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Válgame Dios, qué calor…

[Poema - Texto completo.]

José Batres Montúfar

Fábula

“Válgame Dios, qué calor,
y qué suelo tan mojado”:
Decía desconsolado
una tarde un cazador.

“Sobre tanto caminar
y venir desde tan lejos
lleve el diablo los conejos
que hay en todo este lugar”.

“Es cosa de que me admiro
que no haya en la tierra un pelo
ni una pluma en todo el cielo
para disparar un tiro”.

“Mejor es irme de aquí
camino de la laguna:
puede ser que la fortuna
se compadezca de mí”.

Dijo, y con el arma al brazo
fue bajando la colina,
aquí le punza una espina
más allá se da un porrazo.

Después de un largo rodeo
al fin divisa en el llano
un espacioso pantano
objeto de su deseo.

Hacia el borde se encamina,
orla de barro y de cieno,
y en el paludoso seno
descubre una ave marina.

Cual por un jardín florido,
sobre el helecho y el césped
iba de la selva el huésped
por entre el lodo podrido.

A cada paso que daba
en el lodazal caía
y el ruido con que lo hacía
a las ranas asustaba.

Entonces solo del cierzo
se oye el silbido lejano,
o en el fondo del pantano
el graznido de un escuerzo.

A medida que se acerca
su marcha ocultar procura
cubierto con la espesura
de un zarzal o de una cerca.

Y a pesar de su cuidado
el ave escucha ruido:
levanta el cuello crecido
y mira uno y otro lado.

El cazador se detiene,
se agazapa y está quedo,
sin osar mover un dedo
y hasta el aliento contiene.

Para pasar adelante
corta una rama y la mece:
de manera que parece
un arbolito ambulante.

Con este apercibimiento
un pie zambulle en el lodo,
que se va con pierna y todo
en tan frágil pavimento.

El otro mete después,
da un paso igual al primero,
y sigue su derrotero
con las manos y los pies.

Después de trabajos mil
y fatiga sin igual,
llega a estar del animal
a buen tiro de fusil.

Su arma entonces endereza,
apunta por breve rato,
sale el tiro… vuela el pato,
y él se rasca la cabeza.

¡Oh qué desesperación
la que el buen hombre mostró
cuando a su casa volvió
sin un ave en el bolsón!

Se quejaba de su suerte,
el destino maldecía,
y en la furia que tenía
por poco llama a la muerte.

Como supo este pasaje
un su vecino sesudo,
le decía cachazudo
por aumentar su coraje:

“Compadre, ¿de qué se inquieta?
No fue culpa del destino,
sino de su poco tino
en apuntar la escopeta”.

En la mejor posición
de nada le sirve estar
al que no sabe sacar
partido de la ocasión.


1833


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