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 ¿Se acuerda usted de Juan, de aquel muchacho 
de quien le dije a usted 
que eran aquellos cuadros tan bonitos 
y el paisajito aquel? 
¿Sí?, pues señor, ayer por la mañana 
como a eso de las diez, 
se suicidó por celos de su novia; 
¿lo pasará usté a creer? 
Yo no pude ir a verle, porque he estado 
muy malo desde antier; 
pero Antonio, el que en casa de Jacinta 
nos habló aquella vez, 
cuando por poco mata a usted a palos 
el papá de Isabel, 
dice que estaba el pobre hecho pedazos 
desde el cuello a los pies, 
con la lengua de fuera y con los ojos 
volteados al revés; 
que el pavimento estaba ensangrentado, 
manchada la pared, 
y que además del pecho en que tenía 
dos heridas o tres 
se rasgó la garganta y, según dicen, 
la barriga también. 
Juzgando por el dicho de los guardas 
y el dueño del hotel, 
el arma con que Juan se dio la muerte 
fue un tranchete leonés. 
El caso es que en la bolsa del chaleco 
le hallaron un papel 
que, sobre poco más o menos, dice 
lo que va usted a ver: 
–Para que a nadie acuse de mi muerte 
don Tiburcio Montiel, 
sépase que me mato, porque quiero 
dejar de padecer… 
porque ya estoy cansado de esta vida 
que tan odiosa me es, 
y porque ya he bebido hasta las heces 
el cáliz de la hiel. 
Mi novia Sinforiana se ha casado, 
y esto no puede ser… 
un desgraciado menos… Pasajero, 
¡ruégale a Dios por él…!– 
Así dice la carta que yo mismo 
vi en “El Siglo” de ayer, 
¿quién se hubiera pensado hace tres días, 
figúrese usted, quién, 
que aquel huero tan gordo y colorado, 
que el barboncito aquel, 
tan callado y tan serio, moriría 
pocas horas después…? 
¿Verdad que nadie?, pues el hecho es ese, 
así como también 
que la tal Sinforiana ha derramado 
mil lágrimas por él, 
pues dice que su esposo el comandante, 
solamente en un mes, 
le ha dado tres palizas soberanas 
sin contar la de ayer; 
que llega por la noche en un estado 
incapaz de embriaguez; 
que sin llevarle el diario le está siempre 
pidiendo que comer, 
y, en fin, que una y mil veces le ha pesado 
haberse ido con él. 
La pobrecita está tan apurada 
que ya no halla que hacer, 
y según yo la he visto, apostaría 
doscientos contra cien, 
y que si dura, durará a lo mucho 
¡hasta fines del mes…! 
Conclusión: –Sinforiana se ha matado. 
¿No se lo dije a usted? 
 
1872
  
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