os entregue una corona que yo a mi esposa le di cuando me casé, en señal de que reinaría feliz si viviera. NUÑO: Voy por ella. Vase PRÍNCIPE: Vos, condestable, advertid que os encarguéis del entierro, llevándola desde aquí a Alcobaza con gran pompa honrándome en ella a mí. Y porque yo gusto de ello, el camino haréis cubrir de antorchas blancas que envidie el estrellado zafir todas diez y siete leguas, que también lo hiciera así si como son diez y siete fueran diez y siete mil. NUÑO: Ésta es la corona de oro. PRÍNCIPE: De otra manera entendí que fuera Inés coronada, mas pues no lo conseguí, en la muerte se corone. Todos los que estáis aquí besad al difunta mano de mi muerto serafín; yo mismo seré rey de armas. ¡Silencio, silencio! Oíd: Ésta es la Inés laureada ésta es al reina infeliz que mereció en Portugal reinar después de morir. Sale el CONDESTABLE CONDESTABLE: Murieron los dos, a quien espalda y pecho hice abrir. PRÍNCIPE: Cubrid el hermoso cuerpo mientras que voy a sentir mi desdicha. ¡Ay, bella Inés! Ya no hay gusto para mí, que faltándome tu sol. ¿cómo es posible vivir? Vamos a morir, sentidos; amor, vamos a sentir. Vase el PRÍNCIPE CONDESTABLE: Ésta es la Inés laureada con que el poeta da fin a su tragedia, en que pudo reinar después de morir. FIN DEL PRIMER ACTOFIN DE LA COMEDIA |