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San Juan

[Poema - Texto completo.]

José Batres Montúfar

Sylva capax avi, validaque incurva senecta;
Aeternum intonsoe frondis stat pervia nullis
Solibus. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . et exclusoe pallet mala lucis imago.
Statius, Thebaida

De fieras poblado, de selvas cubierto
que vieron erguidas cien siglos pasar,
allá en Nicaragua se extiende un desierto
¡Su historia… ninguna! Su límite… el mar.

Montañas sin nombre las nubes asaltan
de yermo lanzadas do esconden el pie;
sus faldas en vano de verde se esmaltan,
de alfombras se cubren que el hombre no ve.

No guarda en su seno ni mieses ni flores,
no viste sus valles de espléndidas galas,
no danzan en ellos ni cantan amores
apuestos donceles con lindas zagalas.

Sin templos, sin puentes, sin arcos, sin muros,
ni granjas, ni apriscos, ni huellas humanas,
por esos desiertos callados y obscuros
ni cúpulas brilla ni suenan campanas,

Ni triscan ganados, ni hogares humean,
ni riegan jardines arrojos suaves,
ni cultas campiñas la vista recrean,
ni trilla la tierra domésticas aves.

Sus vegas infestan salvajes desnudos
cruzando sus aguas en toscos acales:
caimanes feroces, voraces, membrudos,
disputan con ellos sus turbios canales.

Allí la serpiente sus roscas arrastra
colgada la vista del leve esquirol,
en húmedo surco trazando su rastra
que nunca secaron los rayos del sol.

Sus alas fornidas el águila tiende,
del monte corona, del viento sultana,
la atmósfera gime que rápida hiende
apenas descubre su presa lejana.

Del tigre sangrienta la cuádruple garra,
su paso revela grabada en la tierra
o el bálsamo duro y el cedro desgarra,
en cuya corteza profunda se entierra.

Parece el desierto coloso dormido
que inmóvil ostenta su máquina inerte;
gigante que yace por tierra tendido
en torno velándole un ángel de muerte.

Azul y amarillo sus anchas espaldas
un manto cobija, con montes por borlas
y abismos por pliegues, haciendo a sus haldas
del mar las espumas blanquísimas orlas.

Del mar al oriente conturban las olas,
¡oh páramo inmenso!, tu mágica escena,
royendo tus playas ardientes y solas,
tragando tus ríos, mordiendo tu arena.

Tus fastos publican, sin más monumentos
ni rotas columnas que marquen tus eras,
tus ceibas que arrancan con raíces los vientos,
o heridas del rayo tus altas palmeras.

Mortales aromas tus auras derraman,
tu ambiente es ponzoña, tu brisa huracán,
tus trovas de amores las hondas que braman,
tus luces la hoguera que arroja el volcán.

Tus hojas devoran la luz de la luna
al suelo robando sus rayos de plata;
distante, dormida, la clara laguna
su disco refleja, su imagen retrata.

Tu nombre tenía mi amigo, mi hermano¹
sobre él derramaste tu odioso veneno
apenas bebiendo su aliento lozano
el hálito impuro que brota tu seno.

¡Por él te maldigo! ¡Por él te saludo!
Mis lágrimas guarda, maldito desierto;
de prados, de mieses, de flores desnudo,
de fieras poblado, de selvas cubierto.


1. Alude a la muerte de don Juan Batres,
hermano del autor, acaecida en San Juan
de Nicaragua.


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