Las aguas agitadas con gran fragor rompían. Y las olas cimeras, al ver las que venían, hacer algo querían a la costa cercana que el mar jamás ha hecho a la tierra su hermana. Bajas e hirsutas eran las nubes en el cielo, como guedejas sobre unos ojos de anhelo. Diríase, en verdad, sin poder dar razones, que agradaba a la costa tener sus farallones, y a éstos ser sostenidos por todo un continente. Se acercaba una noche de tiniebla evidente, y no sólo una noche, sino una época horrible. Habría que aprestarse contra un furor posible, pues vendría algo más que olas en algazara cuando su último ¡Apáguese la luz! Dios decretara.