Casa digital del escritor Luis López Nieves


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Romeo y Julieta

[Teatro - Texto completo.]

William Shakespeare

DRAMATIS PERSONAE

 

El CORO

ROMEO

MONTESCO, su padre

SEÑORA MONTESCO

BENVOLIO, sobrino de Montesco

ABRAHAN, criado de Montesco

BALTASAR, criado de Romeo

JULIETA

CAPULETO, Su padre

SEÑORA CAPULETO

TEBALDO, su sobrino

PARIENTE DE CAPULETO

El AMA de Julieta

PEDRO criado de Capuleto

SANSÓN criado de Capuleto

GREGORIO criado de Capuleto

Della Scala, PRINCIPE de Verona

MERCUCIO pariente del Príncipe

El Conde PARIS pariente del Príncipe

PAJE de Paris

FRAY LORENZO

FRAY JUAN

Un BOTICARIO

Criados, músicos, guardias, ciudadanos, máscaras, etc.


LA TRAGEDIA DE ROMEO Y JULIETA

 

PRÓLOGO [Entra] el CORO

CORO

En Verona, escena de la acción,

dos familias de rango y calidad

renuevan viejos odios con pasión

y manchan con su sangre la ciudad.

De la entraña fatal de estos rivales

nacieron dos amantes malhadados,

cuyas desgracias y funestos males

enterrarán conflictos heredados.

El curso de un amor de muerte herido

y una ira paterna tan extrema

que hasta el fin de sus hijos no ha cedido

será en estas dos horas .

nuestro tema.

Si escucháis la obra con paciencia,

nuestro afán salvará toda carencia.

 

[Sale.]

 

I.i Entran SANSÓN y GREGORIO, de la casa de los

Capuletos, armados con espada y escudo.

 

SANSÓN

Gregorio, te juro que no vamos a tragar saliva.

GREGORIO

No,que tan tragones no somos.

SANSÓN

Digo que si no los tragamos, se les corta el cuello.

GREGORIO

Sí, pero no acabemos con la soga al cuello.

SANSÓN

Si me provocan, yo pego rápido.

GREGORIO

Sí, pero a pegar no te provocan tan rápido.

SANSÓN

A mí me provocan los perros de los Montescos.

GREGORIO

Provocar es mover y ser valiente, plantarse, así que si te provocan, tú sales corriendo.

SANSÓN

Los perros de los Montescos me mueven a plantarme. Con un hombre o mujer de los Montescos me agarro a las paredes.

GREGORIO

Entonces es que te pueden, porque al débil lo empujan contra la pared.

SANSÓN

Cierto, y por eso a las mujeres, seres débiles, las empujan contra la pared. Así que yo echaré de la pared a los hombres de Montesco y empujaré contra ella a las mujeres.

GREGORIO

Pero la disputa es entre nuestros amos y nosotros, sus criados.

SANSÓN

Es igual; me portaré como un déspota. Cuando haya peleado con los hombres, seré cortés con las doncellas: las desvergaré.

GREGORIO

¿Desvergar doncellas?

SANSÓN

Sí, desvergar o desvirgar. Tómalo por donde quieras.

GREGORIO

Por dónde lo sabrán las que lo prueben.

SANSÓN

Pues me van a probar mientras este no se encoja, y ya se sabe que soy más carne que pescado.

GREGORIO

Menos mal, que, si no, serías un merluzo. Saca el hierro, que vienen de la casa de Montesco.

 

Entran otros dos criados [uno llamado ABRAHAM]

 

SANSÓN

Aquí está mi arma. Tú pelea; yo te guardo las espaldas.

GREGORIO

¿Para volver las tuyas y huir?

SANSÓN

Descuida, que no.

GREGORIO

No, contigo no me descuido.

SANSÓN

Tengamos la ley de nuestra parte: que empiecen ellos.

GREGORIO

Me pondré ceñudo cuando pase por su lado, y que se lo tomen como quieran.

SANSÓN

Si se atreven. Yo les haré burla,

a ver si se dejan insultar.

ABRAHÁN

¿Nos hacéis burla, señor?

SANSóN

Hago burla.

ABRAHÁN

¿Nos hacéis burla a nosotros, señor?

SANSÓN [aparte a GREGORIO]

¿Tenemos la ley de nuestra parte si digo que sí?

GREGORIO [aparte a SANSÓN]

No.

SANSÓN

No, señor, no os hago burla. Pero hago burla, señor.

GREGORIO

¿Buscáis pelea?

ABRAHÁN

¿Pelea? No, señor.

SANSÓN

Mas si la buscáis, aquí estoy yo: criado de tan buen amo como el vuestro.

ABRAHÁN

Mas no mejor.

SANSÓN

Pues…

 

Entra BENVOLIO.

 

GREGORIO [aparte a SANSóN]

Di que mejor: ahí viene un pariente del amo.

SANSÓN

Sí, señor: mejor.

ABRAHÁN

¡Mentira!

SANSÓN

Desenvainad si sois hombres. Gregorio, recuerda tu mandoble.

 

Pelean.

 

BENVOLIO [desenvaina]

¡Alto, bobos! Envainad; no sabéis lo que hacéis.

 

Entra TEBALDO.

 

TEBALDO

¿Conque desenvainas contra míseros esclavos?

Vuélvete, Benvolio, y afronta tu muerte.

BENVOLIO

Estoy poniendo paz. Envaina tu espada

o ven con ella a intenta detenerlos.

TEBALDO

¿Y armado hablas de paz? Odio esa palabra

como odio el infierno, a ti y a los Montescos.

¡Vamos, cobarde!

 

[Luchan.]

Entran tres o cuatro CIUDADANOS con palos.

 

CIUDADANOS

¡Palos, picas, partesanas! ¡Pegadles! ¡Tumbadlos!

¡Abajo con los Capuletos! ¡Abajo con los Montescos!

 

Entran CAPULETO, en bata .

, y su esposa

[la SEÑORA CAPULETO].

 

CAPULETO

¿Qué ruido es ese? ¡Dadme mi espada de guerra!

SEÑORA CAPULETO

¡Dadle una muleta! – ¿Por qué pides la espada?

 

Entran MONTESCO y su esposa

[la SEÑORA MONTESCO].

 

CAPULETO

¡Quiero mi espada! ¡Ahí está Montesco, blandiendo su arma en desafío!

MONTESCO

¡Infame Capuleto! – ¡Suéltame, vamos!

SEÑORA MONTESCO

Contra tu enemigo no darás un paso.

 

Entra el PRINCIPE DELLA SCALA, con su séquito.

 

PRÍNCIPE

¡Súbditos rebeldes, enemigos de la paz,

que profanáis el acero con sangre ciudadana! –

¡No escuchan! – ¡Vosotros, hombres, bestias,

que apagáis el ardor de vuestra cólera

con chorros de púrpura que os salen de las venas!

¡Bajo pena de tormento, arrojad de las manos

sangrientas esas mal templadas armas

y oíd la decisión de vuestro Príncipe!

Tres refriegas, que, por una palabra de nada,

vos causasteis, Capuleto, y vos, Montesco,

tres veces perturbaron la quietud de nuestras calles

e hicieron que los viejos de Verona

prescindiesen de su grave indumentaria

y con viejas manos empuñasen viejas armas,

corroídas en la paz, por apartaros

del odio que os corroe. Si causáis

otro disturbio, vuestra vida será el precio.

Por esta vez, que todos se dispersen.

Vos, Capuleto, habréis de acompañarme.

Montesco, venid esta tarde a Villa Franca,

mi Palacio de Justicia, a conocer

mis restantes decisiones sobre el caso.

¡Una vez más, bajo pena de muerte, dispersaos!

 

Salen [todos, menos MONTESCO, la

SEÑORA MONTESCO y BENVOLIO].

 

MONTESCO

¿Quién ha renovado el viejo pleito?

Dime, sobrino, ¿estabas aquí cuando empezó?

BENVOLIO

Cuando llegué, los criados de vuestro adversario

estaban enzarzados con los vuestros.

Desenvainé por separarlos. En esto apareció

el fogoso Tebaldo, espada en mano,

y la blandía alrededor de la cabeza,

cubriéndome de insultos y cortando el aire,

que, indemne, le silbaba en menosprecio.

Mientras cruzábamos tajos y estocadas,

llegaron más, y lucharon de uno y otro lado

hasta que el Príncipe vino y pudo separarlos.

SEÑORA MONTESCO

¿Y Romeo? ¿Le has visto hoy? Me alegra

el ver que no ha estado en esta pelea.

BENVOLIO

Señora, una hora antes de que el astro rey

asomase por las áureas ventanas del oriente,

la inquietud me empujó a pasear.

Entonces, bajo unos sicamores

que crecen al oeste de Verona,

caminando tan temprano vi a vuestro hijo.

Fui hacia él, que, advirtiendo mi presencia,

se escondió en el boscaje.

Medí sus sentimientos por los míos,

que ansiaban un espacio retirado

(mi propio ser entristecido me sobraba),

seguí mi humor al no seguir el suyo .

y gustoso evité a quien por gusto me evitaba.

MONTESCO

Le han visto allí muchas mañanas, aumentando

con su llanto el rocío de la mañana,

añadiendo a las nubes sus nubes de suspiros.

Mas, en cuanto el sol, que todo alegra,

comienza a descorrer por el remoto oriente

las oscuras cortinas del lecho de Aurora,

mi melancólico hijo huye de la luz

y se encierra solitario en su aposento,

cerrando las ventanas, expulsando toda luz

y creándose una noche artificial.

Este humor será muy sombrío y funesto

si la causa no la quita el buen consejo.

BENVOLIO

Mi noble tío, ¿conocéis vos la causa?

MONTESCO

Ni la conozco, ni por él puedo saberla.

BENVOLIO

¿Le habéis apremiado de uno a otro modo?

MONTESCO

Sí, y también otros amigos,

mas él sólo confía sus sentimientos

a sí mismo, no sé si con acierto,

y se muestra tan callado y reservado,

tan insondable y tan hermético

como flor comida por gusano

antes de abrir sus tiernos pétalos al aire

o al sol ofrecerle su hermosura.

Si supiéramos la causa de su pena,

le daríamos remedio sin espera.

 

Entra ROMEO.

 

BENVOLIO

Ahí viene. Os lo ruego, poneos a un lado:

me dirá su dolor, si no se ha obstinado.

MONTESCO

Espero que, al quedarte, por fin oigas

su sincera confesión. Vamos, señora.

 

Salen [MONTESCO y la

SEÑORA MONTESCO].

 

BENVOLIO

Buenos días, primo.

ROMEO

¿Ya es tan de mañana?

BENVOLIO

Las nueve ya han dado.

ROMEO

¡Ah! Las horas tristes se alargan.

¿Era mi padre quien se fue tan deprisa?

BENVOLIO

Sí. ¿Qué tristeza alarga las horas de Romeo?

ROMEO

No tener lo que, al tenerlo, las abrevia.

BENVOLIO

¿Enamorado?

ROMEO

Cansado.

BENVOLIO

¿De amar?

ROMEO

De no ser correspondido por mi amada.

BENVOLIO

¡Ah! ¿Por qué el amor, de presencia gentil,

es tan duro y tiránico en sus obras?

ROMEO

¡Ah! ¿Por qué el amor, con la venda en los ojos,

puede, siendo ciego imponer sus antojos?

¿Dónde comemos? .

. ¡Ah! ¿Qué pelea ha habido?

No me lo digas, que ya lo sé todo.

Tumulto de odio, pero más de amor.

¡Ah, amor combativo! ¡Ah, odio amoroso!

¡Ah, todo, creado de la nada!

¡Ah, grave levedad, seria vanidad, caos deforme

de formas hermosas, pluma de plomo,

humo radiante, fuego glacial, salud enfermiza,

sueño desvelado, que no es lo que es!

Yo siento este amor sin sentir nada en él.

¿No te ríes?

BENVOLIO

No, primo; más bien lloro.

ROMEO

¿Por qué, noble alma?

BENVOLIO

Porque en tu alma hay dolor.

ROMEO

Así es el pecado del amor:

mi propio pesar, que tanto me angustia,

tú ahora lo agrandas, puesto que lo turbas

con el tuyo propio. Ese amor que muestras

añade congoja a la que me supera.

El amor es humo, soplo de suspiros:

se esfuma, y es fuego en ojos que aman;

refrénalo, y crece como un mar de lágrimas.

¿Qué cosa es, si no? Locura juiciosa,

amargor que asfixia, dulzor que conforta.

Adiós, primo mío.

BENVOLIO

Voy contigo, espera;

injusto serás si ahora me dejas.

ROMEO

¡Bah! Yo no estoy aquí, y me hallo perdido.

Romeo no es este: está en otro sitio.

BENVOLIO

Habla en serio y dime quién es la que amas.

ROMEO

¡Ah! ¿Quieres oírme gemir?

BENVOLIO

¿Gemir? No: quiero que digas en serio quién es.

ROMEO

Pídele al enfermo que haga testamento;

para quien tanto lo está, es un mal momento.

En serio, primo, amo a una mujer.

BENVOLIO

Por ahí apuntaba yo cuando supe que amabas.

ROMEO

¡Buen tirador! Y la que amo es hermosa.

BENVOLIO

Si el blanco es hermoso, antes se acierta.

ROMEO

Ahí has fallado: Cupido no la alcanza

con sus flechas; es prudente cual Diana:

su casta coraza la protege tanto

que del niño Amor no la hechiza el arco.

No puede asediarla el discurso amoroso,

ni cede al ataque de ojos que asaltan,

ni recoge el oro que tienta hasta a un santo.

En belleza es rica y su sola pobreza

está en que, a su muerte, muere su riqueza.

BENVOLIO

¿Así que ha jurado vivir siempre casta?

ROMEO

Sí, y con ese ahorro todo lo malgasta:

matando lo bello por severidad

priva de hermosura a la posteridad.

Al ser tan prudente con esa belleza

no merece el cielo, pues me desespera.

No amar ha jurado, y su juramento

a quien te lo cuenta le hace vivir muerto.

BENVOLIO

Hazme caso y no pienses más en ella.

ROMEO

Enséñame a olvidar.

BENVOLIO

Deja en libertad a tus ojos:

contempla otras bellezas.

ROMEO

Así estimaré la suya en mucho más.

Esas máscaras negras que acarician

el rostro de las bellas nos traen al recuerdo

la belleza que ocultan. Quien ciego ha quedado

no olvida el tesoro que sus ojos perdieron.

Muéstrame una dama que sea muy bella.

¿Qué hace su hermosura sino recordarme

a la que supera su belleza?

Enseñarme a olvidar no puedes. Adiós.

BENVOLIO

Pues pienso enseñarte o morir tu deudor.

 

Salen.

 

I.ii Entran CAPULETO, el Conde PARIS y el gracioso

[CRIADO de Capuleto].

 

CAPULETO

Montesco está tan obligado como yo,

bajo la misma pena. A nuestros años

no será difícil, creo yo, vivir en paz.

PARIS

Ambos gozáis de gran reputación y es lástima

que llevéis enfrentados tanto tiempo.

En fin, señor, ¿qué decís a este pretendiente?

CAPULETO

Lo que ya he dicho antes:

mi hija nada sabe de la vida;

aún no ha llegado a los catorce.

Dejad que muera el esplendor de dos veranos

y habrá madurado para desposarse.

PARIS

Otras más jóvenes ya son madres felices.

CAPULETO

Quien pronto se casa, pronto se amarga.

Mis otras esperanzas las cubrió la tierra;

ella es la única que me queda en la vida.

Mas cortejadla, Paris, enamoradla,

que en sus sentimientos ella es la que manda.

Una vez que acepte, daré sin reservas

mi consentimiento al que ella prefiera.

Esta noche doy mi fiesta de siempre,

a la que vendrá multitud de gente,

y todos amigos. Uníos a ellos

y con toda el alma os acogeremos.

En mi humilde casa esta noche ved

estrellas terrenas el cielo encender.

La dicha que siente el joven lozano

cuando abril vistoso muda el débil paso

del caduco invierno, ese mismo goce

tendréis en mi casa estando esta noche

entre mozas bellas. Ved y oíd a todas,

y entre ellas amad a la más meritoria;

con todas bien vistas, tal vez al final

queráis a la mía, aunque es una más.

Venid vos conmigo. [Al CRIADO.] Tú ve por Verona,

recorre sus calles, busca a las personas

que he apuntado aquí; diles que mi casa,

si bien les parece, su presencia aguarda.

 

Sale [con el Conde PARIS].

 

CRIADO

¡Que busque a las personas que ha apuntado aquí! Ya lo dicen: el zapatero, a su regla; el sastre, a su horma; el pescador, a su brocha, y el pintor, a su red. Pero a mí me mandan que busque a las personas que ha apuntado, cuando no sé leer los nombres que ha escrito el escribiente. Preguntaré al instruido.

 

Entran BENVOLIO y ROMEO.

 

¡Buena ocasión!

BENVOLIO

Vamos, calla: un fuego apaga otro fuego;

el pesar de otro tu dolor amengua;

si estás mareado, gira a contrapelo;

la angustia insufrible la cura otra pena.

Aqueja tu vista con un nuevo mal

y el viejo veneno pronto morirá.

ROMEO

Las cataplasmas son grandes remedios.

BENVOLIO

Remedios, ¿contra qué!

ROMEO

Golpe en la espinilla.

BENVOLIO

Pero, Romeo, ¿tú estás loco?

ROMEO

Loco, no; más atado que un loco:

encarcelado, sin mi alimento, azotado

y torturado, y… Buenas tardes, amigo.

CRIADO

Buenas os dé Dios. Señor, ¿sabéis leer?

ROMEO

Sí, mi mala fortuna en mi adversidad.

CRIADO

Eso lo habréis aprendido de memoria.

Pero, os lo ruego, ¿sabéis leer lo que veáis?

ROMEO

Si conozco el alfabeto y el idioma, sí.

CRIADO

Está claro. Quedad con Dios.

ROMEO

Espera, que sí sé leer.

 

Lee el papel.

 

«El signor Martino, esposa e hijas.

El conde Anselmo y sus bellas hermanas.

La viuda del signor Vitruvio.

El signor Piacencio y sus lindas sobrinas.

Mercucio y su hermano Valentino.

Mi tío Capuleto, esposa a hijas.

Mi bella sobrina Rosalina y Livia.

El signor Valentio y su primo Tebaldo.

Lucio y la alegre Elena.»

 

Bella compañía. ¿Adónde han de ir?

CRIADO

Arriba.

ROMEO

¿Adónde? ¿A una cena?

CRIADO

A nuestra casa.

ROMEO

¿A casa de quién?

CRIADO

De mi amo.

ROMEO

Tenía que habértelo preguntado antes.

CRIADO

Os lo diré sin que preguntéis. Mi amo es el grande y rico Capuleto, y si vos no sois de los Montescos, venid a echar un trago de vino. Quedad con Dios.

 

Sale.

BENEVOLIO

En el festín tradicional de Capuleto

estará tu amada, la bella Rosalina,

con las más admiradas bellezas de Verona.

Tú ve a la fiesta: con ojo imparcial

compárala con otras que te mostraré,

y, en lugar de un cisne, un cuervo has de ver.

ROMEO

Si fuera tan falso el fervor de mis ojos,

que mis lágrimas se conviertan en llamas,

y si se anegaron, siendo mentirosos,

y nunca murieron, cual herejes ardan.

¡Otra más hermosa! Si todo ve el sol,

su igual nunca ha visto desde la creación.

BENVOLIO

Te parece bella si no ves a otras:

tus ojos con ella misma la confrontan.

Pero si tus ojos hacen de balanza,

sopesa a tu amada con cualquier muchacha

que pienso mostrarte brillando en la fiesta,

y lucirá menos la que ahora te ciega.

ROMEO

Iré, no por admirar a las que elogias,

sino sólo el esplendor de mi señora.

 

[Salen. ]

 

I.iii Entran la SEÑORA CAPULETO y el AMA.

 

SEÑORA CAPULETO

Ama, ¿y mi hija? Dile que venga.

AMA

Ah, por mi virginidad a mis doce años,

¡si la mandé venir! ¡Eh, paloma! ¡Eh, reina!

¡Santo cielo! ¿Dónde está la niña? ¡Julieta!

 

Entra JULIETA.

 

JULIETA

Hola, ¿quién me llama?

AMA

Tu madre.

JULIETA

Aquí estoy, señora. ¿Qué deseáis?

SEÑORA CAPULETO

Pues se trata… Ama, déjanos un rato;

hemos de hablar a solas… Ama, vuelve.

Pensándolo bien, más vale que to oigas.

Sabes que mi hija está en edad de merecer.

AMA

Me sé su edad hasta en las horas.

SEÑORA CAPULETO

Aún no tiene los catorce.

AMA

Apuesto catorce de mis dientes

(aunque, ¡válgame!, no me quedan más que cuatro)

a que no ha cumplido los catorce.

¿Cuánto falta para que acabe julio?

SEÑORA CAPULETO

Dos semanas y pico.

 

AMA

Pues con o sin pico, entre todos los días del año

la última noche de julio cumple los catorce.

Susana y ella (¡Señor, da paz a las ánimas!)

tenían la misma edad. Bueno, Susana

está en el cielo, yo no la merecía. Como digo,

la última noche de julio cumple los catorce,

vaya que sí; me acuerdo muy bien.

Del terremoto hace ahora once años

y, de todos los días del año (nunca

se me olvidará) ese mismo día la desteté:

me había puesto ajenjo en el pecho,

ahí sentada al sol, bajo el palomar.

El señor y vos estabais en Mantua

(¡qué memoria tengo!). Pero, como digo,

en cuanto probó el ajenjo en mi pezón

y le supo tan amargo… Angelito,

¡hay que ver qué rabia le dio la teta!

De pronto el palomar dice que tiembla; desde luego,

no hacía falta avisarme que corriese.

Y de eso ya van once años, pues entonces

se tenía en pie ella solita. ¡Qué digo!

¡Pero si podía andar y correr!

El día antes se dio un golpe en la frente,

y mi marido (que en paz descanse,

siempre alegre) levantó a la niña.

«Ajá», le dijo, «¿te caes boca abajo?

Cuando tengas más seso te caerás boca arriba,

¿a que sí, Juli?» . Y, Virgen santa,

la mocosilla paró de llorar y dijo que sí.

¡Pensar que la broma iba a cumplirse!

Aunque viva mil años, juro que nunca

se me olvidara. «¿A que sí, Juli?», dice.

Y la pobrecilla se calla y le dice que sí.

SEÑORA CAPULETO

Ya basta. No sigas, te lo ruego.

AMA

Sí, señora. Pero es que me viene la risa

de pensar que se calla y le dice que sí.

Y eso que llevaba en la frente un chichón

de grande como un huevo de pollo;

un golpe muy feo, y lloraba amargamente.

«Ajá» , dice mi marido, «¿te caes boca abajo?

Cuando seas mayor te caerás boca arriba,

¿a que sí, Juli?» Y se calla y le dice que sí.

JULIETA

Calla tú también, ama, te lo ruego.

AMA

¡Chsss…! He dicho. Dios te dé su gracia;

fuiste la criatura más bonita que crié.

Ahora mi único deseo es vivir para verte casada.

SEÑORA CAPULETO

Pues de casamiento venía yo a hablar.

Dime, Julieta, hija mía,

¿qué te parece la idea de casarte?

JULIETA

Es un honor que no he soñado.

AMA

¡Un honor! Si yo no fuera tu nodriza,

diría que mamaste listeza de mis pechos.

SEÑORA CAPULETO

Pues piensa ya en el matrimonio. Aquí, en Verona,

hay damas principales, más jóvenes que tú,

que ya son madres. Según mis cuentas,

yo te tuve a ti más o menos a la edad

que tú tienes ahora. Abreviando:

el gallardo Paris te pretende.

AMA

¡Qué hombre, jovencita! Un hombre

que el mundo entero… ¡Es la perfección!

SEÑORA CAPULETO

El estío de Verona no da tal flor.

AMA

¡Eso, es una flor, toda una flor!

SEÑORA CAPULETO

¿Qué dices? ¿Podrás amar al caballero?

Esta noche le verás en nuestra fiesta .

.

Si lees el semblante de Paris como un libro,

verás que la belleza ha escrito en él la dicha.

Examina sus facciones y hallarás

que congenian en armónica unidad,

y, si algo de este libro no es muy claro,

en el margen de sus ojos va glosado.

A este libro de amor, que ahora es tan bello,

le falta cubierta para ser perfecto.

Si en el mar vive el pez, también hay excelencia

en todo lo bello que encierra belleza:

hay libros con gloria, pues su hermoso fondo

queda bien cerrado con broche de oro.

Todas sus virtudes, uniéndote a él,

también serán tuyas, sin nada perder.

AMA

Perder, no; ganar: el hombre engorda a la mujer.

SEÑORA CAPULETO

En suma, ¿crees que a Paris amarás?

JULIETA

Creo que sí, si la vista lleva a amar.

Mas no dejaré que mis ojos le miren

más de lo que vuestro deseo autorice.

 

Entra un CRIADO.

 

CRIADO

Señora, los convidados ya están; la cena, en la mesa; preguntan por vos y la señorita; en la despensa maldicen al ama, y todo está por hacer. Yo voy a servir. Os lo ruego, venid en seguida.

 

Sale.

 

SEÑORA CAPULETO

Ahora mismo vamos. Julieta, te espera el conde.

AMA

¡Vamos! ¡A gozar los días gozando las noches!

 

Salen.

 

I.iv Entran ROMEO, MERCUCIO, BENVOLIO, con

cinco o seis máscaras, portadores de antorchas.

 

ROMEO

¿Decimos el discurso de rigor

o entramos sin dar explicaciones?

BENVOLIO

Hoy ya no se gasta tanta ceremonia:

nada de Cupido con los ojos vendados

llevando por arco una regla pintada

y asustando a las damas como un espantajo,

ni tímido prólogo que anuncia una entrada

dicho de memoria con apuntador.

Que nos tomen como quieran. Nosotros

les tomamos algún baile y nos vamos.

ROMEO

Dadme una antorcha, que no estoy para bailes.

Si estoy tan sombrío, llevaré la luz.

MERCUCIO

No, gentil Romeo: tienes que bailar.

ROMEO

No, de veras. Vosotros lleváis calzado

de ingrávida suela, pero yo del suelo

no puedo moverme, de tanto que me pesa el alma.

MERCUCIO

Tú, enamorado, pídele las alas a Cupido

y toma vuelo más allá de todo salto.

ROMEO

El vuelo de su flecha me ha alcanzado

y ya no puedo elevarme con sus alas,

ni alzarme por encima de mi pena,

y así me hundo bajo el peso del amor.

MERCUCIO

Para hundirte en amor has de hacer peso:

demasiada carga para cosa tan tierna.

ROMEO

¿Tierno el amor? Es harto duro,

harto áspero y violento, y se clava como espina.

MERCUCIO

Si el amor te maltrata, maltrátalo tú:

si se clava, lo clavas y lo hundes.

Dadme una máscara, que me tape el semblante:

para mi cara, careta. ¿Qué me importa ahora

que un ojo curioso note imperfecciones?

Que se ruborice este mascarón.

BENVOLIO

Vamos, llamad y entrad. Una vez dentro,

todos a mover las piernas.

ROMEO

Dadme una antorcha. Que la alegre compañía

haga cosquillas con sus pies a las esteras,

que a mí bien me cuadra el viejo proverbio:

bien juega quien mira, y así podré ver

mejor la partida; pero sin jugar.

MERCUCIO

Te la juegas, dijo el guardia.

Si no juegas, habrá que sacarte;

sacarte, con perdón, del fango amoroso

en que te hundes. Ven, que se apaga la luz.

ROMEO

No es verdad.

MERCUCIO

Digo que si nos entretenemos,

malgastamos la antorcha, cual si fuese de día.

Toma el buen sentido y verás que aciertas

cinco veces más que con la listeza.

ROMEO

Nosotros al baile venimos por bien,

mas no veo el acierto.

MERCUCIO

Pues dime por qué.

ROMEO

Anoche tuve un sueño.

MERCUCIO

Y también yo.

ROMEO

¿Qué soñaste?

MERCUCIO

Que los sueños son ficción.

 

ROMEO

No, porque durmiendo sueñas la verdad.

MERCUCIO

Ya veo que te ha visitado la reina Mab,

la partera de las hadas. Su cuerpo

es tan menudo cual piedra de ágata

en el anillo de un regidor.

Sobre la nariz de los durmientes

seres diminutos tiran de su carro,

que es una cáscara vacía de avellana

y está hecho por la ardilla carpintera o la oruga

(de antiguo carroceras de las hadas).

Patas de araña zanquilarga son los radios,

alas de saltamontes la capota;

los tirantes, de la más fina telaraña;

la collera, de reflejos lunares sobre el agua;

la fusta, de hueso de grillo; la tralla, de hebra;

el cochero, un mosquito vestido de gris,

menos de la mitad que un gusanito

sacado del dedo holgazán de una muchacha.

Y con tal pompa recorre en la noche

cerebros de amantes, y les hace soñar el amor;

rodillas de cortesanos, y les hace soñar reverencias;

dedos de abogados, y les hace soñar honorarios;

labios de damas, y les hace soñar besos,

labios que suele ulcerar la colérica Mab,

pues su aliento está mancillado por los dulces.

A veces galopa sobre la nariz de un cortesano

y le hace soñar que huele alguna recompensa;

y a veces acude con un rabo de cerdo por diezmo

y cosquillea en la nariz al cura dormido,

que entonces sueña con otra parroquia.

A veces marcha sobre el cuello de un soldado

y le hace soñar con degüellos de extranjeros,

brechas, emboscadas, espadas españolas,

tragos de a litro; y entonces le tamborilea

en el oído, lo que le asusta y despierta;

y él, sobresaltado, entona oraciones

y vuelve a dormirse. Esta es la misma Mab

que de noche les trenza la crin a los caballos,

y a las desgreñadas les emplasta mechones de pelo,

que, desenredados, traen desgracias.

Es la bruja que, cuando las mozas yacen boca arriba,

las oprime y les enseña a concebir

y a ser mujeres de peso. Es la que…

ROMEO

¡Calla, Mercucio, calla!

No hablas de nada.

MERCUCIO

Es verdad: hablo de sueños,

que son hijos de un cerebro ocioso

y nacen de la vana fantasía,

tan pobre de sustancia como el aire

y más variable que el viento, que tan pronto

galantea al pecho helado del norte

como, lleno de ira, se aleja resoplando

y se vuelve hacia el sur, que gotea de rocío.

BENVOLIO

El viento de que hablas nos desvía.

La cena terminó y llegaremos tarde.

ROMEO

Muy temprano, temo yo, pues presiento

que algún accidente aún oculto en las estrellas

iniciará su curso aciago

con la fiesta de esta noche y pondrá fin

a esta vida que guardo en mi pecho

con el ultraje de una muerte adelantada.

Mas que Aquél que gobierna mi rumbo

guíe mi nave. ¡Vamos, alegres señores!

BENVOLIO

¡Que suene el tambor!

 

Desfilan por el escenario [y salen].

 

I.v Entran CRIADOS con servilletas.

 

CRIADO 1.°

¿Dónde está Perola, que no ayuda a quitar la mesa? ¿Cuándo coge un plato? ¿Cuándo friega un plato?

CRIADO 2.°

Si la finura sólo está en las manos de uno, y encima no se las lava, vamos listos.

CRIADO 1.°

Llevaos las banquetas, quitad el aparador, cuidado con la plata. Oye, tú, sé bueno y guárdame un poco de mazapán; y hazme un favor: dile al portero que deje entrar a Susi Muelas y a Lena.

 

[Sale el CRIADO 2.°]

 

¡Antonio! ¡Perola!

 

[Entran otros dos CRIADOS.]

 

CRIADO 3.°

Aquí estamos, joven.

CRIADO 1. °

Te buscan y rebuscan, lo llaman y reclaman allá, en el salón.

CRIADO 4.°

No se puede estar aquí y allí. ¡Ánimo, muchachos!

Venga alegría, que quien resiste, gana el premio.

 

Salen.

Entran [CAPULETO, la SEÑORA CAPULETO, JULIETA, TEBALDO, el AMA], todos los convidados y las máscaras [ROMEO, BENVOLIO y MERCUCIO].

 

CAPULETO

¡Bienvenidos, señores! Las damas sin callos

querrán echar un baile con vosotros.-

¡Vamos, señoras! ¿Quién de vosotras

se niega a bailar? La que haga remilgos

juraré que tiene callos. ¿A que he acertado?-

¡Bienvenidos, señores! Hubo un tiempo

en que yo me ponía el antifaz

y musitaba palabras deleitosas

al oído de una bella. Pero pasó, pasó.

Bienvenidos, señores.-¡ Músicos, a tocar!

¡Haced sitio, despejad! ¡Muchachas, a bailar!

 

Suena la música y bailan.

 

¡Más luz, bribones! Desmontad las mesas

y apagad la lumbre, que da mucho calor.

Oye, ¡qué suerte la visita inesperada! .

Vamos, siéntate, pariente Capuleto,

que nuestra época de bailes ya pasó.

¿Cuánto tiempo hace

que estuvimos en una mascarada?

PARIENTE DE CAPULETO

¡Virgen santa! Treinta años.

CAPULETO

¡Qué va! No tanto, no tanto.

Fue cuando la boda de Lucencio:

en Pentecostés hará unos veinticinco años.

Esa fue la última vez.

PARIENTE DE CAPULETO

Hace más, hace más: su hijo es mayor;

tiene treinta años.

CAPULETO

¿Me lo vas a decir tú? Hace dos años

era aún menor de edad.

ROMEO [a un CRIADO]

¿Quién es la dama cuya mano

enaltece a ese caballero?

CRIADO

No lo sé, señor.

ROMEO

¡Ah, cómo enseña a brillar a las antorchas!

En el rostro de la noche es cual la joya

que en la oreja de una etíope destella…

No se hizo para el mundo tal belleza.

Esa dama se distingue de las otras

como de los cuervos la blanca paloma.

Buscaré su sitio cuando hayan bailado

y seré feliz si le toco la mano.

¿Supe qué es amor? Ojos, desmentidlo,

pues nunca hasta ahora la belleza he visto.

TEBALDO

Por su voz, este es un Montesco.-

Muchacho, tráeme el estoque.- ¿Cómo se atreve

a venir aquí el infame con esa careta,

burlándose de fiesta tan solemne?

Por mi cuna y la honra de mi estirpe,

que matarle no puede ser un crimen.

CAPULETO

¿Qué pasa, sobrino? ¿Por qué te sulfuras?

TEBALDO

Tío, ese es un Montesco, nuestro enemigo:

un canalla que viene ex profeso

a burlarse de la celebración.

CAPULETO

¿No es el joven Romeo?

TEBALDO

El mismo: el canalla de Romeo.

CAPULETO

Cálmate, sobrino; déjale en paz:

se porta como un digno caballero

y, a decir verdad, Verona habla con orgullo

de su nobleza y cortesía.

Ni por todo el oro de nuestra ciudad

le haría ningún desaire aquí, en mi casa.

Así que calma, y no le hagas caso.

Es mi voluntad, y si la respetas,

muéstrate amable y deja ese ceño,

pues casa muy mal con una fiesta.

TEBALDO

Casa bien si el convidado es un infame.

¡No pienso tolerarlo!

CAPULETO

Vas a tolerarlo. óyeme, joven don nadie:

vas a tolerarlo, ¡pues sí!

¿Quién manda aquí, tú o yo? ¡Pues sí!

¿Tú no tolerarlo? Dios me bendiga,

¿tú armar alboroto aquí, en mi fiesta?

¿Tú andar desbocado? ¿Tú hacerte el héroe?

TEBALDO

Pero, tío, ¡es una vergüenza!

CAPULETO

¡Conque sí! ¡Serás descarado!

¡Conque una vergüenza! Este juego tuyo

te puede costar caro, te lo digo yo.

¡Tú contrariarme! Ya está bien.-

¡Magnífico, amigos!-¡ Insolente!

Vete, cállate o…-¡Más luz, más luz!-

Te juro que te haré callar-¡ Alegría, amigos!

TEBALDO

Calmarme a la fuerza y estar indignado

me ha descompuesto, al ser tan contrarios.

Ahora me retiro, mas esta intrusión,

ahora tan grata, causará dolor.

 

Sale.

 

ROMEO

Si con mi mano indigna he profanado

tu santa efigie, sólo peco en eso:

mi boca, peregrino avergonzado,

suavizará el contacto con un beso.

JULIETA

Buen peregrino, no reproches tanto

a tu mano un fervor tan verdadero:

si juntan manos peregrino y santo,

palma con palma es beso de palmero.

ROMEO

¿Ni santos ni palmeros tienen boca?

JULIETA

Sí, peregrino: para la oración.

ROMEO

Entonces, santa, mi oración te invoca:

suplico un beso por mi salvación.

JULIETA

Los santos están quietos cuando acceden.

ROMEO

Pues, quieta, y tomaré lo que conceden.

 

[La besa.]

 

Mi pecado en tu boca se ha purgado.

JULIETA

Pecado que en mi boca quedaría.

ROMEO

Repruebas con dulzura. ¿Mi pecado?

¡Devuélvemelo!

JULIETA

Besas con maestría.

AMA

Julieta, tu madre quiere hablarte.

ROMEO

¿Quién es su madre?

AMA

Pero, ¡joven!

Su madre es la señora de la casa,

y es muy buena, prudente y virtuosa.

Yo crié a su hija, con la que ahora hablabais.

Os digo que quien la gane,

conocerá el beneficio.

ROMEO

¿Es una Capuleto? ¡Triste cuenta!

Con mi enemigo quedo en deuda.

BENVOLIO

Vámonos, que lo bueno poco dura.

ROMEO

Sí, es lo que me temo, y me preocupa.

CAPULETO

Pero, señores, no queráis iros ya.

Nos espera un humilde postrecito.

 

Le hablan al oído.

 

¿Ah, sí? Entonces, gracias a todos.

Gracias, buenos caballeros, buenas noches.-

¡Más antorchas aquí, vamos! Después, a acostarse.-

Oye, ¡qué tarde se está haciendo!

Me voy a descansar.

 

Salen todos [menos JULIETA y el AMA].

 

JULIETA

Ven aquí, ama. ¿Quién es ese caballero?

AMA

El hijo mayor del viejo Tiberio.

JULIETA

¿Y quién es el que está saliendo ahora?

AMA

Pues creo que es el joven Petrucio.

JULIETA

¿Y el que le sigue, el que no bailaba?

AMA

No sé.

JULIETA

Pregunta quién es.-Si ya tiene esposa,

la tumba sería mi lecho de bodas.

AMA

Se llama Romeo y es un Montesco:

el único hijo de tu gran enemigo.

JULIETA

¡Mi amor ha nacido de mi único odio!

Muy pronto le he visto y tarde le conozco.

Fatal nacimiento de amor habrá sido

si tengo que amar al peor enemigo.

AMA

¿Qué dices? ¿Qué dices?

JULIETA

Unos versos que he aprendido

de uno con quien bailé.

 

Llaman a JULIETA desde dentro.

 

AMA

¡Ya va! ¡Ya va!-

Vamos, los convidados ya no están.

 

Salen.

 

II. PRÓLOGO [Entra] el CORO .

.

 

CORO

Ahora yace muerto el viejo amor

y el joven heredero ya aparece.

La bella que causaba tal dolor

al lado de Julieta desmerece.

Romeo ya es amado y es amante:

los ha unido un hechizo en la mirada.

Él es de su enemiga suplicante

y ella roba a ese anzuelo la carnada.

Él no puede jurarle su pasión,

pues en la otra casa es rechazado,

y su amada no tiene la ocasión

de verse en un lugar con su adorado.

Mas el amor encuentros les procura,

templando ese rigor con la dulzura.

 

[Sale.]

 

II.i Entra ROMEO solo.

 

ROMEO

¿Cómo sigo adelante, si mi amor está aquí?

Vuelve, triste barro, y busca tu centro.

 

[Se esconde.]

Entran BENVOLIO y MERCUCIO.

 

BENVOLIO

¡Romeo! ¡Primo Romeo! ¡Romeo!

MERCUCIO

Este es muy listo, y seguro que se ha ido a dormir.

BENVOLIO

Vino corriendo por aquí y saltó

la tapia de este huerto. Llámale, Mercucio.

MERCUCIO

Haré una invocación.

¡Antojos! ¡Locuelo! ¡Delirios! ¡Prendado!

Aparece en forma de suspiro.

Di un verso y me quedo satisfecho.

Exclama «¡Ay de mí!», rima « amor » con « flor »,

di una bella palabra a la comadre Venus

y ponle un mote al ciego de su hijo,

Cupido el golfillo, cuyo dardo certero

hizo al rey Cofetua amar a la mendiga.

Ni oye, ni bulle, ni se mueve:

el mono se ha muerto; haré un conjuro.

Conjúrote por los ojos claros de tu Rosalina,

por su alta frente y su labio carmesí,

su lindo pie, firme pierna, trémulo muslo

y todas las comarcas adyacentes,

que ante nosotros aparezcas en persona.

BENVOLIO

Como te oiga, se enfadará.

MERCUCIO

Imposible. Se enfadaría si yo

hiciese penetrar un espíritu extraño

en el cerco de su amada, dejándolo erecto

hasta que se escurriese y esfumase.

Eso sí le irritaría. Mi invocación

es noble y decente: en nombre de su amada

yo sólo le conjuro que aparezca.

BENVOLIO

Ven, que se ha escondido entre estos árboles, en alianza con la noche melancólica. Ciego es su amor, y to oscuro, su lugar.

MERCUCIO

Si el amor es ciego, no puede atinar.

Romeo está sentado al pie de una higuera

deseando que su amada fuese el fruto

que las mozas, entre risas, llaman higo.

¡Ah, Romeo, si ella fuese, ah, si fuese

un higo abierto y tú una pera!

Romeo, buenas noches. Me voy a mi camita,

que dormir al raso me da frío.

Ven, ¿nos vamos?

BENVOLIO

Sí, pues es inútil

buscar a quien no quiere ser hallado.

 

Salen.

 

ROMEO [adelantándose]

Se ríe de las heridas quien no las ha sufrido.

Pero, alto. ¿Qué luz alumbra esa ventana?

Es el oriente, y Julieta, el sol.

Sal, bello sol, y mata a la luna envidiosa,

que está enferma y pálida de pena

porque tú, que la sirves, eres más hermoso.

Si es tan envidiosa, no seas su sirviente.

Su ropa de vestal es de un verde apagado

que sólo llevan los bobos. ¡Tírala!

 

(Entra JULIETA arriba, en el balcón.]

 

¡Ah, es mi dama, es mi amor!

¡Ojalá lo supiera!

Mueve los labios, mas no habla. No importa:

hablan sus ojos; voy a responderles.

¡Qué presuntuoso! No me habla a mí.

Dos de las estrellas más hermosas del cielo

tenían que ausentarse y han rogado a sus ojos

que brillen en su puesto hasta que vuelvan.

¿Y si ojos se cambiasen con estrellas?

El fulgor de su mejilla les haría avergonzarse,

como la luz del día a una lámpara; y sus ojos

lucirían en el cielo tan brillantes

que, al no haber noche, cantarían las aves.

¡Ved cómo apoya la mejilla en la mano!

¡Ah, quién fuera el guante de esa mano

por tocarle la mejilla!

JULIETA

¡Ay de mí!

ROMEO

Ha hablado. ¡Ah, sigue hablando,

ángel radiante, pues, en tu altura,

a la noche le das tanto esplendor

como el alado mensajero de los cielos

ante los ojos en blanco y extasiados

de mortales que alzan la mirada

cuando cabalga sobre nube perezosa

y surca el seno de los aires!

JULIETA

¡Ah, Romeo, Romeo! ¿Por qué eres Romeo?

Niega a tu padre y rechaza tu nombre,

o, si no, júrame tu amor

y ya nunca seré una Capuleto.

ROMEO

¿La sigo escuchando o le hablo ya?

JULIETA

Mi único enemigo es tu nombre.

Tú eres tú, aunque seas un Montesco.

¿Qué es «Montesco» ? Ni mano, ni pie,

ni brazo, ni cara, ni parte del cuerpo.

¡Ah, ponte otro nombre!

¿Qué tiene un nombre? Lo que llamamos rosa

sería tan fragante con cualquier otro nombre.

Si Romeo no se llamase Romeo,

conservaría su propia perfección

sin ese nombre. Romeo, quítate el nombre

y, a cambio de él, que es parte de ti,

¡tómame entera!

ROMEO

Te tomo la palabra.

Llámame « amor » y volveré a bautizarme:

desde hoy nunca más seré Romeo.

JULIETA

¿Quién eres tú, que te ocultas en la noche

e irrumpes en mis pensamientos?

ROMEO

Con un nombre no sé decirte quién soy.

Mi nombre, santa mía, me es odioso

porque es tu enemigo.

Si estuviera escrito, rompería el papel.

JULIETA

Mis oídos apenas han sorbido cien palabras

de tu boca y ya te conozco por la voz.

¿No eres Romeo, y además Montesco?

ROMEO

No, bella mía, si uno a otro te disgusta.

JULIETA

Dime, ¿cómo has llegado hasta aquí y por qué?

Las tapias de este huerto son muy altas

y, siendo quien eres, el lugar será tu muerte

si alguno de los míos te descubre.

ROMEO

Con las alas del amor salté la tapia,

pues para el amor no hay barrera de piedra,

y, como el amor lo que puede siempre intenta,

los tuyos nada pueden contra mí.

JULIETA

Si te ven, te matarán.

ROMEO

¡Ah! Más peligro hay en tus ojos

que en veinte espadas suyas. Mírame con dulzura

y quedo a salvo de su hostilidad.

JULIETA

Por nada del mundo quisiera que te viesen.

ROMEO

Me oculta el manto de la noche

y, si no me quieres, que me encuentren:

mejor que mi vida acabe por su odio

que ver cómo se arrastra sin tu amor.

JULIETA

¿Quién te dijo dónde podías encontrarme?

ROMEO

El amor, que me indujo a preguntar.

Él me dio consejo; yo mis ojos le presté.

No soy piloto, pero, aunque tú estuvieras lejos,

en la orilla más distante de los mares más remotos,

zarparía tras un tesoro como tú.

JULIETA

La noche me oculta con su velo;

si no, el rubor teñiría mis mejillas

por lo que antes me has oído decir.

¡Cuánto me gustaría seguir las reglas,

negar lo dicho! Pero, ¡adiós al fingimiento!

¿Me quieres? Sé que dirás que sí

y te creeré. Si jurases, podrías

ser perjuro: dicen que Júpiter se ríe

de los perjurios de amantes. ¡Ah, gentil Romeo!

Si me quieres, dímelo de buena fe.

O, si crees que soy tan fácil,

me pondré áspera y rara, y diré « no »

con tal que me enamores, y no más que por ti.

Mas confía en mí: demostraré ser más fiel

que las que saben fingirse distantes.

Reconozco que habría sido más cauta

si tú, a escondidas, no hubieras oído

mi confesión de amor. Así que, perdóname

y no juzgues liviandad esta entrega

que la oscuridad de la noche ha descubierto.

ROMEO

Juro por esa luna santa

que platea las copas de estos árboles…

JULIETA

Ah, no jures por la luna, esa inconstante

que cada mes cambia en su esfera,

no sea que tu amor resulte tan variable.

ROMEO

¿Por quién voy a jurar?

JULIETA

No jures; o, si lo haces,

jura por tu ser adorable,

que es el dios de mi idolatría,

y te creeré.

ROMEO

Si el amor de mi pecho…

JULIETA

No jures. Aunque seas mi alegría,

no me alegra nuestro acuerdo de esta noche:

demasiado brusco, imprudente, repentino,

igual que el relámpago, que cesa

antes de poder nombrarlo. Amor, buenas noches.

Con el aliento del verano, este brote amoroso

puede dar bella flor cuando volvamos a vernos.

Adiós, buenas noches. Que el dulce descanso

se aloje en tu pecho igual que en mi ánimo.

ROMEO

¿Y me dejas tan insatisfecho?

JULIETA

¿Qué satisfacción esperas esta noche?

ROMEO

La de jurarnos nuestro amor.

JULIETA

El mío te lo di sin que to pidieras;

ojalá se pudiese dar otra vez.

ROMEO

¿Te lo llevarías? ¿Para qué, mi amor?

JULIETA

Para ser generosa y dártelo otra vez.

Y, sin embargo, quiero lo que tengo.

Mi generosidad es inmensa como el mar,

mi amor, tan hondo; cuanto más te doy,

más tengo, pues los dos son infinitos.

 

[Llama el AMA dentro.]

 

Oigo voces dentro. Adiós, mi bien.-

¡Ya voy, ama!-Buen Montesco, sé fiel.

Espera un momento, vuelvo en seguida.

 

[Sale. ]

 

ROMEO

¡Ah, santa, santa noche! Temo

que, siendo de noche, todo sea un sueño,

harto halagador y sin realidad.

 

[Entra JULIETA arriba.]

 

JULIETA

Unas palabras, Romeo, y ya buenas noches.

Si tu ánimo amoroso es honrado

y tu fin, el matrimonio, hazme saber mañana

(yo te enviaré un mensajero)

dónde y cuándo será la ceremonia

y pondré a tus pies toda mi suerte

y te seguiré, mi señor, por todo el mundo.

AMA [dentro]

¡Julieta!

JULIETA

¡Ya voy!-Mas, si no es buena tu intención,

te lo suplico…

AMA [dentro]

¡Julieta!

JULIETA

¡Voy ahora mismo!- …abandona tu empeño

y déjame con mi pena. Mañana lo dirás.

ROMEO

¡Así se salve mi alma…!

JULIETA

¡Mil veces buenas noches!

 

Sale.

 

ROMEO

Mil veces peor, pues falta tu luz.

El amor corre al amor como el niño huye del libro

y, cual niño que va a clase, se retira entristecido.

 

Vuelve a entrar JULIETA [arriba].

 

JULIETA

¡Chss, Romeo, chss! ¡Ah, quién fuera cetrero

por llamar a este halcón peregrino!

Mas el cautivo habla bajo, no puede gritar;

si no, yo haría estallar la cueva de Eco

y dejaría su voz más ronca que la mía

repitiendo el nombre de Romeo.

ROMEO

Mi alma me llama por mi nombre.

¡Qué dulces suenan las voces de amantes en la noche,

igual que la música suave al oído!

JULIETA

¡Romeo!

ROMEO

¿Mi neblí?

JULIETA

Mañana, ¿a qué hora te mando el mensajero?

ROMEO

A las nueve.

JULIETA

Allá estará. ¡Aún faltan veinte años!

No me acuerdo por qué te llamé.

ROMEO

Deja que me quede hasta que te acuerdes.

JULIETA

Lo olvidaré para tenerte ahí delante,

recordando tu amada compañía.

ROMEO

Y yo me quedaré para que siempre lo olvides,

olvidándome de cualquier otro hogar.

JULIETA

Es casi de día. Dejaría que te fueses,

pero no más allá que el pajarillo

que, cual preso sujeto con cadenas,

la niña mimada deja saltar de su mano

para recobrarlo con hilo de seda,

amante celosa de su libertad.

ROMEO

¡Ojalá fuera yo el pajarillo!

 

JULIETA

Ojalá lo fueras, mi amor,

pero te mataría de cariño.

¡Ah, buenas noches! Partir es tan dulce pena

que diré « buenas noches » hasta que amanezca.

 

[Sale.]

 

ROMEO

¡Quede el sueño en tus ojos, la paz en tu ánimo!

¡Quién fuera sueño y paz, para tal descanso!

A mi buen confesor en su celda he de verle

por pedirle su ayuda y contarle mi suerte.

 

[Sale.]

 

II.ii Entra FRAY LORENZO solo, con una cesta.

 

FRAY LORENZO

Sonríe a la noche la clara mañana

rayando las nubes con luces rosáceas.

Las sombras se alejan como el que va ebrio,

cediendo al día y al carro de Helio.

Antes que el sol abra su ojo de llamas,

que alegra el día y ablanda la escarcha,

tengo que llenar esta cesta de mimbre

de hierbas dañosas y flores que auxilien.

La tierra es madre y tumba de natura,

pues siempre da vida en donde sepulta:

nacen de su vientre muy diversos hijos

que toman sustento del seno nutricio.

Por muchas virtudes muchos sobresalen;

ninguno sin una y todos dispares.

Grande es el poder curativo que guardan

las hierbas y piedras y todas las plantas.

Pues no hay nada tan vil en la tierra

que algún beneficio nunca le devuelva,

ni nada tan bueno que, al verse forzado,

no vicie su ser y se aplique al daño.

La virtud es vicio cuando sufre abuso

y a veces el vicio puede dar buen fruto.

 

Entra ROMEO.

 

Bajo la envoltura de esta tierna flor

convive el veneno con la curación,

porque, si la olemos, al cuerpo da alivio,

mas, si la probamos, suspende el sentido.

En el hombre acampan, igual que en las hierbas,

virtud y pasión, dos reyes en guerra;

y, siempre que el malo sea el que aventaja,

muy pronto el gusano devora esa planta.

ROMEO

Buenos días, padre.

FRAY LORENZO

¡Benedicite!

¿Qué voz tan suave saluda tan pronto?

Hijo, despedirse del lecho a estas horas

dice que a tu mente algo la trastorna.

La preocupación desvela a los viejos

y donde se aloja, no reside el sueño;

mas donde la mocedad franca y exenta

extiende sus miembros, el sueño gobierna.

Si hoy madrugas, me inclino a pensar

que te ha levantado alguna ansiedad.

O, si no, y entonces seguro que acierto,

esta noche no se ha acostado Romeo.

ROMEO

Habéis acertado, pero fue una dicha.

FRAY LORENZO

¡Dios borre el pecado! ¿Viste a Rosalina?

ROMEO

¿Cómo Rosalina? No, buen padre, no.

Ya olvidé ese nombre y el pesar que dio.

FRAY LORENZO

Bien hecho, hijo mío. Mas, ¿dónde has estado?

ROMEO

Dejad que os lo diga sin gastar preámbulos.

He ido a la fiesta del que es mi enemigo,

donde alguien de pronto me ha dejado herido,

y yo he herido a alguien. Nuestra curación

está en vuestra mano y santa labor.

No me mueve el odio, padre, pues mi ruego

para mi enemigo también es benéfico.

FRAY LORENZO

Habla claro, hijo: confesión de enigmas

solamente trae absolución ambigua.

ROMEO

Pues oíd: la amada que llena mi pecho

es la bella hija del gran Capuleto.

Le he dado mi alma, y ella a mí la suya;

ya estamos unidos, salvo lo que una

vuestro sacramento. Dónde, cómo y cuándo

la vi, cortejé, y juramos amarnos,

os lo diré de camino; lo que os pido

es que accedáis a casarnos hoy mismo.

FRAY LORENZO

¡Por San Francisco bendito, cómo cambias!

¿Así a Rosalina, amor de tu alma,

ya has abandonado? El joven amor

sólo está en los ojos, no en el corazón.

¡Jesús y María! Por tu Rosalina

bañó un océano tus mustias mejillas.

¡Cuánta agua salada has tirado en vano,

sazonando amor, para no gustarlo!

Aún no ha deshecho el sol tus suspiros,

y aún tus lamentos suenan en mi oído.

Aquí, en la mejilla, te queda la mancha

de una antigua lágrima aún no enjugada.

Si eras tú mismo, y tanto sufrías,

tú y tus penas fueron para Rosalina.

¿Y ahora has cambiado? Pues di la sentencia:

«Que engañe mujer si el hombre flaquea.»

ROMEO

Me reñíais por amar a Rosalina.

FRAY LORENZO

Mas no por tu amor: por tu idolatría.

ROMEO

Queríais que enterrase el amor.

FRAY LORENZO

No quieras meterlo en la tumba y tener otro fuera.

ROMEO

No me censuréis. La que amo ahora

con amor me paga y su favor me otorga.

La otra lo negaba.

FRAY LORENZO

Te oía muy bien

declamar amores sin saber leer.

Mas ven, veleidoso, ven ahora conmigo;

para darte ayuda hay un buen motivo:

en vuestras familias servirá la unión

para que ese odio se cambie en amor.

ROMEO

Hay que darse prisa. Vámonos ya, venga.

FRAY LORENZO

Prudente y despacio. Quien corre, tropieza.

 

Salen.

 

II.iii Entran BENVOLIO y MERCUCIO.

 

MERCUCIO

¿Dónde demonios puede estar Romeo?

Anoche, ¿no volvió a casa?

BENVOLIO

No a la de su padre, según un criado.

MERCUCIO

Esa moza pálida y cruel, esa Rosalina,

le va a volver loco de tanto tormento.

BENVOLIO

Tebaldo, sobrino del viejo Capuleto,

ha enviado una carta a casa de su padre.

MERCUCIO

¡Un reto, seguro!

BENVOLIO

Romeo responderá.

MERCUCIO

Quien sabe escribir puede responder una carta.

BENVOLIO

No, responderá al que la escribe: el retado retará.

MERCUCIO

¡Ah, pobre Romeo! Él, que ya está muerto, traspasado por los ojos negros de una moza blanca, el oído atravesado por canción de amor, el centro del corazón partido por la flecha del niño ciego. ¿Y él va a enfrentarse a Tebaldo?

BENVOLIO

Pues, ¿qué tiene Tebaldo?

 

MERCUCIO

Es el rey de los gatos .

, pero más. Es todo un artista del ceremonial: combate como quien canta las notas, respetando tiempo, distancia y medida; observando las pausas, una, dos y la tercera en el pecho; perforándote el botón de la camisa; un duelista, un duelista. Caballero de óptima escuela, de la causa primera y segunda .

. Ah, la fatal «passata» , el «punto reverso», el «hai»  .

!

 

BENVOLIO

¿El qué?

 

MERCUCIO

¡Mala peste a estos afectados, a estos relamidos y a su nuevo acento! «¡Jesús, qué buena espada! ¡Qué hombre más apuesto! ¡Qué buena puta!» ¿No es triste, abuelo, tener que sufrir a estas moscas foráneas, estos novedosos, estos « excusadme» , tan metidos en su nuevo ropaje que ya no se acuerdan de los viejos hábitos? ¡Ah, su cuerpo, su cuerpo!

 

Entra ROMEO.

 

BENVOLIO

Aquí está Romeo, aquí está Romeo.

MERCUCIO

Sin su Romea y como un arenque ahumado. ¡Ah, carne, carne, te has vuelto pescado! Ahora está para los versos en los que fluía Petrarca. Al lado de su amada, Laura fue una fregona (y eso que su amado sí sabía celebrarla); Dido, un guiñapo; Cleopatra, una gitana; Helena y Hero, pencos y pendones; Tisbe, con sus ojos claros, no tenía nada que hacer. Signor Romeo, bon jour: saludo francés a tu calzón francés. Anoche nos lo diste bien.

ROMEO

Buenos días a los dos. ¿Qué os di yo anoche?

MERCUCIO

El esquinazo. ¿Es que no entiendes?

ROMEO

Perdona, buen Mercucio. Mi asunto era importante, y en un caso así se puede plegar la cortesía.

MERCUCIO

Eso es como decir que en un caso como el tuyo se deben doblar las corvas.

ROMEO

¿Hacer una reverencia?

MERCUCIO

La has clavado en el blanco.

ROMEO

¡Qué exposición tan cortés!

MERCUCIO

Es que soy el culmen.

ROMEO

¿De la cortesía?

MERCUCIO

Exacto.

ROMEO

No, eres el colmo, y sin la cortesía.

MERCUCIO

¡Qué ingenio! Sígueme la broma hasta gastar el zapato, que, cuando suelen gastarse las suelas, te quedas desolado por el pie.

ROMEO

¡Ah, broma descalza, que ya no con-suela!

MERCUCIO

Sepáranos, Benvolio: me flaquea el sentido.

ROMEO

Mete espuelas, mete espuelas o te gano.

MERCUCIO

Si hacemos carrera de gansos, pierdo yo, que tú eres más ganso con un solo sentido que yo con mis cinco. ¿Estamos empatados en lo de «ganso» ?

ROMEO

Empatados, no. En lo de «ganso» estamos engansados.

MERCUCIO

Te voy a morder la oreja por esa.

ROMEO

Ganso que grazna no muerde.

MERCUCIO

Tu ingenio es una manzana amarga, una salsa picante.

ROMEO

¿Y no da sabor a un buen ganso?

MERCUCIO

¡Vaya ingenio de cabritilla, que de una pulgada se estira a una vara!

ROMEO

Yo lo estiro para demostrar que a lo ancho y a lo largo eres un inmenso ganso.

MERCUCIO

¿A que más vale esto que gemir de amor? Ahora eres sociable, ahora eres Romeo, ahora eres quien eres, por arte y por naturaleza, pues ese amor babeante es como un tonto que va de un lado a otro con la lengua fuera para meter su bastón en un hoyo.

BENVOLIO

¡Para, para!

MERCUCIO

Tú quieres que pare mi asunto a contrapelo.

BENVOLIO

Si no, tu asunto se habría alargado.

MERCUCIO

Te equivocas: se habría acortado, porque ya había llegado al fondo del asunto y no pensaba seguir con la cuestión.

ROMEO

¡Vaya aparato!

 

Entran el AMA y su criado [PEDRO].

 

¡Velero a la vista!

MERCUCIO

Dos, dos: camisa y camisón.

AMA

¡Pedro!

PEDRO

Voy.

AMA

Mi abanico, Pedro.

MERCUCIO

Para taparle la cara, Pedro: el abanico es más bonito.

AMA

Buenos días, señores.

MERCUCIO

Buenas tardes, hermosa señora.

AMA

¿Buenas tardes ya?

MERCUCIO

Sí, de veras, pues el obsceno reloj está clavado en la raya de las doce.

AMA

¡Fuera! ¿Qué hombre sois?

ROMEO

Señora, uno creado por Dios para que se vicie solo.

AMA

Muy bien dicho, vaya que sí. «Para que se vicie solo», bien.-Señores, ¿puede decirme alguno dónde encontrar al joven Romeo?

ROMEO

Yo puedo, pero, cuando le halléis, el joven Romeo será menos joven de lo que era cuando le buscabais: yo soy el más joven con ese nombre a falta de otro peor.

AMA

Muy bien.

MERCUCIO

¡Ah! ¿Está bien ser el peor? ¡Qué agudeza! Muy lista, muy lista.

AMA

Si sois vos, señor, deseo hablaros conferencialmente.

BENVOLIO

Le intimará a cenar.

MERCUCIO

¡Alcahueta, alcahueta! ¡Eh-oh!

ROMEO

¿Has visto una liebre?

MERCUCIO

Una liebre, no: tal vez un conejo viejo y pellejo para un pastel de Cuaresma.

 

Anda alrededor de ellos cantando.

 

Conejo viejo y pellejo,

conejo pellejo y viejo

es buena carne en Cuaresma.

Pero conejo pasado

ya no puede ser gozado

si se acartona y reseca.

 

Romeo, ¿vienes a casa de tu padre? Comemos allí.

ROMEO

Ahora os sigo.

 

MERCUCIO

Adiós, vieja señora. Adiós, señora, señora, señora.

 

Salen MERCUCIO y BENVOLIO.

 

AMA

Decidme, señor. ¿Quién es ese grosero tan lleno de golferías?

ROMEO

Un caballero, ama, al que le encanta escucharse y que habla más en un minuto de lo que oye en un mes.

AMA

Como diga algo contra mí, le doy en la cresta, por muy robusto que sea, él o veinte como él. Y, si yo no puedo, ya encontraré quien lo haga. ¡Miserable! Yo no soy una de sus ninfas, una de sus golfas.

 

Se vuelve a su criado PEDRO.

 

¡Y tú delante, permitiendo que un granuja me trate a su gusto!

PEDRO

Yo no vi que nadie os tratara a su gusto. Si no, habría sacado el arma al instante. De verdad: soy tan rápido en sacar como el primero si veo una buena razón para luchar y tengo la ley de mi parte.

AMA

Dios santo, estoy tan disgustada que me tiembla todo el cuerpo. ¡Miserable! – Deseo hablaros, señor. Como os decía, mi señorita me manda buscaros. El mensaje me lo guardo. Primero, permitid que os diga que si, como suele decirse, pensáis tenderle un lazo, sería juego sucio. Pues ella es muy joven y, si la engañáis, sería una mala pasada con cualquier mujer, una acción muy turbia.

ROMEO

Ama, encomiéndame a tu dama y señora. Declaro solemnemente…

AMA

¡Dios os bendiga! Voy a decírselo. Señor, Señor, ¡no cabrá de gozo!

ROMEO

¿Qué vas a decirle, ama? No has entendido.

AMA

Le diré, señor, que os declaráis, y que eso es proposición de caballero.

ROMEO

Dile que vea la manera de acudir esta tarde a confesarse, y allí, en la celda de Fray Lorenzo, se confesará y casará. Toma, por la molestia.

AMA

No, de veras, señor. Ni un centavo.

ROMEO

Vamos, toma.

AMA

¿Esta tarde, señor? Pues allí estará.

ROMEO

Ama, espera tras la tapia del convento.

A esa hora estará contigo mi criado

y te dará la escalera de cuerda

que en la noche secreta ha de llevarme

a la cumbre suprema de mi dicha.

Adiós, guarda silencio y serás recompensada.

Adiós, encomiéndame a tu dama.

AMA

¡Que el Dios del cielo os bendiga! Esperad, señor.

ROMEO

¿Qué quieres, mi buena ama?

AMA

¿Vuestro criado es discreto? Lo habréis oído:

« Dos guardan secreto si uno lo ignora.»

ROMEO

Descuida: mi criado es más fiel que el acero.

AMA

Pues mi señorita es la dama más dulce… ¡Señor, Señor! ¡Tan parlanchina de niña! Ah, hay un noble en la ciudad, un tal Paris, que le tiene echado el ojo, pero ella, Dios la bendiga, antes que verle a él prefiere ver un sapo, un sapo de verdad. Yo a veces la irrito diciéndole que Paris es el más apuesto, pero, de veras, cuando se lo digo, se pone más blanca que una sábana. ¿A que « romero » y « Romeo » empiezan con la misma letra?

ROMEO

Sí, ama, con una erre. ¿Qué pasa?

AMA

¡Ah, guasón! «Erre» es lo que hace el perro. Con erre empieza la… No, que empieza con otra letra. Ella ha hecho una frase preciosa sobre vos y el romero; os daría gusto oírla.

ROMEO

Encomiéndame a tu dama.

AMA

Sí, mil veces.

 

Sale [ROMEO].

 

¡Pedro!

PEDRO

¡Voy!

AMA

Delante y deprisa.

 

Salen.

 

II.iv Entra JULIETA.

 

JULIETA

El reloj daba las nueve cuando mandé al ama;

prometió volver en media hora.

Tal vez no lo encuentra; no, imposible.

Es que anda despacio. El amor debiera anunciarlo

el pensamiento, diez veces más rápido

que un rayo de sol disipando las sombras

de los lúgubres montes. Por eso llevan a Venus

veloces palomas y Cupido tiene alas.

El sol está ahora en la cumbre

más alta del día; de las nueve a las doce

van tres largas horas, y aún no ha vuelto.

Si tuviera sentimientos y sangre de joven,

sería más veloz que una pelota:

mis palabras la enviarían a mi amado,

y las suyas me la devolverían.

Pero estos viejos… Muchos se hacen el muerto;

torpes, lentos, pesados y más pálidos que el plomo.

 

Entra el AMA [con PEDRO].

 

¡Dios santo, es ella! Ama, mi vida, ¿qué hay?

¿Le has visto? Despide al criado.

AMA

Pedro, espera a la puerta.

 

[Sale PEDRO.]

 

JULIETA

Mi querida ama… Dios santo, ¿tan seria?

Si las noticias son malas, dilas alegre;

si son buenas, no estropees su música

viniéndome con tan mala cara.

AMA

Estoy muy cansada. Espera un momento.

¡Qué dolor de huesos! ¡Qué carreras!

JULIETA

Por tus noticias te daría mis huesos.

Venga, vamos, habla, buena ama, habla.

AMA

¡Jesús, qué prisa! ¿No puedes esperar?

¿No ves que estoy sin aliento?

JULIETA

¿Cómo puedes estar sin aliento, si lo tienes

para decirme que estás sin aliento?

Tu excusa para este retraso

es más larga que el propio mensaje.

¿Traes buenas o malas noticias? Contesta.

Di una cosa a otra, y ya vendrán los detalles.

Que sepa a qué atenerme: ¿Son buenas o malas?

AMA

Eres muy simple eligiendo, no sabes elegir hombre.

¿Romeo? No, él no. Y eso que es más guapo que

nadie, que tiene mejores piernas, y que las manos,

los pies y el cuerpo, aunque no merecen comentarse

no tienen comparación. Sin ser la flor de la cortesía

es más dulce que un cordero. Anda ya, mujer, sirve

a Dios. ¿Has comido en casa?

JULIETA

¡No, no! Todo eso lo sabía.

¿Qué dice de matrimonio, eh?

AMA

¡Señor, qué dolor de cabeza! ¡Ay, mi cabeza!

Palpita como si fuera a saltar en veinte trozos.

Mi espalda al otro lado… ¡Ay, mi espalda!

¡Que Dios te perdone por mandarme por ahí

para matarme con tanta carrera!

JULIETA

Me da mucha pena verte así.

Querida, mi querida ama, ¿qué dice mi amor?

AMA

Tu amor dice, como caballero

honorable, cortés, afable y apuesto,

y sin duda virtuoso… ¿Dónde está tu madre?

JULIETA

¿Que dónde está mi madre? Pues, dentro.

¿Dónde iba a estar? ¡Qué contestación más rara!

«Tu amor dice, como caballero…

¿Dónde está tu madre?»

AMA

¡Virgen santa! ¡Serás impaciente! Repórtate.

¿Es esta la cura para mi dolor de huesos?

Desde ahora, haz tú misma los recados.

JULIETA

¡Cuánto embrollo! Vamos, ¿qué dice Romeo?

AMA

¿Tienes permiso para ir hoy a confesarte?

JULIETA

Sí.

AMA

Pues corre a la celda de Fray Lorenzo:

te espera un marido para hacerte esposa.

Ya se te rebela la sangre en la cara:

por cualquier noticia se te pone roja.

Corre a la iglesia. Yo voy a otro sitio

por una escalera, con la que tu amado,

cuando sea de noche, subirá a tu nido.

Soy la esclava y me afano por tu dicha,

pero esta noche tú serás quien lleve la carga.

Yo me voy a comer. Tú vete a la celda.

JULIETA

¡Con mi buena suerte! Adiós, ama buena.

 

Salen.

 

II.v Entran FRAY LORENZO y ROMEO.

 

FRAY LORENZO

Sonría el cielo ante el santo rito

y no nos castigue después con pesares.

ROMEO

Amén. Mas por grande que sea el sufrimiento,

no podrá superar la alegría que me invade

al verla un breve minuto.

Unid nuestras manos con las santas palabras

y que la muerte, devoradora del amor,

haga su voluntad: llamarla mía me basta.

 

FRAY LORENZO

El gozo violento tiene un fin violento

y muere en su éxtasis como fuego y pólvora,

que, al unirse, estallan. La más dulce miel

empalaga de pura delicia

y, al probarla, mata el apetito.

Modera tu amor y durará largo tiempo:

el muy rápido llega tarde como el lento.

 

Entra JULIETA apresurada y abraza a ROMEO.

 

Aquí está la dama. Ah, pies tan ligeros

no pueden desgastar la dura piedra.

Los enamorados pueden andar sin caerse

por los hilos de araña que flotan en el aire

travieso del verano; así de leve es la ilusión.

JULIETA

Buenas tardes tenga mi padre confesor.

FRAY LORENZO

Romeo te dará las gracias por los dos, hija.

JULIETA

Y un saludo a él, o las suyas estarían de más.

ROMEO

Ah, Julieta, si la cima de tu gozo

se eleva como la mía y tienes más arte

que yo para ensalzarlo, que tus palabras endulcen

el aire que nos envuelve, y la armonía de tu voz

revele la dicha íntima que ambos

sentimos en este encuentro.

JULIETA

El sentimiento, si no lo abruma el adorno,

se precia de su verdad, no del ornato.

Sólo los pobres cuentan su dinero,

mas mi amor se ha enriquecido de tal modo

que no puedo sumar la mitad de mi fortuna.

FRAY LORENZO

Vamos, venid conmigo y pronto acabaremos,

pues, con permiso, no vais a quedar solos

hasta que la Iglesia os una en matrimonio.

 

Salen.

 

III.i Entran MERCUCIO, BENVOLIO y sus criados.

 

BENVOLIO

Te lo ruego buen Mercucio, vámonos.

Hace calor .

, los Capuletos han salido

y, si los encontramos, tendremos pelea,

pues este calor inflama la sangre.

MERCUCIO

Tú eres uno de esos que, cuando entran en la taberna, golpean la mesa con la espada diciendo «Quiera Dios que no te necesite» y, bajo el efecto del segundo vaso, desenvainan contra el tabernero, cuando no hay necesidad.

BENVOLIO

¿Yo soy así?

MERCUCIO

Vamos, vamos. Cuando te da el ramalazo, eres tan vehemente como el que más en Italia: te incitan a ofenderte y te ofendes porque te incitan.

BENVOLIO

¿Ah, sí?

MERCUCIO

Si hubiera dos así, muy pronto no habría ninguno, pues se matarían. ¿Tú? ¡Pero si tú te peleas con uno porque su barba tiene un pelo más o menos que la tuya! Te peleas con quien parte avellanas porque tienes ojos de avellana. ¿Qué otro ojo sino el tuyo vería en ello motivo? En tu cabeza hay más broncas que sustancia en un huevo, sólo que, con tanta bronca, a tu cabeza le han zurrado más que a un huevo huero. Te peleaste con uno que tosió en la calle porque despertó a tu perro, que estaba durmiendo al sol. ¿No la armaste con un sastre porque estrenó jubón antes de Pascua? ¿Y con otro porque les puso cordoneras viejas a los zapatos nuevos? ¿Y ahora tú me sermoneas sobre las broncas?

BENVOLIO

Si yo fuese tan peleón como tú, podría vender mi renta vitalicia por simplemente una hora y cuarto.

MERCUCIO

¿Simplemente? ¡Ah, simple!

 

Entran TEBALDO y otros.

 

BENVOLIO

Por mi cabeza, ahí vienen los Capuletos.

MERCUCIO

Por mis pies, que me da igual.

TEBALDO

Quedad a mi lado, que voy a hablarles.-

Buenas tardes, señores. Sólo dos palabras.

MERCUCIO

¿Una para cada uno? Ponedle pareja: que sea palabra y golpe.

TEBALDO

Señor, si me dais motivo, no voy a quedarme quieto.

MERCUCIO

¿No podríais tomar motivo sin que se os dé?

TEBALDO

Mercucio, sois del grupo de Romeo.

MERCUCIO

¿Grupo? ¿Es que nos tomáis por músicos? Pues si somos músicos, vais a oír discordancias. Aquí está el arco de violín que os va a hacer bailar. ¡Voto a…! ¡Grupo!

BENVOLIO

Estamos hablando en la vía pública.

Dirigíos a un lugar privado,

tratad con más calma vuestras diferencias

o, si no, marchaos. Aquí nos ven muchos ojos.

MERCUCIO

Los ojos se hicieron para ver: que vean.

No pienso moverme por gusto de nadie.

 

Entra ROMEO.

 

TEBALDO

Quedad en paz, señor. Aquí está mi hombre.

MERCUCIO

Que me cuelguen si sirve en vuestra casa.

Os servirá en el campo del honor:

en eso vuestra merced sí puede llamarle hombre.

TEBALDO

Romeo, es tanto lo que te estimo

que puedo decirte esto: eres un ruin.

ROMEO

Tebaldo, razones para estimarte tengo yo

y excusan el furor que corresponde

a tu saludo. No soy ningún ruin,

así que adiós. Veo que no me conoces.

TEBALDO

Niño, eso no excusa las ofensas

que me has hecho, conque vuelve y desenvaina.

ROMEO

Te aseguro que no te he ofendido

y que te aprecio más de lo que puedas

figurarte mientras no sepas por qué.

Así que, buen Capuleto, cuyo nombre

estimo en tanto como el mío, queda en paz.

MERCUCIO

¡Qué rendición tan vil y deshonrosa!

Y el Stocatta sale airoso.

 

[Desenvaina.]

 

Tebaldo, cazarratas, ¿luchamos?

TEBALDO

¿Tú qué quieres de mí?

MERCUCIO

Gran rey de los gatos, tan sólo perderle el respeto a una de tus siete vidas y, según como me trates desde ahora, zurrar a las otras seis. ¿Quieres sacar ya de cuajo tu espada? Deprisa, o la mía te hará echar el cuajo.

TEBALDO [desenvaina] Dispuesto.

ROMEO

Noble Mercucio, envaina esa espada.

MERCUCIO

Venga, a ver tu «passata».

 

[Luchan. ]

 

ROMEO

Benvolio, desenvaina y abate esas espadas.-

¡Señores, por Dios, evitad este oprobio!

Tebaldo, Mercucio, el Príncipe ha prohibido

expresamente pelear en las calles de Verona.

¡Basta, Tebaldo, Mercucio!

 

TEBALDO hiere a MERCUCIO bajo el brazo de ROMEO y huye [con los suyos].

 

MERCUCIO

Estoy herido. ¡Malditas vuestras familias!

Se acabó. ¿Se fue sin llevarse nada?

BENVOLIO

¿Estás herido?

MERCUCIO

Sí, sí: es un arañazo, un arañazo. Eso basta.

¿Y mi paje? – Vamos, tú, corre por un médico.

 

[Sale el paje.]

 

ROMEO

Ánimo, hombre. La herida no será nada.

 

MERCUCIO

No, no es tan honda como un pozo, ni tan ancha como un pórtico, pero es buena, servirá. Pregunta por mí mañana y me verás mortuorio. Te juro que en este mundo ya no soy más que un fiambre. ¡Malditas vuestras familias! ¡Voto a…! ¡Que un perro, una rata, un ratón, un gato me arañe de muerte! ¡Un bravucón, un granuja, un canalla, que lucha según reglas matemáticas! ¿Por qué demonios te metiste en medio? Me hirió bajo tu brazo.

 

ROMEO

Fue con la mejor intención.

MERCUCIO

Llévame a alguna casa, Benvolio,

o me desmayo. ¡Malditas vuestras familias!

Me han convertido en pasto de gusanos.

Estoy herido, y bien. ¡Malditas!

 

Sale [con BENVOLIO].

 

ROMEO

Este caballero, pariente del Príncipe, amigo entrañable, está herido de muerte por mi causa; y mi honra, mancillada con la ofensa de Tebaldo. Él, que era primo mío desde hace poco. ¡Querida Julieta, tu belleza me ha vuelto pusilánime y ha ablandado el temple de mi acero!

 

Entra BENVOLIO.

 

BENVOLIO

¡Romeo, Romeo, Mercucio ha muerto!

Su alma gallarda que, siendo tan joven,

desdeñaba la tierra, ha subido al cielo.

ROMEO

Un día tan triste augura otros males:

empieza un dolor que ha de prolongarse.

 

Entra TEBALDO.

 

BENVOLIO

Aquí retorna el furioso Tebaldo.

 

ROMEO

Vivo, victorioso, y Mercucio, asesinado.

¡Vuélvete al cielo, benigna dulzura,

y sea mi guía la cólera ardiente!

Tebaldo, te devuelvo lo de «ruin»

con que me ofendiste, pues el alma de Mercucio

está sobre nuestras cabezas esperando

a que la tuya sea su compañera.

Tú, yo, o los dos le seguiremos.

TEBALDO

Desgraciado, tú, que andabas con él,

serás quien le siga.

ROMEO

Esto lo decidirá.

 

Luchan. Cae TEBALDO.

 

BENVOLIO

¡Romeo, huye, corre! La gente

está alertada y Tebaldo ha muerto.

¡No te quedes pasmado! Si te apresan, el Príncipe

te condenará a muerte. ¡Vete, huye!

ROMEO

¡Ah, soy juguete del destino!

BENVOLIO

¡Muévete!

 

Sale ROMEO. Entran CIUDADANOS.

 

CIUDADANO

¿Por dónde ha huido el que mató a Mercucio?

Tebaldo, ese criminal, ¿por dónde ha huido?

BENVOLIO

Ahí yace Tebaldo.

CIUDADANO

Vamos, arriba, ven conmigo.

En nombre del Príncipe, obedece.

 

Entran el PRÍNCIPE, MONTESCO, CAPULETO, sus esposas y todos.

 

PRÍNCIPE

¿Dónde están los viles causantes de la riña?

BENVOLIO

Ah, noble Príncipe, yo puedo explicaros

lo que provocó el triste altercado.

Al hombre que ahí yace Romeo dio muerte;

él mató a Mercucio, a vuestro pariente.

SEÑORA CAPULETO

¡Tebaldo, sobrino! ¡Hijo de mi hermano!

¡Príncipe, marido! Se ha derramado

sangre de mi gente. Príncipe, sois recto:

esta sangre exige sangre de un Montesco.

¡Ah, Tebaldo, sobrino!

PRÍNCIPE

Benvolio, ¿quién provocó este acto sangriento?

BENVOLIO

Tebaldo, aquí muerto a manos de Romeo.

Siempre con respeto, Romeo le hizo ver

lo infundado de la lucha y le recordó

vuestro disgusto; todo ello, expresado

cortésmente, con calma y doblando la rodilla,

no logró aplacar la ira indomable

de Tebaldo, quien, sordo a la amistad,

con su acero arremetió contra el pecho de Mercucio,

que, igual de furioso, respondió desenvainando

y, con marcial desdén, apartaba la fría muerte

con la izquierda, y con la otra devolvía

la estocada a Tebaldo, cuyo arte

la paraba. Romeo les gritó

«¡Alto, amigos, separaos!» , y su ágil brazo,

más presto que su lengua, abatió sus armas

y entre ambos se interpuso. Por debajo

de su brazo, un golpe ruin de Tebaldo acabó

con la vida de Mercucio. Huyó Tebaldo,

mas pronto volvió por Romeo, que entonces

pensó en tomar venganza. Ambos se enzarzaron

como el rayo, pues antes de que yo

pudiera separarlos, Tebaldo fue muerto;

y antes que cayera, Romeo ya huía.

Que muera Benvolio si dice mentira.

SEÑORA CAPULETO

Este es un pariente del joven Montesco;

no dice verdad, miente por afecto.

De ellos lucharon unos veinte o más

y sólo una vida pudieron quitar.

Que hagáis justicia os debo pedir:

quien mató a Tebaldo, no debe vivir.

PRÍNCIPE

Le mató Romeo, él mató a Mercucio.

¿Quién paga su muerte, que llena de luto?

MONTESCO

No sea Romeo, pues era su amigo.

Matando a Tebaldo, él tan sólo hizo

lo que hace la ley.

PRÍNCIPE

 

Pues por ese exceso

inmediatamente de aquí le destierro.

Vuestra gran discordia ahora me atañe:

con vuestras refriegas ya corre mi sangre.

Mas voy a imponeros sanción tan severa

que habrá de pesaros el mal de mi pérdida.

Haré oídos sordos a excusas y ruegos,

y no va a libraros ni el llanto ni el rezo,

así que evitadlos. Que Romeo huya,

pues, como le encuentren, su muerte es segura.

Llevad este cuerpo y cumplid mi sentencia:

si a quien mata absuelve, mata la clemencia.

 

Salen.

 

III.ii Entra JULIETA sola.

 

JULIETA

Galopad raudos, corceles fogosos,

a la morada de Febo; la fusta

de Faetonte os llevaría al poniente,

trayendo la noche tenebrosa.

Corre tu velo tupido, noche de amores;

apáguese la luz fugitiva y que Romeo,

en silencio y oculto, se arroje en mis brazos.

Para el rito amoroso basta a los amantes

la luz de su belleza; o, si ciego es el amor,

congenia con la noche. Ven, noche discreta,

matrona vestida de negro solemne,

y enséñame a perder el juego que gano,

en el que los dos arriesgamos la virginidad.

Con tu negro manto cubre la sangre inexperta

que arde en mi cara, hasta que el pudor

se torne audacia, y simple pudor un acto de amantes.

Ven, noche; ven, Romeo; ven, luz de mi noche,

pues yaces en las alas de la noche

más blanco que la nieve sobre el cuervo.

Ven, noche gentil, noche tierna y sombría,

dame a mi Romeo y, cuando yo muera,

córtalo en mil estrellas menudas:

lucirá tan hermoso el firmamento

que el mundo, enamorado de la noche,

dejará de adorar al sol hiriente.

Ah, compré la morada del amor

y aún no la habito; estoy vendida

y no me han gozado. El día se me hace eterno,

igual que la víspera de fiesta

para la niña que quiere estrenar

un vestido y no puede. Aquí viene el ama.

 

Entra el AMA retorciéndose las manos, con la escalera de cuerda en el regazo.

 

Ah, me trae noticias, y todas las bocas

que hablan de Romeo rebosan divina elocuencia.

¿Qué hay de nuevo, ama? ¿Qué llevas ahí?

¿La escalera que Romeo te pidió que trajeses?

AMA

Sí, sí, la escalera.

 

[La deja en el suelo.]

 

JULIETA

Pero, ¿qué pasa? ¿Por qué te retuerces las manos?

AMA

¡Ay de mí! ¡Ha muerto, ha muerto!

Estamos perdidas, Julieta, perdidas.

¡Ay de mí! ¡Nos ha dejado, está muerto!

JULIETA

¿Tan malvado es el cielo?

AMA

El cielo, no: Romeo. ¡Ah, Romeo, Romeo!

¿Quién iba a pensarlo? ¡Romeo!

JULIETA

¿Qué demonio eres tú para así atormentarme?

Es una tortura digna del infierno.

¿Se ha matado Romeo? Di que sí,

y tu sílaba será más venenosa

que la mirada mortal del basilisco.

Yo no seré yo si dices que sí, o si están

cerrados los ojos que te lo hacen decir.

Si ha muerto di « sí »; si vive, di « no ».

Decirlo resuelve mi dicha o dolor.

AMA

Vi la herida, la vi con mis propios ojos

(¡Dios me perdone!) en su pecho gallardo.

El pobre cadáver, triste y sangriento,

demacrado y manchado de sangre,

de sangre cuajada. Me desmayé al verlo.

JULIETA

¡Estalla, corazón, mi pobre arruinado!

¡Ojos, a prisión, no veáis la libertad!

¡Barro vil, retorna a la tierra, perece

y únete a Romeo en lecho de muerte!

AMA

¡Ay, Tebaldo, Tebaldo! ¡Mi mejor amigo!

¡Tebaldo gentil, caballero honrado,

vivir para verte muerto!

JULIETA

¿Puede haber tormenta más hostil?

¿Romeo sin vida y Tebaldo muerto?

¿Mi querido primo, mi amado señor?

Anuncia, trompeta, el Día del Juicio,

pues, si ellos han muerto, ¿quién queda ya vivo?

AMA

Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado.

Romeo le mató y fue desterrado.

JULIETA

¡Dios mío! ¿Romeo derramó sangre de Tebaldo?

AMA

Sí, sí, válgame el cielo, sí.

JULIETA

¡Qué alma de serpiente en su cara florida!

¿Cuándo un dragón guardó tan bella cueva?

¡Hermoso tirano, angélico demonio!

¡Cuervo con plumas de paloma, cordero lobuno!

¡Ser despreciable de divina presencia!

Todo lo contrario de lo que parecías,

un santo maldito, un ruin honorable.

Ah, naturaleza, ¿qué no harías en el infierno

si alojaste un espíritu diabólico

en el cielo mortal de tan grato cuerpo?

¿Hubo libro con tal vil contenido

y tan bien encuadernado? ¡Ah, que el engaño

resida en palacio tan regio!

AMA

En los hombres no hay lealtad, fidelidad,

ni honradez. Todos son perjuros, embusteros,

perversos y falsos. ¿Dónde está mi criado?

Dame un aguardiente: las penas y angustias

me envejecen. ¡Caiga el deshonor sobre Romeo!

JULIETA

¡Que tu lengua se llague por ese deseo!

Él no nació para el deshonor. El deshonor

se avergüenza de posarse en su frente,

que es el trono en que el honor puede reinar

como único monarca de la tierra.

¡Ah, qué monstruo he sido al insultarle!

AMA

¿Vas a hablar bien del que mató a tu primo?

JULIETA

¿Quieres que hable mal del que es mi esposo?

¡Mi pobre señor! ¿Quién repara el daño

que ha hecho a tu nombre tu reciente esposa?

Mas, ¿por qué, infame, mataste a mi primo?

Porque el infame de mi primo te habría matado.

Atrás, necias lágrimas, volved a la fuente;

sed el tributo debido al dolor

y no, por error, una ofrenda a la dicha.

Mi esposo está vivo y Tebaldo iba a matarle;

Tebaldo ha muerto y habría matado a Romeo.

Si esto me consuela, ¿por qué estoy llorando?

Había otra palabra, peor que esa muerte,

que a mí me ha matado. Quisiera olvidarla,

mas, ay, la tengo grabada en la memoria

como el crimen en el alma del culpable.

«Tebaldo está muerto y Romeo, desterrado.»

Ese «desterrado», esa palabra

ha matado a diez mil Tebaldos. Su muerte

ya sería un gran dolor si ahí terminase.

Mas si este dolor quiere compañía

y ha de medirse con otros pesares,

¿por qué, cuando dijo «Tebaldo ha muerto»,

no añadió «tu padre», «tu madre», o los dos?

Mi luto hubiera sido natural.

Pero a esa muerte añadir por sorpresa

«Romeo, desterrado», pronunciar tal palabra

es matar a todos, padre, madre, Tebaldo,

Romeo, Julieta, todos. «¡Romeo, desterrado!»

No hay fin, ni límite, linde o medida

para la muerte que da esa palabra, ni palabras

que la expresen. Ama, ¿dónde están mis padres?

AMA

Llorando y penando sobre el cuerpo de Tebaldo.

¿Vas con ellos? Yo te llevo.

JULIETA

Cesará su llanto y seguirán fluyendo

mis lágrimas por la ausencia de Romeo.

Como yo, las pobres cuerdas se engañaron;

recógelas: Romeo está desterrado.

Para subir a mi lecho erais la ruta,

mas yo, virgen, he de morir virgen viuda.

Venid, pues. Ven, ama. Voy al lecho nupcial,

llévese la muerte mi virginidad.

AMA

Tú corre a tu cuarto. Te traeré a Romeo

para que te consuele. Sé bien dónde está.

Óyeme, esta noche tendrás a Romeo:

se esconde en la celda de su confesor.

JULIETA

¡Ah, búscale! Dale este anillo a mi dueño

y dile que quiero su último adiós.

 

Salen.

 

III.iii Entra FRAY LORENZO.

 

FRAY LORENZO

Sal, Romeo, sal ya, temeroso.

La aflicción se ha prendado de ti

y tú te has casado con la desventura.

 

Entra ROMEO.

 

ROMEO

Padre, ¿qué noticias hay? ¿Qué decidió el Príncipe?

¿Qué nuevo infortunio me aguarda

que aún no conozca?

FRAY LORENZO

Hijo, harto bien conoces tales compañeros.

Te traigo la sentencia del Príncipe.

ROMEO

La sentencia, ¿dista mucho de la muerte?

FRAY LORENZO

La que ha pronunciado es más benigna:

no muerte del cuerpo, sino su destierro.

ROMEO

¿Cómo, destierro? Sed clemente, decid «muerte»,

que en la faz del destierro hay más terror,

mucho más que en la muerte. ¡No digáis « destierro»!

FRAY LORENZO

Estás desterrado de Verona.

Ten paciencia: el mundo es ancho.

ROMEO

No hay mundo tras los muros de Verona,

sino purgatorio, tormento, el mismo infierno:

destierro es para mí destierro del mundo,

y eso es muerte; luego « destierro» es un falso

nombre de la muerte. Llamarla «destierro»

es decapitarme con un hacha de oro

y sonreír ante el hachazo que me mata.

FRAY LORENZO

¡Ah, pecado mortal, cruel ingratitud!

La ley te condena a muerte, mas, en su clemencia,

el Príncipe se ha apartado de la norma,

cambiando en «destierro» la negra palabra «muerte».

Eso es gran clemencia, y tú no lo ves.

ROMEO

Es tormento y no clemencia. El cielo está

donde esté Julieta, y el gato, el perro,

el ratoncillo y el más mísero animal

aquí están en el cielo y pueden verla.

Romeo, no. Hay más valor, más distinción

y más cortesanía en las moscas

carroñeras que en Romeo: ellas pueden

posarse en la mano milagrosa de Julieta

y robar bendiciones de sus labios,

que por pudor virginal siempre están rojos

pensando que pecan al juntarse.

Romeo, no: le han desterrado.

Las moscas pueden, mas yo debo alejarme.

Ellas son libres; yo estoy desterrado.

¿Y decís que el destierro no es la muerte?

¿No tenéis veneno, ni navaja,

ni medio de morir rápido, por vil que sea?

¿Sólo ese «destierro» que me mata? ¿Destierro?

Ah, padre, los réprobos dicen la palabra

entre alaridos. Y, siendo sacerdote,

confesor que perdona los pecados

y dice ser mi amigo, ¿tenéis corazón

para destrozarme hablando de destierro?

FRAY LORENZO

¡Ah, pobre loco! Deja que te explique.

ROMEO

Volveréis a hablarme de destierro.

FRAY LORENZO

Te daré una armadura contra él,

la filosofía, néctar de la adversidad,

que te consolará en to destierro.

ROMEO

¿Aún con el «destierro»? ¡Que cuelguen la filosofía!

Si no puede crear una Julieta,

mover una ciudad o revocar una sentencia,

la filosofía es inútil, así que no habléis más.

FRAY LORENZO

Ya veo que los locos están sordos.

ROMEO

No puede ser menos si los sabios están ciegos.

FRAY LORENZO

Deja que te hable de tu situación.

ROMEO

No podéis hablar de lo que no sentís.

Si fuerais de mi edad, y Julieta vuestro amor,

recién casado, asesino de Tebaldo,

enamorado y desterrado como yo,

podríais hablar, mesaros los cabellos

y tiraros al suelo como yo

a tomar la medida de mi tumba.

 

Llama a la puerta el AMA.

 

FRAY LORENZO

¡Levántate, llaman! ¡Romeo, escóndete!

ROMEO

No, a no ser que el aliento de mis míseros

gemidos me oculte cual la niebla.

 

Llaman.

 

FRAY LORENZO

¡Oye cómo llaman!-¿Quién es?-¡Levántate,

Romeo, que te llevarán!-¡Un momento!-¡Arriba!

 

Llaman.

 

¡Corre a mi estudio!-¡Ya voy!-Santo Dios,

¿qué estupidez es esta?-¡Ya voy, ya voy!

 

Llaman.

 

¿Quién llama así? ¿De dónde venís? ¿Qué queréis?

AMA [dentro]

Dejadme pasar, que traigo un recado.

Vengo de parte de Julieta.

FRAY LORENZO

Entonces, bienvenida.

 

Entra el AMA.

 

AMA

Ah, padre venerable, decidme dónde está

el esposo de Julieta. ¿Dónde está Romeo?

FRAY LORENZO

Ahí, en el suelo, embriagado de lágrimas.

AMA

Ah, está en el mismo estado que Julieta,

el mismísimo. ¡Ah, concordia en el dolor!

¡Angustioso trance! Así yace ella,

llorando y gimiendo, gimiendo y llorando.

Levantaos, levantaos y sed hombre;

en pie, levantaos, por Julieta.

¿A qué vienen tantos ayes y gemidos?

ROMEO

¡Ama!

 

[Se pone en pie.]

 

AMA

¡Ah, señor! La muerte es el fin de todo.

ROMEO

¿Hablábas de Julieta? ¿Cómo está?

¿No me cree un frío asesino

que ha manchado la niñez de nuestra dicha

con una sangre que es casi la suya?

¿Dónde está? ¿Y cómo está? ¿Y qué dice

mi secreta esposa de este amor invalidado?

AMA

No dice nada, señor: llora y llora,

se arroja a la cama, se levanta,

exclama «¡Tebaldo!», reprueba a Romeo

y vuelve a caer.

ROMEO

Como si mi nombre, por disparo

certero de cañón, la hubiese matado,

como ya mató a su primo el infame

que lleva ese nombre. Ah, padre, decidme,

¿qué parte vil de esta anatomía

alberga mi nombre? Decídmelo, que voy

a saquear morada tan odiosa.

 

Se dispone a apuñalarse, y el AMA le arrebata el puñal.

 

FRAY LORENZO

¡Detén esa mano imprudente!

¿Eres hombre? Tu aspecto lo proclama,

mas tu llanto es mujeril y tus locuras recuerdan

la furia de una bestia irracional.

Impropia mujer bajo forma de hombre,

impropio animal bajo forma de ambos.

Me asombras. Por mi santa orden,

te creía de temple equilibrado.

¿Mataste a Tebaldo y quieres matarte

y matar a tu esposa, cuya vida es la tuya,

causándote la eterna perdición?

¿Por qué vituperas tu cuna, el cielo y la tierra

si de un golpe podrías perder

cuna, cielo y tierra, en ti concertados?

Deshonras tu cuerpo, tu amor y tu juicio

y, como el usurero, abundas en todo

y no haces buen uso de nada

que adorne tu cuerpo, tu amor y tu juicio.

Tu noble figura es efigie de cera

y carece de hombría; el amor

que has jurado es pura falacia

y mata a la amada que dijiste adorar;

tu juicio, adorno de cuerpo y amor,

yerra en la conducta que les marcas

y, como pólvora en soldado bisoño,

se inflama por to propia ignorancia

y tu despedaza, cuando debe defenderte.

Vamos, ten valor. Tu Julieta vive

y por ella ibas a matarte:

ahí tienes suerte. Tebaldo te habría matado,

mas tú le mataste: ahí tienes suerte.

La ley que ordena la muerte se vuelve tu amiga

y decide el destierro: ahí tienes suerte.

Sobre ti desciende un sinfín de bendiciones,

te ronda la dicha con sus mejores galas,

y tú, igual que una moza tosca y desabrida,

pones mala cara a tu amor y tu suerte.

Cuidado, que esa gente muere desdichada.

Vete con tu amada, como está acordado.

Sube a su aposento y confórtala.

Pero antes que monten la guardia, márchate,

pues, si no, no podrás salir para Mantua,

donde vivirás hasta el momento propicio

para proclamar tu enlace, unir a vuestras familias,

pedir el indulto del Príncipe y regresar

con cien mil veces más alegría

que cuando partiste desolado.

Adelántate, ama, encomiéndame a Julieta,

y que anime a la gente a acostarse temprano;

el dolor les habrá predispuesto.

Ahora va Romeo.

AMA

¡Dios bendito! Me quedaría toda la noche

oyéndoos hablar. ¡Lo que hace el saber!-

Señor, le diré a Julieta que venís.

ROMEO

Díselo, y dile que se apreste a reprenderme.

 

El AMA se dispone a salir, pero vuelve.

 

AMA

Tomad este anillo que me dio para vos.

Vamos, deprisa, que se hace tarde.

ROMEO

Esto reaviva mi dicha.

 

Sale el AMA.

 

FRAY LORENZO

Vete, buenas noches, y ten presente esto:

o te vas antes que monten la guardia

o sales disfrazado al amanecer.

Permanece en Mantua. Buscaré a tu criado

y de cuando en cuando él te informará

de las buenas noticias de Verona.

Dame la mano, es tarde. Adiós, buenas noches.

ROMEO

Me espera una dicha mayor que la dicha,

que, si no, alejarme de vos sentiría.

Adiós.

 

Salen.

 

III.iv Entran CAPULETO, la SEÑORA CAPULETO y PARIS.

 

CAPULETO

Todo ha sucedido tan adversamente

que no ha habido tiempo de hablarlo con Julieta.

Sabéis cuánto quería a su primo Tebaldo;

yo también. En fin, nacimos para morir.

Ahora es tarde; ella esta noche ya no bajará.

Os aseguro que, si no fuese por vos,

me habría acostado hace una hora.

PARIS

Tiempo de dolor no es tiempo de amor.

Señora, buenas noches. Encomendadme a Julieta.

SEÑORA CAPULETO

Así lo haré, y por la mañana veré cómo responde.

Esta noche se ha enclaustrado en su tristeza.

 

PARIS se dispone a salir, y CAPULETO le llama.

 

CAPULETO

Conde Paris, me atrevo a aseguraros

el amor de mi hija: creo que me hará

caso sin reservas; vamos, no lo dudo.

Esposa, vete a verla antes de acostarte;

cuéntale el amor de nuestro yerno Paris

y dile, atiende bien, que este miércoles…

Espera, ¿qué día es hoy?

 

PARIS

Lunes, señor.

CAPULETO

Lunes… ¡Mmmm…! Eso es muy precipitado.

Que sea el jueves.-Dile que este jueves

se casará con este noble conde.-

¿Estaréis preparados? ¿Os complace la presteza?

No lo celebraremos: uno o dos amigos,

porque, claro, con Tebaldo recién muerto,

que era pariente, si lo festejamos

dirán que le teníamos poca estima.

Así que invitaremos a unos seis amigos

y ya está. ¿Qué os parece el jueves?

PARIS

Señor, ojalá que mañana fuese el jueves.

CAPULETO

Muy bien; ahora marchad. Será el jueves.-

Tú habla con Julieta antes de acostarte

y prepárala para el día de la boda.-

Adiós, señor.-¡Eh, alumbrad mi cuarto!-

Por Dios, que se ha hecho tan tarde

que pronto diremos que es temprano. Buenas noches.

 

Salen.

 

III.v Entran ROMEO y JULIETA arriba, en el balcón.

 

JULIETA

¿Te vas ya? Aún no es de día.

Ha sido el ruiseñor y no la alondra

el que ha traspasado tu oído medroso.

Canta por la noche en aquel granado.

Créeme, amor mío; ha sido el ruiseñor.

ROMEO

Ha sido la alondra, que anuncia la mañana,

y no el ruiseñor. Mira, amor, esas rayas hostiles

que apartan las nubes allá, hacia el oriente.

Se apagaron las luces de la noche

y el alegre día despunta en las cimas brumosas.

He de irme y vivir, o quedarme y morir.

JULIETA

Esa luz no es luz del día, lo sé bien;

es algún meteoro que el sol ha creado .

para ser esta noche tu antorcha

y alumbrarte el camino de Mantua.

Quédate un poco, aún no tienes que irte.

ROMEO

Que me apresen, que me den muerte;

lo consentiré si así lo deseas.

Diré que aquella luz gris no es el alba,

sino el pálido reflejo del rostro de Cintia,

y que no es el canto de la alondra

lo que llega hasta la bóveda del cielo.

En lugar de irme, quedarme quisiera.

¡Que venga la muerte! Lo quiere Julieta.

¿Hablamos, mi alma? Aún no amanece.

JULIETA

¡Si está amaneciendo! ¡Huye, corre, vete!

Es la alondra la que tanto desentona

con su canto tan chillón y disonante.

Dicen que la alondra liga notas con dulzura:

a nosotros, en cambio, nos divide;

y que la alondra cambió los ojos con el sapo:

ojalá que también se cambiasen las voces,

puesto que es su voz lo que nos separa

y de aquí te expulsa con esa alborada.

Vamos, márchate, que la luz ya se acerca.

ROMEO

Luz en nuestra luz y sombra en nuestras penas.

 

Entra el AMA a toda prisa.

 

AMA

¡Julieta!

JULIETA

¿Ama?

AMA

Tu madre viene a tu cuarto.

Ya es de día. Ten cuidado. Ponte en guardia.

 

[Sale.]

 

JULIETA

Pues que el día entre, y mi vida salga.

ROMEO

Bien, adiós. Un beso, y voy a bajar.

 

Desciende.

 

JULIETA

¿Ya te has ido, amado, esposo, amante?

De ti he de saber cada hora del día,

pues hay tantos días en cada minuto…

Ah, haciendo estas cuentas seré muy mayor

cuando vea a Romeo.

ROMEO [abajo]

¡Adiós! No perderé oportunidad

de enviarte mi cariño.

JULIETA

¿Crees que volveremos a vernos?

ROMEO

Sin duda, y recordaremos todas nuestras penas

en gratos coloquios de años venideros.

JULIETA

¡Dios mío, mi alma presiente desgracias!

Estando ahí abajo, me parece verte

como un muerto en el fondo de una tumba.

Si la vista no me engaña, estás pálido.

ROMEO

A mi vista le dices lo mismo, amor.

Las penas nos beben la sangre. Adiós.

 

Sale.

 

JULIETA

Fortuna, Fortuna, te llaman voluble.

Si lo eres, ¿por qué te preocupas

del que es tan constante? Sé voluble, Fortuna,

pues así no tendrás a Romeo mucho tiempo

y podrás devolvérmelo.

 

Entra la SEÑORA CAPULETO.

 

SEÑORA CAPULETO

¡Hija! ¿Estás levantada?

JULIETA

¿Quién me llama? Es mi madre.

¿Aún sin acostarse o es que ha madrugado?

¿Qué extraño motivo la trae aquí ahora?

 

Baja del balcón y entra abajo.

 

SEÑORA CAPULETO

¿Qué pasa, Julieta?

JULIETA

No estoy bien, señora.

SEÑORA CAPULETO

¿Sigues llorando la muerte de tu primo?

¿Quieres sacarle de la tumba con tus lágrimas?

Aunque pudieras, no podrías darle vida,

así que ya basta. Dolor moderado indica amor;

dolor en exceso, pura necedad.

JULIETA

Dejadme llorar mi triste pérdida.

SEÑORA CAPULETO

Así lloras la pérdida, no a la persona.

JULIETA

Lloro tanto la pérdida que no puedo

dejar de llorar a la persona.

SEÑORA CAPULETO

Hija, tú no lloras tanto su muerte

como el que esté vivo el infame que le mató.

JULIETA

¿Qué infame, señora?

SEÑORA CAPULETO

El infame de Romeo.

JULIETA [aparte]

Entre él y un infame hay millas de distancia.-

[A la SEÑORA CAPULETO]

Dios le perdone, como yo con toda el alma.

Y eso que ninguno me aflige como él.

SEÑORA CAPULETO

Porque el vil asesino aún vive.

JULIETA

Sí, señora, fuera del alcance de mis manos.

¡Ojalá sólo yo pudiera vengar a mi primo!

SEÑORA CAPULETO

Tomaremos venganza, no lo dudes.

No llores más. Mandaré a alguien a Mantua,

donde vive el desterrado, y le dará

un veneno tan insólito que muy pronto

estará en compañía de Tebaldo.

Supongo que entonces quedarás contenta.

JULIETA

Nunca quedaré contenta con Romeo

hasta que le vea… muerto…

está mi corazón de llorar a Tebaldo.

Señora, si a alguien encontráis

para que lleve un veneno, yo lo mezclaré,

de modo que Romeo, al recibirlo,

pronto duerma en paz. ¡Cuánto me disgusta

oír su nombre y no estar cerca de él

para hacerle pagar mi amor por Tebaldo

en el propio cuerpo que le ha dado muerte!

SEÑORA CAPULETO

Tú busca los medios; yo buscaré al hombre.

Pero ahora te traigo alegres noticias.

JULIETA

La alegría viene bien cuando es tan necesaria.

¿Qué nuevas traéis, señora?

SEÑORA CAPULETO

Hija, tienes un padre providente

que, para descargarte de tus penas,

de pronto ha dispuesto un día de dicha

que ni tú te esperabas ni yo imaginaba.

JULIETA

Muy a propósito. ¿Qué día será?

SEÑORA CAPULETO

Hija, este jueves, por la mañana temprano,

en la iglesia de San Pedro, un gallardo, joven

y noble caballero, el Conde Paris,

te hará una esposa feliz.

JULIETA

Pues por la iglesia de San Pedro y por San Pedro,

que allí no me hará una esposa feliz.

Me asombra la prisa, tener que casarme

antes de que el novio me enamore.

Señora, os lo ruego: decidle a mi padre y señor

que aún no pienso casarme y que, cuando lo haga,

será con Romeo, a quien sabes que odio,

en vez de con Paris. ¡Pues vaya noticias!

 

Entran CAPULETO y el AMA.

 

SEÑORA CAPULETO

Aquí está tu padre. Díselo tú misma,

a ver cómo lo toma.

CAPULETO

Cuando el sol se pone, la tierra llora rocío,

mas en el ocaso del hijo de mi hermano,

cae un diluvio.

¡Cómo! ¿Hecha una fuente, hija? ¿Aún llorando?

¿Bañada en lágrimas? Con tu cuerpo menudo

imitas al barco, al mar, al viento,

pues en tus ojos, que yo llamo el mar,

están el flujo y reflujo de tus lágrimas;

el barco es tu cuerpo, que surca ese mar;

el viento, tus suspiros, que, a porfía con tus lágrimas,

hará naufragar ese cuerpo agitado

si pronto no amaina.-¿Qué hay, esposa?

¿Le has hecho saber mi decisión?

SEÑORA CAPULETO

Sí, pero ella dice que no, y gracias.

¡Ojalá se casara con su tumba!

CAPULETO

Un momento, esposa; explícame eso, explícamelo.

¿Cómo que no quiere? ¿No nos lo agradece?

¿No está orgullosa? ¿No se da por contenta

de que, indigna como es, hayamos conseguido

que tan digno caballero sea su esposo?

JULIETA

Orgullosa, no, mas sí agradecida.

No puedo estar orgullosa de lo que odio,

pero sí agradezco que se hiciera por amor.

CAPULETO

¿Así que con sofismas? ¿Qué es esto?

¿«Orgullosa», «lo agradezco», «no lo agradezco»

y «orgullosa, no», niña consentida?

A mí no me vengas con gracias ni orgullos

y prepara esas piernecitas para ir

el jueves con Paris a la iglesia de San Pedro

o te llevo yo atada y a rastras.

¡Quita, cadavérica! ¡Quita, insolente,

cara lívida!

SEÑORA CAPULETO

¡Calla, calla! ¿Estás loco?

JULIETA

Mi buen padre, te lo pido de rodillas;

escúchame con calma un momento.

CAPULETO

¡Que te cuelguen, descarada, rebelde!

Escúchame tú: el jueves vas a la iglesia

o en tu vida me mires a la cara.

No hables, ni respondas, ni contestes.

Me tientas la mano. Esposa, nos creíamos

con suerte porque Dios nos dio sólo esta hija,

pero veo que la única nos sobra

y que haberla tenido es maldición.

¡Fuera con el penco!

AMA

¡Dios la bendiga! Señor,

sois injusto al tratarla de ese modo.

CAPULETO

¿Y por qué, doña Sabihonda? ¡Cállese

doña Cordura, y a charlar con las comadres!

AMA

No he faltado a nadie.

CAPULETO

Ahí está la puerta.

AMA

¿No se puede hablar?

CAPULETO

¡A callar, charlatana! Suelta tu sermón

a tus comadres, que aquí no hace falta.

SEÑORA CAPULETO

No te excites tanto.

CAPULETO

¡Cuerpo de Dios, me exaspera! Día y noche,

trabajando u ocioso, solo o acompañado,

mi solo cuidado ha sido casarla;

y ahora que le encuentro un joven caballero

de noble linaje, de alcurnia y hacienda,

adornado, como dicen, de excelsas virtudes,

con tan buena figura como quepa imaginar,

me viene esta tonta y mísera llorica,

esta muñeca llorona, en la cumbre de su suerte,

contestando «No me caso, no le quiero;

no tengo edad; perdóname, te lo suplico».

Pues no te cases y verás si te perdono:

pace donde quieras y lejos de mi casa.

Piénsalo bien, no suelo bromear,

El jueves se acerca, considéralo, pondera:

si eres hija mía, te daré a mi amigo; si no,

ahórcate, mendiga, hambrea, muérete en la calle,

pues, por mi alma, no pienso reconocerte

ni dejarte nada que sea mío.

Ten por seguro que lo cumpliré.

 

Sale.

 

JULIETA

¿No hay misericordia en las alturas

que conciba la hondura de mi pena?

¡Ah, madre querida, no me rechacéis!

Aplazad esta boda un mes, una semana

o, si no, disponed mi lecho nupcial

en el panteón donde yace Tebaldo.

SEÑORA CAPULETO

Conmigo no hables; no diré palabra.

Haz lo que quieras. Contigo he terminado.

 

Sale.

 

JULIETA

¡Dios mío! Ama, ¿cómo se puede impedir esto?

Mi esposo está en la tierra; mi juramento, en el cielo.

¿Cómo puede volver a la tierra

si, dejando la tierra, mi esposo

no me lo envía desde el cielo? Confórtame,

aconséjame. ¡Ah, que el cielo emplee sus mañas

contra un ser indefenso como yo!

¿Qué me dices? ¿No puedes alegrarme?

Dame consuelo, ama.

AMA

Aquí lo tienes:

Romeo está desterrado, y el mundo contra nada

a que no se atreve a volver y reclamarte,

o que, si lo hace, será a hurtadillas.

Así que, tal como ahora está la cosa,

creo que más vale que te cases con el conde.

¡Ah, es un caballero tan apuesto!

A su lado, Romeo es un pingajo. Ni el águila

tiene los ojos tan verdes, tan vivos y hermosos

como Paris. Que se pierda mi alma

si no vas a ser feliz con tu segundo esposo,

pues vale más que el primero; en todo caso,

el primero ya está muerto, o como si lo estuviera,

viviendo tú aquí y sin gozarlo.

JULIETA

Pero, ¿hablas con el corazón?

AMA

Y con el alma, o que se pierdan los dos.

JULIETA

Amén.

AMA

¿Qué?

JULIETA

Bueno, me has dado un gran consuelo.

Entra y dile a mi madre que, habiendo disgustado

a mi padre, me voy a la celda de Fray Lorenzo

a confesarme y pedir la absolución.

AMA

En seguida. Eso es muy sensato.

 

[Sale.]

 

JULIETA

¡Condenada vieja! ¡Perverso demonio!

¿Qué es más pecado? ¿Tentarme al perjurio

o maldecir a mi esposo con la lengua

que tantas veces lo ensalzó

con desmesura? Vete, consejera.

Tú y mis pensamientos viviréis como extraños.

Veré qué remedio puede darme el fraile;

si todo fracasa, habré de matarme.

 

Sale.

 

IV.i Entran FRAY LORENZO y el Conde PARIS.

 

FRAY LORENZO

¿El jueves, señor? Eso es muy pronto.

PARIS

Así lo quiere mi suegro Capuleto

y yo no me inclino a frenar su prisa.

FRAY LORENZO

¿Decís que no sabéis lo que ella piensa?

Esto es muy irregular y no me gusta.

PARIS

Llora sin cesar la muerte de Tebaldo

y por eso de amor he hablado poco.

Venus no sonríe en la casa del dolor.

Señor, su padre juzga peligroso

que su pena llegue a dominarla

y, en su prudencia, apresura nuestra boda

por contener el torrente de sus lágrimas,

a las que ella es tan propensa si está sola

y que puede evitar la compañía.

Ahora ya sabéis la razón de la premura.

FRAY LORENZO

[aparte] Ojalá no supiera por qué hay que frenarla.-

Mirad, señor: la dama viene a mi celda.

 

Entra JULIETA.

 

PARIS

Bien hallada, mi dama y esposa.

JULIETA

Señor, eso será cuando pueda ser esposa.

PARIS

Ese «pueda ser» ha de ser el jueves, mi amor.

JULIETA

Lo que ha de ser, será.

FRAY LORENZO

Un dicho muy cierto.

PARIS

¿Venís a confesaros con el padre?

JULIETA

Si contestase, me confesaría con vos.

PARIS

No podéis negarle que me amáis.

JULIETA

Voy a confesaros que le amo.

PARIS

También confesaréis que me amáis.

JULIETA

Si lo hago, valdrá más por ser dicho

a vuestras espaldas que a la cara.

PARIS

Pobre, no estropeéis vuestra cara con el llanto.

JULIETA

La victoria del llanto es bien pequeña:

antes de dañarla, mi cara valía poco.

PARIS

Decir eso la daña más que vuestro llanto.

JULIETA

Señor, lo que es cierto no es calumnia,

y lo que he dicho, me lo he dicho a la cara.

PARIS

Esa cara es mía y vos la calumniáis.

JULIETA

Tal vez, porque mía ya no es.-

Padre, ¿estáis desocupado

u os veo tras la misa vespertina?

FRAY LORENZO

Estoy desocupado, mi apenada hija.-

Señor, os rogaré que nos dejéis a solas.

PARIS

Dios me guarde de turbar la devoción.-

Julieta, os despertaré el jueves bien temprano.

Adiós hasta entonces y guardad mi santo beso.

 

Sale.

 

JULIETA

¡Ah, cerrad la puerta y llorad conmigo!

No queda esperanza, ni cura, ni ayuda.

FRAY LORENZO

Ah, Julieta, conozco bien tu pena;

me tiene dominada la razón.

Sé que el jueves tienes que casarte

con el conde, y que no se aplazará.

JULIETA

Padre, no me digáis que lo sabéis

sin decirme también cómo impedirlo.

Si, en vuestra prudencia, no me dais auxilio,

aprobad mi decisión y yo al instante

con este cuchillo pondré remedio a todo esto.

Dios unió mi corazón y el de Romeo,

vos nuestras manos y, antes que esta mano,

sellada con la suya, sea el sello de otro enlace

o este corazón se entregue a otro

con perfidia, esto acabará con ambos.

Así que, desde vuestra edad y experiencia,

dadme ya consejo, pues, si no, mirad,

este cuchillo será el árbitro que medie

entre mi angustia y mi persona con una decisión

que ni vuestra autoridad ni vuestro arte

han sabido alcanzar honrosamente.

Tardáis en hablar, y yo la muerte anhelo

si vuestra respuesta no me da un remedio.

FRAY LORENZO

¡Alto, hija! Veo un destello de esperanza,

mas requiere una acción tan peligrosa

como el caso que se trata de evitar.

Si, por no unirte al Conde Paris, tienes

fuerza de voluntad para matarte,

seguramente podrás acometer

algo afín a la muerte y evitar este oprobio,

pues por él la muerte has afrontado.

Si tú te atreves, yo te daré el remedio.

JULIETA

Antes que casarme con Paris, decidme

que salte desde las almenas de esa torre,

que pasee por sendas de ladrones, o que ande

donde viven las serpientes; encadenadme

con osos feroces o metedme de noche en un osario,

enterrada bajo huesos que crepiten,

miembros malolientes, calaveras sin mandíbula;

decidme que me esconda en un sepulcro,

en la mortaja de un recién enterrado…

Todo lo que me ha hecho temblar con sólo oírlo

pienso hacerlo sin duda ni temor

por seguir siéndole fiel a mi amado.

FRAY LORENZO

Entonces vete a casa, ponte alegre y di

que te casarás con Paris. Mañana es miércoles:

por la noche procura dormir sola;

no dejes que el ama duerma en tu aposento.

Cuando te hayas acostado, bébete

el licor destilado de este frasco.

Al punto recorrerá todas tus venas

un humor frío y soñoliento; el pulso

no podrá detenerlo y cesará;

ni aliento ni calor darán fe de que vives;

las rosas de tus labios y mejillas

serán pálida ceniza; tus párpados caerán

cual si la muerte cerrase el día de la vida;

tus miembros, privados de todo movimiento,

estarán más fríos y yertos que la muerte.

Y así quedarás cuarenta y dos horas

como efigie pasajera de la muerte,

para despertar como de un grato sueño.

Cuando por la mañana llegue el novio

para levantarte de tu lecho, estarás muerta.

Entonces, según los usos del país,

con tus mejores galas, en un féretro abierto,

serás llevada al viejo panteón

donde yacen los difuntos Capuletos.

Entre tanto, y mientras no despiertes,

por carta haré saber a Romeo nuestro plan

para que venga; él y yo asistiremos

a tu despertar, y esa misma noche

Romeo podrá llevarte a Mantua.

Esto te salvará de la deshonra,

si no hay veleidad ni miedo femenil

que frene tu valor al emprenderlo.

JULIETA

¡Dádmelo, dádmelo! No me habléis de miedo.

FRAY LORENZO

Bueno, vete. Sé firme, y suerte

en tu propósito. Ahora mismo mando un fraile

a Mantua con carta para tu marido.

JULIETA

Amor me dé fuerza, y ella me dé auxilio.

Adiós, buen padre.

 

Salen.

 

IV.ii Entran CAPULETO, la SEÑORA CAPULETO, el

AMA y dos o tres CRIADOS.

 

CAPULETO

Invita a todas las personas de esta lista.-

 

[Sale un CRIADO.]

 

Tú, contrátame a veinte buenos cocineros.

CRIADO

Señor, no os traeré a ninguno malo, pues probaré a ver si se chupan los dedos.

CAPULETO

¿Qué prueba es esa?

CRIADO

Señor, no será buen cocinero quien no se chupe los dedos; así que por mí, el que no se los chupe, ahí se queda.

CAPULETO

Bueno, andando.

 

Sale el CRIADO.

 

Esta vez no estaremos bien surtidos.

Mi hija, ¿se ha ido a ver al padre?

AMA

Sí, señor.

CAPULETO

Bueno, quizá él le haga algún bien.

Es una cría tonta y testaruda.

 

Entra JULIETA.

 

AMA

Pues vuelve de la confesión con buena cara.

 

CAPULETO

¿Qué dice mi terca? ¿Dónde fuiste de correteo?

 

JULIETA

Donde he aprendido a arrepentirme

del pecado de tenaz desobediencia

a vos y a vuestras órdenes. Fray Lorenzo

ha dispuesto que os pida perdón

postrada de rodillas. Perdonadme.

Desde ahora siempre os obedeceré.

CAPULETO

¡Llamad al conde! ¡Contádselo!

Este enlace lo anudo mañana por la mañana.

JULIETA

He visto al joven conde en la celda del fraile

y le he dado digna muestra de mi amor

sin traspasar las lindes del decoro.

CAPULETO

¡Cuánto me alegro! ¡Estupendo! Levántate.

Así debe ser. He de ver al conde.

Sí, eso es.-Vamos, traedle aquí.-

¡Por Dios bendito, cuánto debe la ciudad

a este padre santo y venerable!

JULIETA

Ama, ¿me acompañas a mi cuarto

y me ayudas a escoger las galas

que creas que mañana necesito?

SEÑORA CAPULETO

No, es el jueves. Hay tiempo de sobra.

CAPULETO

Ama, ve con ella. La boda es mañana.

 

Salen el AMA y JULIETA.

 

SEÑORA CAPULETO

No estaremos bien provistos.

Ya es casi de noche.

CAPULETO

Calla, deja que me mueva

y todo irá bien, esposa, te lo garantizo.

Tú ve con Julieta, ayúdala a engalanarse.

Esta noche no me acuesto. Tú dejame:

esta vez yo haré de ama de casa.-¡Eh!-

Han salido todos. Bueno, yo mismo iré a ver

al Conde Paris y le prepararé

para mañana. Me brinca el corazón

desde que se ha enmendado la rebelde.

 

Salen.

 

IV.iii Entran JULIETA y el AMA.

 

JULIETA

Sí, mejor esa ropa. Pero, mi buena ama,

¿quieres dejarme sola esta noche?

Necesito rezar mucho y lograr

que el cielo se apiade de mi estado,

que, como sabes, es adverso y pecaminoso.

 

Entra la SEÑORA CAPULETO.

 

SEÑORA CAPULETO

¿Estáis ocupadas? ¿Necesitáis mi ayuda?

JULIETA

No, señora. Ya hemos elegido lo adecuado

para la ceremonia de mañana.

Si os complace, desearía quedarme sola;

el ama os puede ayudar esta noche,

pues seguro que estaréis atareada

con toda esta premura.

SEÑORA CAPULETO

Buenas noches. Acuéstate y descansa,

que lo necesitas.

 

Salen [la SEÑORA CAPULETO y el AMA].

 

JULIETA

¡Adiós! Sabe Dios cuándo volveremos a vernos.

Tiembla en mis venas un frío terror

que casi me hiela la vida.

Las llamaré para que me conforten.

¡Ama!-¿Y qué puede hacer?

En esta negra escena he de actuar sola.

Ven, frasco.

¿Y si no surte efecto la mezcla?

¿Habré de casarme mañana temprano?

No, no: esto lo impedirá. Quédate ahí.

 

[Deja a su lado un puñal.]

 

¿Y si fuera un veneno que el fraile

preparó con perfidia para darme muerte,

no sea que mi boda le deshonre

tras haberme casado con Romeo?

Temo que sí y, sin embargo, creo que no,

pues siempre ha demostrado ser piadoso.

¿Y si, cuando esté en el panteón,

despierto antes que Romeo

venga a rescatarme? Tiemblo de pensarlo.

¿Podré respirar en un sepulcro

en cuya inmunda boca no entra aire sano

y morir asfixiada antes que llegue Romeo?

O si vivo, ¿no puede ocurrir que la horrenda

imagen que me inspiran muerte y noche,

junto con el espanto del lugar…?

Pues al ser un sepulcro, un viejo mausoleo

donde por cientos de años se apilan

los restos de todos mis mayores;

donde Tebaldo, sangriento y recién enterrado,

se pudre en su mortaja; donde dicen

que a ciertas horas de la noche acuden espíritus…

¡Ay de mí! ¿No puede ocurrir que, despertando

temprano, entre olores repugnantes

y gritos como de mandrágora arrancada

de cuajo, que enloquece a quien lo oye…?

Ah, si despierto, ¿no podría perder el juicio,

rodeada de horrores espantosos,

y jugar como una loca con los esqueletos,

a Tebaldo arrancar de su mortaja

y, en este frenesí, empuñando como maza

un hueso de algún antepasado, partirme

la cabeza enajenada? ¡Ah! Creo ver

el espectro de mi primo en busca de Romeo,

que le atravesó con su espada. ¡Quieto, Tebaldo!

¡Romeo, Romeo! Aquí está el licor. Bebo por ti.

 

Cae sobre la cama, tras las cortinas.

 

IV.iv Entran la SEÑORA CAPULETO y el AMA con hierbas.

 

SEÑORA CAPULETO

Espera. Toma estas llaves y trae más especias.

AMA

En el horno piden membrillos y dátiles.

 

Entra CAPULETO.

 

CAPULETO

Vamos, daos prisa. El gallo ha cantado

dos veces, ha sonado la campana: son las tres.

Angélica, ocúpate de las empanadas;

no repares en gastos.

AMA

Marchaos ya, cominero, acostaos.

Ya veréis, mañana estaréis malo

por falta de sueño.

CAPULETO

¡Qué va! Por mucho menos velé

noches enteras sin ponerme malo.

SEÑORA CAPULETO

Sí, en tus tiempos fuiste muy trasnochador,

pero ahora velaré por que no veles.

 

Salen la SEÑORA CAPULETO y el AMA.

 

CAPULETO

¡Será celosa, será celosa!

 

Entran tres o cuatro CRIADOS con asadores, leña y cestas.

 

Oye, tú, ¿qué lleváis ahí?

CRIADO 1. °

No sé, señor; cosas para el cocinero.

CAPULETO

Date prisa, date prisa.-Tú, trae leña más seca.

Llama a Pedro: él te dirá dónde hay.

CRIADO 2.°

Señor, a Pedro no hay que molestarle:

para encontrar tarugos tengo yo buena cabeza.

CAPULETO

Vive Dios, qué bien dicho. El pillo es chistoso.

Te llamaremos «cabeza de tarugo».

 

Salen [los CRIADOS].

 

¡Pero si ya es de día!

El conde estará aquí pronto con la música.

Eso es lo que dijo.

 

Tocan música [dentro].

 

Ya se acerca. ¡Ama! ¡Esposa! ¡Eh! ¡Ama!

 

Entra el AMA.

 

Despierta a Julieta, corre a arreglarla.

Yo voy a hablar con Paris. Date prisa,

date prisa, que ha llegado el novio.

Vamos, date prisa.

 

[Sale.]

 

AMA

¡Señorita! ¡Julieta! ¡Anda, vaya sueño!

¡Eh, paloma! ¡Eh, Julieta! ¡Será dormilona!

¡Eh, cariño! ¡Señorita! ¡Reina! ¡Novia, vamos!

¡Ni palabra! Aprovecha bien ahora,

duerme una semana, que, ya verás,

esta noche el Conde Paris sueña

con quitarte el sueño. ¡Dios me perdone!

¡Amén, Jesús! … Se le han pegado las sábanas.

Tendré que despertarla. ¡Señorita, señorita!

Sí, sí, ya verás como el conde te coja en la cama:

te va a meter miedo. ¿Es que no despiertas?

 

[Descorre las cortinas.]

 

¡Cómo, te vistes y vuelves a acostarte!

Tendré que despertarte. ¡Señorita, señorita!

¡Ay, ay! ¡Socorro, socorro! ¡Está muerta!

¡Ay, dolor! ¿Para qué habré nacido?

¡Ah, mi aguardiente! ¡Señor! ¡Señora!

 

Entra la SEÑORA CAPULETO.

 

SEÑORA CAPULETO

¿Qué escándalo es ese?

AMA

¡Ah, día infortunado!

SEÑORA CAPULETO

¿Qué pasa?

AMA

¡Mirad, mirad! ¡Ah, día triste!

SEÑORA CAPULETO

¡Ay de mí, ay de mí! ¡Mi hija, mi vida!

¡Revive, mírame o moriré contigo!

¡Socorro, socorro! ¡Pide socorro!

 

Entra CAPULETO.

 

CAPULETO

Por Dios, traed a Julieta, que ha llegado el novio!

AMA

¡Está muerta, muerta, muerta! ¡Ay, dolor!

SEÑORA CAPULETO

¡Ay, dolor! ¡Está muerta, muerta, muerta!

CAPULETO

¡Cómo! A ver. ¡Ah, está fría!

La sangre, parada; los miembros, rígidos.

Hace tiempo que la vida salió de sus labios.

La Muerte la cubre como escarcha intempestiva

sobre la más tierna flor de los campos.

AMA

¡Ah, día infortunado!

SEÑORA CAPULETO

¡Ah, tiempo de dolor!

CAPULETO

La Muerte la llevó para hacerme gritar,

pero ahora me ata la lengua y el habla.

 

Entran FRAY LORENZO y el Conde PARIS [con los MÚSICOS].

 

FRAY LORENZO

¿Está lista la novia para it a la iglesia?

CAPULETO

Lista para ir, no para volver.-

Ah, hijo, la noche antes de tu boda

la Muerte ha dormido con tu amada. La flor

que había sido yace ahora desflorada.

La Muerte es mi yerno, la Muerte me hereda;

con mi hija se ha casado. Moriré

dejándole todo: la vida, el vivir, todo es suyo.

PARIS

¡Tanto desear que llegase este día

para ver una escena como esta!

 

Todos a una gritan y se retuercen las manos.

 

SEÑORA CAPULETO

¡Día maldito, funesto, mísero, odioso!

¡La hora más triste que vio el tiempo

en su largo y asiduo peregrinar!

¡Una, sólo una, una pobre y tierna hija,

que me daba alegría y regocijo,

y la cruel Muerte me la arranca de mi lado!

AMA

¡Ah, dolor! ¡Día triste, triste, triste!

¡El más infortunado, el más doloroso

de mi vida, de toda mi vida!

¡Ah, qué día, qué día más odioso!

¡Cuándo se ha visto un día tan negro!

¡Ah, día triste, día triste!

PARIS

¡Engañado, separado, injuriado, muerto!

¡Engañado por ti, Muerte execrable,

derrotado por ti en tu extrema crueldad!

¡Amor! ¡Vida! ¡Vida, no: amor en la muerte!

CAPULETO

¡Despreciado, vejado, odiado, torturado, muerto!

Tiempo de angustia, ¿por qué vienes ahora

matando nuestra celebración?

¡Hija, ah, hija! ¡Mi alma, y no mi hija!

Yaces muerta. Ah, ha muerto mi hija

y con ella se entierra mi gozo.

FRAY LORENZO

¡Por Dios, callad! El trastorno no se cura

con trastornos. El cielo y vos teníais

parte en la bella muchacha; ahora todo

es del cielo, y para ella es lo mejor.

Vuestra parte no pudisteis salvarla de la muerte,

mas la otra eternamente guarda el cielo.

Vuestro anhelo era verla encumbrada;

elevarla habría sido vuestra gloria.

¿Y lloráis ahora que se ha elevado

más allá de las nubes y ya alcanza la gloria?

¡Ah, con ese amor la amáis tan poco

que os perturba su bienaventuranza!

No es buen matrimonio el que años conoce:

la mejor casada es la que muere joven.

Secad vuestras lágrimas y cubrid de romero

este hermoso cuerpo, según la costumbre,

y llevadla a la iglesia con sus mejores galas.

La blanda natura llorar ha mandado,

mas nuestra cordura se ríe del llanto.

CAPULETO

Lo que dispusimos para nuestra fiesta

cambiará su objeto para estas exequias:

ahora los músico! tocarán a muerto,

el banquete será una comida de luto,

los himnos de boda, dolientes endechas,

las flores nupciales lucirán sobre el féretro

y todo ha de volverse su contrario.

FRAY LORENZO

Entrad, señor; señora, entrad con él.

Venid, Conde Paris. Que todos se preparen

para acompañar a la bella difunta en su entierro.

Los cielos os penan por algún pecado;

no los enojéis: cumplid su mandato.

 

Salen todos, menos [los Músicos y] el AMA, que echa romero sobre el cadáver y corre las cortinas.

 

MÚSICO 1.°

Ya podemos irnos con la música a otra parte.

AMA

Marchaos, amigos, marchaos;

ya veis que es un caso de dolor.

 

Sale.

 

MÚSICO 1.°

Sí, es el caso que te hacen cuando duele.

 

Entra PEDRO.

 

PEDRO

¡Músicos, músicos! «Paz del alma», «Paz del alma».

Si queréis que siga vivo, tocad « Paz del alma».

MÚSICO 1.°

¿Por qué «Paz del alma»?

PEDRO

Ah, músicos, porque en mi alma oigo sonar «Se me parte el alma». Ah, confortadme con una endecha que sea alegre.

MÚSICO 1.°

Nada de endechas. No es hora de tocar.

PEDRO

Entonces ¿no?

MÚSICO 1.°

No.

PEDRO

Pues os la voy a dar sonada.

MÚSICO 1.°

¿Qué nos vas a dar?

PEDRO

Dinero, no; guerra. Te voy a poner a tono.

MÚSICO 1.°

Y yo te pondré de esclavo.

PEDRO

Entonces este puñal de esclavo te va a rapar la cabeza. A mí no me trines, que te solfeo. Toma nota.

MÚSICO 1.°

Solfea y darás la nota.

MÚSICO 2.°

Anda, demuestra lo listo que eres y envaina ese puñal.

PEDRO

¡Pues, en guardia! Envainaré mi puñal y os batiré con mi listeza. Respondedme como hombres:

 

«Cuando domina la aflicción

y el alma sufre del pesar,

la música, argénteo son…»

 

¿Por qué «argénteo» ? ¿Por qué « la música, argénteo son»? ¿Qué dices tú, Simón Cuerdas?

MÚSICO 1.°

Pues porque, igual que la plata, suena dulce.

PEDRO

¡Palabras! ¿Tú qué dices, Hugo Violas?

MÚSICO 2.°

«Argénteo» porque a los músicos nos pagan en plata.

PEDRO

¡Más palabras! ¿Y tú qué dices, Juan del Coro?

MÚSICO 3.°

Pues no sé qué decir.

PEDRO

¡Ah, disculpad! Sois el cantor. Yo os lo diré. «La música, argénteo son» porque a los músicos nunca os suena el oro.

 

«… la música, argénteo son,

el mal no tarda en reparar».

 

Sale.

 

MÚSICO 1.°

¡Qué pillo más irritante!

MÚSICO 2.°

¡Que lo zurzan! Venga, vamos a entrar. Aguardamos a los dolientes y esperamos a comer.

 

Salen.

 

V.i Entra ROMEO.

 

ROMEO

Si puedo confiar en la verdad

de un sueño halagador, se acercan buenas nuevas.

El rey de mi pecho está alegre en su trono

y hoy un insólito vigor me eleva

sobre el suelo con pensamientos de júbilo.

Soñé que mi amada vino y me halló muerto

(sueño extraño, si en él un muerto piensa)

y me insufló tanta vida con sus besos

que resucité convertido en un emperador.

¡Ah, qué dulce ha de ser el amor real

si sus sombras albergan tanta dicha!

 

Entra BALTASAR, criado de Romeo.

 

¡Noticias de Verona! ¿Qué hay, Baltasar?

¿No traes cartas del fraile?

¿Cómo está mi amor? ¿Está bien mi padre?

¿Cómo está Julieta? Dos veces lo pregunto,

pues nada puede ir mal si ella está bien.

BALTASAR

Entonces está bien y nada puede ir mal.

Su cuerpo descansa en la cripta de los Capuletos

y su alma inmortal vive con los ángeles.

Vi cómo la enterraban en el panteón

y a toda prisa cabalgué para contároslo.

Perdonadme por traeros malas nuevas,

pero cumplo el deber que me asignasteis.

ROMEO

¿Es verdad? Entonces yo os desafío, estrellas.-

Ya sabes dónde vivo; tráeme papel y tinta

y alquila caballos de posta. Salgo esta noche.

BALTASAR

Calmaos, señor, os lo ruego.

Estáis pálido y excitado, y eso anuncia

alguna adversidad.

ROMEO

Calla, te equivocas.

Déjame y haz lo que te he dicho.

¿No tienes carta para mí de Fray Lorenzo?

BALTASAR

No, señor.

ROMEO

No importa. Vete. Y alquila esos caballos.

Yo voy contigo en seguida.

 

Sale BALTASAR.

 

Bien, Julieta, esta noche yaceré contigo.

A ver la manera. ¡Ah, destrucción, qué pronto

te insinúas en la mente de un desesperado!

Recuerdo un boticario, que vive

por aquí. Le vi hace poco, cubierto

de andrajos, con cejas muy pobladas,

recogiendo hierbas. Estaba macilento;

su penuria le había enflaquecido.

En su pobre tienda pendía una tortuga,

un caimán disecado y varias pieles

de peces deformes; y por los estantes,

expuestas y apenas separadas,

un número exiguo de cajas vacías,

cazuelas verdes, vejigas, semillas rancias,

hilos bramantes y panes de rosa ya pasados.

Viendo esa indigencia, yo me dije:

«Si alguien necesita algún veneno,

aunque en Mantua venderlo se pena con la muerte,

este pobre hombre se lo venderá.»

Ah, la idea se adelantó a mi menester

y ahora este menesteroso ha de vendérmelo.

Que yo recuerde, esta es la casa;

hoy es fiesta, y la tienda está cerrada.

¡Eh, boticario!

 

Entra el BOTICARIO.

 

BOTICARIO

¿Quién grita?

ROMEO

Vamos, ven aquí. Veo que eres pobre.

Toma cuarenta ducados y dame

un frasco de veneno, algo que actúe rápido

y se extienda por las venas, de tal modo

que el cansado de la vida caiga muerto

y el aliento salga de su cuerpo

con el ímpetu de la pólvora inflamada

cuando huye del vientre del cañón.

BOTICARIO

De esas drogas tengo, pero las leyes de Mantua

castigan con la muerte a quien las venda.

ROMEO

¿Y tú temes la muerte, estando tan escuálido

y cargado de penuria? El hambre está en tu cara;

en tus ojos hundidos, la hiriente miseria;

tu cuerpo lo visten indignos harapos.

El mundo no es tu amigo, ni su ley,

y el mundo no da ley que te haga rico,

conque no seas pobre, viola la ley y toma esto.

BOTICARIO

Accede mi pobreza, no mi voluntad.

ROMEO

Le pago a to pobreza, no a to voluntad.

BOTICARIO

Disolved esto en cualquier líquido

y bebedlo y, aunque tengáis el vigor

de veinte hombres, al instante os matará.

ROMEO

Aquí está el oro, peor veneno para el alma;

en este mundo asesina mucho más

que las tristes mezclas que no puedes vender.

Soy yo quien te vende veneno, no tú a mí.

Adiós, cómprate comida y echa carnes.

 

[Sale el BOTICARIO.]

 

Cordial y no veneno, ven conmigo

a la tumba de Julieta, que es tu sitio.

 

V.ii Entra FRAY JUAN.

 

FRAY JUAN

¡Eh, santo franciscano, hermano!

 

Entra FRAY LORENZO.

 

FRAY LORENZO

Esa parece la voz de Fray Juan.

Bien venido de Mantua. ¿Qué dice Romeo?

Si escribió su mensaje, dame la carta.

FRAY JUAN

Fui en busca de un hermano franciscano

que había de acompañarme. Le hallé

en la ciudad, visitando a los enfermos.

La guardia sanitaria, sospechando

que la casa en que vivíamos los dos

estaba contagiada por la peste,

selló las puertas y nos prohibió salir.

Por eso no pude viajar a Mantua.

FRAY LORENZO

Entonces, a Romeo, ¿quién le llevó mi carta?

FRAY JUAN

Aquí está, no pude mandársela

ni conseguir que nadie os la trajese.

Tenían mucho miedo de contagios.

FRAY LORENZO

¡Ah, desventura! Por la orden franciscana,

no era una carta cualquiera, sino de gran

trascendencia. No entregarla podría hacer

mucho daño. Vamos, Fray Juan, buscadme

una palanca y llevádmela a la celda.

FRAY JUAN

Ahora mismo os la llevo, hermano.

 

Sale.

 

FRAY LORENZO

He de ir solo al panteón. De aquí

a tres horas despertará Julieta.

Se enfadará conmigo cuando sepa que Romeo

no ha sido avisado de lo sucedido.

Volveré a escribir a Mantua; a ella la tendré

aquí, en mi celda, hasta que llegue Romeo.

¡Ah, cadáver vivo en tumba de muertos!

 

Sale.

 

V.iii Entran PARIS y su PAJE, con flores, agua perfumada [y una antorcha].

 

PARIS

 

Muchacho, dame la antorcha y aléjate.

No, apágala; no quiero que me vean.

Ahora échate al pie de esos tejos

y pega el oído a la hueca tierra.

Así no habrá pisada que no oigas

en este cementerio, con un suelo tan blando

de tanto cavar tumbas. Un silbido tuyo

será aviso de que alguien se acerca.

Dame esas flores. Haz lo que te digo, vamos.

PAJE [aparte]

Me asusta quedarme aquí solo

en el cementerio, pero lo intentaré.

 

[Sale. ] PARIS cubre la tumba de flores.

 

PARIS

Flores a esta flor en su lecho nupcial.

Mas, ay, tu dosel no es más que polvo y piedra.

Con agua de rosas lo he de rociar

cada noche, o con lágrimas de pena.

Las exequias que desde ahora te consagro

son mis flores cada noche con mi llanto.

 

Silba el PAJE.

 

Me avisa el muchacho; viene alguien.

¿Qué pie miserable se acerca a estas horas

turbando mis ritos de amor y mis honras?

 

Entran ROMEO y BALTASAR con una antorcha, una azada y una barra de hierro.

 

¡Cómo! ¿Con antorcha? Noche, ocúltame un instante.

 

[Se esconde.]

 

ROMEO

Dame la azada y la barra de hierro.

Ten, toma esta carta. Haz por entregarla

mañana temprano a mi padre y señor.

Dame la antorcha. Te lo ordeno por tu vida:

por más que oigas o veas, aléjate

y no interrumpas mi labor.

Si desciendo a este lecho de muerte

es por contemplar el rostro de mi amada,

pero, sobre todo, por quitar de su dedo

un valioso anillo, un anillo que he de usar

en un asunto importante. Así que vete.

Si, por recelar, vuelves y me espías

para ver qué más cosas me propongo,

por Dios, que te haré pedazos y te esparciré

por este insaciable cementerio.

El momento y mi propósito son fieros,

más feroces y mucho más inexorables

que un tigre hambriento o el mar embravecido.

BALTASAR

Me iré, señor, y no os molestaré.

ROMEO

Con eso me demuestras tu amistad. Toma:

vive y prospera. Adiós, buen amigo.

BALTASAR [aparte]

Sin embargo, me esconderé por aquí.

Su gesto no me gusta y sospecho su propósito.

 

[Se esconde.]

 

ROMEO

Estómago odioso, vientre de muerte,

saciado del manjar más querido de la tierra,

así te obligo a abrir tus mandíbulas podridas

y, en venganza, te fuerzo a tragar más alimento,

 

Abre la tumba.

 

PARIS

Este es el altivo Montesco desterrado,

el que mató al primo de mi amada, haciendo

que ella, según dicen, muriese de la pena.

Seguro que ha venido a profanar

los cadáveres. Voy a detenerle.

 

[Desenvaina.]

 

¡Cesa tu impía labor, vil Montesco!

¿Pretendes vengarte más allá de la muerte?

¡Maldito infame, date preso!

Obedece y ven conmigo, pues has de morir.

ROMEO

Es verdad, y por eso he venido.

Querido joven, no provoques a un desesperado;

huye y déjame. Piensa en estos muertos

y teme por tu vida. Te lo suplico,

no añadas a mi cuenta otro pecado

moviéndome a la furia. ¡Márchate!

Por Dios, más te aprecio que a mí mismo,

pues vengo armado contra mí mismo.

No te quedes; vete. Vive y después di

que el favor de un loco te dejó vivir.

PARIS

Rechazo tus súplicas y por malhechor te prendo.

ROMEO

¿Así que me provocas? Pues toma, muchacho.

 

Luchan. [Entra el PAJE de Paris.]

 

PAJE

¡Dios del cielo, están luchando! Llamaré a la guardia.

 

[Sale.]

 

PARIS

¡Ah, me has matado! Si tienes compasión,

abre la tumba y ponme al lado de Julieta.

 

[Muere.]

 

ROMEO

Te juro que lo haré. A ver su cara.

¡El pariente de Mercucio, el Conde Paris!

¿Qué decía mi criado mientras cabalgábamos

que mi alma agitada no escuchaba? Creo que dijo

que Paris iba a casarse con Julieta.

¿Lo dijo? ¿O lo he soñado?

¿O me he vuelto loco oyéndole hablar de Julieta

y creo que lo dijo? Ah, dame la mano:

tú estás conmigo en el libro de la adversidad.

Voy a enterrarte en regio sepulcro.

¿Sepulcro? No, salón de luz, joven muerto:

aquí yace Julieta, y su belleza convierte

el panteón en radiante cámara de audiencias.

Muerte, yace ahí, enterrada por un muerto.

 

[Coloca a PARIS en la tumba.]

 

¡Cuántas veces los hombres son felices

al borde de la muerte! Quienes los vigilan

lo llaman el último relámpago. ¿Puedo yo

llamar a esto relámpago? Ah, mi amor, mi esposa,

la Muerte, que robó la dulzura de tu aliento,

no ha rendido tu belleza, no te ha conquistado.

En tus labios y mejillas sigue roja

tu enseña de belleza, y la Muerte

aún no ha izado su pálida bandera.

Tebaldo, ¿estás ahí, en tu sangrienta mortaja?

¿Qué mejor favor puedo yo hacerte

que, con la misma mano que segó tu juventud,

matar la del que ha sido tu enemigo?

Perdóname, primo. ¡Ah, querida Julieta!

¿Cómo sigues tan hermosa? ¿He de creer

que la incorpórea Muerte se ha enamorado

y que la bestia horrenda y descarnada

te guarda aquí, en las sombras, como amante?

Pues lo temo, contigo he de quedarme

para ya nunca salir de este palacio

de lóbrega noche. Aquí, aquí me quedaré

con los gusanos, tus criados.

Ah, aquí me entregaré a la eternidad

y me sacudiré de esta carne fatigada

el yugo de estrellas adversas. ¡Ojos, mirad

por última vez! ¡Brazos, dad vuestro último abrazo!

Y labios, puertas del aliento, ¡sellad con un beso

un trato perpetuo con la ávida Muerte!

Ven, amargo conductor; ven, áspero guía.

Temerario piloto, ¡lanza tu zarandeado

navío contra la roca implacable!

Brindo por mi amor.

 

[Bebe.]

 

¡Ah, leal boticario, tus drogas son rápidas!

Con un beso muero.

 

Cae.

Entra FRAY LORENZO con linterna, palanca y azada.

 

FRAY LORENZO

¡San Francisco me asista! ¿En cuántas tumbas

habré tropezado esta noche? ¿Quién va?

BALTASAR

Un amigo, alguien que os conoce.

FRAY LORENZO

Dios te bendiga. Dime, buen amigo,

¿de quién es esa antorcha que en vano da luz

a calaveras y gusanos? Parece que arde

en el panteón de los Capuletos.

BALTASAR

Así es, venerable señor, y allí está mi amo,

a quien bien queréis.

FRAY LORENZO

¿Quién es?

BALTASAR

Romeo.

FRAY LORENZO

¿Cuánto lleva ahí?

BALTASAR

Media hora larga.

FRAY LORENZO

Ven al panteón.

BALTASAR

Señor, no me atrevo.

Mi amo cree que ya me he ido

y me amenazó terriblemente con matarme

si me quedaba a observar sus intenciones.

FRAY LORENZO

Entonces quédate; iré solo. Tengo miedo.

Ah, temo que haya ocurrido una desgracia.

BALTASAR

Mientras dormía al pie del tejo,

soñé que mi amo luchaba con un hombre

y que le mataba.

 

[Sale.]

 

FRAY LORENZO

¡Romeo!

 

Se agacha y mira la sangre y las armas.

 

¡Ay de mí! ¿De quién es la sangre que mancha

las piedras de la entrada del sepulcro?

¿Qué hacen estas armas sangrientas y sin dueño

junto a este sitio de paz?

¡Romeo! ¡Qué pálido! ¿Quién más? ¡Cómo! ¿Paris?

¿Y empapado de sangre? ¡Ah, qué hora fatal

ha causado esta triste desgracia!

 

[Se despierta JULIETA.]

 

La dama se mueve.

 

JULIETA

Ah, padre consolador, ¿dónde está mi esposo?

Recuerdo muy bien dónde debo hallarme,

y aquí estoy. ¿Dónde está Romeo?

FRAY LORENZO

Oigo ruido, Julieta. Sal de ese nido

de muerte, infección y sueño forzado.

Un poder superior a nosotros

ha impedido nuestro intento. Vamos, sal.

Tu esposo yace muerto en tu regazo,

y también ha muerto Paris. Ven, te confiaré

a una comunidad de religiosas.

Ahora no hablemos: viene la guardia.

Vamos, Julieta; no me atrevo a seguir aquí.

 

Sale.

 

JULIETA

Marchaos, pues yo no pienso irme.

¿Qué es esto? ¿Un frasco en la mano de mi amado?

El veneno ha sido su fin prematuro.

¡Ah, egoísta! ¿Te lo bebes todo sin dejarme

una gota que me ayude a seguirte?

Te besaré: tal vez quede en tus labios

algo de veneno, para que pueda morir

con ese tónico. Tus labios están calientes.

GUARDIA [dentro]

¿Por dónde, muchacho? Guíame.

JULIETA

¿Qué? ¿Ruido? Seré rápida. Puñal afortunado,

voy a envainarte. Oxídate en mí y deja que muera.

 

Se apuñala y cae. Entra el PAJE [de Paris] y la guardia.

 

PAJE

Este es el lugar, ahí donde arde la antorcha.

GUARDIA 1.°

Hay sangre en el suelo; buscad por el cementerio.

Id algunos; prended a quien halléis.

 

[Salen algunos GUARDIAS.]

 

¡Ah, cuadro de dolor! Han matado al conde

y sangra Julieta, aún caliente y recién muerta,

cuando llevaba dos días enterrada.

¡Decídselo al Príncipe, avisad a los Capuletos,

despertad a los Montescos! Los demás, ¡buscad!

 

[Salen otros GUARDIAS.]

 

Bien vemos la escena de tales estragos,

pero los motivos de esta desventura,

si no nos los dicen, no los vislumbramos.

 

Entran GUARDIAS con [BALTASAR] el criado de Romeo.

 

GUARDIA 2.°

Esté es el criado de Romeo; estaba en el cementerio.

GUARDIA 1.°

Vigiladle hasta que venga el Príncipe.

 

Entra un GUARDIA con FRAY LORENZO.

 

GUARDIA 3.°

Aquí hay un fraile que tiembla, llora y suspira.

Le quitamos esta azada y esta pala

cuando salía por este lado del cementerio.

GUARDIA 1.°

Muy sospechoso. Vigiladle también.

 

Entra el PRINCIPE con otros.

 

PRINCIPE

¿Qué desgracia ha ocurrido tan temprano

que turba mi reposo?

 

Entran CAPULETO y la SEÑORA CAPULETO.

 

CAPULETO

¿Qué ha sucedido que todos andan gritando?

SEÑORA CAPULETO

En las calles unos gritan «¡Romeo!»;

otros, «¡Julieta!»; otros, «¡Paris!»; y todos

vienen corriendo hacia el panteón.

PRINCIPE

¿Qué es lo que tanto os espanta?

GUARDIA 1.°

Alteza, ahí yace asesinado el Conde Paris;

Romeo, muerto; y Julieta, antes muerta,

acaba de morir otra vez.

PRINCIPE

¡Buscad y averiguad cómo ha ocurrido este crimen!

GUARDIA 1.°

Aquí están un fraile y el criado de Romeo,

con instrumentos para abrir

las tumbas de estos muertos.

CAPULETO

¡Santo cielo! Esposa, mira cómo se desangra

nuestra hija. El puñal se equivocó.

Debiera estar en la espalda del Montesco

y se ha envainado en el pecho de mi hija.

SEÑORA CAPULETO

¡Ay de mí! Esta escena de muerte es la señal

que me avisa del sepulcro.

 

Entra MONTESCO.

 

PRINCIPE

Venid, Montesco: pronto os habéis levantado

para ver a vuestro hijo tan pronto caído.

MONTESCO

Ah, Alteza, mi esposa murió anoche:

el destierro de mi hijo la mató de pena.

¿Qué otro dolor amenaza mi vejez?

PRINCIPE

Mirad y veréis.

MONTESCO

¡Qué desatención! ¿Quién te habrá enseñado

a ir a la tumba delante de tu padre?

PRINCIPE

Cerrad la boca del lamento

hasta que podamos aclarar todas las dudas

y sepamos su origen, su fuente y su curso.

Entonces seré yo el guía de vuestras penas

y os acompañaré, si cabe, hasta la muerte.

Mientras, dominaos; que la desgracia

ceda a la paciencia. Traed a los sospechosos.

FRAY LORENZO

Yo soy el que más; el menos capaz

y el más sospechoso (pues la hora y el sitio

me acusan) de este horrendo crimen.

Y aquí estoy para inculparme y exculparme,

condenado y absuelto por mí mismo.

PRINCIPE

Entonces decid ya lo que sabéis.

FRAY LORENZO

Seré breve, pues la vida que me queda

no es muy larga para la premiosidad.

Romeo, ahí muerto, era esposo de Julieta

y ella, ahí muerta, fiel esposa de Romeo:

yo los casé. El día del secreto matrimonio

fue el postrer día de Tebaldo, cuya muerte

intempestiva desterró al recién casado.

Por él, no por Tebaldo, lloraba Julieta.

Vos, por apagar ese acceso de dolor,

queríais casarla con el Conde Paris

a la fuerza. Entonces vino a verme

y, desquiciada, me pidió algún remedio

que la librase del segundo matrimonio,

pues, si no, se mataría en mi celda.

Yo, entonces, instruido por mi ciencia,

le entregué un narcótico, que produjo

el efecto deseado, pues le dio el aspecto

de una muerta. Mientras, a Romeo le pedí

por carta que viniera esta noche y me ayudase

a sacarla de su tumba temporal,

por ser la hora en que el efecto cesaría.

Mas Fray Juan, el portador de la carta,

se retrasó por accidente y hasta anoche

no me la devolvió. Entonces, yo solo,

a la hora en que Julieta debía despertar,

vine a sacarla de este panteón,

pensando en tenerla escondida en mi celda

hasta poder dar aviso a Romeo.

Pero al llegar, unos minutos antes

de que ella despertara, vi que yacían muertos

el noble Paris y el fiel Romeo.

Cuando despertó, le pedí que saliera

y aceptase la divina voluntad,

pero entonces un ruido me hizo huir

y ella, en su desesperación, no quiso

venir y, por lo visto, se dio muerte.

Esto es lo que sé; el ama es conocedora

de este matrimonio. Si algún daño se ha inferido

por mi culpa, que mi vida sea sacrificada,

aunque sea poco antes de su hora,

con todo el rigor de nuestra ley.

PRINCIPE

Siempre os he tenido por hombre venerable.

¿Y el criado de Romeo? ¿Qué dice a esto?

BALTASAR

A mi amo hice saber la muerte de Julieta,

y desde Mantua él vino a toda prisa

a este lugar, a este panteón. Me dijo

que entregase esta carta a su padre sin demora

y, al entrar en la tumba, me amenazó de muerte

si no me iba y le dejaba solo.

PRINCIPE

Dame la carta; la leeré. ¿Dónde está

el paje del conde que avisó a la guardia?

Dime, ¿qué hacía tu amo en este sitio?

PAJE

Quería cubrir de flores la tumba de su amada.

Me pidió que me alejase; así lo hice.

Al punto llegó alguien con antorcha

dispuesto a abrir la tumba. Mi amo le atacó

y yo corrí a llamar a la guardia.

PRINCIPE

La carta confirma las palabras del fraile,

el curso de este amor, la noticia de la muerte;

y aquí dice que compró a un humilde

boticario un veneno con el cual

vino a morir y yacer con Julieta.

¿Dónde están los enemigos, Capuleto y Montesco?

Ved el castigo a vuestro odio: el cielo halla

medios de matar vuestra dicha con el amor,

y yo, cerrando los ojos a vuestras discordias,

pierdo dos parientes. Todos estamos castigados.

CAPULETO

Hermano Montesco, dame la mano:

sea tu aportación a este matrimonio,

que no puedo pedir más.

MONTESCO

Pero yo sí puedo darte más:

haré a Julieta una estatua de oro

y, mientras Verona lleve su nombre,

no habrá efigie que tan gran estima vea

como la de la constante y fiel Julieta.

CAPULETO

Tan regio yacerá Romeo a su lado.

¡Pobres víctimas de padres enfrentados!

PRINCIPE

Una paz sombría nos trae la mañana:

no muestra su rostro el sol dolorido.

Salid y hablaremos de nuestras desgracias.

Perdón verán unos; otros, el castigo,

pues nunca hubo historia de más desconsuelo

que la que vivieron Julieta y Romeo.

 

Salen todos.

FIN



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