Divino verbo inmenso que en tus eternidades con inefable gozo estabas en el Padre,
en el palacio empíreo, en la esfera más grave, trono de tu grandeza, solio de majestades:
si contento vivías, igual en todo al Padre, de una sustancia misma, de su bondad, imagen;
si con el mismo amor, espíritu suave, consolador piadoso, sois todos tres iguales:
si el querubín hermoso, criatura tan grande, las alas de su ciencia a vuestros pies abate;
si el serafín más bello que en llamas vivas arde, humilde y reverente, peana siempre os hace;
si las columnas firmes de esa Sión triunfante se estremecen, y tiemblan vuestro ser admirable;
¿cómo, Palabra Eterna, se os pudo pegar carne para pisar, piadoso, nuestro, humildes valles?
¿Cómo, señor, tan niño, cómo temblando nace lo sumo del poder entre unos animales?
¿Cómo en pajas humildes hay un fuego tan grande, que si bien soy de nieve, presumo que me abrase?
¡Ay dulce dueño mío, si a finezas tan grandes correspondiera yo con servirte de balde!
Mas ¿cómo puede ser si tú te anticipaste con tan grandes fatigas, con beneficios tales?
Aunque yo te sirviera los siglos, las edades, no pudiera pagar lo menos que tú haces.
¿Qué puede hacer, Dios mío, la nada miserable que, si no es de defectos, no tiene otros caudales?
Tú me obligas, mi bien, con tus penas y afanes, a que gustosa siempre, por tu amor los abrace.
Desnudez y pobreza, lágrimas y pañales, y ese lugar humilde donde fajado yaces,
cátedra del pesebre para enseñarme haces, tierno predicador, virtudes singulares.
¡Oh si supiera yo, amorosa, buscarte del pesebre a la cruz donde pudiera hallarte!
Mas ¿cómo puede ser amarte ni buscarte, si amándome a mí misma me busco en todas partes?
Pero la siempre Virgen ya se inclina a mirarme, gozosa que, por mí, merece ser tu madre.
Y el castísimo esposo José, divino Atlante, pues puede sustentar dos cielos los más grandes,
la mayor honra y dicha hoy en suerte le cabe, pues siendo un puro hombre, de Dios se llama padre.
Pero ya en mil cuadrillas resuenan por los aires espíritus alados que con voces suaves
os cantan a vos glorias y nos prometen paces. Hagámoslas los dos y sean inviolables,
con eternos conciertos, firmadas amistades. Y pues me dais licencia, diré de aquí adelante:
mi amado para mí y yo para él constante.
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