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Una emboscada frustrada

[Cuento - Texto completo.]

Ambrose Bierce

Entre Readyville y Woodbury, el camino, de unas nueve o diez millas, era bueno. Readyville era el puesto de mando del ejército federal del norte en Murfreesboro; Woodbury era el puesto de mando del ejército confederado en Tullahoma. Durante meses, tras la gran batalla de Stones River, ambos puestos de mando guerreaban entre sí constantemente, dándose en aquel camino muchos de los choques que se producían entre los destacamentos de Caballería de ambos ejércitos. A veces intervenían igualmente la Infantería y la Artillería, más que nada para dar cuenta al enemigo de sus buenos deseos.

Cierta noche, un escuadrón a caballo de las fuerzas federales, al mando del Mayor Seidel, un oficial elegante y arrojado, partió de Readyville para llevar a cabo una misión tan dura como secreta, que requería el lógico silencio y las no menos lógicas precauciones.

Una vez dejados atrás los puestos de guardia de la Infantería, el escuadrón avistó en la oscuridad a otros dos hombres a caballo, que iban a unirse a la fuerza expedicionaria en el punto convenido. Pero lo acordado eran tres hombres, no dos.

—¿Dónde está el otro? —inquirió el Mayor—. Ordené a Dunning que se nos uniera.

—Salió en avanzadilla, señor —respondió uno de los hombres—. Hubo una escaramuza sin importancia, aunque muy lejos del frente, y dijo que prefería adelantarse para traer novedades.

—Dunning ha actuado, no solo en contra de las órdenes recibidas, sino en contra del menor sentido común —dijo el oficial, evidentemente contrariado—, ¿Por qué lo ha hecho?

—No lo sé, señor… Parecía muy cansado… O quizá debiera decir que parecía extraño, asustado…

Con tan reseñable exposición, el compañero del que no había comparecido resumía perfectamente lo ocurrido. Dejaron de hablar, mientras avanzaban. Procuraban no hacer el menor ruido, por lo que los caballos iban cuan despacio podían hacerlo. La noche era muy cerrada, solo de vez en vez se veía la luna entre masas de nubes.

Dos o tres millas más allá, la cabeza de la columna llegó a un bosque denso que cerraba el camino en sus dos direcciones. El Mayor al mando de la tropa ordenó un alto, y no sin cierta aprensión él mismo se dispuso a hacer un reconocimiento, seguido, sin embargo, por su ayudante y tres soldados, que mantenían entre sí la necesaria distancia y un alto grado de prevención.

Después de adentrarse en el bosque unas cien yardas, el Mayor se detuvo súbitamente, permaneciendo sentado en su montura, sin que se le moviera un músculo. Cerca de la zona boscosa que daba al camino, en un leve claro, se alzaba la figura de un hombre tan inmóvil como él. El primer impulso del Mayor fue ir hacia él, pues de tratarse de un enemigo había que capturarlo antes de que pudiera dar la voz de alarma a los suyos.

Sin embargo, no lo hizo, atraído por algo que había a los pies de aquel hombre, no obstante lo confuso que resultaba verlo claramente a causa de la oscuridad. Y con ese instinto propio de los soldados de Caballería, que no suelen hacer uso de sus armas de fuego salvo si se ven en una necesidad extrema, desenfundó el sable. Aquel hombre que estaba allí de pie no hizo el menor movimiento para responder al reto. La situación era tensa y un tanto dramática. Súbitamente la luna salió de entre una gruesa masa de nubes y el oficial de Caballería pudo ver con absoluta nitidez a aquel hombre. Era el soldado Dunning, desarmado y destocado… Lo que había a sus pies, su caballo muerto; y a la derecha del caballo muerto, a la altura del cuello de éste, un cadáver al que le brillaba la cara a la luz de la luna.

“Dunning acaba de librar el combate de su vida”, se dijo el Mayor mientras se ponía en marcha de nuevo. Dunning estrechó su mano con un gesto de agradecimiento. Después, con el brazo, señaló a su oficial el lugar por donde atravesar mejor el bosque hasta salir de nuevo al camino.

El Mayor dio marcha atrás para comunicar a los otros la nueva, creyendo comprender perfectamente qué había pasado. Después siguió hablando en tono muy bajo con su capitán ayudante.

—Dunning sigue allí, atento —dijo al capitán—. Mató a un explorador enemigo y seguro que en breve acudirá a darnos más información.

Esperaron pacientemente a que Dunning regresara para dar novedades, enfundados los sables, pero fue en vano. Una hora después amanecía y la tropa siguió su marcha, con gran cautela siempre. El oficial, sin embargo, comenzaba a dudar de su fe en el soldado Dunning, que no había acudido a dar las novedades esperadas.

Cuando pasaron por aquel claro vieron al caballo muerto. Y a su derecha, a la altura del cuello del animal, el cadáver del soldado Dunning con un balazo en la cabeza. Llevaba horas muerto.

Media hora después de aquello, cuando la tropa ya había salido del bosque, lo ocupaba una bien nutrida fuerza confederal para tender una emboscada a todas luces frustrada.

*FIN*


“A Baffled Ambuscade”,
Cosmopolitan, 1906


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