En la linde del bosque no había más sonido que el leve cuchicheo de una larga guadaña hablando con la tierra. No sé qué le diría. Quizás le contaba algo sobre el calor del sol, o quizás algo acerca de aquel vasto silencio, y por esto su voz no era más que susurro. No le hablaba de un sueño nacido de los ocios, ni de oro regalado por algún hada o duende: fuera de la verdad, todo parece frágil para el ferviente amor que alineó gavillas, no sin dejar algunas flores (blancas orquídeas), y asustó a una serpiente de un verde coruscante. El sueño más hermoso que el trabajo conoce son los hechos. Mi larga guadaña susurró, y olvidose del heno.