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Un hombre llamado Flitcraft

[Minicuento - Texto completo.]

Dashiell Hammett

Flitcraft salió un día de su oficina de corredor de fincas para ir a comer. Salió y jamás volvió. No acudió a una cita que tenía a las cuatro de la tarde para jugar al golf, a pesar de que fue idea suya concertarla solamente media hora antes de salir. Su mujer y sus dos hijos nunca más lo volvieron a ver. El matrimonio parecía feliz. Flitcraft era dueño de su casa en un buen barrio de las afueras de Tacoma, de un «Packard» nuevo y de los demás lujos que denotan el éxito feliz de una vida en Estados Unidos. Había heredado 70.000 dólares de su padre, y el ejercicio de su profesión aumentó aún más su peculio, que ascendía a unos 200.000 dólares en el momento de su desaparición. Sus asuntos estaban en orden; el hecho de que no hubiera tratado de concluir algunos aún pendientes, probaba que no había preparado esfumarse. Por ejemplo, un negocio que le habría supuesto un bonito beneficio iba a concluirse al día siguiente al de su desaparición. Nada indicaba que llevara encima más de cincuenta o sesenta dólares.

Lo que le ocurrió a Flitcraft fue lo siguiente. Cuando salió a comer, pasó por una casa aún en obras. Todavía estaban poniendo los andamios. Uno de ellos cayó a la calle desde una altura de ocho o diez pisos y se estrelló en la acera. Le cayó bastante cerca; no llegó a tocarlo, pero sí arrancó un pedazo de cemento que le produjo una raspadura en la mejilla. Naturalmente, el susto que se llevó fue grande; pero la verdad es que sintió más sorpresa que miedo. Fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo. Lo conturbó descubrir que, al ordenar sensatamente su existencia, se había apartado de la vida en lugar de ajustarse a ella.

Tras caminar apenas veinte pasos desde el lugar en donde había caído la viga, comprendió que no disfrutaría nunca más de paz hasta que no se hubiese acostumbrado y ajustado a esa nueva visión de la vida. Para cuando acabó de comer ya había dado con el procedimiento. Si una viga al caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces él cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado. Quería a su familia como los demás hombres quieren corrientemente a las suyas; pero le constaba que la dejaba en buena posición, y el amor que tenía por los suyos no era de la índole que hace dolorosa la ausencia.

Anduvo vagando un par de años, hasta que un día se estableció en Spokane. No lamentaba lo que había hecho. Le parecía razonable. Se acostumbró primero a la caída de vigas desde lo alto; y no cayeron más vigas; y entonces se acostumbró, se ajustó, a que no cayeran.

FIN


Tomado de El halcón maltés, 1929


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