Recuerdo que en mi casa, cuando yo era muy niño, había un libro viejo, fantástico y sonoro, de pastas carcomidas y título de oro, que nuestra madre siempre leía con cariño. Hoy, ya que una corona romántica me ciño, enlazo en los recuerdos de mi íntimo tesoro, un libro amarillento de heráldico decoro y unos cabellos blancos más puros que el armiño. Quizás habré olvidado mi vida fragorosa, pero como el perfume de una obstinada rosa, dentro del alma, incólume ese recuerdo queda. Y así es como conservo, de aquellos ideales, un haz ensortijado de canas maternales opreso entre las hojas del libro de Espronceda.