Pelados, tristemente naturales, en inmovilidad de largas crines desgarbadas, sumisos a confines abalanzados por los herbazales, unos caballos hay. No dan señales de asombro, pero van creciendo afines a la hierba. Ni bridas ni trajines. Se atienen a su paz: son vegetales. Tanta acción de un destino acaba en alma. Velan soñando sombras las pupilas, y asisten, contribuyen a la calma de los cielos -si a todo ser cercanos, al cuadrúpedo ocultos- las tranquilas orejas. Ahí están: ya sobrehumanos.