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Soledad

[Poema - Texto completo.]

Yevgueni Yevtushenko

Qué desdicha es estar solo en un cine
sin una esposa, una amante o un amigo
¡donde las películas son tan cortas
y la espera es muy larga!
Qué desgracia siente uno
en esa privada guerra de nervios
mientras  descorteces parejas en el vestíbulo del cine
se comen un pastel, avergonzados  en una esquina
como si lo que hacen fuera algo depravado…
Ultrajados por la desolación
ausentes  de anhelos
enceguecidos nos lanzamos a cualquier tipo de gente,
y nos subyugamos a amistades sin ningún valor
que nos siguen hasta en nuestra propia tumba.
La amistad misma se convierte en algo sin sentido,
para algunos es beber y beber,
o mostrar sus trajes de última moda,
mientras para otros
es discutir ideas supuestamente coherentes,
pero si se mira con cuidado
todas tienen la misma características
¡Variados son los tipos de vanidad!
Primero una,
y luego aparece otra molesta amistad…
¿De cuántas he tenido que escapar?
¡la verdad es que he perdido la cuenta!
¿Con cuánta frecuencia en una nueva trampa
he dejado
olvidado mi abrigo de piel?
Oye tú, la libertad en una tierra sin nadie
está más allá..
¡Pero quién demonios  necesita de ti!
Tú eres seductora
sin embargo despreciable
como una esposa infiel.
¿Y tú, mi adorada,
cómo te va?
¿Te has desprendido de tu presuntuosa vanidad?
¿A quién pertenecen ahora tus oblicuos ojos
y tus blancos y lujuriosos hombros?
Tú piensas que soy vengativo, sin duda lo soy,
y que ahora me he transformado en un taxi
en una carrera veloz  hacia alguna parte
¿pero si de verdad tengo prisa
en qué lugar voy a terminar?
¡Pero a pesar de todo, no puedo librarme de ti!
Conmigo las mujeres se recluyen en sí mismas
sintiéndose
bastante extrañas a mi lado.
Dejo caer mi cabeza en sus rodillas,
pero yo no pertenezco a ellas sino a  ti…
No hace mucho cuando entonces salía con una muchacha
en una derruida casa de la calle Sennaya,
colgué mi abrigo en unos patéticos cuernos de animal.
Bajo una parte del árbol de navidad de  luces radiantes,
brillando como unas pantuflas blancas en miniatura,
se sentó una austera mujer
como si fuera una niña.

Fui fácilmente aceptado
visitar esa casa
y yo me creía muy seguro de mí mismo
de ser un muchacho totalmente a la moda.
Olvidé las flores,
pero llevé una botella de vino.
Ella permanecía silenciosa
y sus dos aros
dos transparentes lágrimas.
como huérfanos
relucían en sus rosadas orejas.
Y como una inválida, buscando incomprensiblemente algo,
mientras levantaba su cuerpo parecido a una niña pequeña,
dijo algo poco claro:
“Vete….
Por favor, no…
tú no eres mío
sino de ellas…”
Una joven muchacha me amó
de una manera violenta como una niña
con sus cabellos colgando en la frente
y unos ojos como pedacitos de hielo
pálida por el miedo
y pálida por su ternura.
Estuvimos en Crimea,
y la muchacha,
bajo las luces de unos relámpagos
de una noche de tormenta
me susurró al oído:
“¡Mi pequeño,
Mi pequeño!”
cubriendo mis ojos con la palma de sus manos.
Todo allí alrededor era terrorífico
y  excitante,
los truenos
el mar ciego y el sufrimiento mudo,
y de repente,
reaccionando con una intuición femenina,
lloró ante mí:
“Tú no eres mío,
No eres mío!
Adiós, amor!
Soy tuyo,
melancólico,
fiel,
la soledad
que se construye con todas las fidelidades es la más fiel.
Que ningún pedazo de nieve de tus guantes
se derritan en mis labios para siempre.
Gracias a las mujeres
hermosas e infieles
las que siempre fueron fugitivas,
las que sus “ ¡Adiós!”
no fueron “ ¡Au revoirs! ”
las que en sus mentiras, de las que se sentían tan orgullosas
pero sufriendo extasiadas,  ellas nos dieron al mismo tiempo
los bellos frutos de la soledad.



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