Ya viene el revuelto otoño Recogiendo frasco y flores; Pasó el sol con sus calores, Y alumbra al fin otro sol; Pasaron las alboradas Deliciosas de la aurora, Que el horizonte colora De purpurino arrebol. Pasaron las noches claras De la luna y los jardines; Las noches de los festines Tras el otoño vendrán. Pasó el tiempo de las citas A deshora entre las rejas, Los cuidados de las viejas, De las niñas el afán. Pasaron las serenatas Debajo de los balcones, Las rondas y las canciones Del mancebo emprendedor. Todo es ya triste: la tierra Pierde su brillante aliño, Y el amor, que es pobre y niño, Alivio busca al calor. Mas si se envuelve la noche Entre su sombra importuna, Si pierde su blanca luna Y sus horas de placer; Si pierde la fresca aurora Sus aromas y sus flores, Sus nubes de cien colores, S a aureola de rosicler; Le que la en cambio a la tarde Todo el encanto del día, Y henchida de su armonía Sale el sol a despedir. Bella es la tarde que baja Por el rosado Occidente, Y se apaga lentamente Para volver a lucir.
Es púrpura el horizonte, Y el firmamento una hoguera, Es oro la ancha pradera, La ciudad, el río, el monte. Rey de los astros, el sol, Del regio trono al bajar, Su pompa querrá ostentar En su manto de arrebol. Por eso suspenso está De su reino a la salida, Jurando a su despedida Que mañana volverá. Banda de nubes de grana, Que con sus reflejos tiñe, Flotando en torno le ciñe Como turba cortesana. Ráfagas mil que se cruzan, Filigrana de la tarde, El sol que a su espalda arde En colores desmenuzan. Y al hundirse en Occidente Partida en muchas la llama, Por el cielo se derrama Fosfórica y transparente. Es la postrera sonrisa Del bello día que acaba, Que de esa luz arrancaba Su fresca ondulante brisa. La fresca brisa que asoma Por sobre la roca calva, Remedio de la del alba En frescura y en aroma. A su venida, tardías Cierran su cáliz las flores, Y trinan los ruiseñores Sus postreras armonías. Se les va buscar la sombra Entre las desnudas ramas, Porque sus hojas de escamas Sirven al suelo, o de alfombra. Que ya el inconstante viento Del otoño que aparece, En los árboles se mece Con brusco sacudimiento. Flor, pronto inútil y sola, En vez de la que él deshizo, Orlará el campo pajiza La purpurina amapola.
Brezos y arbustos impuros De la montaña en la falda, Vestirán su áspera espalda Con sus matices obscuros. Grupos de nubes perdidos Como fantasmas deformes, Traen en sus pliegues enormes Vientos de invierno escondidos. El árbol en largas hebras Hiende sus cortezas vanas, Y anuncian lluvias lejanas Las rastras de las culebras. Da el cuervo al aire su vuelo, Graznidos a su garganta; Rey del viento, se levanta Entre la tierra y el cielo. Se oye de algunas palomas Perdido el último arrullo, De alguna fuente el murmullo Que entre los juncos asoma. Queda el mundo en soledad; Y en el aire alzan su imperio Da las sombras el misterio, Y el humo de la ciudad.
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