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Romance al Nacimiento

[Poema - Texto completo.]

Sor Marcela de San Félix

Divino verbo inmenso
que en tus eternidades
con inefable gozo
estabas en el Padre,

en el palacio empíreo,
en la esfera más grave,
trono de tu grandeza,
solio de majestades:

si contento vivías,
igual en todo al Padre,
de una sustancia misma,
de su bondad, imagen;

si con el mismo amor,
espíritu suave,
consolador piadoso, 
sois todos tres iguales:

si el querubín hermoso,
criatura tan grande,
las alas de su ciencia
a vuestros pies abate;

si el serafín más bello
que en llamas vivas arde,
humilde y reverente,
peana siempre os hace;

si las columnas firmes
de esa Sión triunfante
se estremecen, y tiemblan
vuestro ser admirable;

¿cómo, Palabra Eterna,
se os pudo pegar carne
para pisar, piadoso,
nuestro, humildes valles?

¿Cómo, señor, tan niño,
cómo temblando nace
lo sumo del poder
entre unos animales?

¿Cómo en pajas humildes
hay un fuego tan grande,
que si bien soy de nieve,
presumo que me abrase?

¡Ay dulce dueño mío,
si a finezas tan grandes
correspondiera yo
con servirte de balde!

Mas ¿cómo puede ser
si tú te anticipaste
con tan grandes fatigas,
con beneficios tales?

Aunque yo te sirviera
los siglos, las edades,
no pudiera pagar
lo menos que tú haces.

¿Qué puede hacer, Dios mío,
la nada miserable
que, si no es de defectos,
no tiene otros caudales?

Tú me obligas, mi bien,
con tus penas y afanes,
a que gustosa siempre,
por tu amor los abrace.

Desnudez y pobreza,
lágrimas y pañales,
y ese lugar humilde
donde fajado yaces,

cátedra del pesebre
para enseñarme haces,
tierno predicador,
virtudes singulares.

¡Oh si supiera yo,
amorosa, buscarte
del pesebre a la cruz
donde pudiera hallarte!

Mas ¿cómo puede ser
amarte ni buscarte,
si amándome a mí misma
me busco en todas partes?

Pero la siempre Virgen
ya se inclina a mirarme,
gozosa que, por mí,
merece ser tu madre.

Y el castísimo esposo
José, divino Atlante,
pues puede sustentar
dos cielos los más grandes,

la mayor honra y dicha
hoy en suerte le cabe,
pues siendo un puro hombre,
de Dios se llama padre.

Pero ya en mil cuadrillas
resuenan por los aires
espíritus alados
que con voces suaves

os cantan a vos glorias
y nos prometen paces.
Hagámoslas los dos
y sean inviolables,

con eternos conciertos,
firmadas amistades.
Y pues me dais licencia,
diré de aquí adelante:

mi amado para mí
y yo para él constante.



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