Una historia extraña
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O. HenryEn una parte de Austin vivía antaño una honrada familia apellidada Smothers. Consistía la familia en Juan Smothers, su mujer, una hija de cinco años y los padres de ella, lo que justificaba mencionar un número apreciable de ciudadanos en los padrones. Pero a los efectos prácticos solo se contaba en casa de los Smothers con tres ciudadanos disponibles.
Una noche, después de cenar, aquejó a la niña un serio cólico y Juan Smothers hubo de salir para procurarse medicinas. No volvió jamás.
La muchacha, empero, se curó y con el tiempo se convirtió en una mujer completa.
A la madre le disgustó mucho la desaparición de su marido, así que transcurrieron hasta tres meses antes de que volviera a casarse y se trasladara a San Antonio.
La jovencita se casó también a su tiempo, y tuvo una niñita que llegó a los cinco años de edad. La hija de Juan Smothers seguía viviendo en la misma casa de la que su padre salió para no volver.
Por una curiosa coincidencia, la niña enfermó de un cólico de camarones la noche en que se cumplía el aniversario de la desaparición de Juan Smothers.
Juan Smith, que tal era el nombre del marido de la madre de la enferma, intervino.
—Bajaré a la ciudad y traeré los medicamentos precisos.
—¡No, no, querido Juan! —exclamó su mujer—. No quiero que desaparezcas y también te olvides de venir.
De modo que Juan Smith no salió y el matrimonio permaneció velando el lecho de Pansy, que tal era el nombre de la niña.
Al cabo de un rato Pansy pareció empeorar y otra vez Juan Smith quiso salir en busca de medicinas, pero su esposa no se lo permitió.
De pronto se abrió la puerta y un anciano de largo cabello blanco, todo encorvado y encogido, penetró en el aposento.
Pansy lo reconoció antes que los otros y aseguró:
—Miren, ha llegado el abuelo.
El viejo sacó del bolsillo un frasco de medicina y dio a Pansy una cucharada.
La nena reaccionó inmediatamente, y Juan Smothers explicó:
—Tardé, ¿no? Me he retrasado un poco esperando el tranvía.
FIN