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 Sí, mi amigo don Gregorio, 
tiene usted mucha razón, 
eso mismo que usted dice, 
eso mismo que digo yo… 
I 
Juzga usted que es una plaga, 
que es un castigo de Dios, 
esa turba de mocosos 
sin quehacer ni ocupación, 
que a falta de otra han tomado 
la carrera de escritor; 
que si hablan del Nigromante 
no lo bajan de chambón, 
que a Altamirano lo acaban, 
que a Peredo le hacen fo, 
que a Prieto lo ponen de asco, 
que a Justo lo dejan peor, 
y que llevando hasta Europa 
su crítica erudición, 
destrozan a Víctor Hugo 
y a Dumas y a Campoamor 
y a cuantos hallan al paso, 
con su hidrofobia feroz; 
y agrega usted que sería 
muchísimo mejor 
que hacerles caso o echarles 
un indigesto sermón, 
dejarlos a que los oiga 
la madre que los parió. 
Pues sí, señor don Gregorio, 
tiene usted mucha razón, 
eso mismo que usted dice, 
eso mismo digo yo… 
II 
Juzga usted que es un espanto 
piensa usted que es un horror, 
ver tantas composiciones 
como se publican hoy, 
en que después de salirnos 
el imberbe trovador 
con uno de esos ideales 
que ya se hacen de cajón, 
muy sonrosados los labios, 
muy argentina la voz, 
muy los cabellos de seda, 
(vaya una trasposición) 
y muy llena de desdenes, 
que los merece el autor, 
termina éste con que la ama 
con todo su corazón, 
cuando mejor que ocuparse 
en hablarnos de su amor 
y en pintarnos los efectos 
de su estúpida pasión 
según usted, debería, 
aquí para entre los dos, 
decirse bruto tres veces 
con mucha circunspección, 
alzar al cielo los ojos, 
rezar el “yo pecador” 
y en seguida dispararse 
media pistola de Colt. 
Pues sí, señor don Gregorio, 
tiene usted mucha razón, 
eso mismo que usted dice, 
eso mismo digo yo… 
III 
Dice usted que ya da miedo 
que vale lo menos dos, 
ver a tantos que pretenden 
demostrar su erudición 
llenando de latinajos 
su inconocible español, 
y que tal verso de Ovidio 
lo dan por de Cicerón, 
cuando nunca escribió versos 
el pobrecito orador, 
que a despecho suyo tiene 
que pasar por un ladrón 
gracias al atrevimiento 
de esos benditos de Dios, 
y agrega usted, amigo mío, 
que en su muy pobre opinión 
debieran esos señores 
fijarse en que escriben hoy 
que son tan raros los sabios 
en la lengua de Catón, 
y en que cada cita de esas, 
sépase la lengua o no, 
viene a ser como un peñasco 
donde el mísero lector 
tiene a fuerza que pararse 
y aguantarse un tropezón 
que bien puede hacer a alguno 
que mande al diablo al autor. 
Pues sí, señor don Gregorio, 
tiene usted mucha razón, 
eso mismo que usted dice, 
eso mismo digo yo… 
IV 
Concluye usted en su carta, 
mi buen amigo y señor, 
diciéndome que no acierta 
a encontrar la explicación 
de esas ínfulas de sabio 
y ese aire de hombre de pro 
con que se presenta alguno 
por haber sido orador 
y haber gritado en septiembre, 
¡Viva la Constitución! 
Lo que le aplaudieron mucho, 
según dice él que lo oyó; 
y protesta usted por su alma, 
que no halla puesto en razón 
que por sólo ese motivo 
se le haga miembro de honor 
de cuanta academia existe 
dentro de la población, 
ni que se inscriba su nombre 
como colaborador 
a la cabeza de todos 
los diarios que salen hoy, 
haciéndolo revestirse 
de este aire de protección 
con que trata aun a los mismos 
de donde el necio salió, 
y a quienes usted querría 
degollar de dos en dos 
para acabar con la raza 
y quedarnos usté y yo, 
que somos tan campechanos 
y hombres de tan buen humor 
y que hacemos unos versos 
que le gustan hasta a Dios. 
Pues sí, señor don Gregorio, 
tiene usted mucha razón, 
eso mismo que usted dice, 
eso mismo digo yo… 
 
1873
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