Si tuviera la ligereza de una muchacha
en lugar de este corazón torturado,
pesadísimo, y conociera
la pureza de las aguas como si estuviera
recogida en suaves sacrificios,
despojaría esta insípida memoria
para sumergirme en ti, hecho mi hombre.
Te debo los relatos más fructíferos
de mi tierra que nunca da espigas
y te debo palabras como la abeja
debe miel a su flor. Porque te amo,
querido, desde siempre, antes del infierno,
antes del paraíso, incluso antes
de que fuera arrojada al barro
de mi temeroso cuerpo. Amor mío,
¡cuán pesado es llevarte mi carro
que conduzco en el día del ardor
hacia tus mil bocas de alivio!