Dómine, ne in furore tuo
No con furor sañoso
me confundas, Señor, estando airado,
ni con ceño espantoso
me castigues, tasado
cuanto merece al justo mi pecado.
Mas antes sin enojo
doliéndote de mí te muestra humano;
pues a tus pies me acojo,
sáname con tu mano,
que no tiene mi cuerpo hueso sano.
Mi alma está confusa
entre esperanza y miedo vacilando;
¿y dónde, Señor, se usa,
que a quien se está finando
y os llama le dejéis así? ¿Hasta cuándo?
Vuelve, Señor, tu cara;
alienta aqueste espíritu afligido,
que tu clemencia rara
no atropella al caído,
ni quiere hacer justicia en el rendido.
Que nadie en la agonía
se acordará de Ti sin Ti, por cierto;
y con la losa fría,
de tierra ya cubierto,
¿qué gloria puede darte un cuerpo muerto?
Por esto en un gemido
las noches llevaré todas lavando
el lecho defendido,
que mancillé pecando,
mi cama con mis lágrimas bañando.
La fuerza de mi llanto
de mis ojos la vista ha enflaquecido;
y de enemigos tanto
fui siempre combatido,
que estoy siempre arrugado y consumido.
¡Afuera pecadores!
¡No tengáis parte en mí los que habéis sido
de la maldad autores;
porque el Señor ha oído
el llanto de mis voces y gemido!
Porque ya de mis quejas
la lamentable voz es recibida
dentro de sus orejas,
y tan bien acogida,
que luego fui librado en siendo oída.
Túrbense avergonzados
todos mis enemigos grandemente;
las espaldas tornados
vuelvan confusamente,
huyendo a rienda suelta, velozmente.
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